Finalmente el gobierno peruano decidió arremeter a la mala contra la Venezuela Bolivariana y dispuso el retiro del embajador de Caracas, Diego Alfredo Molero Bellavia, haciendo tabla rasa de todos los dispositivos que norman las relaciones diplomáticas entre los Estados. La disposición se dio a conocer en las últimas horas del 11 de agosto, y […]
Finalmente el gobierno peruano decidió arremeter a la mala contra la Venezuela Bolivariana y dispuso el retiro del embajador de Caracas, Diego Alfredo Molero Bellavia, haciendo tabla rasa de todos los dispositivos que norman las relaciones diplomáticas entre los Estados.
La disposición se dio a conocer en las últimas horas del 11 de agosto, y resultó ampliamente difundida por la «Prensa Grande», que batió palmas, poco menos que exultante. Y es que había «exigido» esa medida como una manera insólita de subrayar la impotencia de la reacción ante el Gobierno de Nicolás Maduro.
La coincidencia del comunicado de Torre Tagle con la declaración del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, no podría ser casual. El mandatario yanqui, aludiendo a las acciones que piensa adoptar a fin de derribar a los actuales ocupantes del Palacio de Miraflores, aseguró que eran varias. «Una de ellas -añadió-, la militar».
«Tenemos soldados en distintas partes del mundo», dijo para hablar en «transparente», y muy suelto de huesos, el Guerrerista de Washington. «En Afganistán, Irak, Libia, Palestina, ¿por qué no podríamos tenerlos en Venezuela?». Dueños del mundo, se consideran los yanquis.
El argumento pareciera que le gustó a los «medios «, porque lo repitieron con presteza, y ostentosamente ayer, en la prensa radial y televisada; y hoy en la impresa. El «Komercio» y su séquito de publicaciones, desde «Perú 21» hasta el Canal 8, pasando por «Expreso», «Correo», «Ojo», «RPP» y otras; mostraron eufóricas«primeras planas» con la noticia.
Bien podría decirse que esta acción, que agrava el escenario continental y añade gasolina al fuego, tiene dos orígenes.
Por un lado, constituye un dictado de la Casa Blanca, que exige a los gobiernos de América una «definición clara»: O se alinean con ella, o pierden el favor de los Estados Unidos. Por otro, refleja la frustración de la Cancillería peruana que no pudo esconder su descomunal fracaso, ocurrido el pasado 8 de agosto.
Como se recuerda, Ricardo Luna aseguró que al evento organizado al margen de la OEA, concurrirían 14 Cancilleres. Arribaron sólo 12. Para «cubrir el déficit» contabilizaron la presencia de algunos embajadores acreditados en Lima. Y, entonces hablaron de 17. Pero eso, tampoco logró disimular el fracaso de la Cita. Y es que entre quienes estuvieron -una clara minoría de miembros de la Organización de Estados Americanos- no se registró, tampoco unidad de criterio. Por eso, lo que salió de la cita, no fue humo blanco, sino negro.
Los Cancilleres de Grenada, Colombia, Chile y República Dominicana, no se sumaron a la demanda de «acciones», como era el sueño del Imperio. El texto publicado, fue apenas una vaga reiteración de conceptos formales. En ese marco, sus suscriptores no se atrevieron sino a registrar sus críticas al gobierno bolivariano; pero dejaron en claro que no abogarían por una acción punitiva.
Al final, los cancilleres de Perú, Brasil Argentina, Paraguay y México -los patrocinadores del encuentro- se quedaron en solitario; y no tuvieron más remedio que ocultar su fracaso tras un enrevesado «fraseo» diplomático.
En rigor, fueron algo así como los amigo de Tobi en la serie de la pequeña Lulú: se quedaron sin juego. Luego del evento, y ya dominados por la ira, PPK y Luna optaron por un «salto al vacío».
Y es que, el «retiro de un embajador», no cambia nada. Es apenas una ofensa al diplomático afectado; porque las relaciones oficiales continúan. No podría ser de otro modo: el Perú tiene una activa línea comercial con Venezuela. Eso, hasta nuestros pujantes empresarios de Gamarra, lo saben.
Se trata, entonces, tan sólo de una ofensa. Y en el caso, una ofensa gratuita y absolutamente injusta; porque el embajador bolivariano no cometió falta alguna. En sus pocos años al frente de la Misión, tuvo un accionar impecable.
Visitó universidades, escuelas, instituciones, centros de cultura, partidos políticos, estructuras estatales; participó en eventos; promovió encuentros, jornadas, debates académicos de distinto tipo pero jamás dijo una sola palabra que implicara injerencia en los asuntos internos de los peruanos.
Tampoco por cierto, tuvo una frase -siquiera una- lesiva a las autoridades peruanas, de cualquier nivel. Por el contrario, siempre fue un hombre responsable de sus actos, y respetuoso de nuestra problemática interna. Obsesionado por la difusión de la vida y la obra del Libertador, puso particular empeño en asegurar los más altos niveles de relaciones entre nuestros Estados.
La ayuda de Venezuela a los damnificados por los desastres ocurridos entre febrero y abril fue la evidencia más clara de su voluntad solidaria.
Las relaciones entre el Perú y Venezuela nunca se interrumpieron, desde los albores de la República, hasta nuestros días Por eso, es bueno que se aclare el tema como corresponde: No fue el Perú el que expulsó al embajador de la Venezuela Bolivariana. El Perú, nunca lo habría hecho.
Fueron tan solo dos personas -Pedro Pablo Kuczynski y Ricardo Luna- las que, haciendo gárgaras con el legado de Raúl Porras Barrenechea, se zurraron en los principios de la diplomacia de nuestro tiempo, para servir, diligente y sumisamente, el dictado de Washington.
El Perú, no tiene la culpa de este acto, pérfido y cobarde. Nuestro pueblo fue -y seguirá siendo siempre- hermano del pueblo de Venezuela. En la Patria de Bolívar, casi 200 mil peruanos, lo saben y disfrutan de los beneficios del proceso liberador que hoy se impulsa e renovados bríos.
En nombre de esa amistad, vaya un inmenso abrazo al embajador Diego Molero, y nuestro mejor saludo al pueblo y al gobierno de Venezuela (fin)
Gustavo Espinoza M. miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. http://nuestrabandera.lamula.
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