El pasado viernes, aludiendo al comportamiento político de ciertos segmentos de la Izquierda peruana, me referí a un conocido personaje de la Mitología Romana a quien se le atribuía la posibilidad de ver, al mismo tiempo, en dos direcciones Dije que hay quienes creen que ser como Jano, es mirar un poco a la derecha […]
El pasado viernes, aludiendo al comportamiento político de ciertos segmentos de la Izquierda peruana, me referí a un conocido personaje de la Mitología Romana a quien se le atribuía la posibilidad de ver, al mismo tiempo, en dos direcciones
Dije que hay quienes creen que ser como Jano, es mirar un poco a la derecha y otro poco a la izquierda, para acomodarse mejor. No obstante, Jano tenía la virtud de mirar doblemente. Pero no a la derecha y a la izquierda, sino atrás y adelante. Por eso, tenía dos rostros. Uno, miraba el pasado; y el otro, oteaba el porvenir.
Se dice que esta virtud se la dio, Saturno, en gratitud, cuando destronado por Júpiter, le pidió un amparo que obtuvo. La usó, entonces, para extraer lecciones, y diseñar caminos de futuro.
Más allá de la Mitología, algo así debiera tener la Izquierda Peruana si buscara sinceramente salir de la crisis que la agobia, y abrir trocha para avanzar. Evocando la historia, podría recordar la más reciente -Izquierda Unida- y mirando el horizonte, pergeñar nuevos derroteros.
Cuando el gobierno de Morales Bermúdez decidió «devolver el Poder a los civiles», convocó una Asamblea Constituyente. Las fuerzas políticas del campo popular, enfrentadas por la distinta mirada del proceso velasquista, no avizoraron la posibilidad de una alianza electoral. Cada quien asumió su «derecho» a probar fuerzas, y jugó sus cartas por cuenta propia. En 1980, y convocados los comicios nacionales, fue posible articular algunos pocos acercamientos, pero ellos, no garantizaron ninguna operación unitaria. Por eso concurrieron a las ánforas seis listas de izquierda, cada una de las cuales obtuvo un promedio del 3% de los votos. No obstante, en esa circunstancia, del desastre salió el acierto.
Inmediatamente después de los comicios presidenciales y parlamentarios de 18 de mayo de 1980, y teniendo a la vista los municipales de noviembre de ese año, las direcciones de los Partidos resolvieron «probar» una nueva fórmula. Así, el 13 de septiembre nació Izquierda Unida. La foto que grafica ese acuerdo aún subsiste, y suele divulgarse cuando se busca perfilar la imagen de unidad que se alcanzara en esa circunstancia.
La Unidad así creada, dio fruto. Si bien no ganamos en Lima, Barrantes -el candidato de IU a la alcaldía- obtuvo el 27% de los votos. Pero ganamos en Arequipa, Puno, Cusco, Huancayo, Huaraz y otras localidades; y asomamos, de hecho, convertidos en una verdadera alternativa de gobierno. Tres años después -en noviembre del 83- se repitió la historia, aunque mejor: ganamos el Municipio capitalino y Barrantes se convirtió en el primer Alcalde Socialista de nuestra historia.
Fue con esa fuerza que encaramos la jornada electoral de 1985, que nos permitió obtener una representación parlamentaria nada desdeñable: 16 Senadores y 48 diputados. El 90 bien pudo repetirse, y aún ampliarse esa expresión de la voluntad ciudadana. ¿Qué lo impidió?: La ruptura de IU.
Esa ruptura no fue espontánea. Fue laboriosamente trabajada por el enemigo desde dentro, y desde fuera de IU; y alcanzó su punto culminante cuando forzó la renuncia de Barrantes a la Presidencia del Frente. Ahí se afincó la derrota del movimiento popular.
Dos fueron los factores que jugaron decisivamente para que ella cuajara: el intento de cancelar IU como Frente Político, y convertirlo en un Frente Revolucionario de Masas «abierto a todas las formas de lucha»; y el hacer concesiones al electorerismo y al caudillismo que minó a una parte de la estructura dirigente del Frente.
Ambos factores fueron posibles por la inmadurez del movimiento, porque la conciencia de las masas no había alcanzado el nivel deseado, y porque buena parte de los dirigentes cayeron en el subjetivismo, y confundieron ilusiones con realidades.
La crisis del socialismo, que generó confusión en el mundo, hizo el resto e impidió contrarrestar la ofensiva divisionista. Como premonitoriamente lo augurara el argentino Aníbal Ponce, la gran burguesía golpeó a la vanguardia de la época: «alentando en los unos la vanidad siempre despierta, o aumentando en los otros la codicia nunca ahogada; supo retener entre sus manos algunos de los resortes del alma proletaria«. Y claro, le resultó fácil, en la circunstancia de un movimiento naciente, con liderazgos precarios, y organizaciones débilmente afirmadas.
Mirar adelante, en la circunstancia, exige entonces desplegar una alta batalla política. Ella pasa por crear sentimiento y conciencia de clase. Y por meter en la cabeza de la gente ideas, y no sólo distracciones.
Las diferencias de matices -que podrían separar a unos contingentes de la izquierda, de otros- no impiden concertaciones tácticas. La unidad no se construye en bases a diferencias, sino a partir de coincidencias. Cada quien marchará con su fe, pero todos deberán unirse en torno a una misma bandera.
Y la dirección del movimiento se asentará en la base, y no en las alturas. Y las concesiones estarán a la orden del día. Se abandonarán las suspicacias y los prejuicios, pero no los Principios. Ellos, serán el sustento de un pueblo en lucha.
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