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El terror del Estado Islámico, el estado de excepción en Francia, nuestras responsabilidades

Fuentes: Viento Sur

El 13 de noviembre constituye un cambio en la situación política nacional e internacional. El Estado Islámico (EI, Daesh) ha golpeado de nuevo y, también, con más fuerza. En enero, el objetivo fueron los periodistas de Charlie Hebdo, la policía y los judíos. Esta vez, quien estaba en el punto de mira era la juventud. […]

El 13 de noviembre constituye un cambio en la situación política nacional e internacional. El Estado Islámico (EI, Daesh) ha golpeado de nuevo y, también, con más fuerza. En enero, el objetivo fueron los periodistas de Charlie Hebdo, la policía y los judíos. Esta vez, quien estaba en el punto de mira era la juventud. No han matado a no importa quién y no importa donde: han cargado contra la gente joven, contra la juventud, sin distinción alguna, ni de sus orígenes, ni de religión (o de ausencia de religión), ni de sus opiniones políticas. Al menos 130 muertos y más de 350 personas heridas; según testigos directos de la matanza, como mínimo un millar. Muchos de nosotros tenemos víctimas conocidas y, si no, amigos que las tienen. La onda de choque, la emoción, es profunda.

Solidaridad con las víctimas

El objetivo que perseguían los comandos del EI no constituye un misterio: destrozar la sociedad mediante el terror. Crear una situación en la que se imponga la guerra de unos contra otros; en la que el miedo levante barreras infranqueables entre los ciudadanos y ciudadanas en función de sus orígenes, su religión, su modo de vida, su identidad; cavar un foso de sangre en el seno de la religión musulmana, forzando a los creyentes a elegir un campo: quien no está con nosotros hasta lo inhumano, está contra nosotros y se convierte en un objetivo «legítimo».

Los atentados de Paris se encuentran entre los más sangrientos perpetrados en el mundo por el EI y otros movimientos similares que responden a la misma lógica destructora. Nuestra solidaridad es internacional y se dirige en particular hacia quienes lo combaten en otros países poniendo sus vidas en riesgo: en Siria y en Irak, en Líbano y en Bamako, en Pakistán y en Turquía… Ante todo, tenemos que proclamar nuestra compasión, nuestra identificación, nuestra fraternidad con las víctimas y con la gente cercana a ellas.

Evidentemente, en esos momentos continuamos impulsando la lucha de clases, apoyando la lucha de toda la gente oprimida; pero más allá de eso, defendemos la humanidad frente a la barbarie. Para nosotros, la dimensión humanista del compromiso revolucionario sigue siendo una brújula. Cualquier política progresista comienza con la indignación, la emoción. Y si bien no se reduce a ello, ésta constituye su punto de partida. No opongamos la reflexión a la aflicción. Abandonemos los estereotipos; dejemos de escribir sin sentimientos. Aquí y ahora ayudemos a las víctimas y a la gente próxima a ellas, compartamos su dolor, participemos en los minutos de silencio, en las manifestaciones de solidaridad. Formamos parte de ese movimiento y es a partir de él que podremos explicar nuestras razones.

Sea cual sea el papel del imperialismo, el Estado Islámico es responsable de sus actos

Los revolucionarios deben rechazar de forma clara y neta la barbarie fundamentalista. Hay que combatirla, con nuestros métodos, con nuestra orientación; no con la de nuestros gobernantes; pero esta barbarie debe ser derrotada activamente.

Bajo el impacto de los acontecimientos, algunas organizaciones de izquierda y sindicatos se han plegado al llamamiento de unidad nacional; otras, en reacción, denunciaron tan fuertemente las responsabilidades políticas e históricas del imperialismo occidental que su denuncia del EI era casi inaudible. En general, con el paso de los días estas tomas de posición se han clarificado. Tanto mejor. Pero aún leemos muchos artículos juzgando que, si bien los atentados «no tenían ninguna excusa», era necesario sobre todo tener en cuenta el «contexto»; reduciendo, por lo esencial, el análisis del contexto a la enumeración de los estragos imperialistas, se podría concluir que los movimientos fundamentalista no hacen mas que reaccionar a la acción de las grandes potencias y que, en cierta medida, deberíamos acordarles circunstancias atenuantes. Es necesario despejar toda ambigüedad al respecto.

Curiosamente, muchas plumas de la izquierda denuncian con vigor los atentados fundamentalistas pero rechazan condenar, nombrándolos de forma explícita, a los movimientos que las cometen. Más curioso aún, muchas de las organizaciones que no dudan en hacerlo (nombrar a los culpables, explicitar su carácter reaccionario) no extraen ninguna consecuencia práctica de ello. Cuando se llega a las tareas, ya no se menciona el combate contra el terrorismo y contra estos fundamentalismos; lo que, digámoslo de pasada, deja a nuestros gobernantes el monopolio de las respuestas concretas.

En general, nos podemos de acuerdo para hacer frente a los imperialismos y a sus guerras, a una globalización capitalista destructora, a las desigualdades y a las discriminaciones, a la ideología del choque de civilizaciones, a los racismos -entre ellos la islamofobia-, a las herencias del pasado colonial, a las políticas de seguridad y a los Estados de excepción, a los llamamientos a la unidad nacional y a la paz social… a determinadas causas y a las consecuencias de los dramas que vivismos. Pero también debemos combatir la influencia del Estado Islámico (entre otros) en nuestras propias sociedades y solidarizarnos de forma concreta con las resistencias populares en los países del Sur desgarrados por el fanatismo religioso. Ese es un deber internacionalista donde los haya. En una buena parte de la izquierda radical, incluso la que no se hunde en el nocivo «campismo», existe un «ángulo muerto». Por eso damos importancia a esta cuestión en nuestra contribución.

El EI u otro movimiento similar no se contenta con reaccionar: actúa según su propia agenda. Son agentes políticos que persiguen objetivos. Efectivamente, no hay ninguna duda que EI sea el responsable de los atentados de Paris. Esta organización ha construido un protoEstado en un territorio equivalente al de Gran Bretaña. Gestiona una administración, acumula inmensas riquezas (evaluadas en cerca de 1,8 mil millones de dólares), organiza el contrabando de petróleo y de algodón. Desarrolla operaciones de guerra en múltiples teatros de operaciones, ha reclutado informáticos de alto nivel… ¡no se trata de una marioneta! Es responsable de sus actos; totalmente responsable de todos los atentados que comete en tantos lugares.

Esta responsabilidad propia no se diluye en las responsabilidades del imperialismo, por muy abrumadoras que sean estas últimas y aunque lo sean desde hace tiempo: desde los acuerdos Sykes-Picot [https://es.wikipedia.org/wiki/Acuerdos_Sykes-Picot] de principios del siglo XX hasta las intervenciones actuales de las grandes potencias. A menudo se oye decir que sin la intervención de EE UU el año 2003 en Irak (que desestabilizó la región y desintegró Estados), EI no existiría. Esto no es verdad más que en lo que respecta al encadenamiento específico que ha conducido a la fundación del Estado islámico tal como lo conocemos. Por todo lo demás, es falso. La emergencia de las fuerzas yihadistas no solo deriva mecánicamente de la dominación imperialista; es el producto combinado de numerosos factores, que van desde la derrota de las izquierdas árabes (y europeas) hasta la voluntad de las burguesías de la región de contar con nuevas fuerzas contrarrevolucionarias para dar impulso a sus ambiciones regionales o combatir el ascenso revolucionario en el seno del mundo árabe. Esto también es cierto en lo que respecta al ascenso de los fundamentalismos religiosos en otras partes del mundo; incluso en países que no han conocido nada comparable a la guerra de 2003, tales como India (extrema derecha hinduista), Birmania (extrema derecha budista) o Estados Unidos (extrema derecha cristiana, poderosa antes del 11 de setiembre de 2011 y muy cercana a Bush).

A vueltas con el «choque de barbaries»

Existe una responsabilidad imperialista occidental, como la hubo al día siguiente de la guerra del 14-18 (el tratado de Versalles) en relación el ascenso del nazismo en Alemania. En aquella época, no faltaron antifascistas que lo recordaban de forma sistemática. Sin embargo, una vez que el nazismo se desarrolló, denunciaron al partido nazi y lo combatieron. Estado Islámico ya se ha desarrollado…

Tenemos que continuar explicando el contexto, pero hay que comprender el Estado Islámico por lo que es, no como una mera sombra de Occidente. El imperialismo contemporáneo, las políticas neoliberales, la globalización capitalista, las empresas de recolonización, las guerras sin fin, desgarran el tejido social de un número creciente de países, dando rienda suelta a todas las barbaries. Pero los fundamentalismos religiosos también son agentes temibles de la desintegración de sociedades enteras. En este caso no existe una «barbarie principal» (de Occidente) que habría que combatir hoy y una «barbarie secundaria» (EI y sus consortes) de la que no nos deberíamos preocupar más que en un futuro indefinido. Lo contrario también es verdad: no se debe cerrar los ojos a la barbarie imperialista y de las dictaduras «aliadas» bajo pretexto de combatir la barbarie fundamentalista. En el horror no existe una jerarquía. Es preciso defender activamente y sin demora todaslas víctimas de estas barbaries gemelas, que se alimentan unas a otras, so pena de fracasar en nuestras obligaciones políticas y humanitarias.

A menudo los fundamentalismos religiosos estuvieron apoyados por Washington en nombre de la lucha contra la URSS (en Afganistán, en Pakistán…) antes de que afirmaran su autonomía o, incluso, se volvieran contra sus padrinos. Estos movimientos no tienen nada de progresistas, son profundamente reaccionarios. El antiimperialismo reaccionario, no existe. Quieren imponer un modelo de sociedad a la vez capitalista y que nos devuelva al pasado: totalitario en el sentido fuerte del término. Por supuesto, Francia fue atacada en función de su política en Medio Oriente o de su historia colonial y post colonial. Pero cuando EI masacra a los Yazidis porque son Yazidis, reduce las poblaciones al esclavismo, vende las mujeres, desestabiliza el Líbano, lleva hasta el extremo las violencias interconfesionales (sobre todo contra los chiitas), ¿qué tiene que ver esto con un supuesto antiimperialismo?

Todos los movimientos fundamentalistas no tienen las mismas bases ni la misma estrategia. Algunas, como el Estado islámico, ¿son fascistas? No mantienen las mismas relaciones (complejas) con sectores de las burguesías imperialistas como en la Europa de los años 30, pero las reproducen con sectores de las burguesías de las «potencias regionales» como en el Medio Oriente, Irán, Arabia Saudí, Catar, Turquía… Atraen la «descomposición de la humanidad» en sociedades que se desintegran, así como a elementos de las «clases medias», de la «pequeña burguesía», de un asalariado culto. Para imponer su orden, utilizan el terror «por abajo». Deshumanizan al Otro y lo convierten en cabeza de turco, como ayer lo hicieron los nazis con la población judía, gitana o con los homosexuales. Erradican toda forma de democracia y de organización popular progresistas. La exaltación religiosa juega el mismo papel que la exaltación nacional durante el período de entreguerras y, además, les permite desplegarse internacionalmente. Sería extraño que las convulsiones provocadas por la globalización capitalista no diesen origen a nuevos fascismos, de la misma forma que sería extraño que éstos se parezcan como dos gotas de agua a los del siglo pasado. Existe una diferencia con los fascismos europeos; es la superposición de esta reacción integrista totalitaria, con la dislocación de los Estados y la crisis de las relaciones de dominación imperialistas, económicas y militares que contextualizan la región. La lucha antiterrorista debe ser impulsada por los pueblos de la región y no por una coalición de potencias occidentales. Una nueva intervención militar de las potencias imperialistas y de Rusia, apoyada en cada uno de sus flancos por los países del Golfo y por la dictadura siria, puede debilitar EI en el terreno militar pero no puede provocar mas que una reacción de rechazo de todos los pueblos sunitas de la región.

La crisis de la sociedad francesa

Los atentados del 13 de noviembre fueron cometidos, sobre todo, por franceses o franco-belgas; Francia, junto con Bélgica, son dos de los países de los que más gente ha partido hacia Siria. No existe un perfil único de las personas que se unen al Estado Islámico. Pueden venir de familias creyentes, de musulmanas laicas o de no musulmanas: son bastante numerosos los no árabes recién convertidos. También pueden provenir de medios muy precarizados o estables, tener un pasado delincuente o no. En determinados casos, la «radicalización» de un individuo es el punto de llegada de un proceso largo; para otros, se trata de una transformación repentina. Como era de esperar, la mayor parte de los hombres, pero no todos, que han cometidos los atentados en Francia provienen de áreas particularmente desfavorecidas, han conocido la prisión y han sido miembros de bandas. Frente a esta pluralidad de perfiles, no podemos contentarnos con explicaciones simplistas, únicamente sociológicas (precarización, racialización de relaciones sociales…) o históricos (la huella post-colonial).

A diferencia de otras radicalizaciones anteriores de la juventud, ésta es muy minoritaria y no lleva la impronta de aspiraciones humanistas. El Estado Islámico se pone él mismo en escena de la forma más cruda: «Venid a cortar cabezas con nosotros». El ejército francés torturó masivamente, sobre todo durante la guerra de Argelia, pero el gobierno y el Estado mayor negaban de forma encarnizada sus crímenes: jamás hicieron un llamamiento proclamando: «Adheríos a vuestro gran ejército, venid a torturar con nosotros». Estado Islámico explicita públicamente un discurso de odio y de exclusión del Otro (al igual que la más extrema de las extremas derechas). No hay analogía posible entre las actuales partidas hacia Siria y la constitución de las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española o la radicalización de los años 60.

No existe nada de banal en todo esto ni en el recurso al terror de masas. Pretender que el terrorismo sería el arma «natural» de los oprimidos en las guerras «asimétricas» es ignorar las lecciones de los grandes combates de liberación del siglo pasado, de las guerras revolucionarias. En las luchas a favor de su independencia o contra el imperialismo, en Indochina o en América latina, los atentados terroristas de la época fueron raros y los movimientos implicados comprendieron rápidamente que el coste político de tales operaciones era demasiado elevado y que generaban muchos problemas éticos. En Argelia, el FLN, que se aventuró en ese terreno, dio marcha atrás rápidamente bajo la presión de algunos de sus sectores o de los movimientos de solidaridad con la independencia argelina.

Sufrimos las consecuencias profundas de la «crisis política», de la pérdida de socialización inherente a nuestras sociedades neoliberales y de su creciente injusticia, de la derrota sufrida por nuestras generaciones (los radicales de los años 60-70), de la incapacidad de las izquierdas en nuestros países para ofrecer una perspectiva radical y desarrollar una actividad en el seno de las poblaciones precarizadas. Nos enfrentamos a cuestiones que la mayoría de nosotros no domina: la psicosociología, la relación entre las fragilidades identitarias individuales y el desgarre del tejido social, las búsquedas adolescentes… El Estado islámico ofrece una armadura identitaria y de poder: poder de representación, poder de las armas, poder sobre las mujeres, poder sobre la vida y la muerte…. En esto se basa so poder de atracción, mucho más que un supuesto antiimperialismo,.

Se trata de cuestiones que debemos integrar más de lo que lo hemos hecho hasta ahora y de las que podemos extraer algunas consecuencias. La lucha antirracista, por muy importante que sea, no es suficiente. Frente al individualismo neoliberal y su anonimato (¿quién conoce a sus vecinos o vecinas?) es preciso favorecer, reconstruir, los espacios de socialización, de «convivencia», el mestizaje, y reintroducir una reflexión de fondo sobre la ética del compromiso y la lucha.

En esta situación, todos los racismos constituyen un peligro mortal; entre ellos el racismo de Estado, por supuesto, pero no solo. Luchemos contra lo que puede alimentar las tensiones intercomunitarias, enfrentar a unos oprimidos contra otros, sea a través del racismo anti-árabe o de la negrofobia, del antisemitismo o de la islamofobia, o de la discriminación de los gitanos; y para eso nutrámonos de una cultura de convivencia, de respecto de los derechos de todos y todas.

Nuestras tareas internacionalistas

Los últimos acontecimientos (13 de noviembre, atentados en el Sinaí contra el avión de línea ruso…) han precipitado una evolución de las alianzas, que ya se percibía con anterioridad, con la formación de una gran coalición: integración de Rusia, abandono de las pretensiones de autonomía de Francia, preocupación manifiesta, incluso en Arabia Saudí, en torno al despliegue del Estado Islámico… En contrapartida, se apoya al régimen de Assad, aunque está en el origen de la crisis Siria y sea el culpable de los crímenes que conocemos. ¿Basta esto para favorecer un acuerdo temporal entre las potencias regionales pertenecientes a los llamados «bloques» sunita y chiita?

Aún es demasiado pronto para medir todas las implicaciones de este giro en la situación internacional. Por el momento señalemos los siguientes puntos.

Los acuerdos entre los Occidentales y Turquía o con el régimen de Assad se harán en detrimento de las fuerzas que más merecen nuestro apoyo sobre el terreno: Kurdos, Yazidis, componentes progresistas y no confesionales de la resistencia al régimen. Es preciso aportarles nuestra solidaridad política y material y, sobre todo, exigir que reciban armas adecuadas, esas que los componentes progresistas del ELS (Ejército Libre Sirio) jamás han tenido (y sin embargo, ¡resisten!) y de las que los Kurdos podrían verse privados, en particular en el frente sirio. Es obligado reconocer que, en lo que respecta a esto, en Francia nunca hemos hecho lo que era necesario.

La intensificación de los bombardeos de la coalición, con el exorbitante precio pagado por la población civil, corre el riesgo de reforzar la audiencia de EI entre otros componentes islamistas que operan en Siria. El resultado neto de esta política sería entonces, reforzar tanto al régimen de Assad como a las organizaciones fundamentalistas (comenzando por el Estado Islámico). Para evitar esta trampa, es preciso romper con la lógica de las grandes potencias: ayudemos a las fuerzas populares en Siria y en Irak a continuar su lucha, en lugar de quererlas sustituir o incluso marginarlas aún más.

Luchemos pues contra la política de guerra de nuestros gobernantes, pero comprendamos también la especificidad de este conflicto, muy diferente de las guerras de Indochina o de Argelia: en ellas, la retirada de las tropas francesas o americanas significó el fin de las principales injerencias extranjeras y creó las condiciones para una victoria. No es el caso, en estos momentos, en Medio Oriente quedarían: Turquía, Irán (y Hezbollah), Arabia Saudí, Catar, Argelia, Egipto… En una geopolítica tan compleja, es necesario prestar atención a los movimientos a los que apoyamos para saber qué es lo que necesitan, material y políticamente. Son los pueblos quienes tienen que decidir, no las coaliciones imperialistas. Pero, y esto constituye una dimensión específica en esta guerra, tanto los Kurdos como los demócratas sirios han pedido y siguen pidiendo ayuda sanitaria y militar, incluso a los gobiernos occidentales. Es preciso otorgársela. No a la sustitución de capacidad de decisión y autodeterminación de las fuerzas democráticas sirias y kurdas; pero ninguna duda, tampoco, a la hora de ayudarles y hacer presión sobre nuestros gobiernos para que respondan a los llamamientos que lanzan.

En el ámbito internacional, hay que denunciar la hipocresía de las fuerzas occidentales: de un lado, pretenden combatir el terrorismo y de otro apoyan a los regímenes de Catar, Arabia Saudí o Turquía.

La coalición que se constituye no tiene nada que ver con una alianza «democrática» contra una amenaza totalitaria. Además de nuestros imperialismos «clásicos» esta coalición incluye a la Rusia de Putin, a Arabia Saudí cuyo régimen está muy cerca del modelo de sociedad preconizado por EI, a Catar, a la teocracia iraní, a la Turquía de Erdogan, etc. Cualquiera que sea la naturaleza del Estado Islámico, toda analogía con un «frente democrático antifascista» no tiene ningún sentido. No estamos ni con la coalición ni con EI, ni con Assad. Estamos por el derecho a la autodeterminación de los pueblos -entre ellos el pueblo Palestino- y contra todas las barbaries.

Una inflexión en la situación nacional

Al igual que en enero pasado tras la masacre de los periodistas de Charlie Hebdo, el asesinato de los policías y el ataque de Hypercacher/1, la emoción sumerge al país, lo que es totalmente normal. Los actos islamófobos se han multiplicado, pero sólo corresponden a una franja de la población. Los actos de solidaridad y de convivencia también se han multiplicado: muestras de simpatía en el metro cuando se cruza a una persona magrebí, la amabilidad ostentosa (incluso pasada de moda) apartándose para dejar el paso a una mujer con velo, reocupación de los espacios festivos y del mestizaje, rechazo de las amalgamas… Por desgracia, todos estos gestos no se registran ni forman parte de las estadísticas.

Igualmente, como en enero, se aclaman las políticas de seguridad y se aplaude a las fuerzas del orden. Solo que, más aún que en enero, el gobierno se aprovecha de la ocasión para adoptar medidas liberticidas. Fue el caso de la ley de inteligencia, que otorga de poderes exorbitantes a los servicios secretos. Es lo que ocurre hoy con la implantación del estado de excepción y su endurecimiento por parte del Parlamento, con el llamamiento del gobierno francés a que la Unión Europea se comprometa, especialmente fichando a quienes viajan en avión, y el anuncio de François Hollande de una reforma constitucional.

Francia ya dispone de dos regímenes de excepción forjados, fundamentalmente, con motivo de la guerra de Argelia: el estado de excepción (una pseudo ley marcial que da carta blanca a las fuerzas del orden, al control judicial y limita las libertades) y el estado de sitio (una ley marcial integral que otorga todo el poder al Ejército). ¿Por qué no les basta con esto a los gobernantes? Porque el recurso al estado de excepción, por ejemplo, está limitado en el tiempo y exige un voto en el parlamento; que en esta ocasión fue casi unánimemente favorable: fue apoyado por la gran mayoría de los socialistas, de los verdes y de los diputados comunistas. La reforma constitucional permitirá al gobierno (¿o al presidente?) adoptar las medidas de excepción con más libertad y, finalmente, convertir la excepción en regla: intervención del ejército en asuntos policiales, registros arbitrarios, detenciones «preventivas», prohibición de manifestaciones o huelgas, censura de la prensa, etc. Aún no se conoce el texto de ley que elaborará Hollande, pero sus intenciones están claras. El régimen se hará cada vez más autoritario y la militarización de la sociedad dará un salto adelante.

Muchas personas se inquietan por lo que pasaría si Marine Le Pen y el Frente Nacional ganaran las elecciones (un escenario que nada tiene que ver con la política ficción), pero no se plantean lo que los Hollande, Valls, Sarkozy u otros harían. Por ello es muy importante recordar lo que han hecho en el pasado los gobiernos «republicanos»: la tortura en Argelia, la adopción de una ley de amnistía que prohibeacusar a sus autores (solo se les puede acusar de apología de la tortura si, después de todo, defienden su utilización), el olvido mediático de la masacre de las y los argelinos del 17 de octubre de 1961 en Paris (que si algo fue, fue terrorismo de Estado), el golpe de los generales de Argelia, los múltiples juegos sucios de los servicios secretos, el atentado contra el Rainbow Warrios de Greenpeace (un muerto; de nuevo, terrorismo de Estado), el asesinato de los dirigentes kanakos, etc. De hecho, el conjunto de leyes de seguridad adoptadas estos últimos años y los dispositivos de vigilancia puestos en pie pueden permitir al poder, esté quien esté en él, desarrollar una guerra civil larvada cuando lo desee. En fin, más allá de ir hacia una [sociedad] «totalmente securitaria» existe un cálculo político: Hollande y Valls cuentan con el Estado de excepción para utilizar una vez más el arsenal bonapartista y situarse, en cierto modo, por encima de los partidos e instituciones. Una operación cuyo objetivo es neutralizar el balance catastrófico de los gobiernos desde 2012 y prometer al Partido Socialista mejores resultados electorales. Una apuesta de lo más imprudente. Hollande y Valls, apoyados en las instituciones de la Vª República, pueden jugar la carta de la seguridad, pero en la situación política actual en la que los malos vientos van hacia la derecha y la extrema derecha, son estas fuerzas las que corren el riesgo de aprovecharse de esta maniobra.

Las resistencias a la prolongación del estado de excepción han sido muy débiles en la izquierda parlamentaria, aunque más importantes a nivel de base (en el seno del PCF, por ejemplo, contra el voto de sus representantes en la Asamblea Nacional) o en los movimientos sociales: declaraciones de Solidaires y, también, de la CGT.

El actual momento político es duro y comporta grandes riesgos. La democracia política ya fue vaciada de contenido; los parlamentos ya no deciden sobre las cuestiones principales (que están en manos de la Unión Europea, de la OMC o de los tratados intergubernamentales…). Ahora se trata de las libertades civiles, ya bajo presión, que corren el riesgo de convertirse en una cáscara vacía. El gobierno quiere poner a la sociedad en arresto domiciliario, pero la gente no ha tomado aún conciencia de ello.

Lo importante es establecer puentes entre las resistencias, manifestar nuestra solidaridad con las víctimas del terrorismo, ofrecer a los pueblos que luchan por su libertad los medios materiales, políticos y militares para sobrevivir y vencer; ayudar a las fuerzas progresistas y no confesionales que luchan sobre el terreno, tanto contra el obscurantismo sanguinario, terrorista, del Estado Islámico como del régimen de Assad que tanto lo ha favorecido. Es poner fin a la escalada de guerra y bombardeos, poner fin al apoyo a los regímenes absolutistas y a la promoción de injusticias sociales y políticas tanto en Medio Oriente como en otras partes.

La situación de las fuerzas progresistas en Francia es bastante desastrosa, pero en este momento clave existen puntos en los que apoyarse para resistir: el sentimiento de solidaridad compartida en la población, la reacción de la juventud, el rechazo de un buen número de organizaciones y sindicatos a aceptar medidas liberticidas, un régimen de excepción permanente. De ahí que sea necesario construir un frente unido en defensa de las libertades, de convivencia y solidaridad, aquí y en todas partes.

Notas:

1/ Ver nuestro artículo de aquella época: «Charlie-Hebdo: ¿Y ahora? Los hechos, su alcance y los retos» en http://www.vientosur.info/?article9740

Traducción: VIENTO SUR

Fuente original: http://www.vientosur.info/spip.php?article10721