La conjunción de reivindicaciones históricas con la deriva constatable en el conjunto de las sociedades de Europa Oriental, junto con la pulsión proveniente de los sectores neoconservadores de EEUU, ha permitido el auge de la ultraderecha en Hungría.
El pasado 11 de abril, las elecciones generales de Hungría consagraron a dos partidos de extrema derecha: la Federación de Jóvenes Demócratas (Fidesz, por sus siglas en húngaro) del futuro jefe de gobierno Viktor Orbán y el neofascista Movimiento para un Hungría Mejor (Jobbik) de Gábor Vona.
La primera formación obtuvo casi el 53% de los votos y la segunda 17 puntos, convirtiéndose así en la tercera fuerza política del país por detrás de los socialdemócratas, que cayeron al 19%. La única cuestión por dilucidar es si en la segunda vuelta de los comicios, que se celebrará el domingo, el Fidesz logrará aún más escaños para convertir su mayoría absoluta en la de dos tercios. Esto última le permitiría cambiar la Constitución en solitario. En el caso contrario necesitaría el apoyo de Jobbik, lo cual no va a ser difícil porque ideológicamente ambos se nutren de la misma fuente del hegemonismo recalcitrante húngaro, que aboga por la construcción de una Gran Hungría arremetiendo contra «los de fuera», refiriéndose en primer lugar al pueblo gitano de los Roma y a los judíos.
Como punto de referencia común sirve la figura de Miklós Horthy, hombre fuerte que dirigió los destinos del país después de lograr la segregación de Austria en 1919. Parte de los territorios húngaros perdidos en el Tratado de Trianon Horthy los recuperó aliándose con Adolf Hitler. Hoy en día la intención sigue viva porque Orbán pretende dar pasaportes a aquellos ciudadanos de estados limítrofes que son de «raza húngara».
Antes de convertirse en realidad, la idea en sí ya causa un profundo malestar en Eslovaquia, otro estado miembro de la Unión Europea. Y el proyecto, aparte de ser algo insólito en la Unión, subirá de categoría cuando Budapest asuma la presidencia de la UE en enero de 2011.
La Cruz Flechada
A la sombra de Orbán, el partido Jobbik pudo propagar el neofascismo húngaro, que se basa en el histórico Partido de la Cruz Flechada de Ferenc Szalasi, un fiel ayudante de las nazis SS a la hora de exterminar a la comunidad judía y a la resistencia antifascista. El Jobbik se protege y articula a través de una organización paramilitar, la Guardia Húngara. Su influencia es tan grande que nadie se atreve a apostar por la ilegalización de la Magyar Garda, ordenada en 2009. Es más: la Garda fundó una propia empresa de seguridad cuyos empleados tienen el derecho a llevar armas. Un amplío entorno cultural y social permite al Jobbik difundir su particular fascismo.
En su reciente libro «Desfile. El peligro derechista desde la Europa oriental», los periodistas austríacos Gregor Mayer y Bernhard Odehnal explican el triunfo del neofascismo recordando que muchos húngaros temen al futuro y la caída al vacío porque la tasa de empleo es baja y los impuestos altos, en comparación con los países vecinos la economía húngara apenas crece, las reformas necesarias no se han puesto en práctica y hay mucha corrupción. La casta política carece de visión y ha hecho posible que el malestar social se pueda expresar impunemente a través de la política neofascista.
Algo parecido ocurre también en países limítrofes como Croacia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria y Serbia aunque en estos países los partidos neofascistas aún no han adquirido la misma importancia que en Hungría. Un punto en común es la crítica a la UE.
«En el peor de los casos Hungría ha de salir de la UE», dijo la europarlamentaria de Jobbik Krisztina Morvai al diario conservador alemán «Die Welt». Más que sus respuestas llama la atención el hecho de que un rotativo importante de la derecha demócratacristiana promocione de esta forma a una política neofascista. La actitud de «Die Welt», más que sorprender, debe alertar porque siempre ha sido la voz de los intereses neoconservadores de EEUU. En el ámbito político este papel lo desempeña la Fundación Hanns Seidel, cercana a la bávara Unión Cristiano Social (CSU) que en 2001 galardonó a Orbán con el premio Franz Josef Strauss.
Para Washington la derecha europea en general y en particular los partidos de la Europa oriental son por un lado un importante grupo de presión para su política anticubana a nivel internacional. En el Parlamento Europeo ellos dan los votos necesarios para sacar adelante las resoluciones condenatorias contra Cuba. Es más: en Bolivia un atentado frustrado contra el presidente Evo Morales desveló las conexiones entre la CIA, el mercenario Eduardo Rozsa y la Guardia Húngara. Por el otro lado la (ultra)derecha de la Europa del Este sirve a los intereses de EEUU a la hora de frenar el proceso de consolidación de la UE, llevada a cabo por la burguesía europea.
La ultraderecha polaca habla de una conjura entre los EEUU de Obama, Rusia y la UE
Tras la muerte de su presidente Lech Kaczynski en un accidente aéreo en Rusia, la ultraderecha polaca ha aireado una supuesta conjura. El diputado del PiS de Kaczynski Artur Gorski acusó a Moscú por este «nuevo Katyn», aludiendo al lugar donde los soviéticos ejecutaron a 22.000 polacos en 1940. El catedrático de la católica Universidad Wyszynski de Varsovia Zdzislaw Krasnodebski constató que Kaczynski «molestaba a la nueva constelación entre los EEUU de Obama, la UE y Rusia».
El fascismo suele fabricar así las leyendas para atraer a los descontentos por la deriva de las sociedades.