Traducido del francés por Anahí Seri
La victoria incontestable, el 6 de mayo, del candidato de la derecha Sarkozy en las elecciones presidenciales de Francia no es necesariamente el balance más espectacular tras varios meses de campaña electoral. Al Sarkozy candidato le ha seguido el Sarkozy presidente. Está dentro del orden de las cosas. La derechización de la sociedad francesa ha dejado de ser una hipótesis. «Esta opción es el producto de una relación de fuerzas bien clara: una Francia de derechas ha votado a la derecha» (Le Monde). Además, la derecha que ha ganado tiene una fuerte identidad, está sarkozysada desde 2002. Su victoria es enérgica, clara y nítida. «Nicolas Sarkozy había ganado en las cabezas antes de triunfar en las urnas» (Libération). «Su victoria sin complejos se ha abierto una avenida política ante las legislativas del próximo junio» (L’Express).
Lo que parece lo más grave tras el 6 de mayo es la derrota de todas las izquierdas, acomplejadas, desde la izquierda tibia representada por la candidata Ségolène Royal hasta la izquierda más radical, la izquierda altermundista, la de los «colectivos», también la del partido comunista (de Marie-George Buffet), que en la primera vuelta sólo había reunido un uno por cien de los votos, el peor resultado de toda su historia electoral. La izquierda, las izquierdas, la extrema izquierda recoge lo que lleva sembrando desde hace lustros.
Tradicionalmente, la derecha se presenta siempre como tal, y aún más en el caso de Nicolas Sarkozy. A cara descubierta, con un programa abiertamente de derechas, más o menos duro, declaraciones poco ambiguas, un «proyecto de sociedad» al servicio de los intereses de la Francia de arriba. En beneficio de un gran electorado de derechas.
Durante este tiempo, la izquierda del gobierno y las izquierdas de la oposición no dejan de buscarse, debatiéndose vanamente entre ellas o declarándose incompatibles. Desde el ala derecha del PS (Partido socialista, que de socialista no tiene más que el nombre) hasta los «pequeños candidatos» llamados «revolucionarios» que durante las elecciones presidenciales no ven más que la ocasión de subirse al podio mediático mientras dura la campaña, la cacofonía tiene diversas características: es inversamente proporcional a lo que se supone que transmite (poca cosa), no consigue nunca ocultar la ausencia de identidad de una izquierda creíble, segura de sí misma, decidida; traduce la incapacidad de los estados mayores no sólo para conservar su electorado tradicional (el PCF es el ejemplo más patético de esto), sino para ponerse de acuerdo sobre el denominador común que todo elector de izquierda tiene derecho a esperar: pararle los pies a la derecha, tanto más cuando muestra su faz más reaccionaria.
Mientras la izquierda no se libre de sus complejos, de su mala conciencia, de sus luchas intestinas, con o sin fundamento, no conseguirá nada
Una gran esperanza se ha desmoronado, ha sido aplazada. A nadie se le puede eximir de la derrota de Ségolène Royal. Las reservas que mantenía la izquierda radical ante la perspectiva de un gobierno de izquierda, asociadas a la rigidez y la suficiencia del PS socialista, han acabado, por mucho tiempo, con las esperanzas de sus votantes. El PS ha cometido el error de creer que las presidenciales iban, sobre todo, a reconstituir la unidad del partido, mientras que ha sucedido justamente lo contrario. Incluso ha descuidado, de forma manifiesta, los esfuerzos por ofrecer un proyecto socialdemócrata creíble. Al mismo tiempo, es muy probable que la izquierda radical, la de Olivier Besancenot (Liga Comunista Revolucionaria) y Arlette Laguiller (Lucha Obrera) no se hayan querido decantar por los carteles electorales coloreados de una candidata que consideran demasiado de derechas. Así pues, adiós a la victoria, hagamos inventario de los daños.
Desde la misma tarde de la derrota, para el PS ha sido un zafarrancho de combate. Dos de sus principales líderes se han cebado sin piedad sobre los de su propio partido. Dominique Strauss-Kahn ha hablado de una «derrota muy grave». «Pienso en esos millones de franceses y francesas que, desde la primera vuelta, no han votado a la izquierda porque no han visto la posibilidad de que la izquierda haga realidad sus esperanzas de cambio.» Señalando que «jamás ha estado tan débil la izquierda «, Strauss-Kahn consideró que eso se explica por el hecho de que «la izquierda francesa sigue sin renovarse». Hay que ir hacia el centro a toda máquina. Por su parte, Laurent Fabius, el antiguo primer ministro del presidente Mitterrand, estimó que «la bandera de la izquierda está por los suelos, hay que levantarla». Reclamó «una izquierda que no tenga dudas sobre su estrategia» en las próximas elecciones legislativas. Hay que ir hacia la izquierda a toda máquina.
Los ajustes de cuentas no han hecho más que empezar
Es probablemente el editorialista Laurent Joffrin (diario Libération) quien hace uno de los mejores análisis. «El inmovilismo doctrinal del PS, fruto de sus divisiones de ambición, supuso un lastre desde antes de las elecciones. Negativa a sacar una lección clara de la catástrofe del 21 de abril de 2002, la ilusión de que el simple juego de alternancia sería suficiente para asegurar la victoria, insensibilidad ante los nuevos retos de una Francia transformada por su propia crisis y por la globalización, desinterés por el centro, ausencia de reflexión sobre las nuevas políticas sociales y económicas necesarias en este principio de siglo, falta de abertura hacia las innovaciones del altermundismo del cual había que tomar lo mejor, suicidio de la izquierda radical por fragmentación.»
Desde hoy mismo, la izquierda en su conjunto ha de empezar a reorganizarse desde sus cimientos. La renovación ideológica y estratégica del PS también está en juego, igual que su evolución hacia un partido «progresista». Pero «la recomposición y la renovación son un orden del día pesado, que puede prolongarse mucho» (Le Monde).
Nuevo fracaso de la izquierda
Desde1981, con François Mitterrand en el Elíseo, ya han fracasado tres «estrategias» de la izquierda: en 1983, cuando el gobierno de izquierdas del primer ministro Mauroy, Sarkozy se vio obligado a cambiar de rumbo de lo poco adaptada que estaba su teoría política al entorno económico y social; en 2002, cuando, en la primera vuelta (16 candidatos en total, cifra récord), el fraccionamiento de la izquierda (8 candidatos, mientras que la derecha parlamentaria sólo contaba con tres candidatos, la extrema derecha con 2, el centro con uno (F. Bayrou) y dos independientes) propulsó a Jean-Marie Le Pen (extrema derecha) como candidato a la segunda vuelta enfrentándose a Jacques Chirac, presidente saliente.
Después de haber extraído las lecciones de estos comicios, la izquierda se decantó en este 6 de mayo desde la primera vuelta por el voto «útil», no obteniendo los pequeños candidatos más que las migajas; pasó a la segunda vuelta, pero, en primer lugar, no pudo superar el déficit de imagen de una izquierda atractiva, y en segundo lugar, la candidata Ségolène Royale no consiguió todos los traspasos de voto (del centro y de la extrema izquierda) que necesitaba para ganar.
No es la mujer quien ha perdido – por primera vez, una mujer aspiraba a la magistratura suprema – sino aquello que ella ha intentado defender, proponer, con un estilo nuevo que pretendía ser innovador, susceptible de influir en los indecisos. Su buena voluntad, algunas propuestas de abertura, su impacto mediático en ningún momento fueron capaces de convencer de que ella hablaba en el nombre de una izquierda capaz de enfrentarse a una derecha astuta desde hace mucho tiempo, muy hábil, que ha sabido atraer adhesiones en todo el espectro, entre ellas cientos de miles de votos procedentes de la extrema derecha.
La máquina y el aparato de Sarkozy, más cercanos al buldózer y a la artillería pesada que a la camioneta publicitaria de los combates de esgrima, han devuelto a su torre de marfil a las cabezas pensantes de la izquierda moderada, la cual, en su derrota, ha arrastrado a todos los que se sitúan en la extrema izquierda, bajo las banderas de la Liga Comunista Revolucionaria, del PCF, de Lucha Obrera, del mundo de las asociaciones, de José Bové, incluso de los Verdes.
Sobre todo desde mayo de 1968, los partidos y las organizaciones de izquierda están atrapados en este dilema recursivo: hacer todo por ser un partido del gobierno, hacer todo por no serlo, por permanecer como una fuerza denominada de propuestas y de oposición, sin comprometerse con el partido en el poder (en su caso, el Partido Socialista). Desde hace más de 50 años, en el PCF se lleva a cabo, hasta nuestros días, un debate interno en el que dominan, según la época, mayorías «a favor» o «en contra» de la presencia de ministros comunistas en los gobiernos dirigidos por un primer ministro del PS.
Es lamentable que, independientemente de cual sea la opción, el PCF no haya podido o sabido poner freno a un declive electoral, fruto de su incapacidad, desde hace 30 años, de acompañar los movimientos sociales y de librarse de su imagen de último PC europeo «estalinista».
Por otra parte, entre 1983 y 2002, 15 años de los cuales fueron de «izquierda unida» (PS-PCF), el líder neofascista Le Pen pasó del 3% al 17%.
Estas elecciones, si confirman un comportamiento electoral francés, también recurrente, a favor de un candidato conservador que enarbola la doble bandera tradición / autoridad, constituye una nueva paradoja. La paradoja francesa.
Que la izquierda institucional o liberal, en torno a un PS que está bastante mal, sea incapaz de poner en pie una socialdemocracia al estilo de Blair, Prodi o Zapatero, no es una novedad. La pérdida no es capital, salvo que podría por lo menos obstaculizar el paso a los Margaret Thatcher, Berlusconi o Aznar franceses. Elegir el mal menor. A condición, sin embargo, de que el PS consiga frenar la hemorragia de su electorado popular o detener un cierto éxodo de las clases medias hacia el centro.
Pero la singularidad francesa estriba más bien en el hecho de que las fuerzas antiliberales representaban hasta el 22 de abril, el día de la primera vuelta, un paquete potencial próximo al 12 % de los votos, lo cual es una componente nada desdeñable. Un florón francés. Pero que tiene sus estados de ánimo, a diferencia de lo que ocurre con cualquier derecha cuando se trata de ocupar el poder.
¿Qué ha sido de ella después de las 20 horas del domingo 6 de mayo? Triturada, desintegrada, pasada por el molinillo. Figura emblemática de la izquierda de la izquierda, Arlette Laguiller (Lucha Obrera, trotskista) se despedirá de 33 años de vida política (seis elecciones presidenciales) con su peor resultado (1%) en la primera vuelta.
«Yo no creo que una derrota se vaya a saldar para la izquierda con una travesía salvadora por el desierto, sino más bien por una descomposición de la cual le costará reponerse», comentó el 5 de abril Etienne Balibar, filósofo cercano a la extrema izquierda que había pedido el voto por Royal «para hacer fracasar a la derecha».
Etienne Balibar, militante y fino observador, denunciando desde la izquierda de la izquierda las «capillas» y su clientelismo, declaró que «es la debilidad de la ‘izquierda de la izquierda’ la que supone el riesgo de que gane la derecha dura, así como el desencanto de los obreros, de los docentes y de las clases medias con respecto al PS.»
En efecto, si esta izquierda radical viene marcando fuertemente la vida política francesa desde hace diez años (manifestaciones anti-OMC, creación de Attac, luchas anti-OMG, contra las discriminaciones, etc…) sobre la base del antiliberalismo, cuyo punto culminante fue la victoria del no en el referéndum (2005) sobre Europa, sin embargo no parece haber sabido negociar el giro hacia un anticapitalismo vuelto hacia los nuevos rostros visibles del capitalismo. «El antiliberalismo abstracto no permite aislar los principales adversarios» (E. Balibar).
Reconstruir una izquierda combativa en torno a un proyecto político realmente alternativo es más fácil de decir que de hacer. ¿Qué hacer? Instituir un bipartidismo coherente con el presidencialismo (Daniel Bensaïd, filósofo y miembro de la LCR)? ¿Convertir la extrema izquierda al electoralismo? ¿Practicar un centrismo abierto y positivo? El partido socialista, el partido dominante de la izquierda desde 1981, por consiguiente una fuerza de la que no se puede escapar aritméticamente, pero que está perdiendo velocidad de manera clara, no parece estar a punto de ceder su liderazgo o de auto inyectarse la crítica radical que su derrota impone hoy.
Desprovisto de energías sociales, incapaz de dirigirse a las clases populares, el Partido Socialista, con o sin Royal, está condenado a desviarse hacia la izquierda. Con un personal político nuevo. Todavía falta que en el mismo momento la izquierda crítica olvide sus intereses de fachada, se federe y pueda ejercer presión sobre el estado mayor socialista para lograr el éxito de las reivindicaciones y movilizaciones sociales, políticas y culturales.
Finalmente, las elecciones presidenciales constituyen una imagen del estado de la sociedad. Cuando a ésta se le han acabado las ideas, aquella lógicamente no tiene nada que vehicular. Es sabido que un periodo de «baja intensidad ideológica o doctrinal» (expresión del historiador Christophe Prochasson) favorece a la derecha. La campaña electoral ha demostrado, también por su mediatización a ultranza, que la política ya no es solamente el lugar del colectivo, de las ideas, sino de las pasiones (o los sufrimientos) individuales. También en este juego maléfico, la derecha ha sabido arrimar el ascua a su sardina.
Esperando el mañana
Mientras se esperan los siguientes días de después, Nicolas Sarkozy se habrá instalado en el Elíseo. Por un quinquenio o más. Con la eventualidad, eventual, de un sobresalto de las izquierdas esta vez, en las próximas elecciones legislativas. Si no es el caso, por retomar los términos de E. Balibar, la izquierda experimentará esta vez una nueva travesía del desierto y una descomposición fatal.
¿Pero a dónde se dirigirá? En el mismo seno del PS existe una corriente a favor de la alianza con el centro. Ya no para dominar a la izquierda de la derecha, sino para sobrevivir e intentar vencer a la formación política (UMP) de Sarkozy en las legislativas. El 14 de abril, el antiguo primer ministro Michel Rocard del presidente François Mitterrand se declaró favorable a un acuerdo con el centro antes de la primera vuelta. Escribió en la página de debates del diario Le Monde «Si Nicolas Sarkozy resulta elegido, no tendremos ninguna excusa». «Podemos evitar este desastre uniendo nuestras fuerzas con los que están más cerca de nosotros, los centristas». Hoy, Sarkozy ha resultado elegido.
Lo que se recordará de este 6 de mayo de 2007 es «el alcance de la crisis de identidad de la izquierda. Su fracaso aritmético es consecuencia de una derrota cultural. Y de haberse bajado los pantalones en lo que respecta a la ideología.» (Libération, Renaud Dély). A partir de ahora, la izquierda del siglo XX está enterrada. El resto, empezando por la victoria de Sarkozy, depende de las peripecias políticas clásicas, de los epifenómenos de las circunstancias.
Michel Porcheron es un periodista francés residente en Cuba.
Anahí Seri pertenece al grupo de traductores de Cubadebate y Rebelión.