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El Cavaliere y su fantasma

Fuentes: La Repubblica

Traducido para Rebelión por Liliana Piastra

Así es que hemos llegado a un punto en el que el presidente del Gobierno denuncia públicamente un auténtico proyecto subversivo para derribarlo y sustituirlo por «uno no elegido por el pueblo». En fin, un golpe de Estado en el corazón de la Europa democrática, como epílogo de la aventura berlusconiana tras un quindenio de tensiones constantes metidas a la fuerza en el discurso público italiano: para mantener a este desventurado país en la temperatura emotiva más idónea al populismo que sólo puede dominar a las instituciones desafiándolas, hasta evocar el martirio político.

Es justamente esa imagen dramática de Italia la que el hombre más rico y poderoso del país lleva hoy consigo a América, a la reunión con Obama.

Sólo Berlusconi sabe por qué dice esas cosas, porque sólo él sabe la verdad de la desgracia que le persigue, que no puede revelar en público. Nosotros asistimos al drama de un líder prisionero de un clima de derrota hasta cuando gana, porque lleva quince años sin conseguir convertirse en un hombre de Estado, ni siquiera tras haber logrado por tres veces el favor del país.
Ese hombre tiene de su lado el consenso, los votos, las cualidades, a los fieles. Pero no tiene ni paz, ni seguridad en el liderazgo, ni la tranquilidad que trasforma el poder en responsabilidad. Le persigue la otra mitad de sí mismo, de la que intenta huir, sintiéndose atrapado por el fondo oscuro de su propia historia. Es una tragedia del poder, teatral y excesiva, porque, al querer que los destinos personales acaben coincidiendo con el destino de Italia, todo se vuelve titánico. Una tragedia de la que Berlusconi, como si lo estuviera leyendo en Shakespeare, parece conocer el final, hasta tal punto que evoca su propio fin ante el país.

En realidad, como le resulta evidente a todo italiano con buen juicio, no hay ni habrá ningún golpe de Estado. Lo que se está produciendo, en cambio, es la rápida descomposición de un liderazgo que no ha sabido convertirse en cultura política, sino que se ha cerrado en la contemplación de su dominio, creyendo poder sustituir al Estado por un hombre, al gobierno por el mando, a la política por el poder absoluto y carismático.

Hoy ese poder acusa la limitación de su autosuficiencia. Lo que le angustia a Berlusconi es el nuevo escepticismo institucional que nota a su alrededor, el desapego internacional, la desorientación de las elites europeas, las críticas de la prensa occidental, la frialdad de las cancillerías (excepto las de Putin y Gadafi), el asombro de su propio campo: en el que, por contraste, la regularidad institucional de Fini resalta cada día más.

El Cavaliere se da cuenta de que ha perdido el toque que tenía, cuando transformaba cada hecho en un evento, mientras que el espectáculo tragicómico de los tres días italo-libios demuestra por el contrario que las leyes de la política no son las de un show chabacano.

Sobre todo, Berlusconi se da cuenta de que la fábula interrumpida de una aventura siempre victoriosa e incontaminada se ha quebrado, simplemente porque de golpe los italianos, en lugar de limitarse a mirarle, le ven y no se conforman con escucharle, sino que le juzgan. Hay una revelación en curso. Esta es la grieta que ha abierto el voto en su victoria, y que hoy llenan estas inquietudes concretas.

De hecho el Cavaliere tiene razón cuando indica los cuatro pilares que delimitan el campo de su reciente desgracia: las azafatas televisivas, las menores, el escándalo Mills y los aviones oficiales. Giuseppe D’Avanzo, que lleva tiempo investigando estos temas con resultados que Berlusconi conoce muy bien, explica hoy por qué no son para nada calumnias, como dice el jefe del Gobierno. Son cuatro casos que el Cavaliere se ha construido con sus propias manos, que le persiguen porque no puede explicarlos, que él mismo evoca cada día mientras intenta huir de ellos, y que, juntos, forman un escándalo público, para nada privado: porque demuestran, uno con otro, el abuso de poder que la opinión pública comprende cada día más.

Ese es justamente el sentimiento de peligro que domina hoy a Berlusconi. Incapaz de hablar de verdad al país, de confrontarse con quien le hace preguntas, de asumir la responsabilidad de sus actos, reacciona subiendo la apuesta para arrastrarlo todo – las instituciones, el Estado – a su tragedia personal, de la que sólo él (además de su mujer, que hace pocos días ya le avisó de ello) conoce el fondo y el alcance. Reacciona amenazando: el empresario campeón del mercado llega incluso a invitar a los industriales italianos a no contratar publicidad con los periódicos «derrotistas», es decir, los que le critican, porque su suerte coincide con la del país. Luego se corrige diciendo que quería invitar a no darle espacio a Franceschini, como si no le bastara el control de seis canales de televisión, sino que necesitara un auténtico edicto. Es algo nunca visto en el mundo occidental, aunque la prensa italiana prisionera del nuevo conformismo prefiera hablar de otra cosa, como si no estuviera en juego la libertad del discurso público, que forma la opinión de toda democracia.

En realidad Berlusconi representa una amenaza sobre todo para sí mismo, al revelar su inestabilidad, su miedo. Si es coherente con sus palabras, hay que temerse lo peor. De hecho ¿qué viene tras una denuncia de golpe? ¿Cuál será el próximo paso? Si hay una amenaza subversiva, entonces todo será lícito, y entonces ¿cómo usará los servicios y los aparatos el Cavaliere contra los presuntos «subversivos»? ¿Como los está usando ahora? ¿Quién controla y quién ofrece garantías en tiempos que el jefe del Gobierno convierte en emergencia?

Esperamos respuestas. Por lo que a nosotros se refiere, seguiremos comportándonos como si fuéramos un país normal, donde la dialéctica e incluso el choque entre la prensa libre y el poder legítimo del país son parte del juego democrático. Luego, cada cual juzgará dónde sabrá detenerse y a dónde podrá llegar este uso privado y ya violento del poder estatal por parte de un hombre que sabemos que está dispuesto a todo, incluso a transformar la crisis de su liderazgo en una tragedia del país.

http://www.repubblica.it/2009/06/sezioni/politica/berlusconi-divorzio-7/fantasma-cavaliere/fantasma-cavaliere.html?rss