El Emperador se está quedando desnudo. La UE, un proyecto de las elites económico-financieras (y en menor medida políticas) «europeas», que había progresado hasta ahora principalmente en el plano económico-monetario, se ve sometido a un creciente rechazo ciudadano. Su evolución neoliberal y tecnoburocrática, así como las incertidumbres que generan una Ampliación al Este y una […]
El Emperador se está quedando desnudo. La UE, un proyecto de las elites económico-financieras (y en menor medida políticas) «europeas», que había progresado hasta ahora principalmente en el plano económico-monetario, se ve sometido a un creciente rechazo ciudadano. Su evolución neoliberal y tecnoburocrática, así como las incertidumbres que generan una Ampliación al Este y una «globalización» que amenazan el modelo social «europeo», están disparando todas las alarmas.
En 1848 el fantasma que amenazaba a los poderes de entonces, afincados en el Estado-nación en consolidación, era (se decía) el del comunismo. Hoy en día, éstos intentan transcrecerse a escala «europea» para operar en el nuevo capitalismo global. Y la nueva «amenaza» era, hasta ahora, una creciente indiferencia y euroescepticismo ciudadano, que se está transformando rápidamente en un rechazo abierto al diseño del nuevo modelo contemplado en la Constitución Europea, necesario para operar en el mundo post-11-S.
Un ropaje mínimamente «democrático» con que se quería recubrir el nuevo devenir del «proyecto europeo», y que a duras penas ocultaba la profundización de su deriva neoliberal y la necesidad de construir una (compleja) «Europa» superpotencia, cada día más amplia y funcionando a distintas velocidades, desarro- llando la dimensión político-militar de la UE; esto es, securitaria en el interior e intervencionista en el exterior, para mejor defender los intereses del capital europeo (continental) a escala doméstica y mundial, y apuntalar al euro como divisa de reserva internacional.
Este rechazo ciudadano se ha expresado claramente cuando se le ha dado una mínima voz, viéndose reforzado y amplificado a su vez por los referendos francés y holandés, que han abierto una brecha de enormes proporciones entre la clase política y la sociedad civil. El proceso que se había montado para intentar legitimar el nuevo salto del «proyecto europeo» está derivando en una cocción a fuego lento destructiva, que conforme avanza precipita aún más a «Europa» en el vacío. No se sabe cómo frenar este deterioro en espiral.
Por otro lado, parar la ratificación y recurrir a planes B significa el construir «Europa» de una forma ya claramente autoritaria, probablemente a partir de un «núcleo duro» reducido, que significará un aún mayor rechazo social e incrementará las tensiones interestatales. El Emperador le queda poco para quedarse definitivamente desnudo. Pero no se ha ido quedando desnudo por casualidad. Durante años, sobre todo desde Maastricht, se han ido incrementando las actividades de denuncia y resistencia emancipadoras contra este «proyecto», aunque también las reaccionarias. Pero hoy en día múltiples voces liberadoras que propugnan la reforma en profundidad, la refundación o la deconstrucción de «Europa» están poco a poco convergiendo, no sin tensiones, a escala continental, para quitarle ya las últimas hojas de parra que todavía cubren las «vergüenzas» al único «proyecto europeo» realmente existente: el de la Europa fortaleza del capital y neoimperialista, cada día más insostenible ecológicamente, y con ciudadanos de «primera» y de «segunda» (los no comunitarios).
Esta dinámica de rechazo a la Constitución Europea a escala comunitaria tendrá una enorme trascendencia aquí, en el Estado español, pues se está dinamitando el mito (y el tabú) de «Europa», que hasta ahora atenazaba nuestra actividad crítica e impedía tener una mayor repercusión social. Un buen indicador de ello fueron los resultados del referéndum de febrero. Desde el gobierno se pudo vender (mediáticamente) como «victoria» (un 77% de «síes»), lo que no era sino un fracaso sin paliativos, debido al 58% de abstención, pero a pesar de todo se erosionó ya entonces la imagen hasta esa fecha en gran medida positiva (pero perdiendo brillo desde los ochenta) de «Europa».
Esta fe «europeísta» española habría que buscarla en la Historia y en la prosperidad económica que para muchos trajo la integración comunitaria (aunque con una precarización en ascenso para muchos otros y una exclusión social creciente), así como también en el maná de fondos provenientes hasta ahora de Bruselas, y prontos a acabar en el futuro.
El «no» francés y el «no» holandés han sido un verdadero aldabonazo, que ha zarandeado todas las conciencias y ha demostrado que el poder se sustenta sobre la nada. Contribuyamos a profundizar aquí un debate necesario sobre el futuro del «proyecto europeo», con el fin de incrementar las resistencias al mismo, y poder confluir con procesos similares que se están dando a escala comunitaria y en menor medida mundial, por el papel cada día más impactante y agresivo de la UE en las Periferias Sur y Este. Pongámonos pues a ello.
Ramón Fernández Durán es miembro de Ecologistas en Acción. Autor del libro «La compleja contrucción de la ‘Europa’ superpotencia», Editorial Virus