De nuevo, la sociedad salvadoreña se encuentra con un poder que es ejercido, que actúa como una fuerza capaz de imponer su voluntad y de sacar a flote sus intereses, al ordenar el paro al transporte público. Las pandillas desplegaron su capacidad operativa, su mortífero poder criminal, y lograron que, en efecto, el transporte fuera […]
De nuevo, la sociedad salvadoreña se encuentra con un poder que es ejercido, que actúa como una fuerza capaz de imponer su voluntad y de sacar a flote sus intereses, al ordenar el paro al transporte público. Las pandillas desplegaron su capacidad operativa, su mortífero poder criminal, y lograron que, en efecto, el transporte fuera afectado en grandes segmentos.
Esta coyuntura fue un golpe a la economía, al poder tradicional, al poder del gobierno, y una demostración bastante evidente de que en la actual guerra, el poder gubernamental no es el predominante ante el poder de estas fuerzas.
En esta confrontación, el gobierno ha sido derrotado, y no hay que olvidar que hace algunas semanas, el Presidente de la República declaró la guerra a las bandas y se construyó en el país el entramado de una guerra que sin ser todavía comprendida como tal, se muestra día a día en las calles de las ciudades, en las zonas rurales, en oficinas y en cualquier esquina. Es una guerra que cobra vidas, son armas que disparan desde la sombra, que matan, aparentemente de manera indiscriminada, y que en el caso del paro al transporte, toma una dimensión política bastante evidente porque aquí se planteó una especie de medición de fuerzas que, ante todo el mundo, buscaba establecer quien tiene el control de un poder en el país. El resultado no favoreció al gobierno.
Por supuesto que cuando estamos hablando de fuerza, estamos usando un concepto sociológico para referirnos a grupos organizados con capacidad de actuar, de dictar prescripciones, de controlar territorios y de hacer cumplir sus normativas, y llamamos fuerzas a estos grupos a partir de esa capacidad demostrada de imponer, por encima de las fuerzas gubernamentales, su voluntad y sus intereses. Resulta que esa voluntad y esos intereses han sido los determinantes en esta coyuntura.
Para el pueblo, en general, estas fuerzas son conocidas, tienen rostro, tienen voz y tienen nombre, porque en las comunidades hay una tratativa que establece la relación de estas fuerzas con estas comunidades. Esta es una relación de todos los días, que tiene que ver con la vida cotidiana de las personas. Está basada en la fuerza compulsiva de estos grupos, en el uso del terror y en la necesidad, posibilidad y capacidad de las personas de convivir con ese poder encima, controlando los tiempos, los movimientos y las vidas de los seres humanos.
Esto es posible porque en la filosofía política actual, la que aplica el gobierno y sostiene al Estado en los territorios donde viven millones de personas, reina el mercado que convierte a cada persona en un consumidor, mientras que el Estado abandona el territorio, renuncia a asegurar a las personas la dignidad del trabajo, la educación, la salud y todo bienestar.
Siendo así, las personas, llamadas ciudadanas por el Estado, abandonadas a su suerte, no tienen más camino que someterse a estas fuerzas que pasan, así, a controlar el territorio del país.
Este control se vuelve político en el momento en que las prescripciones y normativas provenientes de estas fuerzas son acatadas por los habitantes que adecúan su vida, sus tiempos, horarios, a lo establecido por fuerzas cuyo rostro no siempre es visible. Esta fuerza se convierte en poder y este poder resulta ser político porque en los territorios son la ley que hay que cumplir a costa de la vida de los infractores.
No se trata de fuerzas invisibles, que han aparecido en los pliegues de las noches, es una producción que empieza a trabajarse desde el momento en que el Foro Económico y Social de los finales de la guerra civil, en el que obreros y empresarios debían negociar los fundamentos de una nueva sociedad y una nueva economía, no lo hicieron por ausencia, rechazo y desprecio de los señores dueños del capital, de toda tratativa o acuerdo con sus trabajadores o esclavos, como ellos lo entienden.
En estos momentos, se estaba imponiendo a la sociedad la coyunda de acero de un modelo capitalista brutal y sangriento que hoy se encuentra plenamente desplegado. Y aquí, en esos momentos, se crearon las condiciones, las temperaturas y los ambientes para que millones de personas excluidas de la economía, de la dignidad, de la vida, decidieran simplemente sobrevivir, y se inicia un proceso que hoy, casi 25 años después, y luego de una serie de mutaciones, se enfrentan al Estado, de manera clara, consiente y victoriosa.
La confrontación del transporte deja en pie una serie de preguntas que tienen que ver con el funcionamiento de acuerdos entre los diferentes agrupamientos, con las coordinaciones entre ellos, con la distribución de los territorios, con las jefaturas y con futuras acciones. Mientras del lado del gobierno aparece la soledad política y el aislamiento. Un gobierno débil e incapaz de diálogo y/o acuerdos entre y con las propias fuerzas de derecha, que sustentan el régimen, terminó presentando la coyuntura como una simple conspiración antigubernamental del partido ARENA, es decir que un grave problema con raíces profundas es transformado en un lío inter-partidario, desconociendo la pesada herencia histórica que el tema arrastra.
Por supuesto, que no se ignora los problemas que las empresas partidarias mantienen, porque aunque se trata de un universo de derechas, ninguna de estas empresas hará algo que favorezca al gobierno y lo ponga en condiciones de ganar las próximas elecciones. Este afán de derrotar al partido en el gobierno, sea cual sea éste, anula toda posibilidad de acuerdo fructífero entre estas empresas. Aquí, por supuesto, aparecen las conspiraciones en todos sus colores, formas e intensidades, pero resulta que no es este el componente esencial y determinante de la coyuntura.
El problema político de un abordaje diferente consiste en que aquí está en juego toda la filosofía de una paz de papel de china que ha mantenido por largos años amarrada la conciencia y la acción de millones de personas que han estado sometidas a la idea de que se está viviendo momentos de paz que deben ser cuidados sin protestas, sin reclamos y sin exigencias. Y cuando resulta que nada de eso ha existido y que se está viviendo una guerra social más grave que la guerra civil, todo ese discurso se derrumba con estrépito, por eso les resulta conveniente presentar los acontecimientos como fruto exclusivo de conspiraciones anti-gubernamentales.
Dejaremos pendiente el papel particular del imperio estadounidense en esta coyuntura, pero es evidente el desencuentro de los intereses imperiales con los intereses gubernamentales locales.
Dagoberto Gutiérrez. Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña
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