El Muro de Berlín es hoy en día un punto de atracción para turistas. Sigue siendo el símbolo de la Guerra Fría que durante 45 años dividió a Europa en un bloque socialista y otro capitalista. Para unos era el «Muro de la Vergüenza», para otros una «valla antifascista protectora». Su historia es más compleja, su presente también.
A partir de ahora el ex canciller Helmut Kohl lo tendrá mucho más fácil que miles de turistas que quieren ver un resto del auténtico Muro de Berlín, pues sólo tiene que ir a su jardín para presenciar un trozo de aquella construcción que se vino abajo el 9 de noviembre de 1989 cuando él era jefe de Gobierno de la República Federal de Alemania (RFA). Desde su capital, Bonn, el veterano político supo aprovechar aquel momento histórico primero para neutralizar el golpe en su contra que sus críticos dentro de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) estaban planeando y para acabar con la división de Alemania en dos estados.
Tan inmenso como su labor política es el pedazo del Muro que le regaló el director del diario sensacionalista «Bild», Kai Diekmann, con motivo del 50 aniversario de la construcción de la valla que se convirtió en símbolo tanto de la Alemania dividida durante cuatro décadas como de la Guerra Fría que convirtió a este país en uno de sus principales campos de batalla. El trozo de Muro, que ahora es propiedad de Kohl, mide unos 3,6 metros de altura y pesa unos 2,7 toneladas. «El fragmento de Muro es un regalo estupendo», señaló el anciano gobernante cristianodemócrata.
Esta anécdota es la punta del iceberg informativo que ha caracterizado este 50 aniversario. Casi todos los diarios, si no han divulgado una serie sobre lo ocurrido en 1961, han publicado por lo menos una doble página. Tampoco hay cadena televisiva que no ha transmitido un documental o una película sobre el Muro y lo que ha significado para los alemanes a ambos lados de esta particular frontera. Dado que la unificación alemana era producto de la estrategia de los vencedores occidentales de la Guerra Fría, los llamados «wessis», predomina su interpretación de los hechos sobre la de los vencidos, los «ossis», dos términos igualmente despectivos.
Para los primeros, aquel 13 de agosto de 1961 el Gobierno de la socialista República Democrática Alemana (RDA), dirigido por Walter Ulbricht, construyó el «Muro de la Vergüenza». Para los segundos, el Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA) levantó la «valla protectora antifascista», primero en su «capital de la República» y después a lo largo de los 1.400 kilómetros que dividían a Alemania en dos estados y a Europa en dos bloques, uno socialista y otro capitalista.
Durante años, por no decir décadas, la RFA se mostró «sorprendida» por el paso dado por el Ejecutivo de Berlín oriental. También estos días sus medios han vuelto a repetir las palabras que Ulbricht pronunció en junio de 1961: «Nadie tiene la intención de construir un muro». Sus palabras no se correspondían con la realidad, como tampoco lo hacía la postura adoptada por el Gobierno de Bonn.
Una decisión acordada
Estos días se han publicado por primera vez documentos que demuestran que el servicio secreto exterior de la RFA, el Bundesnachrichtendienst (BND), adscrito a la Cancillería, sabía ya desde enero de 1961, que la RDA estaba tomando medidas para cerrar su frontera. Es más, cuando Ulbricht formuló la citada frase, las dos grandes potencias de aquella época, EEUU y la Unión Soviética (URSS), ya se habían puesto de acuerdo en que había que tomar medidas en Alemania oriental para evitar una desestabilización que podría culminar en una guerra nuclear. El entonces presidente estadounidense, John F. Kennedy, recibió la correspondiente información de su homólogo soviético, Nikita Jrushchov, en Viena y la comentó diciendo: «No es ninguna solución bonita, pero es mil veces mejor que la guerra».
La situación que, desde el punto de vista geopolítico, podría haber desembocado en el holocausto atómico era la siguiente: En Washington, los halcones estaban decididos de parar el avance de comunismo costara lo que costara. Su fallida invasión en Bahía de los Cochinos para derrocar a la Revolución cubana era un ejemplo de ello. En su satélite alemán, la RFA, contaban con el apoyo de militares y políticos que, a toda costa, deseaban invadir la RDA, un Estado que Bonn no reconocía oficialmente como tal.
En esta coyuntura no sólo se enfrentaban capitalistas a socialistas, sino también (ex)nazis y otros anticomunistas, que por motivos legales y financieros habían declarado a la RFA «heredera del Tercer Reich», a los supervivientes de las Brigadas Internacionales y de los campos de concentración. Estos últimos consideraban la RDA como «el primer Estado antifascista en suelo alemán». El sucesor de Ulbricht, Erich Honecker, era uno de los presos comunistas que sobrevivió doce años en cárceles nazis. Hoy en día la foto de su entonces ficha policial luce entre decenas de otras en un panel expuesto en el centro de documentación llamado «Topografía del terror», erigido en la antigua sede de la Gestapo, pero en la imagen falta la información referida a que este preso se convirtió en el penúltimo jefe de Estado de la RDA.
El mayor problema que Ulbricht, que sobrevivió al nazismo en el exilio soviético, tuvo que sortear en 1961 fue la masiva fuga de ciudadanos de la RDA a la RFA y una serie de asimetrías económicas que dificultaban la vida sobre todo en Berlín. Hubo varios miles de berlineses que trabajaban en uno de los tres sectores de ocupación occidental (francés, británico o estadounidense), pero que vivían en el soviético, porque los alquileres y los alimentos eran mucho más baratos. Además, el fuerte marco de la RFA les daba un poder adquisitivo tal que invitaba al contrabando y que fue también parte de la política de desestabilización del Gobierno de Bonn. A ello se añadió el hecho de que desde 1945 más de tres millones y medio de ciudadanos de la RDA habían cruzado la frontera hacia el lado occidental porque el Plan Marshall y el regreso de las fortunas acumuladas durante del nazismo facilitaron el «milagro económico» de la RFA, mientras la parte oriental tenía que pagar en solitario a la URSS por los daños producidos durante la Segunda Guerra Mundial. Ulbricht puso fin al éxodo decretando la construcción del Muro con el beneplácito de Moscú y el consentimiento de Washington.
Con este paso, el PSUA ganó tiempo, pero a la vez se metió en gastos económicos enormes, y no sólo por la construcción de vallas y muros a lo largo de su frontera occidental. Se estima que tan sólo su mantenimiento costaba unos 500 millones de marcos (250 millones de euros) al año porque detrás de la frontera fortificada había un complicado y muy burocratizado sistema de control. Un ejemplo de ello se puede apreciar hoy día en la autopista A2, donde se halla el «Memorial de la división alemana» de Helmstedt-Marienborn, un enorme puesto fronterizo que era paso obligatorio para todos los que querían llegar en automóvil a Berlín por esta vía.
Entrar a la RDA era difícil, salir legalmente casi imposible, hasta 1989.
Estos días se han vuelto a ver las fotografías de aquel histórico 13 de agosto, que muestran cómo una anciana salta desde una ventana de su casa en Berlín oriental a la parte occidental, donde cae sobre una sábana, o la del militar del Ejército Popular (NVA) que con un salto sobre la alambrada deja atrás la RDA.
«Víctimas del Muro»
Las estadísticas hablan de unas 5.000 fugas con éxito, el 11% de las cuales eran deserciones. Las «tropas de fronteras» tenían orden a disparar cuando alguien se disponía a cometer el delito bautizado como «fuga de la República». Murieron entre 130 y 245 personas. Al olvido pasaron los 29 militares de la RDA que fallecieron al ser acribillados por sus camaradas que se dieron a la fuga o por grupos de occidentales armados que de esta forma cubrían sus denominadas «operaciones de rescate».
Las «víctimas del Muro» cuentan hoy en día con dos lugares tan emblemáticos como polémicos en Berlín. Por un lado, las cruces blancas «plantadas» entre el edificio del Parlamento alemán, el Reichstag, y la Puerta de Brandenburgo. Por otro, está la antigua cárcel de Hohenschönhausen, donde el Ministerio para la Seguridad del Estado (MfS) llevó a quienes fracasaron al intentar salir ilegalmente de la RDA. Ambos lugares evocan de manera muy parcial aquel capítulo de la Historia alemana. También hay grupos de veteranos del MfS y de otras instituciones armadas que quieren explicar por qué merecía la pena defender el modelo socialista de la RDA. Entre ambos extremos se halla el hotel Ostel, que con sus muebles «made in GDR» quiere dejar palpable el «feeling» del Estado socialista.
Según una reciente encuesta, publicada el diario liberal «Berliner Zeitung», el 10% de los berlineses considera «totalmente correcta» la construcción del Muro y otro 25%, «parcialmente correcta». El 62% de los encuestados, sin embargo, no comparten en absoluto esta opinión. En la parte oriental, la imagen es la contraria, ya que al 59% le pareció bien la «fortificación de la frontera», mientras que el 69% de los berlineses occidentales la rechazan.
Que este tema es aún una cuestión política lo demuestra el hecho de que sobre todo los votantes del partido socialista Die Linke siguen defendiendo la RDA: El 74% está total o parcialmente de acuerdo con la construcción del Muro. No obstante, todos los demás partidos políticos instrumentalizan este tema para que el Linke se posicione incondicialmente a favor del sistema capitalista, consagrado en la Ley Fundamental de la RFA, redactada en 1949. Para ello, tiene que distanciarse tanto del Muro como de la RDA. Dado que dicho partido procede en gran parte del PSUA y que su mayor base social es de Alemania oriental, este punto es motivo de fuertes debates internos entre los defensores del desaparecido Estado y el ala que busca la colaboración con socialdemócratas y Verdes.
Los problemas en el seno del Linke sirven para ocultar otras cuestiones, como que en 2010 el 80% de los alemanes orientales y el 72% de los occidentales podían imaginarse viviendo en un Estado socialista mientras tuvieran asegurado el trabajo, la solidaridad y la seguridad. Eso ya existió una vez, pero el recuerdo de la RDA ha quedado reducido al Muro, a la «Stasi» y al dopaje deportivo, mientras que sus logros sociales han sido enterrados bajos sus escombros. Entonces, un 23% de los encuestados en cada una de las dos partes deseaba «a veces que el Muro aún existiera».
De hecho sigue existiendo: Veinte años después de la unificación los alemanes occidentales pagan aún impuesto extra «de solidaridad» que permite transferir decenas de miles de millones de euros al este alemán. Pero eso no ha cambiado proporcionalmente la situación social. También en la RDA los hombres cobraban más que las mujeres por el mismo trabajo, aunque ahora la diferencia ha superado incluso el porcentaje que separa el salario de una mujer del de un hombre en el oeste. Sólo la «chica de Kohl», la actual canciller Angela Merkel, que creció en la RDA, cobra igual que los anteriores jefes de Gobierno.
La asimetría social ha motivado que el éxodo de ciudadanos orientales hacia el oeste no haya cesado desde 1990. En 20 años, Alemania oriental ha perdido un millón de habitantes. La separación entre «wessis» y «ossis» sigue, porque tampoco Merkel ha utilizado su origen para reconciliar la RFA con la RDA. Al contrario, se ha unido a los vencedores frente a los vencidos, pero aún así Kohl le ha criticado duramente por su actual política.
Sigue habiendo dos clases de alemanes como también sigue en pie el Muro, y no sólo en el jardín de Kohl.