El euro es parte de la vida cotidiana de 329 millones de europeos. Desde su adopción el día de Año Nuevo de 2002 la moneda única permite viajar por una zona de 16 países que abarca desde Chipre hasta Irlanda sin cambiar el dinero que se lleva en el bolsillo o la cartera.
Parece un sueño para turistas. Pero la crisis económica que atraviesa Grecia exhibe la otra cara del experimento europeo de unión monetaria. Para garantizar la «estabilidad» de la moneda, los gobiernos participantes acordaron normas que estipulan que los déficits de sus presupuestos estatales no deben superar más de tres por ciento del producto interno bruto (PIB).
Grecia reconoció que su déficit asciende a 12,7 por ciento del PIB y se comprometió a bajarlo a 2,8 por ciento para 2012. Entre las medidas previstas para lograr una reducción tan drástica el gobierno recortará los sueldos de los empleados públicos y el gasto en educación y subirá la edad de jubilación.
Algunos observadores no perdieron de vista la paradoja de que estas medidas perjudicarán a los griegos de bajos ingresos mucho más que a los políticos y a la elite empresarial a quienes, en general, se atribuyen las causas de la crisis.
Costas Douzinas, profesor de derecho del Birkbeck College de Londres, dice que los asuntos económicos de la eurozona se están gestionando «en base a una especie de teoría de curandero». «No es Grecia la que sufre, sino el pueblo trabajador griego, la gente que siempre es el último orejón del tarro», dijo a IPS.
«Si se quiere una reducción del déficit, lo primero que hay que hacer es no golpear a los sectores más vulnerables de la sociedad, a los empleados públicos mal remunerados y a la clase obrera. Se debe golpear a los grandes capitales, a los que lucraron con la organización neoliberal extrema de los mercados», opinó.
La idea de una moneda única fue concebida en su origen por cinco empresas dedicadas a la venta de automóviles (Fiat), petróleo (Total), productos químicos (Solvay), electrónicos (Philips) y farmacéuticos (Rhône-Poulenc). En 1987 formaron la Asociación por la Unión Monetaria de Europa (AMUE, por sus siglas en inglés) con el argumento de que la diversidad de monedas utilizadas por los países europeos les impedía competir con Japón o Estados Unidos.
Desde su fundación, la agrupación decidió excluir a los sindicatos y otras organizaciones de interés público de su membresía. Etienne Davignon, el presidente de la AMUE, sostuvo que la moneda única «sólo puede ser eficaz si es propuesta por quienes están a favor sin la necesidad de transar entre ellos».
Para David Boyle, del estadounidense New Economics Institute, una organización que desafía el pensamiento convencional sobre la gestión financiera, aunque se necesitan «grandes monedas de referencia», es erróneo creer que el euro y sus tasas de interés comunes pueden beneficiar por igual a todas las zonas donde se utilicen.
«Las tasas de interés no convienen a todos los países de la Unión Europea al mismo tiempo», dijo. «¿Cómo podrían? En épocas de dificultades, una moneda única beneficiará a aquellos en el centro de Europa – quizás a París y Frankfurt – pero dañará a las zonas periféricas. Las monedas únicas son instrumentos contundentes y tenderán a aumentar la pobreza en los márgenes», afirmó.
A diferencia del dólar o el yen, el euro fue incorporado mientras los países participantes aplicaban políticas considerablemente diversas sobre otras cuestiones económicas fundamentales. Los esfuerzos de Francia, por ejemplo, por adoptar un régimen impositivo común fueron resistidos por otros miembros de la eurozona, como Irlanda, que teme que la suba de impuestos a las empresas desincentive la inversión extranjera.
Roland Kulke, investigador de la Fundación Rosa Luxemburgo, un centro de investigación de izquierda alemán, señaló que la crisis económica en Grecia dejó al descubierto las fallas intrínsecas del diseño del euro. «No se puede tener una moneda en común sin que al menos haya cierto tipo de coordinación sobre políticas presupuestarias y financieras», aseguró.
El euro, aunado a la ausencia de suba real en los salarios en un lapso de dos décadas, permitió a Alemania convertirse en un exportador líder, agregó Kulke. Países más periféricos, como Grecia, por otra parte, no han podido devaluar sus monedas para vender sus bienes al exterior a precios competitivos. Uno de los aspectos más turbios de la crisis griega es que las transacciones poco transparentes de las firmas de Wall Street parecerían haber contribuido significativamente con ella.
Es sabido que Goldman Sachs y otros destacados bancos de inversión enviaron delegaciones de alto nivel a Atenas, lo cual alimentó la versión de que esas empresas estaban apostando contra el euro y ayudaron a falsear el panorama económico real del país mediante el uso de complejos instrumentos financieros que ocultaron la verdadera naturaleza de la deuda griega.
Susan George, destacada integrante de la Asociación por una Tasa sobre las Transacciones especulativas para Ayuda a los Ciudadanos (Attac), con sede en Francia, reclamó al Banco Central Europeo (BCE) y a otras instituciones de la eurozona que consideren gravar las transacciones de alto riesgo.
«Un impuesto internacional sobre la moneda ayudaría a frenar la especulación contra el euro», dijo. «Pero lamentablemente, no creo que el BCE vaya a proceder en ese sentido», añadió George.