Catorce de diciembre de 2010. Miles de personas han tomado las calles de Roma y han desnudado por abajo la normalidad institucional con la que el poder viste el estado de excepción con el que amordaza el mundo. Mientras Berlusconi y los partidos escenificaban en el Parlamento italiano su enésima representación, estudiantes, precarios, migrantes, asociaciones […]
Catorce de diciembre de 2010. Miles de personas han tomado las calles de Roma y han desnudado por abajo la normalidad institucional con la que el poder viste el estado de excepción con el que amordaza el mundo. Mientras Berlusconi y los partidos escenificaban en el Parlamento italiano su enésima representación, estudiantes, precarios, migrantes, asociaciones y movimientos de jodidos batían su rabia y su esperanza al ritmo de la expresión. Lo viejo y lo nuevo. Representación y expresión. En Roma hemos visto un pedazo de futuro. Lo que va a venir y ya ha llegado. No se trata de una máquina del tiempo hacia adelante, sino de un puente: de la radicalidad de la resistencia de los estudiantes en Londres a la determinación de la protesta en Roma. Muchos pensarán que en el desierto de Europa ha comenzado a obrarse el milagro de la resurrección. Se equivocan. El deseo que mueve la nueva piel de la revuelta es otra cosa, una cosa muy otra. Otros mapas y otras coordenadas más allá, mucho más allá de la izquierda.
La crisis demuestra cada día su condición de dispositivo de poder: es una máquina con la que el capital instaura el artificio de la legitimidad de su guerra contra la vida. Lo interesante es que, además de ser una estrategia, la crisis es una máquina paradójica que junta al mismo tiempo que separa: mientras aleja el arriba y el abajo, une la izquierda y la derecha. Ante la coyuntura presente de límite del sistema, los partidos de uno y de otro espectro coinciden en imponer y proponer una salida imposible a través de lo viejo. La derecha ejecuta la traducción legislativa del mantra de los mercados, los bancos y las corporaciones. Sal en la herida: más neoliberalismo como ficción de solución al incendio estructural que ha desatado el propio neoliberalismo. La izquierda exhibe el culmen de su obsolescencia en la propuesta de un viaje imposible al pasado para restaurar el mantra keynesiano. Devenir cangrejo: inversión pública en infraestructuras para generar empleo para repartir renta para estimular el consumo. Del Estado al servicio del mercado, al mercado gobernado por el Estado. Lo privado y lo público, lo público y lo privado. Izquierda y derecha. Lo viejo y lo viejo. La dialéctica de la contradicción a la síntesis: Hegel resucitado. Con razón Paolo Virno decía hace unos años que él ya no era de izquierdas.
Sin embargo, el puente de Roma a Londres es una infraestructura muy otra: no es fruto ni de la inversión privada ni de la pública, sino que es una construcción del común. Una esfera diversa que, lejos de los postulados de la izquierda y del ecologismo más complaciente con las leyes de la economía política, no es un bien escaso, sino una permanente excedencia. Los estudiantes que se baten en las calles de Londres y de Roma lo saben bien. Ponen en el centro del conflicto la más común de las armas, el cuerpo, y lo protegen de los ataques de la policía con precarios escudos que decoran como portadas de libros: de La república de Platón al Trópico de cáncer de Miller, del Moby Dick de Melville al Ulises de Joyce, del Nuestra palabra es nuestra arma del subcomandante Marcos al Final de partida de Samuel Beckett. Libros. Cultura. El común de las historias y de las palabras. Un común que, lejos de la escasez como definición, sólo se reconoce en el exceso ingobernable para las leyes del dinero y de la propiedad. Un exceso hecho movimiento que no se deja representar. Pese a que la izquierda siempre entiende los movimientos desde la óptica de la oceanografía, como olas que aparecen súbitamente y que luego se retiran dejando a los partidos una playa fecunda para la representación y la política institucional, el deseo colectivo que sostiene el puente de Roma a Londres nace y vive en las antípodas: deseo colectivo de reapropiación del común de la política. Puro acto de desprivatización. La gestación de una potencia constituyente.
Marx habló del topo. Deleuze de la serpiente. Fela Kuti aprendió que pese a lo fascinante del fuego, el agua es la fuerza más potente: transparente y siempre en movimiento. Water No Get Enemy. Expresión, conflicto, radicalidad, autonomía: lo común del nuevo líquido elemento. Se terminó la izquierda, sus partidos, sus representaciones, su sentido. Game Over. Se terminó el delegar la vida. Pese a nacer en el desierto de Europa, el puente de Roma a Londres no es un espejismo. Es una nueva cualidad de infraestructura, una cosa muy otra. Contra la derecha y más allá de la izquierda. Welcome to The Future. Movimiento, movimiento, movimiento. La piel de un nuevo animal político.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/12/18/index.php?section=opinion&article=030a1mun