En la polémica que afecta estos días al Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) francés, a propósito de la presencia de Ilham Moussaïd, una mujer de 22 años que porta el hiyab, en la cuarta posición de la lista del partido para las elecciones departamentales de Vaucluse, no sé que es peor. Si la calculada indignación de […]
En la polémica que afecta estos días al Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) francés, a propósito de la presencia de Ilham Moussaïd, una mujer de 22 años que porta el hiyab, en la cuarta posición de la lista del partido para las elecciones departamentales de Vaucluse, no sé que es peor. Si la calculada indignación de los laicistas con palco preferente en los medios (reaccionarios, no laicos), o la lamentable respuesta de muchos militantes de izquierda, incluyendo muchos de su propio partido.
A Jean Luc Melenchon, del Partido de Izquierda, le da un arrebato soberanista: « El movimiento obrero siempre ha pagado el pasaje a la religión y a la ostentación. Esto impide la unidad. » «Si esta joven piensa unir, se equivoca: divide. Le pido que saque lecciones de la historia de Francia. No porque se trate de la historia de Francia, sino porque hemos conocido tres siglos de guerras de religión.» En un comentario que podría suscribir el Frente Nacional, añade: « En este momento, tenemos la sensación de que la gente va más allá de las estigmatizaciones: se estigmatizan ellos mismos -porque qué es llevar el velo, si no infligirse un estigma- y luego se quejan de la estigmatizacion de la que se sienten víctimas.»
El líder del Frente de Izquierda, Pierre Laurent (Partido Comunista Francés), continúa con la idea del estigma: « El riesgo consiste más bien en contribuir a una cierta estigmatización de los barrios populares que son más diversos, más variados que eso. Es añadir una caricatura a la caricatura.»
Curioso argumento. Con el fin de que no se estigmatice a los barrios populares, hay que renunciar a ser como uno es.
Más al centro (o a la derecha, según se mire), Martine Aubry asegura que ella «no hubiera aceptado» que en las listas socialistas se incluyera a una mujer «velada».
Da igual que Ilham Moussaïd lleve puesto un pañuelo que permite mostrar su rostro. Que tanto el Partido Socialista francés como el Partido Comunista tengan representantes políticas que llevan hiyab, en ciudades como Creil o Echirolles. O que en todos los partidos haya gente tanto o más religiosa que Moussaïd, sean cristianos o musulmanes. Parece que, efectivamente, «algo huele a podrido en Francia» (G. Verhofstadt dixit) y en toda Europa.
Los ataques al NPA, destinados a provocar a la vieja guardia trotskista de la LCR, se explica por la cercanía de las elecciones regionales de abril, pero no tendría mayor repercusión si no existiera un consenso islamófobo, que se ha ido consolidando con la prohibición del velo en las escuelas, con las sucesivas propuestas de prohibición del velo integral (burqa, niqab) o el debate sobre la «identidad nacional».
Muchos militantes del partido de Moussaïd no han ocultado su incomodidad con esta polémica y algunos han mostrado una clara oposición. En el comunicado consensuado en el seno del Comité Ejecutivo Nacional del NPA, el mensaje es más de tolerancia y respeto a la decisión del comité de Vaucluse -eso sí, dejando claro que «no crea jurisprudencia» a nivel nacional- que de apoyo explícito a Moussaïd. De un modo que recuerda a las obligadas condenas al terrorismo cada vez que uno critica la vulneración de derechos y libertades, el comunicado se ve obligado a añadir que «el pañuelo no sólo es un símbolo religioso visible sino un instrumento de sumisión de las mujeres, utilizado bajo diversas formas y en épocas diversas por los tres monoteísmos, aunque Ilham no lo viva de esta manera.» ¿Y si mujeres como Ilham lo viven como un símbolo de resistencia? Comentarios como éste suponen el reconocimiento de que es Moussaïd el problema, con lo que aceptan los términos de una polémica impuesta por la elite dominante. En España, el partido Izquierda Anticapitalista habla también de una «decisión sin duda problemática«.
Previamente, Olivier Besancenot había denunciado, con acierto, el «clima nauseabundo, islamófobo, que llega a ser insoportable«, pero cuando Le Monde le pregunta si hubiera defendido la decisión de incluirla de haber sido adoptada a otro nivel que el regional, el entrevistado responde de manera evasiva: «mi posición personal, voy a aportarla primero a los militantes. Vamos a gestionar este debate.» Para luego añadir: «No vamos a excusarnos por haber buscado volver a arraigarnos en los barrios populares«. Efectivamente, no tiene por qué excusarse, pero con ese lenguaje táctico por momentos parece que sí que lo hace. Reconoce la islamofobia reinante, pero en sus palabras cuesta encontrar una argumentación solvente que rebata las acusaciones de connivencia con «los musulmanes tradicionalistas y reaccionarios», como sentencia Caroline Fourest, quien sólo reconoce un único significado al hecho de llevar el pañuelo. Valorar a Moussaïd por su representatividad despolitiza su compromiso e insiste en una determinada concepción esencialista del pañuelo. Por supuesto que la participación de mujeres como Moussaïd tiene implicaciones políticas: la más importante, el rechazo a la exclusión de la política a determinadas categorías de trabajadores.
El rechazo generalizado al hecho de que un partido político de izquierdas pueda presentar en sus listas a una mujer que no esconde sus referencias culturales o religiosas es una buena muestra de la involución del republicanismo francés, que produce minorías al tiempo que pretende invisibilizarlas, es decir, excluirlas. Este proceso de segregación y exclusión es estimulado por una política migratoria orientada a controlar amplios segmentos de los trabajadores. Frente a estos hechos consumados, nos encontramos con la desorientación de una izquierda incapaz de llevar a cabo una crítica postcolonial, atrapada aún en un esquema nacionalista y republicano de origen burgués y, en el fondo, de esencias católicas.
¿Y qué opina Ilham Moussaïd, a quien apenas se le ha dado vela -que no velo- en este entierro?. En el diario digital Rue89 escribe, junto con Julien Salingue, miembro del NPA en Seine-Saint-Denis, una carta abierta a los militantes de izquierda:
«Nuestros recorridos divergen, así como muchas de nuestras preocupaciones y referencias. Y sin embargo estamos en la misma organización, distribuímos las mismas octavillas, vendemos los mismos periódicos, defendemos los colores del NPA porque nos reencontramos en su orientación anticapitalista, ecologista, internacionalista, antiracista, feminista y laica.»
(…)
«Al practicar una política voluntarista en los «barrios populares», comprometido con la lucha contra todas las discriminaciones y todos los racismos, incluyendo la islamofobia, el NPA adquirió una audiencia significativa ante públicos nuevos, tradicionalmente alejados de la extrema izquierda: entre ellos, los jóvenes herederos de la inmigración magrebí, musulmanes o no. Y muchos de ellos se han unido a nosotros.
¿Por qué, entonces, sorprenderse o contrariarse por la presencia de una joven musulmana en una de nuestras listas a las elecciones regionales? ¡Todo el mundo debería felicitarse!
Pero no, porque está el famoso pañuelo.
Un pañuelo que suscita muchos miedos, desconfianzas, interrogaciones… Pero la realidad es muy simple: ambas tenemos convicciones personales que estimamos totalmente compatibles, incluso complementarias, con nuestro compromiso con el NPA.
Convicciones que hacen la riqueza de nuestras identidades y que no invalidan, más bien lo contrario, nuestra vinculación con los principios y objetivos enunciados más arriba. Y para una de nosotras, eso se ve. Simplemente. Lo esencial no es tanto cómo la sociedad francesa o las organizaciones políticas interpretan el significado oculto de este » signo visible «, sino la significación concreta que le da quien lo lleva.»
Son otros los que quieren convertir este pañuelo en el elemento central de su compleja identidad, los únicos que se ven autorizados para explicar su significado, los que niegan toda posibilidad de reflexión positiva mediante el empleo de códigos referenciales islámicos, los que plantean una concepción monolítica y esencialista del hecho religioso, los que, de este modo, reservan la visibilidad en el espacio político precisamente a las posiciones islamistas más reaccionarias, aquellas que se ajustan mejor a la imagen demoníaca que promueven. Desde su perspectiva, mujeres como Ilham Moussaïd siempre representarán, sin duda, un problema.