El resultado de las elecciones del pasado cinco de mayo le fue favorable a Tony Blair en Gran Bretaña, pese a sus demostrados embustes sobre las armas de destrucción masiva para justificar su intervención en Irak. Pero esta vez la victoria no se produjo con una avalancha de votos, como fue en los comicios de […]
El resultado de las elecciones del pasado cinco de mayo le fue favorable a Tony Blair en Gran Bretaña, pese a sus demostrados embustes sobre las armas de destrucción masiva para justificar su intervención en Irak. Pero esta vez la victoria no se produjo con una avalancha de votos, como fue en los comicios de 1997 y 2001; ahora su ventaja en el Parlamento se vio reducida de 160 votos a sólo 66. Por ello Blair declaró que éste sería su último período en el gobierno. Su inhábil contendiente, Michael Howard, manifestó que renunciará como dirigente de los conservadores.
Las expectativas están puestas en Gordon Brown, el actual ministro de hacienda (Chancellor of the Exchequer), a quien Blair prepara para sucederlo, y en el próximo líder de los Tories, quien quiera que pueda ser. Sobre ellos recaerá la tensión política de los próximos años. Brown es el responsable de algunos incrementos en el consumo que han producido una transitoria y artificial euforia en la economía al costo de un endeudamiento del 2.9% del presupuesto nacional.
Blair ha sido el hombre que liquidó el viejo laborismo. El laborismo de nuevo estilo abolió las aproximaciones al socialismo radical, que nunca fueron extremas, y se acercó más a la social democracia. El movimiento fabiano, animado por Bernard Shaw y H.G. Wells, no estaba vinculado al pensamiento marxista. Con un radicalismo decimonónico definía al socialismo como una Arcadia de justicia y felicidad donde sindicatos y cooperativas operarían el milagro del paraíso en la tierra. Un mundo higiénico con vacaciones para todos y salarios bien administrados sería la antesala de la sociedad perfecta. Pero la vida les demostró que los propósitos no estaban a la altura de las realizaciones.
El Partido Laborista nació de la necesidad de algunos sindicatos de tener representación en el Parlamento. Ese pragmatismo los condujo a dominar una fracción de cincuenta y tres diputados, comenzando este siglo, liderados por Ramsay McDonald, quien llegó después a ser Primer Ministro.
Tony Blair ha repudiado la imagen de los viejos mineros, con los zapatos rotos, entrando en la Cámara de los Comunes. El suyo es un laborismo de tecnócratas y modernos empresarios que ha sucedido al gobierno de la obsesiva Dama de Hierro, la dura Margaret Thatcher, quien con sus privatizaciones y la Guerra de las Malvinas, alcanzó un siniestro sitio en la historia británica contemporánea. La Thatcher entró al gobierno por una recesión y salió de él, por otra. Malgastó los cuantiosos recursos proporcionados por el petróleo del Mar del Norte y aplastó el movimiento obrero.
Blair ha enfrentado desafíos como la descentralización que ha permitido al país de Gales y a Escocia disponer de sus propias asambleas legislativas, así como la denegación de los derechos hereditarios de los Lores. Fueron pequeñas revoluciones en un país que ha vivido apegado a sus tradiciones,
Pese a la avalancha de votos que lo encumbró y lo reeligió, Blair ha decepcionado a las grandes masas en su segunda etapa. El mal de las vacas locas y la epidemia de fiebre aftosa han sido letales para la industria agropecuaria británica. El desplome del otrora ejemplar sistema nacional de salud ha provocado que cientos de miles de enfermos aguarden desesperadamente una asistencia que nunca les llega.
Blair también ha jugado a la politología. Junto a Gerhard Schröeder firmó un documento llamado «La tercera vía». Según los apóstoles de esa doctrina, al terminar el socialismo estilo soviético y el campo socialista, así como los imperios coloniales, africano y asiático, se ha producido una mayor nivelación social que evita las confrontaciones. Por una parte Blair apoyó verbalmente la justicia social, de la otra mantuvo su adhesión a los principios desiguales, injustos, despilfarradores y socialmente inviables del libre mercado
El peor de los vicios de Blair fue su sometimiento incondicional, su rastrero entreguismo, su capitulación sumisa al gatillo alegre de la pandilla irresponsable de la Casa Blanca. Igual que Bush el pueblo británico lo reeligió, pero en su caso le impidió disponer de un parlamento aliado y lo dejó enfrentado a una oposición fortalecida que le impedirá una legislatura conveniente a sus aspiraciones.
Tony Blair es un claro ejemplo de un apóstata y renegado que ha servido, con la guerra de Irak, las ambiciones energéticas de las corporaciones petroleras. El laborismo británico está necesitado de un renacimiento que lo extraiga del descrédito, la sumisión y la deshonra política.