Desde 1992 la UE es una autopista para la globalización neoliberal y un instrumento para garantizar los excedentes exportadores de Alemania, pero por el miedo de la izquierda al nacionalismo es la derecha la que está capitalizando la eurocrítica. Diez años después del estallido de la crisis neoliberal, un nuevo abuso del sistema europeo germanocéntrico, […]
Desde 1992 la UE es una autopista para la globalización neoliberal y un instrumento para garantizar los excedentes exportadores de Alemania, pero por el miedo de la izquierda al nacionalismo es la derecha la que está capitalizando la eurocrítica.
Diez años después del estallido de la crisis neoliberal, un nuevo abuso del sistema europeo germanocéntrico, la llamada «democracia acorde con el mercado» ( Marktkonforme Demokratie ). El concepto fue acuñado por la canciller Merkel y designa la servidumbre de las actuales democracias de baja intensidad y sus Estados nacionales al sistema financiero carente de toda legitimación democrática y por definición instrumento de una oligarquía. Con ese concepto seguramente Merkel pasará a la historia como la gran disolvente de la Unión Europea. Ahora le toca a las elecciones de Italia, socio fundador del club y tercera economía europea, sufrir el abuso de ese nuevo orden .
Los italianos han respetado el pacto de estabilidad y mantienen su nuevo endeudamiento por debajo de la regla del 3%, pero su endeudamiento general apenas se reduce, llevan seis años de recesión, el desempleo es considerable y todas las reformas correctas de los Monti, Letta y Renzi no han cambiado las cosas. ¿Qué hacer?
Es imposible salir de la situación sin más gasto. Ocurre lo mismo en Grecia, donde su impagable deuda debe ser renegociada como defiende el propio FMI, entretanto devaluado por Merkel desde la categoría de, en sus propias palabras, «imprescindible partícipe» en el abuso griego (2015), a la actual categoría de mero e indeseable «supervisor». Berlín se sigue oponiendo a toda renegociación.
El propio ex jefe del Euro Working Group , el austro-americano Thomas Wieser, el hombre que preparó el asfixiante dictado ahorrador impuesto a los griegos, reconoce que las normas de la Unión Europea no funcionan y se pregunta por el «precio político» a pagar por la insistencia en ellas.
Ignorar el voto y seguir con lo mismo
Los resultados están a la vista: cuando el asunto se somete a votación, la UE pierde. Repasemos la serie completa (porcentajes sobre participantes):
– 1992: el 50,7% de los daneses votan contra el Tratado de Maastricht. Se les hace volver a votar.
– 2001: el 53,9% de los irlandeses votan contra el Tratado de Niza. Se les hace volver a votar.
– 2005: el 55% de los franceses y el 61% de los holandeses rechazan el Tratado constitucional europeo. No se les hace volver a votar (demasiado arriesgado) y se incluye la esencia de lo rechazado en el Tratado de Lisboa, dos años después.
– 2008: el 53,4% de los irlandeses vuelven a votar contra lo que ahora se llama Tratado de Lisboa.
– 2015: Referéndum griego contra la austeridad (61,3%). Se les impone más.
– 2016: El 61,1% de los holandeses rechazan el acuerdo de asociación de la UE con Ucrania.
– 2016: Brexit (51,9%). Se respeta y se abre negociación. Bruselas hace lo posible porque el asunto salga mal y caro para que no cunda el ejemplo, pero el gobierno británico es duro de pelar.
– 2016: 59,4% de los italianos rechazan la reforma constitucional.
– 2018: Italia vota un gobierno euroescéptico. Se les veta.
Especialmente en el sur de Europa la evolución de la opinión va pareja con los resultados de las fallidas recetas. A la pregunta, ¿aprueba o desaprueba la manera en la que la Unión Europea aborda las cuestiones económicas?, una de las últimas encuestas arroja lo siguiente para la segunda opción; Grecia, 85%, Italia, 66%, Francia 63%, España 52% (Pew Research Center).
Los gobiernos ultras no caen del cielo
Obviamente, los gobiernos de extrema derecha no caen del cielo y aquí llegamos a lo endemoniado de la situación. Desde 1992 la UE es una autopista para la globalización neoliberal y un instrumento para garantizar los excedentes exportadores de Alemania. Los tratados europeos y la unión monetaria son su corsé, pero la izquierda europea no fue capaz de ponerse al frente de la contestación, fundamentalmente por miedo al nacionalismo y a la necesaria reivindicación del Estado. Fue así como se ha llegado a la actual situación en la que la UE es más cuestionada desde la derecha que desde la izquierda. Socialdemócratas y verdes abogan por una Europa «más social» completamente imposible dentro del marco institucional de los tratados y la moneda única. El resultado es que la situación se pudre y avanza la demagogia y el populismo de derechas. Y cuanto más cerca se ve ese peligro, tanto más la izquierda se hace pro Unión Europea , alimentando un círculo vicioso a la vez degenerativo y disolvente. Italia es un ejemplo perfecto de la situación.
A diferencia de Francia o de España, en Italia no ha habido un espacio eurocrítico de izquierdas. Ahí no hay nada parecido a la France Insoumise o a Podemos . En su lugar una coalición de demagogos de distinto signo capitaliza el malestar electoralmente. Su victoria electoral ha sido vetada, por lo menos hasta otoño, con los mismos procedimientos de la democracia acorde con el mercado de Merkel utilizados con Grecia. Con ello se ignora la diferencia de pesos y tamaños.
Desde Alemania la misma arrogancia supremacista en los medios de comunicación. Der Spiegel , el «prestigioso semanario» de la agencia Efe, que periodísticamente hablando es una verdadera birria desde hace mucho tiempo, vuelve a explicar que los italianos quieren, «que otros financien su dolce far niente «, les niega la calificación de «mendigos» («por lo menos los mendigos dan las gracias cuando les llenas la bolsa», explica) y los llama «parásitos agresivos». El comisario europeo de presupuestos, Günther Oettinger, prototipo de alemán de derechas obtuso y digno hijo de Baden-Württemberg, ha vuelto a tomar la palabra y predicar la parábola del último golpe de estado marktkonformer : «los mercados enseñarán a los italianos que no pueden elegir a populistas en las próximas elecciones», rezaba el twitt de reclamo de su entrevista a la Deutsche Welle , seguramente el consorcio informativo público más reaccionario del continente.
Esos tonos, que son la consecuencia lógica de muchos años de gobiernos de Estados europeos consintiéndole a la derecha alemana sus dictados y malos tratos, fueron acompañados de muestras del poder, no legitimado democráticamente, de los mercados; amenazas de «inestabilidad», primas de riesgo desatadas, etc. Aprovechando la coyuntura, en la misma pepelandia los dirigentes políticos (Cospedal, Sáenz de Santamaría) se apuntaban a lo mismo, advirtiendo de lo caro que saldría a los españoles cualquier intento parlamentario de echar a los cuarenta ladrones de su cortijo…
En medio de toda esta tormenta ha pasado desapercibido un informe alemán particularmente significativo. Es del Berliner Wissenschaftszentrum fúr Sozialforschung y explica cómo avanza la marginación social en el país principal beneficiario del euro y que oficialmente va tan bien: entre 2005 y 2014, marco temporal del estudio, en el 80% de las ciudades alemanas avanza inexorablemente una guetización que concentra a los pobres en espacios urbanos específicos. En 36 ciudades del país la mitad de los niños dependen de subvenciones sociales. «Son niveles que hasta ahora creíamos específicos de Estados Unidos» y que «no tienen precedentes» en Alemania, explica el sociólogo Marcel Helbig, uno de los autores del estudio.
La Unión Europea está perdiendo los trenes del momento mundial explicábamos hace unos días. Es impotente ante los empujones comerciales de Trump. El viernes concluye el ultimátum de Trump sobre aranceles, sin que se vean resultados en la negociación. El acuerdo con Irán del que se retira Estados Unidos parece papel mojado por más que la UE gesticule. En Gaza indigna la genuflexión ante la locura de Israel -locura, porque el colonialismo y el supremacismo ya no son sostenibles en el siglo XXI. Y la cacareada refundación europea de Macron (ministro de finanzas de la UE, un europresupuesto consistente, convenciones ciudadanas para discutir el futuro, etc., etc.) ha sido devaluada al rango de mera «hoja de ruta» a tratar a finales de junio. El veto al resultado de las elecciones italianas marca un nuevo peldaño en una decadencia general y aparentemente irresoluble.