José Antonio Pérez Tapias (Sevilla, 1955) publica nuevo libro dentro de la Colección Contextos -que presenta el jueves 27 en la redacción de CTXT-, editado por esta revista junto a Lengua de Trapo. Bajo el título de Europa desalmada, el decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada lanza un mensaje de socorro […]
José Antonio Pérez Tapias (Sevilla, 1955) publica nuevo libro dentro de la Colección Contextos -que presenta el jueves 27 en la redacción de CTXT-, editado por esta revista junto a Lengua de Trapo. Bajo el título de Europa desalmada, el decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada lanza un mensaje de socorro por la Unión Europea, sumida en una deriva política y social de la que cada vez parece más complicado salir. Nos recibe en su despacho, en plena temporada de exámenes en la Universidad de Granada. Y seguimos la conversación, casi casi, por donde la dejamos.
Hace dos años y medio desde la última vez que hablamos. ¿Cómo diría que ha cambiado Europa en este tiempo?
La situación de Europa en conjunto ha empeorado, cada vez es más crítica y delicada. Prueba de ello es la incertidumbre constante que está viviendo el Reino Unido con el brexit; una situación laberíntica que no responde sólo al Reino Unido, sino también a Europa. El brexit es sintomático por cómo se planteó el referéndum por parte de quienes tenían que haber defendido la permanencia en la Unión Europea. El mismo referéndum tampoco se tomó con la suficiente seriedad. Y eso también explica los resultados. Es verdad que ha habido reacciones en el Reino Unido, incluso manifestaciones pidiendo un nuevo referéndum, pero también se han acentuado los planteamientos de quienes defienden el brexit y siguen pensando que hay que salir a señalar un síntoma que, sí, responde a la trayectoria del Reino Unido, pero también es muy indicativo de que el proyecto de Unión Europea no ofrece suficientes alicientes como en otro momento para permanecer en él.
Su nuevo libro, Europa desalmada, ofrece una visión arraigada en el pesimismo. Llega a describir un proyecto fracasado, apenas sustentado por la moneda común.
El proyecto de la Unión Europea como tal está muerto. No tiene impulso suficiente como para seguir con una vida política capaz de articular la pluralidad de Europa, de las realidades sociales de Europa, e incluso de ubicar a Europa con credibilidad política suficiente en el panorama global. La situación, crítica, se mantiene por el vínculo del euro, que a su vez limita nuestra capacidad de respuesta ante situaciones de crisis, tal y como se evidenció en la crisis de 2008. Por eso el propio título del libro es crítico y habla de una Europa desalmada, de una Europa que ha perdido su alma, en una clara alusión a ese pasaje bíblico neotestamentario que reza «¿de qué sirve ganar el mundo si pierdes tu alma?». ¿De qué sirve que Europa salve el euro si pierde su alma? Además, si pierde su alma, llegará un momento en que el euro tampoco será un aglutinante suficiente.
Prueba de ello son también los planteamientos xenófobos que se extienden como una mancha de aceite por distintos países europeos. El partido de Le Pen en Francia, La Liga en Italia, la presencia de Vox en la política española o lo que sucede en Hungría y Polonia. Señales de alarma de un fascismo que ha emergido de nuevo con características que, a su vez, lo diferencian del fascismo de épocas anteriores. Esa denominación de un nuevo fascismo responde a un denominador común de la Unión Europea que es el euro, una moneda diseñada desde los parámetros neoliberales de las grandes corporaciones cuyo alcance ahora se demuestra muy limitado.
¿Hasta qué punto la Unión Europea puede ser hoy algo más que una moneda común?
La Unión Europea tenía sentido como proyecto metanacional y puede tenerlo si somos capaces de reconducirlo. Europa ha entrado en los últimos tiempos en una especie de autonegación: hace años hablábamos de un déficit democrático en Europa y ahora hemos visto cómo Europa lleva a cabo prácticas no solo deficitarias desde el punto de vista democrático, sino antidemocráticas. Ejemplos como las políticas de austeridad impuestas a Grecia después del referéndum que convocó el Gobierno de Tsipras o el tipo de tratados de libre comercio internacionales que se han fomentado desde el Parlamento Europeo son manifestaciones de esa autonegación, de ese carácter antidemocrático que se extiende a muchas prácticas políticas en Europa.
También las cuestiones migratorias, esa «alergia al otro» de la que hablaba el filósofo Lévinas y que se ha instalado en Europa. Pero no es sólo alergia al diferente, sino también una negación de lo que ha sido la historia europea como un proceso de hibridación, de mestizaje, de intercambio en múltiples direcciones. La historia de una Europa que tampoco asume su responsabilidad en lo que han sido procesos en los que fue protagonista en un pasado más remoto colonial e imperialista, situaciones más recientes en el norte de África y Medio Oriente o en otras latitudes donde Europa ha pecado por acción o por omisión.
¿Qué respuesta cabe esperar hacia los refugiados por parte de un proyecto político capaz de hacer lo que hizo con Grecia?
Cabe esperar que la propia fuerza de los hechos, a poco que seamos conscientes de dónde nos sitúan, sea un factor que pueda inducir cambios en una dirección positiva. Es una esperanza que cabe albergar, si bien no cabe mantener respecto a ello una espera pasiva: o se provocan esos cambios o no hay manera de ir en esa dirección y, entonces, Europa fracasará como proyecto de Unión Europea y además se verá ninguneada en el panorama mundial actual. La posición de Europa en los conflictos actuales está fuera de juego, no tiene capacidad de hacer oír una voz distinta y constructiva y está a expensas de lo que deciden otros, sea China, Estados Unidos o Rusia.
Europa es incapaz de mirar a las nuevas realidades y sigue manteniendo una mirada colonialista, como ha sucedido respecto a la situación que se vive en Venezuela. Todos recordamos hace unos meses cómo se le exigía a Venezuela, incluso por el presidente español, que se convocaran elecciones en ocho días. Por muy deseable que sea que haya procesos de democratización efectiva en Venezuela, esa manera de plantear las cosas no deja de estar afectada por una mentalidad colonialista que es insostenible; es imposible generar cauces de diálogo imponiendo. Europa tiene que reubicarse en el mundo y replantearse respecto a sí misma cómo quiere ser.
¿Qué papel juega ahí la izquierda? ¿Existe falta de contundencia en el discurso socialdemócrata a nivel europeo?
La izquierda en Europa está en una posición muy a la defensiva, salvando los trastos al poder. De vez en cuando hay noticias que suponen un alivio generalizado, como es el resultado del PSOE en las últimas Elecciones Generales o la situación de Portugal, referente como gobierno de izquierdas con suficiente apoyo parlamentario y con políticas que se están mostrando viables. Más allá de eso, el panorama de la izquierda no es muy alentador. Otras victorias electorales de la socialdemocracia, como es el caso de Dinamarca, no dejan de verse contaminadas por elementos que vienen de contextos neoliberales o, a veces, muy presionados por esos planteamientos xenófobos que se instalan en la opinión pública.
La socialdemocracia aún no ha hecho una puesta al día suficiente. Es cierto que, en cuestión de derechos civiles, en España ha sido claro el impulso que se ha dado hacia la socialdemocracia y que el PSOE ha sabido llevar a nivel legislativo y a otros campos el impulso que supone el movimiento feminista. Pero hace falta que esa socialdemocracia se ponga al día en planteamientos económicos y política internacional para revisar un proyecto que ya no cuenta con lo que en su momento lo hizo viable y exitoso.
En el pasado habló de una «operación de Estado» contra Pedro Sánchez. Ahora, con Podemos en horas bajas, ¿podría decirse que el líder del PSOE ha recogido el testigo de la izquierda en España?
Ese diagnóstico en términos generales es acertado. Hay un electorado desencantado por las políticas y titubeos del PSOE ante las crisis y concesiones del partido (por ejemplo, con aquella reforma del 135) cuyo voto desencantado va a Podemos; ahora, de la misma deriva de Podemos se produce un viaje de vuelta por parte de muchos al PSOE. Es importante decir que el voto ya no guarda la fidelidad de antaño: ya no existen esos vínculos que antes ataban a un partido. Ahora se hacen evaluaciones en un contexto más complejo y el voto hay que ganárselo. Dicho esto, en ese momento había una parálisis de propuestas en el PSOE que hoy sigue dándose. Es verdad que el Partido Socialista tiene una disposición para el diálogo sin duda mayor que la del Partido Popular, y tiene una capacidad para conectar con ciertos sectores del catalanismo que el PP ni tenía ni quiso tener. Pero aun así el PSOE se pone a sí mismo unas líneas intraspasables que no permiten buscar soluciones, porque el diálogo sigue siendo algo muy coartado. Es ahí donde influyen factores de Estado que impiden hacer una reforma constitucional del calado que requiere la crisis actual en España.
No deja de ser paradójica la idea de que Pedro Sánchez haya regenerado el PSOE.
Pedro Sánchez ha sabido impulsar una situación en el PSOE que había llegado a un callejón sin salida. Estando todavía en el PSOE, supo encauzar esa demanda de democracia interna y, al mismo tiempo, dar respuesta a ese anhelo de presentar un proyecto socialista que, de alguna manera, apuntara a una reconstrucción del mismo en base a las demandas sociales, el movimiento feminista, los pensionistas o la capacidad de situar a España de una manera más proactiva en el contexto europeo. Ahora bien, ese logro hay que mantenerlo con credibilidad y generando la confianza suficiente. Y es ahí donde hay un desafío de cara al futuro. El PSOE tendría que andar muy ágil y con una gran inteligencia política para no fallar a esa cita en la que el propio electorado y otros sectores de izquierda mantienen ciertas reservas. Para muestra, el previo a una sesión de investidura en la que el PSOE está demostrando dificultades enormes para formar un pacto de gobierno, evidenciando cómo no se superan esas reticencias a dar ciertos pasos con mayor decisión hacia la izquierda.
¿Qué papel le toca jugar ahora a Podemos en la política nacional?
En Podemos también tienen una situación complicada a diferentes bandas. Con sus divisiones para pactar y lograr posiciones de gobierno en Madrid se ha evidenciado que los diversos proyectos que estaban conviviendo en Podemos no han sido capaces de mantener la articulación de su propia pluralidad. Lamentablemente, visto desde fuera y con todo respeto, sorprende la poca capacidad de interlocución entre los protagonistas de esas diferentes posiciones políticas. Lo deseable es que hubiera capacidad de resituarse, lo cual requiere un trabajo ímprobo de elaboración discursiva, de nuevas formas de organización y de eliminar vicios de la vieja política que se han visto reproducidos muy pronto en los nuevos partidos. También es imperioso renovar los liderazgos y la forma de ejercerlos. Si entramos en una fase de mayor sosiego político en la que las citas electorales se vean un poco más espaciadas, quizá haya oportunidad para todo ello.
Con Merkel fuera de juego y Macron acechando el liderazgo, ¿debe España mover ficha para asumir un rol de importancia en la Unión Europea?
Es cierto que se mira a Francia y que la figura de Macron ha cobrado relieve incluso cuando ha visto su imagen muy erosionada, pero no veo que sea una estrategia adecuada confiar todo al presidente francés; como decía antes, las situaciones de apoyo pueden ser muy efímeras. Creo que hay que seguir trabajando en el seno de la Unión Europea, articulando la izquierda y evitando sufrir esos equívocos en los que nos podemos ver atrapados. Las reformas no se pueden acometer desde un solo país y España, con la entrada de Pedro Sánchez en el salón europeo de mano de un amplio respaldo electoral, está en su mejor momento para incidir en la búsqueda de alianzas por la izquierda capaces de romper esas relaciones neocoloniales que se dan en Europa. A veces parece imposible que la Unión Europea pueda dar el salto a una situación distinta; más democrática, más solidaria, más inclusiva. Pero es necesario si Europa quiere mantenerse como entidad supranacional con peso suficiente en el contexto global. Algo, por otra parte, aplicable al futuro de España como Estado federal plurinacional.
¿Es posible articular desde el españolismo tal forma de Estado?
¿Cómo convencemos de que un planteamiento federalista plurinacional no es el problema, sino que es la solución? Es la cuestión que tenemos que resolver. Aquí los hechos son tozudos. Espero que alguna vez la derecha españolista se dé cuenta de que con ese españolismo centralista, que lo sigue siendo a pesar del Estado de las autonomías, con ese españolismo a ultranza, con esa visión neoimperialista que trata de poner otra vez en juego Vox y que se tragan PP y Ciudadanos en el Gobierno andaluz a raíz de los presupuestos, no vamos a ninguna parte. Por ahí es que no se salva ni el Estado español. Por lo tanto, hay que atender a situaciones que de facto están ya presentes de manera ineludible, y cabe esperar que aparezca la suficiente inteligencia política en España en su conjunto para que todo esto se pueda ir resolviendo. Si no, nos veremos abocados a situaciones muy complicadas.