El socorro en mar es un deber sagrado. No aquí, no en Cap Nègre, la zona de veraneo de Nicolas Sarkozy en la Costa Azul. Un piragüista en aprietos, obligado a encallar en la punta del cabo que alberga el preceptivo poste de emergencias, se llevará una desagradable sorpresa. Tras irritar a los cangrejos, en […]
El socorro en mar es un deber sagrado. No aquí, no en Cap Nègre, la zona de veraneo de Nicolas Sarkozy en la Costa Azul. Un piragüista en aprietos, obligado a encallar en la punta del cabo que alberga el preceptivo poste de emergencias, se llevará una desagradable sorpresa. Tras irritar a los cangrejos, en lugar de aparecer un equipo de salvamento, lo que aparece es un vigilante jurado privado con pistola visible, o un policía de un cuerpo de élite sin pistola visible, más impresionante aún. Que le dice: «¡No pise tierra!». Y otras barbaridades.
Precisamente el último punto abordable del extremo sur del cabo, el que alberga el poste de socorro, linda con la faraónica propiedad de la familia Bruni-Tedeschi, la de la suegra de Sarkozy. La que ha proporcionado al presidente, desde 2008, una especie de mundo feliz a su medida. El conflicto entre interés público socorrer al nadador, en la zona pública litoral y derechos privados proteger la colindante finca de multimillonarios está omnipresente por todos los rincones de esta franja costera de unos tres kilómetros de largo.
Entre las pedanías de Pramousquier y Cavalière, dos mundos, uno de ricos y otro de pobres, se cruzan sin convivir. Es inexacto decir que toda la región es «selecta» o «privilegiada». Al contrario: Pramousquier hasta alberga un destartalado cámping que horrorizaría al último progre pirenaico. Lo que sí es exacto es que aquí Nicolas Sarkozy tiene su mundo perfecto. Estamentario como el Antiguo Régimen: los pobres trabajan de sol a sol en pizzerías, hoteles y playas, o malviven en la poca playa pública, se callan y aceptan sin rechistar que vigilantes privados armados les bloqueen a ellos y a sus hijos el acceso al cabo y sus maravillas. Unas treinta familias de clase media-alta y alta viven con orgullo y dolor en el bolsillo el lujo de compartir con la famlia Bruni-Tedeschi y con Sarkozy los guardias armados, las cámaras de vigilancia y las rejas electrónicas.
En mayo de 2008, dos meses antes de las primeras vacaciones de Sarkozy, el ayuntamiento que administra las pedanías, Le Lavandou, hizo un afortunado hallazgo: el riesgo de caída de piedras convertía el sendero litoral centenario en peligroso. Quedó prohibido. «Sí, fue sorprendente que declararan el sendero marítimo no apto para el paseo. Pero es normal», explica una cincuentona rubia tostada al sol y copropietaria desde hace 40 años de una de las parcelas que los Bruni-Tedeschi vendieron para autofinanciarse. Hoy son sus vecinos y miembros, con ellos, de la junta de copropietarios, donde intentan gestionar con ayuda del presidente un peliagudo problema: las casas tienen fosa séptica y no alcantarillado, y se han detectado fugas de materia fecal a la playa.
Sin moros en la costa
La otra manera tener contacto con Sarkozy es sentarse por la mañana delante de la reja de entrada de la posesión du Cap Nègre y esperar a que salga a dar su paseo en bicicleta. Es lo que hacen, cada mañana, algunos curiosos. «Admiramos al presidente», dicen Chiara e Isabelle, franco-italianas como muchos de los residentes de la región poblada por la inmigración de La Bota.
Le Lavandou se enorgullece de no tener ni un terreno para la llamada «gente del viaje»
Tras pedalear un rato, Sarkozy ha encontrado en una pizzería vecina el lugar idóneo para aparentar que es hombre de gustos populares. El mismo que luce Rolex y es conocido por su pasión por la cafetería del hotel más caro de París, dice que le encanta la ultrasimple pizza de jamón y queso del chiringuito Pizza à Go-go. «¿Qué representa para usted esta predilección de Sarkozy?», pregunta el periodista. «Un reconocimiento de nuestro trabajo», dice uno de los gerentes del establecimiento familiar. Y sigue cargando cajas.
Aquí no se ven moros en la costa, ni africanos, ni gitanos. De hecho, el municipio de Le Lavandou se enorgullece de no tener ni un terreno para la llamada «gente del viaje» (gitanos itinerantes). Según el ayuntamiento, «el cámping salvaje de por libre está prohibido». Público pudo constatar que no es así: si usted es rico y dispone de una villa en las montañas colindantes, sí puede desplazar una caravana e instalarla frente a la playa. Eso sí: debe estar limpita y reluciente y ser de lujo. Si no la policía municipal le busca una querella.
Pese a todo, la pequeña península Bruni-Tedeschi tiene su pasado moro: en la madrugada del 16 de agosto del 44, aquí desembarcaron decenas de soldados magrebíes y africanos del ejército de Africa. Junto con los franceses europeos, escalaron el acantilado, descerrajaron a unos 20 soldados alemanes y se apropiaron de la artillería. Una placa con la media luna y la estrella marroquí conmemora el acontecimiento. Está en el lado agreste del cabo. Donde nadie se baña. Y que ya es propiedad privada.
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