No es serio reducir la cuestión de la ley electoral a la sólita riña entre notables. Qualesquiera que sean los límites de la democracia representativa, considerar el problema como inexistente es una frivolidad que no nos podemos permitir. El sistema electoral «a la francesa» a que se inclina Walter Veltroni es el de peores perfiles. […]
No es serio reducir la cuestión de la ley electoral a la sólita riña entre notables. Qualesquiera que sean los límites de la democracia representativa, considerar el problema como inexistente es una frivolidad que no nos podemos permitir.
El sistema electoral «a la francesa» a que se inclina Walter Veltroni es el de peores perfiles. Un presidencialismo seco, genuina y propiamente monárquico, sin siquiera una adecuada información a los electores: Nicolas Sarkozy, elegido por su partido en el curso de dos sesiones en un 2007 ya muy avanzado, era presidente de la República cuatro meses después. Peor que en EEUU.
En el sistema estadounidense, como en el francés, el objetivo es reducir todo lo que se pueda la complejidad de las expresiones políticas en una sociedad compleja. Cosa que, en EEUU, se corrige muy parcialmente con una división de los poderes; en Francia, harto menos. Y no pienso en aquella elemental división que tendría que darse entre presidencia, gobierno y parlamento; ya era poca cosa, tras la Constitución de De Gaulle de 1958, y ahora será todavía menos, dado que, según la comisión nombrada por Sarkozy, si hasta ahora correspondía al presidente y al gobierno decidir la línea de la República, de ahora en más eso corresponderá en exclusiva al presidente.
Cualquier sistema presidencial parece hecho para dar voz, dondequiera, a los arrebatos menos meditados, más manipulados, de las respectivas poblaciones: ¡vota a un rey! ¡Fíate de él! El buen pueblo americano ha votado en masa a favor de la reelección de George W. Bush porque había hecho y seguía haciendo la guerra. El buen pueblo francés ha votado, también él masivamente, a Nicolas Sarkozy, porque se proclamaba fautor del orden y de la consigna «enriqueceos» en salsa parisina. A todo eso, los ciudadanos de los EEUU están arrepentidos de haber votado por Bush, y los sondeos franceses le dan a Sarkozy una vistosa colleja a menos de seis meses de distancia de haberlo entronizado.
Mueve a reflexión sobre el espesor de un sistema democrático, exportable hasta con la guerra, en el que se vota a topa tolondro, pagando luego precios altísimos. Porque, con todo y con eso, Bush se presentó por lo que era, Sarkozy no mintió sobre sus intenciones: quería poner orden, y ha aumentado la policía y está reduciendo los poderes y los medios de la magistratura; quería defender la «francesidad», y trata de expulsar 25.000 inmigrantes al año, obligando a quien quiera reunificación familiar a someterse a pruebas de ADN.
Quería hacer «trabajar más para ganar más», y está liquidando lo que quedaba de las 35 horas, y ha hecho ya aprobar horas extraordinarias sin contribución social. Había anunciado la discontinuidad, y ha elogiado los beneficios del colonialismo y ha alineado a Francia con la política exterior del Pentágono. De paso, se ha incrementado la indemnización presidencial en un 140%. Esas cosas, huelga decirlo, a Veltroni le traen sin cuidado
El presidencialismo complace al ya persuadido, como al «Alcalde de Italia» y a quien era hasta hace poco su mayor adversario político, que en el gobierno es mejor estar sólo, sin las molestias de una oposición capaz de contar aunque sea un poco. Y sin tener entre los pies una pequeña minoría de izquierda alternativa. La apelación al sistema francés es elocuente: lo que se propone es la destrucción de todos los contendientes, salvo dos. Y decir dos ya es decir mucho, porque en EEUU, como en Francia, es difícil que quien llega en segunda posición siga siendo visible: ¿quién se acuerda de Kerry? ¿Y en qué sigue contando hoy Ségolène Royal, que logró en las presidenciales un 47% del sufragio? No es que el sufragio proporcional «a la española» sea mucho mejor, pero al menos no liquida del todo. Lleva, en verdad, razón Sartori: cualquier demócrata debería plantarse a voz en grito ante cualquier premio mayoritarista. Queda la necesidad, para quien no sea uno de los dos grandes partidos admitidos por el bipolarismo, de existir. También en el plano institucional. Porque, fuera de él, se dan grupos de opinión, movimientos, islas de solidaridad, tal vez revueltas. Al menos en este punto, la izquierda a la izquierda del PD [Partido Democrático] debería llegar a un acuerdo y no sólo en sede separada. Es una batalla que hay que dar en un país desjarretado. Que entre nosotros, hoy, se considere la Constitución un guiñapo urdido por cuatro pelafustanes, resulta un tanto penoso.
Rossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Acaban de aparecer en Italia sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado], Einaudi, Roma 2005. El lector interesado puede escuchar una entrevista radiofónica (25 de enero de 2006) a Rossanda sobre su libro de memorias en Radio Popolare: parte 1 : siglo XX; octubre de 1917, mayo 1968, Berlinguer, el imperdonable suicidio del PCI, movimiento antiglobalización, feminismo; una generación derrotada; y parte 2 : zapatismo; clase obrera de postguerra; el discurso político de la memoria; Castro y Trotsky; estalinismo; elogio de una generación que quiso cambiar el mundo.
Traducción para www.sinpermiso.info: Leonor Març