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Las dinámicas neoliberales no hermanan pueblos, los enfrentan entre sí

«Elecciones» europeas y ciudadanía «florero»

Fuentes: Rebelión

En el título de esta reflexión hay dos palabras entrecomilladas, la palabra «elecciones» y la palabra «florero». La primera me merece tal tratamiento porque cuando en unas votaciones se nos deja decidir sólo sobre lo que es accesorio y no sobre lo que es fundamental parece bastante generoso asociarle a ese acto político la categoría […]

En el título de esta reflexión hay dos palabras entrecomilladas, la palabra «elecciones» y la palabra «florero». La primera me merece tal tratamiento porque cuando en unas votaciones se nos deja decidir sólo sobre lo que es accesorio y no sobre lo que es fundamental parece bastante generoso asociarle a ese acto político la categoría de «elecciones», más bien, la musiquilla asociada suena a legitimación de lo establecido y, por eso, prefiero hablar de votaciones al Parlamento Europeo en vez de elecciones europeas. El segundo entrecomillado lo que pretende es resaltar un oxímoron, esto es una contradicción entre dos términos que van asociados, porque ciudadano hace referencia a un sujeto de derechos políticos que los ejerce para contribuir al gobierno de una comunidad, pero lo que se nos pide es que asumamos una minoría de edad política que apunta a cronificarse.

Los comicios del 25 de Mayo tienen aspectos novedosos que conviene tener presente. No me refiero a que por primera vez el Consejo Europeo va a proponer al Parlamento el candidato a ser presidente de la Comisión Europea teniendo en cuenta los resultados de las votaciones al Parlamento Europeo, eso sólo es un maquillaje del Tratado de Lisboa para que los ciudadanos lo asemejen con la elección del presidente del ejecutivo de sus respectivos países y no anden tan perdidos. Cuando digo que hay novedades me refiero al hecho de que son las primeras votaciones que permiten evaluar con cierta perspectiva el modo de responder de la Unión Europea ante una crisis que vivimos durante ya más de un lustro y en la que el modelo del Estado social ha sido duramente atacado. Esto políticamente hablando puede tener más relevancia.

Hemos asistido a un baile de gobiernos populares y socialdemócratas en casi la totalidad de los países europeos con escasas excepciones entre las que despunta la canciller alemana Ángela Merkel, que dura y dura… y por algo será. El baile de líderes y tecnócratas ha sido tan llamativo como su incapacidad para atender las reivindicaciones de una parte muy significativa de la ciudadanía europea. Desde las últimas votaciones se ha producido un giro significativo que acertaba a describir un compañero en una asamblea del barrio recientemente, de «la refundación del capitalismo hemos pasado a la refundación de los derechos sociales y políticos», y habría que añadir a esta afirmación que este giro se ha llevado a cabo siguiendo las pautas establecidas desde las propias instituciones europeas. Esto sí es una novedad.

Pero hay más, los partidos populistas, los de extrema derecha, los partidos que encubren la xenofobia tras las bambalinas de la defensa de sus «nacionales» crecen a un ritmo significativo en bastantes países europeos generando las condiciones para que la discriminación se asiente en nuestras sociedades. Con estas constataciones no parece precisamente una falta de lucidez preguntarse por si el enemigo sólo está fuera, o si resulta que también está dentro de la propia Unión Europea y, además, bendecido por sus propios Tratados.

Me temo que a estas alturas muchos conciudadanos, duramente castigados por la crisis, han dado ya su respuesta a esa pregunta sin necesidad de haber leído esos Tratados. Las recomendaciones de la Unión Europea para aplicar recortes estructurales y su exigencia de implantación de políticas de «austeridad» en nuestro país, han hecho que se dispare el coste social a pagar y que se ensanche la fractura entre ricos y pobres. Todos conocemos las manifestaciones de estas políticas: una precarización del mundo del trabajo sin igual, recortes sanitarios, aumento de la edad de jubilación, tasas de desempleo vergonzantes y un sin fin de efectos sociales deplorables que llegan a la desnutrición infantil. ¿Es que nos quiere mal Europa o nos tiene manía? No, si en realidad hasta nos han regañado por ser casi líderes a nivel europeo en el incremento de la desigualdad social y nos recuerdan que nuestra tasa de paro es inaceptable, incluso nos van a dar unos cuantos millones de euros para ayudar a reducir las tasas de paro juvenil. No nos tienen manía, simplemente son las reglas del juego, unas reglas frías, implacables que hemos aceptado y que la Unión Europea se ha dado.

Atrás quedaron los años y las circunstancias en las que Europa era percibida como un sueño, como una forma de romper el aislamiento, como un tren al que había que subirse para incorporarse al «progreso». Hoy asistimos impotentes a cómo el Banco Central Europeo presta dinero a los bancos privados a bajo interés para que éstos a su vez lo presten a los Estados miembros a un interés hasta 10 veces mayor e incluso más; tenemos una tasa de paro enorme pero tenemos que respetar las cuotas de producción agrícola y ganadera porque si nos pasamos nos multan; nos dan un reconocimiento a nivel de la Unión Europea por la lucha social contra los desahucios pero su legislación arropa las líneas de privatización de servicios y de reducción del papel del Estado que permite que proliferen iniciativas como la que ha tomado recientemente la Comunidad de Madrid y que consiste en la privatización de 3000 viviendas públicas del Plan Joven del IVIMA (Instituto de la Vivienda de Madrid) vendidas nada más y nada menos que a Goldman Sachs por 201 millones de euros; hablan de la necesidad de mayor transparencia institucional pero están poniendo las bases del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos replicando aquel Acuerdo Multilateral de Inversiones contra el que algunos luchamos hace ya casi dos décadas y que no es otra cosa que una carta de derechos de los intereses de las grandes corporaciones multinacionales para blindarlas ante las posibles intervenciones de los Estados.

Europa según ha sido concebida es una gran contradicción y la ciudadanía así lo va percibiendo. Aunque por otro lado hay que reconocer que la vuelta a las dinámicas de los nacionalismos de Estado de épocas pasadas no es precisamente reconfortante, especialmente viendo la historia de nuestro siglo XX, sin embargo, éste no es un argumento que se pueda esgrimir para justificar pero el rumbo elegido, un rumbo que nos aboca a cocernos como ranas en agua que se va calentando poco a poco.

La gente está cansada de tanta política de casquería y reclama propuestas concretas para resolver problemas concretos. La gente quiere saber cómo se van a solventar las contradicciones ya citadas; cómo se va a afrontar el tema de la Europa fortaleza y la inmigración yendo más allá del debate sobre la altura más adecuada para las vallas; cómo se va a definir una política exterior que ayude a evitar una guerra civil en Ucrania; cuándo se va a priorizar a las personas frente a los mercados; cómo se puede poner a la burocracia al servicio de las necesidades reales de la gente; cuándo vamos a tener una política fiscal común que elimine los paraísos fiscales. Hay demasiadas preguntas sin respuestas convincentes y eso es un problema para el poder porque los mitos se caen, las voces críticas se multiplican y la credibilidad se desgasta a marchas forzadas.

Pero no todos están interesados en que las estructuras y dinámicas actuales cambien. Para quienes se benefician de la actual situación y de que esta Europa no cambie en sus fundamentos, principalmente bancos y grandes empresas, cuestionar el modelo existente es visto como una aberración que además de ser castigada duramente por los mercados, supondría volver a la Europa de los nacionalismos de Estado como hemos apuntado anteriormente. El poder no quiere ser cuestionado si no legitimado, y por eso nos quiere como «ciudadanos florero» que con su voto legitiman la forma de hacer, que con su olvido y desconocimiento perpetúan los defectos del sistema existente, y que con su pasividad renuncian a todo cambio transformador, eso sí adulados con ese «piropo» tan democrático que nos calificaría de prudente mayoría silenciosa y ese «profundo pensamiento» que afirma que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Supongo que de todo habrá en la viña del Señor, y que en las 39 candidaturas presentadas habrá gente que derroche entusiasmo y ganas de cambiar las cosas de forma organizada, gente que querrá tener una aventura política, tertulianos que pueden rentabilizar su imagen mediática, grandes partidos que sólo quieren consolidar su status… No entro en siglas pero sí que querría hacerles algunos comentarios, desde mi respeto por sus opciones:

1.- Sin exigir un profundo cambio de los fundamentos en que se asienta esta Europa los programas alternativos no serán tales, y las reformas, aunque supongan pequeños pasos adelante, tendrán más de concesiones coyunturales que de conquistas que se consolidan. Y cuando digo fundamentos no me refiero a las grandes declaraciones de principios me refiero a los principios prácticos que los concretan y que los contradicen.

Valgan a modo de ejemplo un par de artículos de la Constitución Europea que no vio finalmente la luz ante el rechazo de franceses y holandeses principalmente, para dejar claro que esto no se arregla sólo con unas palabras bonitas como esas que a menudo se oyen en ciertos mítines:

Art I-2 «La Unión Europea se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre hombres y mujeres«. ¿A que es bonito? Pues si tienen tiempo vayan al capítulo II del mismo texto dedicado a la economía y ya verán qué bien concretan todo esto a través del libre mercado y la libre competencia.

Art III-209 «La Unión Europea y los Estados miembros… tendrán como objetivo el fomento del empleo, la mejora de las condiciones de vida y de trabajo para hacer posible su equiparación por la vía del progreso, una protección social adecuada, el diálogo social, el desarrollo de los recursos humanos para conseguir un nivel de empleo elevado y duradero, y la lucha contra las exclusiones«. ¿Y cómo es esto compatible con las reformas laborales que nos recomiendan desde Bruselas, y con las felicitaciones que recibimos por nuestro aumento de competitividad si es a base de bajar las rentas salariales aunque Montoro no se haya enterado del todo, o cómo lo encajamos con las recomendaciones de reducción de los gastos de protección al desempleo?

Si se cumplieran las cosas que dicen estos artículos y otros muchos más ¿qué problema tendría la ciudadanía en admitir que la mayor parte de la legislación local que se hace en los Estados estuviera condicionada por lo que dice Bruselas? El problema es que la gente ve que saltarse estos artículos no tiene coste alguno pero si te saltas la ortodoxia económica te visita la Troika.

2.- Por favor, no nos repitan la cantinela de que falta transparencia y que se falla en la comunicación con la ciudadanía y que por esa razón escasea el entusiasmo europeísta. No es fundamentalmente un problema de trasparencia ni de comunicación. Es que la UE se ha diseñado para responder a las necesidades del capitalismo global que precisa de grandes bloques económicos para sobrevivir, no olvidemos que hay varias empresas a nivel mundial cuya facturación supera el PIB de muchos países y que hay sitios como en la City de Londres donde en las elecciones locales además de los ciudadanos también votan las empresas. Los ciudadanos no somos lo esencial de este proyecto. Ya sé que puede sonar muy antieuropeista decir esto pero pongo otro par de ejemplos con dos temas sencillos de entender y que van ligados a aspectos que dicen bastante del talante democrático de las instituciones europeas, uno es la capacidad de toma de decisiones y otra cómo se gestiona el dinero. Veamos:

¿Quién define las grandes orientaciones de actividad de la UE, o las grandes líneas de política exterior o las orientaciones estratégicas en aspectos legislativos que hacen referencia a los espacios de libertad, seguridad y justicia? El Consejo Europeo, ¿los elegimos en las próximas votaciones del día 25?, no.

¿Quién fija el Marco Financiero Plurianual? Otra vez el Consejo Europeo con el visto bueno del Parlamento. ¿Quién coordina las políticas económicas y aprueba el Presupuesto anual de la UE? El Consejo de la Unión Europea, que es distinto del Consejo Europeo, ¿los elegimos en las próximas votaciones del día 25?, tampoco. ¿Quién gestiona y ejecuta el presupuesto? La Comisión Europea, ¿los elegimos en las próximas votaciones del día 25?, como es de esperar tampoco. Y todo esto sin mencionar a esa maravillosa institución blindada contra cualquier iniciativa política que se llama Banco Central Europeo y que se encarga de fijar la política monetaria.

Ya se pueden cansar de divulgar a bombo y platillo que está en nuestras manos cambiar esta construcción de Europa pero no será con el margen que nos dan al elegir al Parlamento ¿verdad? Hasta los propios candidatos de los partidos, ya sean mayoritarios o no, son críticos con su falta de relevancia.

3.- Buena parte de la clase política se declara preocupada por el aumento de la abstención pero no mueven ficha. Esta semana pusieron un documental en el que se entrevistaba a varios jóvenes, casi todos universitarios, que iban a votar por primera vez en estas elecciones europeas y les preguntaban por su opción de voto. La mayoría de ellos no iba a votar y el argumento que daban era muy sencillo: no vamos a votar algo que no entendemos. ¿Falta de cultura política? No me tiren mucho de la lengua…, pero no sólo eso, no entendían el futuro del que habla Europa, no sabían cuáles serían sus posibilidades de incorporarse al mercado laboral, todo lo percibían frágil, sin consistencia.

A todo eso se suman cosas difíciles de digerir como es el perfil de los dos candidatos con más papeletas para salir elegidos como presidentes de la Comisión Europea. Uno de ellos, el candidato del Grupo Popular Europeo, Claude Junker, ha estado al frente durante 19 años de ese país tan poco edificante desde el punto de vista fiscal como es el Gran Ducado de Luxemburgo; mientras que el candidato del Grupo de Socialistas y Demócratas, Martin Schulz, destacado dirigente del partido socialdemócrata alemán, es hoy por hoy el principal aliado gubernamental de la señora Merkel cuyo partido es del Grupo Popular Europeo.

Esta sensación de desconcierto no es el sentir de unos novatos en esto de votar, fue el sentir de los propios padres fundadores del proyecto europeo que se desmarcaron del rumbo que estaba tomando la construcción europea, y es el sentir de mucha gente que está cansada de esta forma de hacer política. Gente que a veces busca, ante la dificultad para comprender el laberinto europeo, un resquicio en la política nacional, pero ni siquiera ésta le ofrece algún oasis donde calmar la sed de una Política con mayúsculas.

¿Qué votar después de hacer un poco de memoria de lo ocurrido durante estos años de crisis?, ¿qué votar si no se entiende este laberinto institucional?, ¿qué votar intentando ser coherentes?, ¿qué votar…? Esa pregunta se la hace mucha gente de buena voluntad y algunos hasta un poco agobiados porque no saben cómo salir del callejón sin salida en que se sienten atrapados. Pero no se preocupen, los grandes partidos que propagan la preocupación diciendo que el 80% de nuestra legislación viene condicionada desde Bruselas, y es así, a continuación ofrecen una solución a través de sus campañas electorales: dejen a un lado el análisis, la reflexión política y la coherencia. Voten desde las emociones, vengan a nuestros mítines y llévense para casa una dosis de derecha e izquierda aderezada con unos toques de «y tú más» y resuelto el tema hasta dentro de un quinquenio.

Durante estos días de campaña muchos políticos profesionales salen en los telediarios repartiendo papeletas en los mercados y dando besos al personal y siempre me surge el mismo pensamiento, ¡qué educada es la gente!

4.- Se suele decir que hay que luchar por cambiar las cosas desde fuera y desde dentro del mundo institucional, pero hay formas de estar en los dos ámbitos que hacen que esa afirmación precise de más de una matización. No me puedo detener en ello pero quiero llamar la atención sobre el hecho de que el trabajo a pie de calle y el que se realiza en el mundo institucional confieren distintas formas de percibir la realidad con el tiempo y eso supone un riesgo que hemos de prevenir.

Suele ocurrir que a la política institucional se accede sin haber forjado una voluntad social de cambio, de forma que la inercia de las instituciones quebranta y ahoga fácilmente los aires transformadores. Desconectar el compromiso institucional del compromiso social es lanzarse a la deriva, pero pensar que el quehacer en lo social se va a consolidar si no se reconoce por el mundo institucional es saltar bastantes peldaños de golpe.

En cualquier caso lo fundamental es tener presente que sin una ciudadanía con una conciencia crítica, con capacidad de análisis, con una voluntad de transformación social, al primer golpe de aire se nos rompe el chiringuito por mucho que pidamos cambios en las leyes electorales. ¿De qué les ha servido a los suizos poder realizar referéndums si entre los últimos que han celebrado han aprobado implantar un sistema de cuotas de entrada de emigrantes y se han negado a acabar con el secreto bancario?

La desafección de los ciudadanos hacia la clase política es en buena medida un gesto de reciprocidad que pone de manifiesto la desafección de la clase política por los problemas reales de la gente. Las votaciones del día 25 no tienen la transcendencia que quieren darle porque los ámbitos de decisión política, no digo ya económicos, no se presentan a las mismas y la gente acabará tomando conciencia de ello. A pesar del gran despliegue mediático la pregunta por si las votaciones son juego de legitimación y no de posibilidad de cambio se hace imparable. Sin embargo, esto no quita que haya quien vea en las votaciones una oportunidad para darse a conocer y para hacer llegar a la ciudadanía un mensaje diferente. Eso sí, la tarea de poner bases firmes sobre las que dotar de posibilidades de éxito a las propuestas de ruptura con todo lo que imposibilita el desarrollo de otra Europa es irrenunciable. Hay que construir discursos colectivos superadores de las dinámicas individualistas y nacionalistas que hagan frente a la desigualdad creciente y a la fractura social, e interconectarlos a nivel europeo y transcontinental porque quien piense que se puede cambiar Europa sin cambiar el mundo necesita poner el reloj en hora.

Por último, no todos los males tienen su origen en los partidos también tenemos que hacer autocrítica personalmente y desde las asociaciones en que estamos insertos para ir más allá de los discursos que sólo están cargados de estética revolucionaria. Hemos de aprender a ser honrados con lo real, también cuando hablamos de votaciones, y buscar las formas y medios concretos que nos permitan pasar del mundo de los deseos al de las voluntades.

Decía recientemente Pepe Mújica que en toda persona hay una parte conservadora, de derechas, y otra que quiere cambiar y mejorar lo que hay, una parte de izquierdas; el problema son las patologías, la de la derecha es el ser reaccionario y la de de la izquierda es el infantilismo. Evitemos las patologías, demos el primer paso de rebelarnos contra esa condición de ciudadanos y ciudadanas florero que se nos instala al menor descuido, y pongámonos manos a la obra con otros compañeros de camino que quieran cambiar todo esto. Si no los tienes todavía, búscalos; seguro que los encuentras. Y que usted lo vote bien, si es que considera adecuado acudir a las urnas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.