A la salida del Métro Place d’Italie, los militantes socialistas reparten volantes donde están resumidas las «15 cifras del fracaso de Sarkozy». En la misma vereda, un kiosco de diarios expone la primera plana de la revista de fin de semana del diario conservador Le Figaro, donde aparece la entrevista con la cual el presidente […]
A la salida del Métro Place d’Italie, los militantes socialistas reparten volantes donde están resumidas las «15 cifras del fracaso de Sarkozy». En la misma vereda, un kiosco de diarios expone la primera plana de la revista de fin de semana del diario conservador Le Figaro, donde aparece la entrevista con la cual el presidente francés entró en la campaña electoral para las elecciones presidenciales de abril y mayo próximos. El anuncio oficial será hecho esta semana, pero la entrevista de Sarkozy contiene todo el arsenal con el cual el jefe del Estado trabajará su reelección: populista, liberal, antiinmigrante y moralista. El mensaje de Sarkozy representa un giro hacia lo más duro de la derecha. El presidente, como si no hubiese estado diez años en lo más alto del poder -cinco como presidente y otros tantos en los ministerios del Interior y de Economía-, ofrece a la sociedad una fórmula sacada de la naftalina del 2007. Sarkozy adelanta una trilogía hiperconservadora y compuesta por el tríptico «Trabajo, responsabilidad, autoridad». Algo parecido figuraba ya en el menú de 2007. Sin sorpresa alguna, el jefe de Estado se apoya en la inmigración, en la laicicidad y en la relación entre el trabajo y el asistencialismo, es decir, en la idea de regular más no ya el hiperliberalismo o el sistema financiero, sino el generoso dispositivo francés de ayuda a los desempleados. «No hay nada más importante que prometer ideas nuevas a los franceses. Ideas adaptadas al mundo de hoy, no al mundo de ayer», dice Sarkozy en esa entrevista.
Y efectivamente, Nicolas Sarkozy hace como si el mundo de ayer, es decir, su balance destructor, no existiera, y el de hoy estuviera marcado por la necesidad de un moralismo populista, la destrucción del Estado de bienestar y, por supuesto, más palos contra los extranjeros. Su entorno preparó un cóctel donde el componente principal son «los valores». Y quien dice valores puede estar seguro de que todo es posible. La mezcla entre delincuencia, droga e inmigración, muy común en la derecha europea contemporánea, la acusación según la cual muchos de los desempleados no trabajan porque no quieren, o la idea expuesta por el ministro francés de Interior, Claude Guéan, de que «todas las civilizaciones no valen lo mismo», todo eso y mucho más entra en el terreno de los «valores». En lo concreto, la precampaña de Nicolas Sarkozy se articula en torno de lo más característico de la euroderecha: recurrir al referendo -antes aborrecido por el mismo Sarkozy- para forzar a los desempleados a aceptar condiciones de trabajo no enmarcadas y trasladar todo el tema de los inmigrados del ámbito judicial al administrativo. De esta forma el Estado podrá expulsar a sus anchas y según los criterios que le dé la gana sin que ninguna instancia judicial pueda actuar como árbitro. De paso se crean dos categorías de justicia: una para los franceses, que tendrían derecho a ella, y otra para los extranjeros, que se quedarían sin amparo judicial. Sarkozy aspira sobre todo a cambiar radicalmente el derecho laboral francés para que se parezca a la selva de injusticias en que se está convirtiendo la Unión Europea. En este sentido, el presidente francés le rindió un justificado homenaje al ex canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder, quien lanzó la transformación: «Los socialdemócratas, con Gerhard Schröder, empezaron estas reformas laborales y nosotros las seguimos», dijo Sarkozy.
El proyecto de relación pesca en las aguas de la extrema derecha con sus postulados contra los inmigrados al tiempo que avanza en el desmoronamiento del Estado de Bienestar. De paso, reafirma los ejes típicos de la derecha: no a la eutanasia, no al matrimonio entre personas del mismo sexo, no a la adopción de niños por parte de homosexuales. El jefe de Estado francés tuvo que cambiar su agenda bajo el peso del sólido avance que mantiene su rival en todos los sondeos. El socialista François Hollande le lleva entre 6 y 8 puntos de ventaja en la primera vuelta del seis de abril y entre 15 y 20 en la segunda. Otro factor precipitó también el ingreso de Sarkozy en la campaña y el carácter antiextranjero que se presiente en la estrategia: la amenaza persistente de que la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen, salga en segundo lugar eliminando así a Sarkozy. Marine Le Pen está en la cuerda floja porque no logra conseguir las 500 firmas necesarias para postular oficialmente su candidatura. En ambos casos, con o sin ella, la derecha necesita cautivar los votos de la ultraderecha con un telón de fondo muy favorable: la crisis ha derechizado mucho a la sociedad francesa. El programa de Sarkozy va en el sentido de lo que se hace en Europa, especialmente en Alemania, país cuya canciller, Angela Merkel, ha venido en persona a apoyar a Nicolas Sarkozy. Por ejemplo, el recurso al referéndum en temas como las ayudas sociales a los desempleados o la supresión de más derechos a los extranjeros apuntan a contar con una herramienta que se pone por encima del Parlamento, el Tribunal Constitucional o la negociación con los sindicatos. Nicolas Sarkozy ha prometido muchas cosas y ahora vuelve a prometer y prometer más. En 2007 su lema fue «trabajar más para ganar más», ocurrió todo lo contrario. En 2008 prometió «refundar el capitalismo» pero fue el liberalismo el que refundó la democracia a su antojo. La precampaña de Nicolas Sarkozy sugiere que los franceses tienen una inagotable capacidad de olvido.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-187430-2012-02-12.html