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El Congreso después del diluvio. Crisis y oportunidad de la Refundación Comunista

Fuentes: Rebelión

Un enfrentamiento dramático marcó el VII Congreso del PRC en Chianciano (24-27 de julio de 2008). Un enfrentamiento que tiene sus orígenes en la histórica derrota de las elecciones del 13 y 14 de abril que dejaron a los comunistas italianos sin representación parlamentaria, con menos de 3% de votos. Después del fracaso del gobierno […]

Un enfrentamiento dramático marcó el VII Congreso del PRC en Chianciano (24-27 de julio de 2008). Un enfrentamiento que tiene sus orígenes en la histórica derrota de las elecciones del 13 y 14 de abril que dejaron a los comunistas italianos sin representación parlamentaria, con menos de 3% de votos. Después del fracaso del gobierno Prodi y del castigo electoral que le siguió, al interior de Refundación se levantó la fronda en contra del grupo dirigente formado alrededor de Fausto Bertinotti a lo largo de más de una década. Responsabilizándolo de haber llevado al partido a su mínimo histórico a nivel electoral los opositores criticaron tanto la participación en un gobierno que se reveló profundamente conservador como la insistencia en disolver a Refundación Comunista en un partido de izquierda que uniera a todas las agrupaciones políticas y sociales situadas a la izquierda del Partido Democrático. Esta iniciativa fue lanzada por Bertinotti en vísperas de las elecciones de abril y se limitó a una alianza entre partidos bajo el nombre de «Izquierda Arcoiris» y, después del revés electoral, corregida y revisada en la propuesta de una Constituyente de Izquierda, más abierta a organizaciones sociales y otras formas de oposición al neoliberalismo. A contrapelo de este proyecto, un sector de Refundación -en sintonía con el pequeño Partido de los Comunistas Italianos- propuso una Constituyente Comunista, más anclada a la tradición y al radicalismo anticapitalista. Finalmente una tercera componente, en ruptura con el grupo dirigente, avanzó la idea de un «partido social», movimientista y radical, como instancia de articulación y politización de las luchas sociales. Grupos menores sostuvieron hipótesis de «federación» -para evitar la disolución del PRC- o de endurecimiento obrerista.

El choque entre estas propuestas produjo un empate catastrófico. El grupo bertinottiano mayoritario en el partido desde más de una década, bajo el peso de la derrota, no logró imponer su plan ya trazado y parcialmente avanzado, pero vetó las otras propuestas. Su documento congresual alcanzó el 47.3 % de votos entre los militantes mientras que la moción alternativa que proponía una salida «a la izquierda» de la crisis y criticaba a la dirección de Franco Giordano, bertinottiano doc, obtuvo alrededor del 38%. Otras tres mociones se llevaron los votos restantes sobre la base de críticas más o menos duras hacia la política mantenida desde la alianza con Prodi y el Partido Democrático hasta el desastroso resultado electoral de la Izquierda Arcoiris. Con estos números, equivalentes a delegados, el Congreso se anunciaba explosivo y así fue.

El grupo dirigente, antes del Congreso, confiaba en la posibilidad de recuperar algunos disidentes que en el pasado habían sostenido la línea impulsada por Bertinotti de alianza con el centro progresista que venían de la izquierda revolucionaria de los 70 -después integrantes de Democracia Proletaria- como Paolo Ferrero, Giovanni Russo Spena y Franco Russo o dirigentes que habían militado en el PCI, como Maurizio Acerbo y Walter De Cesaris. Una vez claro que las distancias eran incolmables, ya en los días del Congreso quedaba sólo la posibilidad de dividir a la oposición buscando el apoyo de la pequeña pero influyente corriente Essere Comunisti la cual, aunque fuera opositora de la línea trazada en el anterior Congreso de Venezia, siempre mantuvo la compostura y el pragmatismo propia de la tradición del PCI que reivindica explícitamente y bien podía aceptar la continuidad del grupo dirigente con una renovación de la línea visto que, al margen de las diferencias sobre la forma partido, el lugar del PRC en la coyuntura es objetiva e inevitablemente de oposición y separado del PD. Sin embargo, este grupo encabezado por Claudio Grassi y Alberto Burgio, después de tratar una mediación unitaria, sostuvo su opción por la continuidad de Refundación como partido comunista y resolvió la incertidumbre que reinaba en el Congreso a favor de un cambio tanto de línea política como de dirigencia.

Así, el último día del Congreso, todos los grupos disidentes se unieron y, por pocos votos de diferencia, eligieron sorpresivamente a Paolo Ferrero como nuevo Secretario General en lugar del candidato oficial, Nichi Vendola, gobernador de la región Puglia. Paradójicamente Paolo Ferrero fue ministro del Gobierno Prodi y el grupo al que pertenece fue, desde 1996, aliado del centro bertinottiano y, por lo tanto, responsable de las orientaciones del PRC en los últimos años. Al mismo tiempo, Ferrero reiteró enfáticamente en el Congreso que asumía la culpa de haber cometido un error político grave al sostener la participación de Refundación en un gobierno que no cumplía con las promesas relacionas con las políticas sociales y se mantenía en continuidad con el neoliberalismo. Con la elección de Ferrero y la aprobación de un documento a partir de la suma de todas las minorías ocurrió un raro acontecimiento democrático: el grupo históricamente dominante sin dejar de tener una amplia mayoría relativa -casi absoluta- quedó marginado en la oposición interna, como dijo irónicamente Gennaro Migliore: «es la historia del enano más grande del mundo». También Nichi Vendola denunció esta «anomalía» y expresó airadamente su frustración, condenó a los responsables de la «ruptura» del partido y lamentó el fin de una forma de ser, anunciando la constitución de una corriente interna «Refundación por la Izquierda» en cuyo nombre se manifiesta la continuidad de la propuesta de disolución del partido en aras de federar la izquierda italiana. Prometió, a nombre de su grupo, no escindirse pero la ruptura resonó en el tono de voz. La confianza de representar la mitad del partido, la costumbre de dirigirlo y los compromisos y las alianzas con otros grupos de la difunta izquierda arcoiris así como con organizaciones europeas progresistas puede impulsar una división que dejaría a Refundación Comunista en migajas si consideramos que en los años 90 sufrió dos escisiones hacia la derecha y en los años del reciente gobierno Prodi otras dos hacia la izquierda.

Más allá de los laberintos de la vida interna, en el Congreso triunfó una visión política que, a pesar de la variada y débil mayoría que la sostiene, marca una discontinuidad fundamental con el pasado. Los contenidos de la nueva línea expresada sintéticamente en el documento aprobado por el Congreso: fin de todo acercamiento con el PD, defensa del PRC frente a hipótesis de disolución, giro hacia la izquierda, apuesta por el conflicto social y los movimientos, vínculo prioritario con los sujetos de la luchas por encima de las alianzas con agrupaciones partidarias, privilegiar las relaciones con fuerzas comunistas y anticapitalistas a nivel nacional como internacional, revisar -y en su caso- romper las alianzas locales con el PD, asumir la no violencia como forma de lucha no como principio metafísico, evitar el liderismo, fortalecer la democracia interna. En pocas palabras: relanzar la Refundación Comunista corrigiendo, hacia la izquierda, el rumbo emprendido en los últimos años.

Frente a esta postura, el grupo bertinottiano argumentó, por medio de un documento alternativo leído por Gennaro Migliore, una lectura contrapuesta a la anterior. La hipótesis de fondo, más allá del inevitable ritual autocrítico, es que la derrota electoral se explica más por la derechización social que por una equivocación en la línea política. El documento propone, sin referirse directamente a la polémica propuesta de una Constituyente de Izquierda, mantener la apertura en dirección de una superación de la experiencia de Refundación Comunista en el contexto de un partido de izquierda plural que compita con el Partido Democrático en el terreno del antiberlusconismo, siendo autónomo y alternativo. Esta postura no excluye alianzas locales con el PD, considerando a la administración local como una posibilidad de proponer políticas alternativas, y la convergencia puntual en la oposición frente a políticas derechistas. El documento responsabiliza a los otros grupos de quebrar el partido a la mitad, de anteponer la gestión a la política, de tomar el control del partido sobre la base de una alianza que niega la historia del partido (es decir el grupo dirigente de la historia reciente), de fomentar un éxodo de la política hacia una autonomía de lo social, de querer limitar el alcance del Partido de la Izquierda Europea restringiéndolo a fuerzas comunistas y anticapitalistas. Esta diferenciación es la clave del enfrentamiento político. A pesar de reconocer el fracaso de la experiencia de la Izquierda Arcoiris, el énfasis en la idea de izquierda sin adjetivos, junto a la ausencia de referencias a la centralidad de los comunistas o al comunismo, es el hilo conductor de continuidad de la propuesta del grupo dirigente saliente.

El falso debate entre autonomía de lo político y autonomía de lo social que rondaba las intervenciones congresuales caricaturiza las posturas de los grupos pero apunta hacia énfasis que resultan fundamentales. Sin pensar en autonomías absolutas insostenibles, la relación entre lo político-institucional y lo político-social se formuló de manera muy distinta. Los acentos puestos, por una parte, en la vigencia del proyecto comunista en el marco de un movimiento radical y antisistémico que sostenga el conflicto y la resistencia y, en la otra, en la articulación de las izquierdas que, estando presente en las luchas, no desdeñe una presencia mediática e institucional suponen dos lecturas de proceso. El primero asume la necesidad de mantener firme una postura antagonista a contracorriente de las tendencias conservadoras, sin temor al hostigamiento mediático e institucional, asumiendo que la eficacia inmediata se mide en función de un proceso a mediano plazo de aumento y politización de las luchas. El segundo antepone la urgencia de hacer frente al bipolarismo entre la derecha y el centro y revertir inmediatamente la marginación de la izquierda, pensada a nivel europeo como convergencia de distintas tradiciones más o menos radicales, para mantener un dique y una trinchera que sostenga la resistencia. Si el riesgo de la primera opción es la marginalidad en un mero papel testimonial, la segunda opción no garantiza más que la resistencia frente a las tendencias conservadoras y reaccionarias. En última instancia, se trata de un camino que, en estos años, ya mostró sus límites. Por el contrario, sin nostalgia, sin necesidad de cultos y liturgias, sin sectarismos, tal y como pudo avanzar el proyecto de la Refundación Comunista en los años 90 y, de la mano del movimiento altermundista, en la primera década del milenio, sin la ansiedad inmediatista del resultado electoral o del impacto mediático, un movimiento político anticapitalista tiene la vigencia histórica que le otorga la persistente devastación capitalista. No deja de ser una posibilidad y un deber político apostar, como sostuvo Ferrero para desmantelar la falsa contraposición entre autonomía de lo político o de lo social promover, desde la lucha, la socialización de la política y la politización la sociedad. El giro a la izquierda de Refundación Comunista ofrece esta oportunidad.

Los medios de comunicación conservadores -es decir la casi totalidad de la prensa escrita y la totalidad de la televisión- ironizaron sobre la división interna y festejaron con anticipación la posible escisión que acabaría con la «anomalía comunista» en Italia. Más allá del entusiasmo reaccionario, es innegable que el PRC, después de la derrota electoral, se está desgastando en un peligroso proceso de confrontación interna. A pesar de los tonos agresivos del grupo que salió derrotado en el Congreso, la hipótesis de la escisión sería desastrosa para ambas partes. El anterior grupo dirigente podría participar en la formación del partido de izquierda que viene promoviendo pero lo haría debilitado y tendría a su izquierda un partido comunista que no desaparecería fácilmente. El nuevo grupo dirigente que surgió del Congreso, con la escisión, dejaría de estar bajo amenaza y podría consolidar una línea sin concesiones pero se aislaría y tendería a ser identificado con la nostalgia comunista y a cumplir un papel testimonial sin una incidencia real en la vida política y social italiana. Ninguna de estas opciones es deseable.

Por otra parte, los contenidos de los documentos y las intervenciones al Congreso muestran muchas más coincidencias que diferencias. En particular, si de autonomía se quiere hablar, ambos grupos pregonan, con diversas intensidades, la autonomía de la izquierda frente al centro encarnado por el Partido Democrático. Ambos grupos comparten los rasgos fundamentales del análisis crítico del gobierno Berlusconi y del momento histórico, así como coinciden en general sobre los contenidos de las posibles políticas sociales alternativas y de política internacional. Todo el cuerpo del partido, con diversas visiones tácticas y estratégicas, apuesta a la movilización, la politización de las luchas y sostienen la necesidad de desarrollar una alternativa sistémica, con mayor o menos énfasis sobre su carácter antineoliberal y anticapitalista. En el corto plazo, todos comparten la necesidad impulsar un ciclo de luchas sociales y, de ser posible, una huelga general frente a la ofensiva patronal sostenida por el gobierno.

Refundación Comunista fue una de la más osadas y logradas apuestas de renovación del proyecto comunista sin diluir su radicalidad. Su desaparición real y nominal sería una derrota que no sólo debilitaría a los trabajadores -nativos y migrantes- italianos sino que representaría una derrota para la izquierda mundial, sería el fracaso de un intento aparentemente y potencialmente exitoso de sostener una hipótesis radical: el proyecto comunista es necesario -como ingrediente de las luchas antisistémicas- y posible -como horizonte emancipatorio- frente a las derivas del mundo actual.