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Toma de posesión presidencial en Honduras

El espíritu de las leyes versus the Big Stick

Fuentes: Rebelión

Cuando se suscita una toma de posesión presidencial, lo normal es que el rito protocolario sea el simbolismo de una victoria que en un sistema de democracia representativa, privilegia el resultado de simple mayoría. Si ello ocurre, aunque el perdedor tenga cierta reticencia por no ser parte de la fiesta de flamear banderas y lanzar […]

Cuando se suscita una toma de posesión presidencial, lo normal es que el rito protocolario sea el simbolismo de una victoria que en un sistema de democracia representativa, privilegia el resultado de simple mayoría. Si ello ocurre, aunque el perdedor tenga cierta reticencia por no ser parte de la fiesta de flamear banderas y lanzar por los aires confetis y escarcha, lo normal es aceptar porque el momento de las vindicaciones vendrá más temprano que tarde. Este es el juego de las democracias representativas que se han confeccionado bajo la lógica del bipartidismo que reproduce las mismas formas de administrar un país. Empero cuando la correlación de las fuerzas políticas no responden al proyectado bipartidismo, es urgente recurrir a cualquier mecanismo, para frenar una nueva cosmovisión política que ponga en peligro la paz dulzona, que trae consigo la venta de la patria al mejor postor, el hambre y la miseria de los que no tienen ni fuerzas para protestar, y el juego geoeconómico en que empeñamos el futuro al proyecto de ajuste estructural de la economía, que desajusta las finanzas nacionales y las esclavizan al pago de una deuda eterna.

Cuando en una contienda electoral la duda asalta la inteligencia más elementa de los ciudadanos como sucedió en Honduras, el sistema de democracia representativa que ya de por si es una defraudación visceral, y un embuste para bobalicones, pues aunque bajo la ficción de la teorías contractualistas delegamos la voluntad general, y sobre todo una soberanía que nunca no es devuelta, hasta esta democracia formalista y de procedimiento sin ninguna incidencia en las formas de concebir el destino de la humanidad, se vuelve vulnerable.

Los niveles de abstención han sido resentidos en el pasado como inviables para el futuro de las democracias en el planeta, pero cuando la gente le apuesta a esta, y el sistema burla la voluntad popular, la democracia se vuelve una pantomima y una ópera bufa, pues el pueblo que es el que dota de legitimidad a esta cascara vacía de piedras, oficinas y decretos vagos llamada institucionalidad, deja de importar, y se defiende eufemísticamente, conceptos manidos como la gobernabilidad, como si estos actos hueros de decretos, acuerdos y órdenes administrativas fueran infalibles al margen de la delegación de la voluntad popular que en cualquier clase de democracia, funda los pactos sociales y la paz. Cuando ello ocurre, lo que se propicia es el reino de los delegados por sobre los delegatarios. La preeminencia de la soberanía del Estado por sobre la soberanía popular, la supremacía del poder constituido sobre el poder constituyente.

La violación sistemática de derechos humanos por el ejercicio de la protesta y manifestación social, y la instauración de los estados de sitios y la negativa a la auditoria interamericana hemisférica muestra como en todos los sistemas autoritarios, que cuando la legitimidad está ausente, la institucionalidad y las leyes son cimientos de arena y letras moribundas, y el sistema de tiranía que ha sido enjuiciado en su más profunda dimensión como creador de desigualdades y constructor de miseria, recurre a la violencia y a la muerte selectiva de ciudadanos, para persuadir y sembrar miedos, a quienes antes, presas de los adoctrinamientos, despertaron al mundo político por el apremio existencial que golpea sus vidas miserables, pensando ingenuamente que su voto y su voluntad tienen algún valor cuando las computadoras pueden decir que dos más dos son cuatro como la lógica universalmente aceptada de la aritmética, o que 1 más 1 es un millón, y esas nuevas matemáticas nos son impuestas por fusiles y muertes para convencernos que quien manda, manda y si se equivoca vuelve a disparar.

Las instituciones electorales oficiales pueden dar un ganador, eso ya se ha vuelto discrecional en Honduras, el gran problema constituye celebrar una victoria que no vive ni en la consciencia de los presuntos ganadores sino en la sonrisa cínica de los que se creen inteligentes para reírse de los ingenuos soñadores de un pueblo, que cree que tiene derechos cuando siempre se han utilizado estos como discursos huecos para fundar un pragmático sistema económico de mano de obra barata, de exiliados económicos que mientras más lejos estén alivian con sus remesas los números rojos de la economía que estos quiebran con total impunidad, mientras las comisiones son arrebatadas por los bancos de la muerte, de los fanáticos que llenan los estadios para mejorar las finanzas de los millonarios dueños de clubes deportivos que se ufanan de invertir, de los más débiles sujetos de limosna y de filantropías que embargan su orgullo en reproducciones televisivas para dejar sentado que para cada ser humano humillado, siempre hay ricos que tienen buen corazón, y que se programan para ser buenos en épocas de navidad y en compañas electorales; que los pobres sólo valen como masa multiplicada cuando se suman en millones sus tarifas impositivas en centavos y en lempiras, y es preciso para lavarle la cara a la mentira vender verdades por tarifas al margen inmoral de la sangre que corre, y de las mentiras que se imponen a fuerza de plomo.

Tomar posesión en Honduras, se vuelve para el Partido de la trampa, una usurpación de poder, como cuando no es tuya la tierra, pero que te metes a punta de fusiles porque la legalidad dejó de funcionar, y lo que opine el pueblo es una sandez, pues los pobres nunca han estado preparados para opinar, y es necesario recurrir al viejo sistema de castas, en que una vanguardia de hombres, deciden que le conviene al país. Con esa lógica, lo más elemental de la democracia representativa que funciona en sistemas de legitimidad formal se vuelve una utopía, y esa es prácticamente la lápida de las democracias formales.

Hoy, por temor a un 90% de la población hondureña se barajan los lugares donde se llevará a cabo la toma de posesión de Partido que ganó por asalto de fusil. No hay que hacer tanto circo, si es de amplio conocimiento que el poder público se embarga y se emborracha en sesiones privadas de alcobas, y en pactos de misas grises donde el idioma elegido es el esperanto, y la jerga defraudatoria escapa a los oídos incautos del pueblo. Váyanse a la luna y celebren su mentira donde más les plazca, porque el que siempre miente ya nunca engaña más, porque el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando en el futuro intente decir una media verdad.

La toma de posesión presidencial será un hecho, y el presidente electo por virtud del cinismo más evidente, arrojará a un primer ciudadano que tendrá la inédita virtud de tener la precaución de cuidarse del pueblo, y ponerse un dispositivo antibalas en todo su cuerpo, porque está prohibida la cercanía del pueblo. La cercanía del pueblo puede provocar recuperar los recursos naturales que los presidentes blindados han regalado al mercado, y eso es peligroso para el sistema. La cercanía con el pueblo puede producir un nacionalismo auténtico, y la lógica es fragmentar la idea anquilosada de patria. Caminar junto al pueblo pudiera provocar la dignidad, y esa cualidad no está presupuestada porque el proceso sólo funciona si esta desaparece poco a poco hasta perderse en la efemérides como parte de lo imposible. Ser electo por la voluntad del pueblo implica un compromiso con el mismo pueblo, y esto no funciona cuando el Programa-País se orienta por la imposición vertical de proyectos e inversiones al margen de los intereses del mismo pueblo, y nadie tendrá que reclamar porque el elegido obedece a reconocimientos de gobiernos que no tienen en su agenda a los pueblos sino a la geopolítica, a hacer multiplicar el rubor de las balas, y menos el milagro de los peces y el pan.

Los pueblos son prescindibles y Rousseau y Montesquieu pueden dormir tranquilos su siesta eterna sabiendo que su ficción imaginaria nunca ha dejado de ser eso. La Constitución Política de Honduras puede conformarse con sus artículos cargados de hormigueros constitucionales, con sus proclamas líricas más proclives al romanticismo humanista, con sus declaraciones que se pierden en el rubor de los vientos estivales como cuando las respuestas flotan en el aire de los sofismos, porque hoy por hoy, los cavernícolas no han pasado de la era del garrote, y se han quedado varados para civilización del respeto a la alteridad y del espíritu de las leyes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.