La crisis económica mundial ha generado situaciones de pobreza, recortes de derechos y un endeudamiento que parece no tener fin en países (como el nuestro) que se creían miembros del club de las élites mundiales. Tras un par de décadas escasas en las que se nos permitió vivir a lo grande, llegaron la bancarrota y […]
La crisis económica mundial ha generado situaciones de pobreza, recortes de derechos y un endeudamiento que parece no tener fin en países (como el nuestro) que se creían miembros del club de las élites mundiales. Tras un par de décadas escasas en las que se nos permitió vivir a lo grande, llegaron la bancarrota y el rescate económico como solución de los amos del cotarro. El resultado: élites superacomodadas y una gran mayoría abocada a la indefensión y la precariedad.
Sin embargo todo esto nada tiene de nuevo en otras partes del mundo. Lo que siempre es igual son los esquemas del neoliberalismo, planes diseñados a largo plazo para embaucar promocionando la avaricia y esclavizar después gracias a las garantías del endeudamiento. Donde no se impone con tanques, el capitalismo secuestra países enteros con malabarismos económicos, trucos del capital que nunca da un paso en falso.
Para ilustrarnos sobre el tema, hablamos con Carlos, compañero nicaragüense, que nos explica los entresijos de la denominada ayuda al desarrollo y la cooperación internacional que vienen practicándose en Sudamérica desde hace décadas. Los más atentos descubrirán en sus explicaciones grandes similitudes (cuando no iguales prácticas) en referencia al contexto que viven actualmente los países mediterráneos europeos.
Sabido es que en las tierras latinoamericanas quedaron atrás los tiempos de la conquista por la espada, aquellos en que Colón y los suyos salvaban del pecado a los indígenas a base de expolio y genocidio. Sí, atrás quedaron aquellos tiempos, hoy los modos de conquista son más perversos, más siniestros, eso sí los resultados son bastante parecidos.
En 1945, acabada la II Guerra Mundial, el recién estrenado presidente estadounidense Harry S. Truman, lanzaba un mensaje nuevo a sus vecinos americanos. «Ustedes no necesitan el gobierno de los europeos, pueden alcanzar por sus propias capacidades el mismo nivel de desarrollo del que gozamos en los EEUU. Eso sí, para alcanzarlo deben dejarse guiar por nuestra experiencia y seguir los pasos que les marquemos.» Algo así.
¡Ser desarrollado! ¿Quién no iba a quererlo? Salir de pobre, luz, agua, carreteras, escuelas, hospitales, televisión por satélite, discotecas… Pero… luz y agua ¿a qué precio? ¿Carreteras hacia dónde? ¿Qué se enseña en las escuelas? ¿Quién podrá acceder a los hospitales? No, no se preocupen por eso ahora… «En primer lugar la pobreza de los países latinoamericanos no es de nacimiento, al contrario son países ricos en recursos, devastados y empobrecidos por siglos de expolio y genocidio yanky-europeo. En segundo lugar habría que preguntar si el modelo de desarrollo occidental responde a las necesidades y los modos de vida de nuestras gentes.» Pero estas advertencias no se hacen o son rápidamente silenciadas y la conquista ideológica rosigue. Bien, como decíamos para alcanzar un óptimo nivel de desarrollo deben seguir las instrucciones: «Reducción del aparato de estado, disminución del gasto público, privatización de servicios, facilidades a la empresa y entrada en el mercado global.» (Compadres mediterráneos, ¿les suena de algo estas recetas?).
Este discurso del desarrollo permite a EEUU y posteriormente también a la UE, establecer juicios de valor que legitiman sus intervenciones en los países llamados subdesarrollados. Se cambia su cultura, que queda marginada hasta la desaparición en favor de la nueva cultura global, se dan los pasos necesarios para perder la identidad propia para poder llegar a ser un ciudadano del mundo.
Carlos nos pone dos ejemplos sobre las consecuencias que tiene la aplicación de esta idea de desarrollo. El abandono del campo y la migración a la ciudad, es un fenómeno que ha provocado en el último medio siglo que los habitantes del mundo sean en su mayoría urbanitas, se ha producido de manera muy clara en toda Sudamérica. Ya se sabe, vivir en el campo es desperdiciar tu vida, las oportunidades están en la ciudad. «Los estados colaboran en esta idea dejando de financiar las tareas del campo y el resultado son millones de campesinos e hijos de campesinos, instalados en la precariedad, la marginalidad y el desamparo en las ciudades.» Otro ejemplo es el de la educación; «se mantienen las inscripciones gratuitas en las escuelas pero los estados no financian nada más en materia de educación. Sucede entonces que al no poder pagar la educación de sus hijos, los pequeños se ven abocados al trabajo infantil.»
Pero no se preocupe, para enmascarar todas estas realidades la lógica neoliberal tiene sus herramientas. Los llamados niveles de desarrollo se miden con diversos índices según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina). Carlos nos explica: uno de ellos es el nivel de pobreza, que se clasifica en pobreza, indigencia o extrema pobreza. «Pero estos índices están burdamente manipulados ya que establecen unos niveles tan bajos para ser clasificados como pobre que al final según las estadísticas nadie lo es. Si bajas a 55 dólares mensuales el nivel de pobreza, obtienes unas buenas estadísticas pero la realidad es que a la gente no le llega con 200 dólares al mes.» También se recurre al PIB, la suma del dinero por exportaciones que el país gana en un año. «La estadística se saca per cápita, por cabeza, esto es como si a cada ciudadano se le repartiera la parte proporcional de esa suma total, un cálculo que no puede estar más alejado de la realidad.»
Así es como el desarrollo genera y mantiene la pobreza, divide en clases sociales y conforma una élite cosmopolita que en complicidad con algunos agentes locales, maneja el estado y lleva a cabo sus políticas de mercado ignorando las necesidades de la gente del país.
Una vez indagado en este modelo de conquista llamado desarrollo, veamos ahora como se desarrolló otro concepto clave en esta estrategia, la famosa deuda externa.
La década de los años 70 prometía convertirse en la de mayor «desarrollo» que jamás hubiera conocido el sur. Y perdonen, pero antes de seguir el compañero Carlos quiere hacer una puntualización: «Eso del sur… la distinción norte-sur es un concepto ideológico no geográfico, la posición depende de donde se ubique uno en el mapa.» Dicho esto, prosigamos. La etapa que prometía el gran desarrollo resultó nefasta. La crisis internacional del petróleo provocó en los países del «sur» un endeudamiento enorme. Siguiendo el patrón marcado para ser desarrollado, resulta imprescindible el petróleo pero el precio al que estaba el crudo… «los países ricos vieron el negocio y comenzaron a prestar dinero. El dinero prestado se perdió en corruptelas locales y cuando llegan los acreedores no hay con qué pagar. Entonces se le echan las culpas a las instituciones públicas por no saber administrar el dinero.» Una vez difamado el sector de servicios públicos, empieza una reestructuración de lo público para ir derivando servicios y competencias hacia el sector privado. En este proceso entran de lleno el FMI y el BM para redirigir las políticas sociales de los países endeudados, dictando recortes en sanidad, educación, pensiones… como medidas necesarias para pagar la deuda. Solventar la deuda pasa a ser la prioridad máxima del país. «Es lo mismo que está ocurriendo en el Mediterráneo que nunca dejó de ser una periferia europea. Allí lo llaman rescate pero la realidad es que están siendo colonizados a través de la economía.» Vemos como se impone la hegemonía del FMI y el BM, los administradores de recursos que se presentan a los países empobrecidos por los occidentales. «Violentan sus culturas, sus políticas y basándose en la gestión de una deuda que esclaviza, mantienen el statu quo, son los garantes del nuevo orden mundial.»
Carlos quiere denunciar también lo que considera otra estafa, la conocida como cooperación internacional. Se trata de una ayuda oficial de los países ricos dan a los pobres a través de la OCEDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Se les da mucho dinero pero nunca salen de la pobreza, ¿por qué? En 2005 se firmó la Declaración de París para supervisar estos préstamos y ayudas. Se establecen que antes de recibir cualquier tipo de ayuda, los países receptores deben cumplir una serie de requisitos y firmar unas condiciones que les dejarán subordinados a los países donantes. «Es como si después de hacerles una herida se les diera la medicina no para curarlos sino para mantenerlos enfermos. Las ayudas van a derivar en beneficios para los países donantes, son por tanto inversiones más que ayudas.» Por ejemplo, se destina un dinero para construir una carretera en Perú pero se concede la obra a una empresa española, con lo que el dinero acaba en el sector privado español mientras las empresas peruanas acaban en la quiebra. «Ocurre con compañías como Moviestar, Pescanova, Fenosa… así la cooperación genera dependencia y finalmente acaba por ser un negocio.»
También los mismos cooperantes destinados a los países pobres, ganan bien. «Su sueldo se establece siempre conforme al país de origen al igual que las condiciones laborales. Así podemos ver a los técnicos ganado bien y a trabajadores de campo explotados, arriesgando la vida para ganar una miseria, «cooperando» en el mismo proyecto.» Es fácil que suceda que el presupuesto destinado a un proyecto falle pero nunca se tocarán los sueldos de los cooperantes que están garantizados por contrato. Entran en este juego la ONGs que actúan como cajas chicas de los países donantes. Se trastocan presupuestos para estafar a operarios locales y enriquecer a sus directivos. También se utilizan en muchas ocasiones para contrarrestar políticas sociales y desestabilizar gobiernos que no sean afines(Bolivia, Venezuela). «No existe ningún control real sobre el dinero que manejan las ONGs.»
Con la crisis económica las ayudas a la cooperación ha disminuido. «Lo que se dice de cara a la opinión pública es que se da menos dinero porque los países pobrecitos han mejorado. Entre otras cosas la reducción de ayudas ha provocado que dejen de enviarse observadores internacionales en época de elecciones.» Esto conlleva la perpetuación de caudillos corruptos que permiten a las empresas extranjeras hacer negocios libremente en el país. «Es el último grito en el mercado de la ayuda.»
A la cooperación internacional se suma la ayuda humanitaria, que está derivando directamente en intervenciones militares. Los ejércitos son los encargados de llegar al país después de un terremoto, un tsunami… «Llegan como ayuda, armados hasta los dientes y generan en la población situaciones de auténtico terror.» Pero esto se vende como un ejército humanitario que da buena imagen al país que lo envía. Llegan con alimentos que arruinan el comercio local, productos extraños que producen daños ecológicos y arruinan las cosechas locales. Es el ejemplo del arroz y la intervención estadounidense en Haití. «Se aprovechan de una desgracia para apropiarse del comercio. Los yanquis montaron a su llegada un aeropuerto propio y decidían quién podía y quién no podía entrar en Haití.»
Tras todo este análisis es tiempo de ofrecer algunas alternativas. «La respuesta al capitalismo no existe a gran escala. Lo bueno sería fomentar el desarrollo local, buscar las necesidades desde las bases, dar respuestas desde lo local a las necesidades reales de las personas, buscando su calidad de vida.» Para ello el cuidado del medio ambiente resulta fundamental. «El 7% de la población mundial contamina más del 50% del total en el mundo. Tendría que reajustarse el modelo de vida de las élites para no cargarse el medio ambiente. La cooperación debería dejar de ser vertical, lo cual es en sí mismo un contrasentido y ser circulares donde todos aporten y todos asuman responsabilidades.»
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