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Cómo Washington e Israel empujan a Grecia y Turquía al borde del abismo

El huevo de la serpiente de una guerra anunciada

Fuentes: Rebelión

El 31 de julio de 2025, mientras el mundo miraba hacia Ucrania y Taiwán, un artículo de opinión en el diario Israel Hayom —órgano de propaganda de la extrema derecha israelí— deslizó una idea que no era ni casual ni inocente: una operación militar conjunta entre Israel, Grecia y la República de Chipre para invadir el norte de Chipre, bajo el nombre en clave Orgí tou Poseidóna (“Ira de Poseidón”).El autor, Sai Gal, ex alto mando de la industria militar israelí (Israel Aerospace Industries), no escribe desde el desinterés. Su texto, que describe con detalles técnicos cómo atacar bases turcas en el aeropuerto de Lefkoniko —incluyendo drones, sistemas SIGINT y supuestas células terroristas—, no es una fantasía de escritorio. Es un mensaje político-militar, orquestado desde Washington, ejecutado por Tel Aviv, y recibido con estupor y furia en Ankara.Mientras el Mediterráneo oriental arde en silencio, un conflicto mayor se fragua a las sombras del aparente equilibrio diplomático: Grecia y Turquía, dos miembros estratégicos de la OTAN, se aproximan peligrosamente a un enfrentamiento armado que amenaza con incendiar la región. Pero detrás de los discursos oficiales de contención, se oculta una maquinaria de intervención silenciosa en la que Estados Unidos e Israel juegan un papel clave: no como pacificadores, sino como instigadores de una nueva confrontación geopolítica.

El guante de seda con mano de hierro

Desde 2020, el eje Washington-Israel-Atenas-Nicosia se ha fortalecido con acuerdos de defensa, ejercicios navales conjuntos y ventas masivas de armamento. EE.UU. ha desplegado buques de guerra en Souda y ha modernizado bases en Creta. Israel, por su parte, ha convertido el puerto de Haifa en un nodo logístico nuclear-capaz para ataques en Irán y Siria. Grecia y Chipre, seducidas por la protección y los dólares, han dejado de ser estados neutrales para convertirse en plataformas avanzadas de la OTAN.Pero este acercamiento no es gratuito. Washington necesita un conflicto controlado en el Mediterráneo oriental para justificar la presencia militar permanente, desestabilizar a Turquía —cada vez más cercana a Rusia y China— y bloquear la expansión turca en Libia y Siria. Israel, por su parte, busca neutralizar la influencia turca en Gaza y Líbano, y garantizar el gas del Leviatán sin competidores regionales.

El plan: provocar, negar, invadir

El artículo de Israel Hayom no es un desliz. Es la fase psicológica de una operación. Primero, se planta la semilla: “Turquía es una amenaza”. Luego, se construye la narrativa: “Chipre del Norte es una base terrorista”. Finalmente, se ofrece la solución: “intervención preventiva”. Este es el mismo guión que EE.UU. usó en Irak (2003), Libia (2011) y Ucrania (2014).La diferencia es que aquí el blanco no es un país débil. Turquía es una potencia regional con el segundo ejército de la OTAN, armas nucleares compartidas y una población de 85 millones. Una intervención en Chipre del Norte —reconocida solo por Ankara— sería un casus belli directo, arrastrando a Grecia a una guerra que no puede ganar sin apoyo aéreo israelí y naval estadounidense.Las tensiones entre Grecia y Turquía no son nuevas. Desde Chipre hasta el Egeo, los desacuerdos territoriales, la militarización de las islas y la competencia por recursos energéticos subterráneos han sido temas candentes desde hace décadas. Sin embargo, el actual deterioro de las relaciones no puede explicarse sólo como una rivalidad bilateral: se trata de un conflicto alimentado por intereses externos, principalmente por Washington, que ha convertido el Egeo en un tablero de presión militar contra Rusia e Irán, y por Israel, que ha tejido una red de alianzas para cercar a sus adversarios árabes y turcos.

Grecia: ¿cómplice voluntaria o rehén?

El gobierno de Kyriakos Mitsotakis ha optado por el silencio oficial, pero su inacción habla por sí sola. No condenar la propuesta israelí es aceptarla. Mientras tanto, el ministro de Defensa griego, Nikos Dendias, ha aumentado la compra de drones israelíes y ha autorizado maniobras conjuntas con F-35 estadounidenses en el Egeo.La izquierda griega y los movimientos pacifistas denuncian que Atenas está siendo usada como carne de cañón en un juego de poder. “No queremos ser el Ucrania del Mediterráneo”, gritan en las calles de Salónica. Pero los medios, financiados por grupos de presión pro-Israel, silencian las protestas.

El establecimiento de múltiples bases militares estadounidenses en suelo griego —desde Alexandroupolis hasta Creta— bajo el pretexto de seguridad regional ha transformado a Grecia en una cabeza de puente de la OTAN y del Pentágono en el sudeste europeo. Este despliegue ha sido celebrado por ciertos sectores del aparato estatal griego como una garantía de protección, pero en realidad constituye una provocación directa a Turquía, que ve cómo su vecino se convierte en un enclave hostil al servicio de los intereses norteamericanos.

Con cada nueva operación como «La Ira de Poseidón», el mensaje es claro: Grecia ya no actúa solo por sus propios intereses defensivos, sino como una extensión estratégica de Estados Unidos, en un juego que ya se asemeja a una reedición de la Guerra Fría en clave regiona

El tablero de ajedrez: ¿Quién gana?

  • EE.UU. gana: más bases, más ventas de armas, más control sobre rutas de gas.
  • Israel gana: elimina a Turquía como rival regional y asegura su hegemonía energética.
  • Grecia pierde: atrapada entre la OTAN y su vecino histórico, con una economía quebrada.
  • Turquía pierde: o se somete, o se aísla, o responde con fuerza.

Y en medio, los chipriotas, griegos y turcos, que llevan 50 años de división, verán su isla convertida en campo de batalla de terceros.

La cooperación militar entre Israel y Grecia, fortalecida en los últimos años, debe leerse como parte del mismo esquema de intervención. Tel Aviv, cada vez más aislado internacionalmente por sus acciones en Palestina y Líbano, ha encontrado en Grecia y Chipre aliados valiosos para reforzar su influencia en el Mediterráneo. A través de ejercicios conjuntos, acuerdos de defensa y participación en proyectos energéticos (como el ya moribundo gasoducto EastMed), Israel no solo fortalece su poder naval, sino que contribuye a enrarecer aún más las relaciones entre Ankara y Atenas.

Israel, enemigo declarado de Erdogan y su política neo-otomana, ha apostado por exacerbar la polarización en la región para consolidar su supremacía militar. Su presencia, celebrada por ciertos círculos políticos griegos como un contrapeso necesario, es en realidad un elemento más de desestabilización que pone en riesgo la ya frágil arquitectura regional.La lógica del imperio.

La creciente tensión entre Grecia y Turquía no es el resultado natural de diferencias históricas irreconciliables. Es el producto de una política exterior norteamericana que convierte a sus «aliados» en peones de una guerra por delegación, y de una estrategia israelí que exporta inestabilidad para garantizar su seguridad doméstica. La tragedia es que ambos países, pueblos hermanos por historia y geografía, están siendo arrastrados hacia un conflicto que no les pertenece, pero que puede destruirlos.

Una guerra greco-turca sería devastadora no solo para ellos, sino para todo el Mediterráneo y para la estabilidad de Europa. Pero quizás eso es precisamente lo que ciertos intereses buscan: una nueva guerra periférica para consolidar hegemonías centrales.Washington no busca la paz. Busca control. Y para ello, necesita enemigos. Turquía, una vez aliado leal, hoy se alinea con Moscú y Pekín. Grecia, una vez neutral, hoy se alinea con Tel Aviv y Langley. El resultado: dos pueblos hermanos, arrastrados a una guerra que ninguno quiere, mientras los verdaderos actores —EE.UU. e Israel— observan desde lejos, contando muertos y contratos.No es Ira de Poseidón. Es la ira del imperio.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.