Por si se necesitaba una prueba definitiva de que el proyecto del Nuevo Laborismo ha muerto, la decisión de Rupert Murdoch de abandonar a su suerte a Gordon Brown retirándole su apoyo desde el periódico The Sun -y en el momento más humillante: el día de su discurso ante la conferencia anual laborista- ha venido […]
Por si se necesitaba una prueba definitiva de que el proyecto del Nuevo Laborismo ha muerto, la decisión de Rupert Murdoch de abandonar a su suerte a Gordon Brown retirándole su apoyo desde el periódico The Sun -y en el momento más humillante: el día de su discurso ante la conferencia anual laborista- ha venido a proporcionarla. El espaldarazo del diario británico más vendido a Tony Blair en las elecciones de 1997 fue la coronación de la estrategia del partido para neutralizar a una prensa hostil que no había dejado de cebarse con los anteriores dirigentes del Partido Laborista. Pero fue también una demostración calculada de que el apaciguamiento del músculo granempresarial y del populismo derechista estaría en el centro de la política del Nuevo Laborismo.
El precio de ese espaldarazo, y la relación de poder que traía consigo, se reveló brutalmente cuando Blair fue traído en avión por Murdoch en 1995 desde la otra parte del mundo para que rindiera pleitesía en la Conferencia de directivos de la New Corporation -la empresa del oligarca de los medios de comunicación- celebrada en la Isla Hayman, en la Gran Barrera coralífera australiana.(1) Ahora, el Nuevo Laborismo ha dejado de ser útil, y el billonario australo-norteamericano ha pasado a patrocinar a David Cameron, confiado en una victoria conservadora.
Reflejo del arrogante e incontrolable poder que pasa por libertad de los medios de comunicación en Gran Bretaña, el simbolismo de esta nueva imposición de manos resulta inconfundible. Pero en lo atinente a su posible impacto en las próximas elecciones generales, no debería exagerarse su importancia. La prensa sensacionalista británica puede, desde luego, presentar como monstruos a los dirigentes políticos, así como fijar la agenda de las cadenas televisivas, incluida la BBC [de titularidad pública]. Pero resulta harto más discutible la capacidad de los tabloides, incluso en sus días más gloriosos, para lograr -como otros sistemas mafiosos de protección de los triunfadores- la decantación del sufragio en los procesos electorales.
En un mundo mucho más fragmentado mediáticamente, el puño férreo de los tabloides sensacionalistas se está debilitando. El apoyo de The Sun al laborismo hace mucho que dejó de ser algo más que nominal, y raramente se extendió a sus políticas más populares, como el salario mínimo (a diferencia de su compromiso más catastrófico y electoralmente menos rentable: la guerra de Iraq). La defección del Sun podría ahora llegar a ser una liberación para los políticos laboristas, que, de otro modo, tendrían que perder meses buscando infértilmente complacer a la prensa de Murdoch con concesiones contraproducentes.
En cambio, ahora tienen la oportunidad de apelar directamente a sus electores, no a los propietarios de los medios de comunicación. Esta semana hemos visto indicios en Brighton de que, una década después, los dirigentes laboristas cambian finalmente de orientación, suscribiendo un rimero de reivindicaciones sociales y democráticas cada vez más reconocibles. Desde el compromiso con las guarderías públicas gratuitas para niños a partir de dos años y el plan para un servicio incondicional de atención doméstica para los ancianos, hasta una corporación nacional de inversión pública y medidas legislativas para restringir las bonificaciones de los banqueros, se empiezan a trazar las líneas políticas de un modo tal, que deberían poner a David Cameron a la defensiva, y aun podrían dar lugar a una verdadera disputa política.
El ataque de Brown al modelo económico neoliberal que él mismo tan desastrosamente abrazó, su lanzada contra el «fundamentalismo derechista que dice que tenemos que dejarlo todo en manos del mercado», ha sido lo más claro hasta ahora. Hubo, ni que decir tiene, fintas y retórica para la galería, incluido el amago de trocar en castigo el sostén público para las madres adolescentes. Pero en la última velada del programa Sky TV YouGov opinion poll mostró que los laboristas han logrado reducir a la mitad la ventaja de los conservadores desde el viernes pasado, lo que va mucho más allá del impacto normal de una Conferencia laborista. Incluso las bases laboristas parecieron despertar, votando masivamente a favor de abrir el impenetrable foro laborista de toma de decisiones al sufragio un miembro / un voto.
El grueso de los asistentes a la Conferencia anual laborista partía del supuesto de que esta conversión de moribundo al sentido común llegaba demasiado tarde para rescatar a un gobierno que perdió hace tiempo todo crédito político. Y muchos creían que el gobierno trastabilla como consecuencia de sus pasos pasados, que ha fracasado en punto a dar un claro sentido a las duras lecciones aprendidas -desde Iraq hasta la desregulación bancaria-, y que tiene un líder que a duras penas consigue comunicar el cambio que no deja de proclamar.
Una explicación comúnmente dada por los laboristas para las dificultades experimentadas por su partido es la duradera acción de gobierno y el hecho de hallarse en medio de la peor recesión desde los años 30 (el propio Brown farfulló algo al respecto estas últimas semanas). Pero dos elecciones europeas el pasado fin de semana se encargaron de probar que estar en cargos de gobierno en medio de esta recesión no es necesariamente un obstáculo para la supervivencia política: la Unión demócrata-cristiana de Angela Merkel ganó las elecciones en Alemania, aun con un porcentaje menor de votos, y el Partido Socialista las ganó en Portugal, perdiendo la mayoría absoluta, pero manteniéndose como el primer partido nacional.
En cambio, la socialdemocracia alemana fue implacablemente castigada por su reciente gran coalición con la derecha y por su anterior política de reformas «flexibilizadoras» del mercado laboral: obtuvo su peor resultado de los últimos 60 años. En ambos países, los partidos netamente de izquierda cosecharon substanciosas ganancias: en Portugal los partidos comunistas e izquierdistas pasaron de un 14% a un 18%; en Alemania, el Partido de la Izquierda pulverizó su anterior marca del 9%, logrando más de un 12%, y los verdes pasaron de un 8% a un 11%, aunque el proempresarial partido liberal (FDP) incrementó también su voto. El tema común, y que se refleja por doquiera -también en Gran Bretaña-, es la creciente polarización política y la fuga de sufragios de los partidos socialdemócratas a causa de la sumisión de éstos al neoliberalismo y a la consiguiente deserción de sus tradicionales votantes.
La pregunta más repetida ahora es por qué no se ha beneficiado más la izquierda, particularmente en Europa, de la mayor crisis capitalista de los últimos 80 años. Lo cierto es que los desplomes rara vez han generado giros políticos de izquierda inmediatos: si acaso, todo lo contrario, en la medida en que el desempleo y la inseguridad alimentan el miedo y debilitan la confianza en la acción colectiva. Tal fue el caso en la Europa de los años 30 en la que gobiernos de Frente Popular sólo consiguieron llegar al poder en Francia y en España cerca de siete años después del crash de Wall Street. Incluso los Estados Unidos -que se sustrajeron a esa tendencia el año pasado y a comienzos de los 30- no se movieron hacia la izquierda hasta tres años después de 1929.
Lo que ha ocurrido en todo el mundo es que se ha hundido la confianza en la economía de libre mercado. Lo que debería abrir las puertas a políticas más progresistas, pero no inmediatamente, no automáticamente.
En Gran Bretaña, a pesar de que los conservadores lleven la delantera en las encuestas, no hay pruebas de que la opinión pública haya experimentado el menor desplazamiento hacia la derecha. Si el Partido Laborista resulta derrotado el próximo año, no será a causa de los lentos y cautelosos movimientos que finalmente y a resultas de la crisis está dando en un sentido democrático y social. Será porque no dio muchos de esos pasos en los últimos 11 años, prefiriendo el pacto fáustico del Nuevo Laborismo con los Murdochs del mundo financiero y granempresarial.
NOTA T.: (1) En esa Conferencia, Murdoch soltó sutilezas de chabacanería solo igualable por Berlusconi: «Si hay que creer a la prensa británica, lo que tenemos hoy es un flirteo Blair-Murdoch en toda regla. Y si ese flirteo llega algún día a consumarse, Tony, yo sospecho que terminaremos haciendo el amor como los puercoespines: con muchísimo cuidado.»
Semas Milne es un analista político británico que escribe en el diario de The Guardian.
Traducción para www.sinpermiso.info : Casiopea Altisench