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Contra los nuevos rugidos del nazismo

El coraje, la valentía y la grandeza republicana de «Die Linke«

Fuentes: Rebelión

Petra Pau nació en Berlín, en 1963 [1]. Como señala Luis Doncel en la entrevista que le ha realizado [1], «sabe que su actividad como política puede generar críticas, pero pone un límite en la privacidad de su familia». Lleva tres meses recibiendo amenazas. ¿Por qué? Por apoyar «la construcción de un centro de refugiados […]

Petra Pau nació en Berlín, en 1963 [1]. Como señala Luis Doncel en la entrevista que le ha realizado [1], «sabe que su actividad como política puede generar críticas, pero pone un límite en la privacidad de su familia». Lleva tres meses recibiendo amenazas. ¿Por qué? Por apoyar «la construcción de un centro de refugiados en el barrio berlinés de Marzahn». Un centenar de ultras neonazis se manifestó, con el consentimiento de la policía de la Alemania de Frau Merkel frente a su casa. Petra es vicepresidenta del Bundestag, la Cámara baja del Parlamento alemán. Es diputada de Die Linke.

Reproduzco algunos momentos de la conversación. Destaco: «Pero a diferencia de los noventa, cuando tuvimos una situación muy complicada, veo mucha más solidaridad de la población. Aunque me gustaría ver esa solidaridad en los políticos no solo cuando ocurre algo peligroso, sino en el día a día de las personas que trabajan con los asilados.»

 

-LD. Amenazas, ataques a albergues … ¿Qué ocurre en Alemania?

-PP: Hace décadas que los nazis tratan de intimidar a políticos, periodistas o representantes de la sociedad civil con frases del tipo ‘sé dónde vives’ o manifestaciones frente al trabajo o la vivienda. No es nada nuevo, pero se ha agravado en los últimos meses con las protestas contra los refugios o movimientos como Pegida.

-Pide más protección. ¿Hacen falta nuevas leyes?

-No, simplemente necesitamos otra sensibilidad, tanto por parte de la opinión pública como por las fuerzas de seguridad. Hay que proteger el derecho de manifestación, pero se puede trasladar a otro lugar cuando queda claro que se dirigen contra personas concretas. No se respetó la inviolabilidad del domicilio del alcalde de Tröglitz, que dimitió porque ni él ni su familia se sentían seguros.

-El alcalde se ha quejado de la falta de solidaridad de la sociedad. ¿Comparte esta opinión?

-No puedo valorar la situación de Tröglitz. Pero a diferencia de los noventa, cuando tuvimos una situación muy complicada, veo mucha más solidaridad de la población. Aunque me gustaría ver esa solidaridad en los políticos no solo cuando ocurre algo peligroso, sino en el día a día de las personas que trabajan con los asilados.

-No ve entonces una falta de solidaridad.

-Tenemos un problema social, sí. Aumentan los asaltos a centros, asistimos a protestas como las de Pegida, con ciudadanos que hace uno o dos años nunca se habrían manifestado con personas identificadas por la policía como de extrema derecha. Aumentan la hostilidad y la aceptación de la violencia, pero también hay un movimiento en contra. Por eso critico a los políticos de partidos democráticos que hablan de casos aislados. Tenemos un problema social en todo el país.

-¿Qué le dice a los vecinos preocupados por la llegada de refugiados?

-Hay miedo. Cuando me reúno con gente de mi circunscripción veo mucho desconocimiento sobre la ley alemana de asilo, prejuicios y miedos irracionales, como que los refugiados van a traer enfermedades como el ébola.

Lo sucedido con el alcalde de Tröglitz lo explicaba el propio Luis Doncel [2] hace pocos días en estos términos. Resumo y evito algunas expresiones:

«La frustración de Markus Nierth, hasta ahora alcalde de un pequeño pueblo del este de Alemania, no se dirige contra los más de 100 neonazis que pensaban manifestarse frente a la casa en la que vive con su mujer y sus siete hijos. Nierth ya contaba con la ira de los radicales».

La decepción que le ha llevado a abandonar el cargo que ocupaba -desde hacía unos cinco años- procede de la incapacidad de las autoridades alemanas para garantizarle protección. «Me preocupa que mi mujer y mis hijos puedan estar atemorizados ante las miradas de neonazis a través de nuestras ventanas». No logró que se prohibiera la manifestación ultra.

Todo comenzó a finales de 2014 «con el anuncio de que Tröglitz, una localidad con algo menos de 3.000 habitantes en el Estado de Sajonia-Anhalt, acogería un centro con 50 refugiados». Nierth, teólogo que no ingresa por su cargo institucional, políticamente independiente, «defendió ante sus vecinos la necesidad de acogerlos». Unos 150 «ciudadanos indignados», comenta LD., «dirigidos por el partido ultra NPD comenzaron entonces a manifestarse cada semana, hasta que hace unos días decidieron cambiar la ruta para que pasara por delante de la vivienda de Nierth». Estaba claro que el objetivo era él: «Los manifestantes querían quebrar mi voluntad».

Han obtenido una pequeña victoria, con toda la inhumanidad de la que son capaces. El nazismo, sabido es, ostenta una sombra muy alargada.

Puede parecer una anécdota, prosigue LD, «pero el caso de Tröglitz muestra las reticencias de una parte considerable de la población alemana ante el aumento de refugiados». Veremos esa «parte considerable». El año pasado llegaron más de 200.000 demandantes de asilo, el récord de las dos últimas décadas, comenta. «Las manifestaciones islamófobas de Pegida en Dresde, que llegaron a reunir a 25.000 personas, han perdido fuerza por las luchas internas de sus dirigentes, pero los recelos de muchos ciudadanos siguen ahí«. El comentario del ahora ex alcalde: «Me ha faltado el apoyo de los ciudadanos, pero sobre todo de los políticos. El levantamiento de los decentes aún no ha ocurrido, pero espero que llegue».

¿Hay más? ¿Es un caso aislado? ¿Huracanes de acero dentro de un inmenso océano de paz y tranquilidad?

No, hay más huevos de muchas más serpientes. «Algunos alcaldes de pequeñas localidades, mucho más desprotegidos que los políticos de la Administración central o de los Estados federados, soportan insultos o pintadas ofensivas». Pero no sólo en pequeñas localidades.

Hans Erxleben, concejal del distrito berlinés de Treptow-Köpenick, de nuevo me apoyo en una crónica de LD [3], oyó un ruido en la madrugada del pasado 6 de enero de 2014. Se levantó de la cama y corrió a la calle. Vio su Toyota calcinado. «Alguien lo había quemado. A los pocos días, encontró una octavilla en la que, mencionándolo con nombre y apellido, le deseaban que hubiera estado dentro del coche mientras ardía». No era la primera vez. «Antes había visto cómo una piedra rompía el cristal de la ventana y aterrizaba en su salón». Es Hans quien habla: «Aquí tengo el apoyo de la gente. Algunos vecinos se ofrecieron a concentrarse pacíficamente frente a mi casa. Tengo más suerte que el alcalde de Tröglitz. Yo no me siento solo».

Cuando asiste a las juntas de distrito, Erxleben tiene que sentarse frente a los dos concejales del NPD, un partido neonazi muy cercano a sus agresores. «Conozco desde hace años a los neonazis que me acosan. Tratan de que me venga abajo. Pero no lo van a conseguir».

El acoso también se extiende a periodistas de izquierdas. Lo comprobó hace unos días Marcus Arndt. Fue apedreado tras una manifestación neonazi en Dortmund. El año pasado, comenta LD, «150 refugios para solicitantes de asilo sufrieron ataques, que iban desde pintadas hasta incendios o ataques con explosivos. Es una cifra tres veces mayor a la del año anterior». Según Fabian Virchow, director del Centro de Investigación del Extremismo de la Escuela Superior de Dusseldorf: «No es solo que las amenazas vayan a más. También observamos que los racistas se atreven a exponerse más que hace años. Se sienten más apoyados». El recurso a la violencia o a las amenazas es la expresión de un malestar que comparten algunos sectores sociales. Una reciente encuesta de la Fundación Robert Bosch dibuja una sociedad dividida: «dos tercios de los ciudadanos estarían dispuestos a ayudar a los asilados, pero uno de cada cuatro consultados firmaría contra la creación de un refugio en su vecindario».

«Las autoridades distribuyen a los demandantes de asilo por todo el país sin consultar a los vecinos, que se sienten impotentes y reaccionan con indignación. Van a surgir más partidos y movimientos contra la inmigración y contra los políticos», pronostica Werner Patzelt, politólogo de la Universidad Técnica de Dresde, la ciudad donde nació el movimiento xenófobo Pegida. ¡Todo un genio de la reflexión sin pulsion poliética!

El concejal Erxleben es otra cosa, piensa desde otras coordenadas. Tiene coraje, valentía y humanidad. Se empeña en algo básico, «en deshacer los tópicos que rodean a los llegados de países remotos». No es cierto, señala, «que aumenten la criminalidad». Organizan «jornadas de puertas abiertas para que los vecinos los conozcan. Cuando ven cómo viven, reconocen que ningún alemán querría estar en su lugar».

¿Y de qué partido es miembro este concejal de un distrito del sureste berlinés? Efectivamente, lo han adivinado, de Die Linke, un partido de izquierdas que no se avergüenza de serlo (está en su propio nombre), heredero de la mejor y rica tradición de la izquierda alemana no servil. Desde abajo y con los de abajo.

¿No era eso el internacionalismo?

Notas:

[1] El País, 17 de marzo de 2015, p. 8

[2] http://internacional.elpais.com/internacional/2015/03/10/actualidad/1426013757_004346.html

[3] http://internacional.elpais.com/internacional/2015/03/14/actualidad/1426370199_057476.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.