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El otoño del sistema Putin

Fuentes: A l’encontre

El arresto de Alexei Navalny en Moscú el 17 de enero de 2021 desencadenó una ola de movimientos de protesta por toda Rusia. Navalny volvía de Berlín después de haber pasado varios meses en tratamiento tras haber sido envenenado, muy probablemente, por agentes del gobierno ruso.

Este movimiento de protesta difiere del de 2012, es mucho más profundo y más peligroso para la estabilidad del «sistema Putin»: va más allá de los grandes centros urbanos de Moscú y de San Petersburgo y logra movilizar a la población desde Vladivostok hasta Krasnodar. Coreando consignas contra la corrupción y a favor de la liberación de Navalny, más de 40.000 personas se reunieron en el centro de Moscú.

Navalny se erigió en símbolo de la disidencia contra el sistema de Putin centrando su campaña en la corrupción y la ineficacia de la élite. Sin embargo, no hay que tomarlo por un liberal-demócrata, como lo presentan los medios de comunicación occidentales: si es un «liberal-demócrata», es una variante rusa. Antes de concentrarse en el tema de la corrupción, Navalny estuvo estrechamente vinculado con los círculos nacionalistas rusos, estuvo implicado en campañas contra la inmigración, pero también contra los rusos de origen étnico no eslavo, especialmente los caucásicos del norte.

Hoy el gobierno ruso se encuentra en una situación difícil. Liberar a Navalny podría alentar más a la disidencia, mientras que mantenerlo en la cárcel más 30 días provocaría aún más indignación. La política represiva tiene sus límites, especialmente cuando los regímenes autoritarios no cumplen la parte del contrato que les corresponde: la estabilidad económica.

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El carácter universal del movimiento tiene varias causas: una de ellas es que Navalny ha conseguido que su mensaje anticorrupción tenga eco con la difusión de videos en las redes sociales. Las autoridades rusas dominan las instituciones mediáticas, pero la censura tiene sus límites en la era de las tecnologías digitales. El equipo de Navalny publicó un video documental sobre el palacio de Putin en el Mar Negro, el que costó 1.000 millones de euros. Navalny acusó al dirigente ruso de haber construido ese lujoso palacio con dinero de la corrupción, calificándolo como «el mayor soborno de la historia».

El dirigente ruso reaccionó ante la publicación del video diciendo que se trata de una «recopilación y de un montaje», y añadió que lo encontraba «aburrido». «Nada de lo que allí  figura como propiedad mía me pertenece ni ha pertenecido nunca a mi familia», dijo Vladimir Putin, citado por las agencias de noticias. Sin embargo, en menos de una semana, 86 millones de visitantes vieron el video.

El problema del líder ruso no es sólo la ineficacia de la censura: es que el mensaje del sistema de Putin ya no convence a una buena parte de los ciudadanos rusos. Putin llegó al poder en otra época [desde 1999] y aportó soluciones no sólo a las clases dirigentes rusas en dificultades, sino que también satisfizo las necesidades de segmentos más amplios de la población. Tras los años de desintegración soviética bajo Mijaíl Gorbachov, y los caóticos años de Boris Yeltsin [1991-1999], durante los cuales la población rusa y otras ex «soviéticas» sufrieron enormemente, Vladimir Putin prometió estabilidad, pero también proyectó una imagen de poderío ruso, haciéndole frente a un Occidente «arrogante».

Y lo que es todavía más importante, Putin consiguió instaurar la estabilidad en Rusia gracias a los crecientes ingresos financieros basados en las exportaciones masivas de energía y de materias primas: durante muchos años fue el primer productor de petróleo del mundo (tercer productor de petróleo en 2019, después de Estados Unidos y Arabia Saudita). Paradójicamente, ahí es donde radica tanto la fuerza como la debilidad del sistema de Putin.

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En su momento, la economía soviética fue la segunda economía y la segunda potencia militar del mundo. Sin embargo, estaba a la cola de Occidente en cuanto a desarrollo tecnológico debido a la ineficacia de su complejo militar-industrial y a un sistema político basado en un estricto control jerárquico y en la censura. Las reformas de Gorbachov fueron esencialmente un intento de modernizar ese sistema, pero en cambio sólo consiguió desestabilizarlo.

Actualmente, la economía rusa es la 11ª en términos de producto interior bruto (PIB). Es cierto que la economía rusa se vio muy afectada por las sanciones financieras occidentales y japonesas tras la anexión forzosa de Crimea en 2014. Pero la economía rusa, tal y como se configuró y estabilizó bajo el reinado de Putin, sufre problemas estructurales. Depende totalmente del petróleo y del gas (52%), de los metales y de las piedras preciosas (8%), mientras que la maquinaria y la electrónica sólo representan el 3,4%. El hecho de que las élites dirigentes rusas obtengan sus beneficios gracias la exportación de materias primas no contribuye a estimular el sector tecnológico ni a proteger y desarrollar las capacidades industriales.

Esta dependencia estructural de la economía rusa con respecto a las exportaciones de energía y recursos minerales está en crisis y depende de las fluctuaciones económicas mundiales. Rusia exportó el equivalente de 422.000 millones de dólares en 2019, y en 2020 el total sería solamente de 319.000 millones.

Hoy, después de más de dos décadas en el poder, el «sistema Putin» muestra signos de fatiga. Paradójicamente, Vladimir Putin es más vulnerable que nunca a la presión de la calle ahora que tiene asegurado el control total de las instituciones políticas rusas. El mensaje de «poder» y «estabilidad» ya no convence a una nueva generación que quiere cambios y ve la estabilidad como «más de lo mismo». El antagonismo con Occidente y la proyección de la potencia militar tenían sentido en los años que siguieron a Yeltsin y en el contexto de las guerras de Chechenia [1994-1996 y agosto de 1999-febrero de 2000, y con las llamadas operaciones de contrainsurgencia hasta 2009], pero no tienen el mismo atractivo para la nueva generación.

Y lo que es más importante, Putin no supo resolver los problemas fundamentales de Rusia -la modernización económica- al preferir la estabilidad a las reformas. Estamos en presencia de los límites de las decisiones tomadas en el pasado, con una estabilidad que no puede mantenerse eternamente.

La pandemia mundial de Covid-19 no ha hecho más que acelerar las dificultades económicas y es probable que provoque un aumento de las disensiones sociales. Las políticas represivas ya no serán suficientes para controlar el descontento popular.