Aparentemente, todo como de costumbre: banderas sindicales, transparencias, tambores, huelgas puntuales localmente limitadas y la esperanza de un compromiso soportable. Pero lo que funcionó una vez más con los metalúrgicos gracias a la actual alza exportadora, es desde hace mucho nostalgia en otros sitios, no sólo en Telekom. A la «borrachera alcista» (Die Zeit), y […]
Aparentemente, todo como de costumbre: banderas sindicales, transparencias, tambores, huelgas puntuales localmente limitadas y la esperanza de un compromiso soportable. Pero lo que funcionó una vez más con los metalúrgicos gracias a la actual alza exportadora, es desde hace mucho nostalgia en otros sitios, no sólo en Telekom. A la «borrachera alcista» (Die Zeit), y a la vista de la lábil coyuntura mundial, puede seguir en cualquier momento la gran resaca. Y ya con total independencia del actual boom exportador, en muchas ramas prosigue, ininterrumpido, el desmonte social. El intento sin precedentes de Telekom de trasladar las empresas hermanas a 50.000 de sus empleados, con recortes salariales drásticos y no menos drástico aumento de la jornada laboral, marca un punto de inflexión cualitativo en el proceso en curso de ruptura del compromiso social de postguerra.
Un triunfo de esos ataques sería una señal con efectos sobre el conjunto de la sociedad. Las corporaciones empresariales están ya en línea de salida para imponer medidas oportunas de ese calibre. La tendencia principal no es la que dejaría adivinar el relativo éxito, muy coyuntural, de los metalúrgicos, sino la externalización de la producción, los bajos salarios y la prolongación de la jornada laboral. Que ni siquiera lo que otrora se consideraba personal básico de la empresa queda excluido de eso, se ha visto ya en VW y en Siemens. El nacional-corporativismo económico de gestión empresarial, política y sindicatos se está deshaciendo aceleradamente. La privatización forzada de las infraestructuras públicas en los últimos 15 años ha contribuido también. Consecuencia: un empeoramiento y una caotización de los servicios; lo que no es de sorprender en el caso de Telekom, habida cuenta de las no menos de 17 reestructuraciones a que ha sido sometida y de la reducción a la mitad de su plantilla. «Vuestro servicio es inútil, pero al menos tenéis uno», espetó un frustrado cliente.
Pero precisamente: no se trata ya tanto del contenido objetivo, cuanto de las ventajas de la economía de la burbuja financiera resultante de las limitaciones en la valorización del capital productivo. En el caso de Telekom, es el inversor financiero Blackstone quien programa sin demasiadas mediaciones las actividades del jefe de la corporación, Obermann. Resulta irónico que ahora también los sindicatos se hayan limitado a reaccionar a la alteración de relaciones con una retrospectiva orientación nacional-keynesiana y con retórica ideológica de «saltamontes» contra el «capital codicioso», en vez de ponerse a la altura del capitalismo en crisis globalizado. En el caso de Telekom, el despido galopante de personal fue acompañado y sostenido mediante estructuras de compromiso con el «contrato social», lo que incluyó una prevista moderación de los salarios alcistas. Ahora se han acabado todos los viejos rituales. No se trata ya de detalles negociables, sino de la existencia; tanto de los empleados, como del sindicato. Un inconveniente es el anterior estatus de funcionarios de muchos empleados, que no les permite ir a la huelga.
Mas la disposición a la lucha es grande. Con todo, se plantea la cuestión de si [el sindicato] Verdi [de transportes y servicios] tendrá valor para aguantar el previsible griterío de los medios de comunicación y de la política establecida y paralizar efectivamente, y en serio, las arterias de comunicación del país; con terminantes consecuencias para los bancos, para los consorcios empresariales, y tal vez para la cumbre del G-8. Para eso necesitará algo más que mera solidaridad pasiva. La prensa económica no lo cree posible; los expertos de costumbre esperan sólo pequeñas perturbaciones. Obermann, inseguro, anuncia ya la venta de las partes conflictivas de la empresa. Pero si la confrontación terminara con una capitulación apenas disimulada, los diques protectores del sector de la comunicación se verían seriamente amenazados. Los sindicatos se desangrarían mucho más rápidamente de lo visto hasta ahora, porque ya nadie creería en su capacidad de intervención. Esta huelga no es una negociación colectiva habitual, sino todo un augurio de estructuras sociales venideras.
Robert Kurz es un conocido teórico social alemán, que escribe regularmente en el semanario de izquierda Freitag.
Traducción para www.sinpermiso.info : Amaranta Süss
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