En una película del director izquierdista Nanni Moretti, estrenada pocos días antes de las elecciones del 9-10A, a Silvio Berlusconi se le llama El caimán y se celebra su entrada en la cárcel después de ser condenado en uno de los muchos juicios que lo tienen como protagonista. Mucha gente ha pasado horas en las […]
En una película del director izquierdista Nanni Moretti, estrenada pocos días antes de las elecciones del 9-10A, a Silvio Berlusconi se le llama El caimán y se celebra su entrada en la cárcel después de ser condenado en uno de los muchos juicios que lo tienen como protagonista. Mucha gente ha pasado horas en las colas para poder entrar en los cines que tenían programada una de las películas italianas más exitosas de los últimos meses. Páginas enteras dedicadas al director Moretti en los periódicos, entrevistas en las cadenas televisivas, debates en las radios… Todo parecía formar parte de un ritual colectivo que sólo podía acabar con la desaparición de un personaje político que todas las encuestas y sondeos daban perdedor, y a mucha distancia, en las elecciones. «El país está mal», «el sistema económico no es competitivo», «el premier no ha resuelto su conflicto de intereses»… Todo parecía un coro de críticas por parte de la sociedad civil contra un líder que muchos han considerado un accidente de la historia y del sistema mismo en Italia. Un accidente que las elecciones, finalmente, iban a borrar, limpiando la conciencia sufrida de millones de italianos avergonzados por tener en el poder un personaje demasiado folklórico y a menudo impresentable. «¿Qué pensarán de nosotros los demás ciudadanos europeos, la opinión pública de Francia, de España, de Alemania… si no echamos del Palazzo Chigi a Berlusconi?» ha sido el refrán reiteradamente utilizado en la campaña electoral por el centro-izquierda. Pero mientras Prodi y los líderes de la Unione pedían el voto para limpiar la imagen nacional italiana a través de un «gobierno de gente seria y honesta», el Caimán ha hecho campaña contra el «peligro comunista»… Llamaba en diferentes ocasiones «gilipollas» a los electores adversarios y, sobre todo, conseguía movilizar a la base social de los sectores que lo consideran defensor de sus intereses: los profesionales en lucha contra los impuestos, los obreros del norte con el miedo a la invasión de los inmigrantes extracomunitarios, los pequeños comerciantes y empresarios animados por un discurso pro- teccionista en contra de la competencia de los productos chinos, el mundo católico conservador premiado con la financiación a las escuelas privadas y con la defensa de la moral y de los valores tradicionales. En pocos días Berlusconi aumentó sensiblemente la intensidad y violencia de sus ataques a sus enemigos históricos: los «jueces comunistas», la «izquierda liberal», los periodistas y los intelectuales manipulados, los sindicatos inútiles y parasitarios… ¡Y ha ganado! El Caimán, que muchos veían esperando el primer vuelo para el Caribe, ha resurgido de sus cenizas, más fuerte que antes, más determinado, más violento, más peligroso. Sobre todo ha demostrado que su popularidad crece, que se refuerza. De ser un accidente del sistema ha pasado a ser un líder popular, carismático. Duce, duce le gritaban los militantes neofascistas en el último discurso en una plaza de Nápoles llena de gente. Hoy, después de vivir estas elecciones, podemos afirmar con rotundidad que sólo gracias a una ley electoral mayoritaria, inventada y aprobada por la derecha poco antes de las elecciones y fuertemente rechazada en su día por la oposición, el antiguo democristiano Prodi tiene ahora 60 escaños de mayoría en la Cámara de los Diputados a pesar de tener una ventaja de tan solo unos 25.000 votos en un país con casi 50 millones de electores. En el Senado la situación es aún más paradójica: el Polo (centro-derecha) tiene mas del 50% de los votos, pero dos escaños menos que la Unione (centro-izquierda) después del recuento de las papeletas de los italianos que han votado en el extranjero. Si los italianos emigrados en América Latina, EEUU, Canadá, Australia… pudieron votar en la renovación del Parlamento de Roma ha sido sobre todo gracias a una ley patrocinada por el fascista no arrepentido Mirko Tremaglia. Algunos dicen que los italianos que viven en el extranjero tienen una mirada privilegiada de la situación en nuestro país, y que están hartos de ser interpelados permanentemente por tener un primer ministro tan impresentable. Pero la verdad es que mientras la Unione ha presentado una lista unitaria, la derecha en el extranjero se presentó dividida, y eso en un sistema electoral mayoritario es sinónimo de derrota. Un país partido en dos La Italia que sale de las elecciones del 9-10A es un país bastante surrealista, kafkiano, partido exactamente en dos partes, con una derecha más fuerte que nunca pidiendo el recuento de las papeletas, denunciando irregularidades y amenazando con movilizaciones. «¿Cómo puede Prodi gobernar un país sin una verdadera mayoría?» repite sin cansarse la propaganda de una derecha que lleva una ofensiva sin precedentes y empuja hacia una solución a la alemana, es decir, una gran coalición que mantuviera en el poder un líder que ve con preocupación la posibilidad de estar cinco años en la oposición. El bloque reaccionario no quiere aceptar una derrota tan paradójica que amenaza con influir negativamente sobre sus intereses materiales y sobre la posibilidad de seguir la alianza con los EEUU. A su vez, Prodi contesta «¡que hemos ganado!», que con las leyes mayoritarias se gana tan solo por un voto. Pero el centro-izquierda parece tener miedo, reacciona tartamudeando, creando un clima de inestabilidad, de confusión en su base electoral y social escondido tras la supuesta tranquilidad de Prodi. Y el líder del Partido de los Comunistas Italianos Diliberto se ha preguntado en una entrevista si no se ha llegado a una situación que exija dormir cada noche en una casa diferente como en los tiempos de las amenazas de golpe de los años setenta. Una interpretación exagerada de una preocupación que parece paralizar la base de la izquierda institucional, que después de tragar la supervivencia del Caimán, ahora tiene que aguantar su ofensiva ideológica. Esa es la situación de un «pueblo de izquierda» que espera con ansiedad una señal de fuerza, de dignidad, por parte del lidership que parece no llegar nunca. Prodi ha hecho una campana débil, blanda, sin argumentos, pensando simplemente que el tema de la honestidad y de la seriedad sería suficiente para convencer a la opinión pública. Mientras, Berlusconi ha representado los intereses materiales y ideológicos de su base social y ha movilizado sectores nuevos, eso explica la alta participación en los comicios, en defensa de sus proyectos. Sin embargo, la base social de cierta izquierda que esperaba de Prodi el anuncio de la retirada de las tropas de Irak, la paralización de las obras por el tren de alta velocidad, o la retirada de las leyes que precarizan el trabajo, se ha quedado con una desilusión. Ganar el poder para no cambiar de política ¿Se puede movilizar con argumentaciones éticas y morales una opinión pública que quiere saber cómo llegar a la cuarta semana del mes con sueldos y pensiones insuficientes? Los hechos dicen que no. Aunque la mayoría de los electores del centro-izquierda han acudido a las urnas para deshacerse del Caimán, lo hicieron sin mucha ilusión de poder determinar un cambio real en las políticas económicas y sociales. Las primeras declaraciones de Prodi parecen confirmar las preocupaciones de quienes, por ejemplo, critican la sumisión de la llamada «izquierda radical» al programa centrista de Prodi. El nuevo premier ya dijo que Italia retirará sus tropas de Irak sólo con acuerdo con el Gobierno de Bagdad, o sea de Washington, y que, para sanear los desastres dejados por Berlusconi en las finanzas públicas, los italianos tendrán que soportar sacrificios económicos y, por si no fuera suficiente, que el patrimonio público tendrá que ser privatizado. Paradójicamente, los italianos no han conseguido no han querido conseguir apartar completamente al Caimán del poder, y tendrán un gobierno berlusconiano sin Berlusconi. No era un secreto para nadie que el jefe de los empresarios italianos Luca Cordero di Montezemolo hizo campaña a favor de Prodi, de la misma manera que hicieron los mayores periódicos controlados por los poderes económicos y financieros. Mientras tanto, los movimientos sociales italianos se preguntan por qué es posible cambiar en Francia la tendencia política en el tema de la precaridad laboral, por ejemplo, y no en Italia. Los empresarios y las jerarquías de la iglesia en Italia podrán disfrutar de una situación en la que ambas coaliciones no tendrán la fuerza suficiente para actuar sin un consenso más amplio. Confindustria dice ahora, después de los insultos, que hay que garantizar la estabilidad, la concordia nacional, la gobernabilidad, el crecimiento económico, y que eso sólo se puede hacer con la colaboración entre el Polo y Unione. Que los ministros sean del centro-izquierda y hasta de «izquierda radical», poco importa, si las líneas políticas fundamentales se deciden en los congresos de los empresarios o en San Pedro del Vaticano, eso sí, con el necesario consentimiento de las derechas. Como decía el fallecido jefe de la FIAT, Giovanni Agnelli, hace algunos años bendiciendo el primer gobierno Prodi (1998), «nada mejor que una política de derechas hecha por un gobierno de izquierdas». La última vez, esa actuación trajo la ruptura de Refundación Comunista con el gobierno de Prodi, lo que impidió llevar a cabo ese experimento. En esta ocasión, para evitar lo mismo, el Ulivo el futuro Partito Demócratico se ha asegurado la fidelidad del líder de Refundación Comunista, Bertinotti, que afirma estar en la «búsqueda de Dios» y que justo antes de las elecciones limpió las listas del partido de candidatos incómodos de la minoría, contrarios a la alianza con Prodi, o demasiado cercanos a los movimientos sociales en lucha. En definitiva, Bertinotti se ha deshecho de los que le criticarán por tener ministros en un gobierno neoliberal y por estar dispuesto a colaborar incluso en una eventual agresión militar contra Irán. El contestará con el chantaje de siempre: «¿que queréis, que vuelva el Caimán?». Pero en realidad el Caimán ya ha vuelto.
* El autor es periodista de Radio Cittá Aperta (Roma).