Espeluznantes episodios de xenofobia en Sudáfrica. Pero lo de allí es un fenómeno muy específico: la población local, paupérrima, sin apenas instrucción, se rebela violentamente contra los inmigrantes de los países vecinos, que huyen de sociedades que están en vías de autodestrucción pero que recibieron en su día una educación comparativamente mucho mejor, por lo […]
Espeluznantes episodios de xenofobia en Sudáfrica. Pero lo de allí es un fenómeno muy específico: la población local, paupérrima, sin apenas instrucción, se rebela violentamente contra los inmigrantes de los países vecinos, que huyen de sociedades que están en vías de autodestrucción pero que recibieron en su día una educación comparativamente mucho mejor, por lo que acceden con más facilidad a los puestos de trabajo disponibles.
Lo de Europa es de un género totalmente diferente. Berlusconi, el nuevo histrión de Italia -sigue el ejemplo de Mussolini, que fue otro, de marca mayor-, se mofa de las críticas que el Gobierno español dirige a su política de inmigración. «¡Pero si nos limitamos a seguir el ejemplo de España!», replica, socarrón.
Lo peor es que no le falta razón. En lo referente a la inmigración, el Gobierno de Zapatero se ha especializado en combinar un discurso de apariencia humanista con una práctica fría e implacable. El nuevo ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho -al que doy por supuesto que el presidente del Gobierno no designó por error, sino con plena conciencia de lo que hacía-, ha anunciado que su intención es endurecer la legislación sobre extranjería. El parlamento que se endilgó anteayer en el Congreso de los Diputados dejó muy claros los criterios que rigen su política: que vengan inmigrantes para trabajar en lo que los españoles no aceptan, y menos por esos salarios de vergüenza, pero nos reservamos el derecho a expulsarlos si las condiciones cambian por culpa de la maldita crisis (perdón: desaceleración) y ya no nos compensa su incómoda presencia. Él lo dijo al modo de los políticos de ahora, tan dados al circunloquio. Afirmó que pretende «gobernar el fenómeno de la inmigración reforzando su vinculación con las necesidades del mercado laboral». Es lo mismo, pero traducido a lenguaje jesuítico.
Es en eso en lo que está ahora mismo toda la Europa rica: «¡Sirve, lacayo, y si no, fuera!».
¿Saben ustedes que ninguno de los estados de la UE, España incluida, ha ratificado el Convenio de la ONU sobre Derechos de las Personas Migrantes? Pregúntense por qué será. Y acertarán.