En el fondo, ese es el sueño de todos: una plaza Tahir Universal contra el capitalismo, por La democracia participativa, por un retorno a los valores y a la moral fundacionales. Por eso resisten a todo: a la ironía, a la indiferencia, al cinismo, a la estupidez, a la ignorancia, al hambre, al frío otoñal de Londres, a estas palabras. Son poetas. Y como todos los poetas no viven envueltos en sueños sino en la desnudez de la realidad. El artículo es de Eduardo Febbro, directo desde Londres. (Traducido del portugués por Guillermo F. Parodi).
La crudeza brumosa y húmeda del otoño no los disuadió. Apenas terminó la marcha mundial de los indignados del 15 de octubre, los indignados ingleses siguieron el ejemplo de Nueva York y Madrid. Las 150 carpas en las que se instalaron en la parte externa de la Catedral de San Pablo de Londres suscitaron miradas irónicas de los elegantes transeúntes que circulan por esa zona capitalina inglesa. San Pablo es la antesala del corazón de la «City», el antro de las finanzas mundiales contra los que los miembros del Occupy London Stock Echange se manifiestan.
«Con el pasar de los días nos fuimos organizando. Hace frío, mucha gente nos mira con ironía pero también hay mucha solidaridad de otros paseantes», relata Danielle Allen, profesora de 25 años, sin trabajo, que descubre por primera vez, la acción social en plena calle. «El capitalismo es crisis», dice una pancarta desplegada en la explanada de la catedral. La situación es inusual: señores hambrientos, vestidos como señores caminan entre las carpas del campamento con aire de atravesar un jardín. Los jóvenes que arman las carpas obtuvieron una victoria, por más pasajera que fuese. Con la bendición del Reverendo Giles Frases convirtieron a este centro mundial de las finanzas en su hogar sin que, hasta ahora, la policía los obligase a partir. Se instalaron sanitarios móviles, una «tienda cocina», una «tienda enfermería», otra que funciona como una guardería y una donde se realizan talleres de todo tipo.
Odiados y odiadores a veces se cruzan con interés, otras con una indiferencia de seres invisibles. A la hora del almuerzo, muchos de los empleados de la City se detienen para leer los mensajes de las pancartas y algunos entablan diálogos con ellos. «Me parecen simpáticos, porque son combativos, pero no estoy de acuerdo con ellos: Las finanzas producen riquezas para todos. Las pancartas son divertidas, pero reflejan un mundo imaginario», dice uno de los eminentes habitantes de la City. Está vestido según la última moda: traje impecable, pero sin corbata. El sueño era ocupar el London Echange, es decir la bolsa.
Spyro Van Leemen, uno de los representantes del movimiento OLSX, Occupy London Stock Echange, asegura que nadie los moverá de allí: «vamos a quedarnos todo el tiempo que haga falta para que el gobierno entienda y se decida a cambiar el orden de las cosas». El joven tiene, como los otros, una convicción inquebrantable y muchas causas que convergen en una: la reparación de las injusticias, empezando por las que provoca la impunidad del sistema financiero. Las conversiones entre los ocupantes traducen sus preocupaciones, reflejadas perfectamente en sus pancartas y grafittis: la democracia, la justicia, el obsceno sistema financiero, la corrupción, las manos manchadas de los políticos, el desempleo, el precio alucinante de los alquileres, el fin de la ocupación de los territorios palestinos.
No son ni marxistas, ni revolucionarios, ni comunistas, ni anarquistas, ni de extrema izquierda. «Somos del partido de la solidaridad mundial», dice Andrew, joven de 25 años que trabaja tres días por semana en un depósito de Londres y viene al campamento en los días libres. Andrew es miembro del otro movimiento que organiza la ocupación del explanada de la catedral, Uncut, cuya meta es protestar contra la masa de recortes del gasto público decretada por el gobierno del primer ministro David Cameron. Spyro Van Leemen – 27 años explica a los demás que lo que están viviendo son los «primeros pasos de una gran mudanza planetaria que terminará por democratizar al sistema financiero».
Sean y John, otros dos jóvenes que vienen de los suburbios de Londres, cuentan que no se trata de una revolución «y sí de forzar desde la sociedad para que se instaure una regulación financiera constatable». Sean comenta con ironía: «los banqueros y los traders se otorgan bonos y recompensas por millones y millones de dólares y nos dejan a nosotros la peor parte: políticas de austeridad, recesión y sacrificios». Alrededor de ellos el viento agita las pancartas con mensajes ya universales: «Salven a la gente, no a los bancos». Las campanas suenan y los jóvenes danzan.
El Reverendo Giles Frases hizo un pacto con los acampados para que se alejen de las escaleras y la policía les pidió que no rondasen la catedral anglicana. El cordón policial se formó un poco un poco más lejos, en el Square Paternoster, por donde se ingresa a la bolsa de Londres. El reverendo Frases simpatiza en silencio con esta juventud que se instaló en las puertas de su reino en forma pacífica y con sacrificio. Pero con pasar de los días las cosas se están complicando. Las 70 carpas iniciales son ahora 150. La visita a la Catedral es paga, pero la presencia de los indignados aleja a los turistas y curiosos. El campamento es una atracción mayor que la catedral y la gente no entra. La catedral emitió un comunicado indicando que «tal vez haya llegado de levantar el campamento».
«Eso son nuestras democracias, pura apariencia, falsa libertad», dice con rabia Clem O’Neil señalando el cordón policial que protege los tesoros financieros de la City. Las noches son largas. El frío golpea sin piedad. Dos jóvenes de una tienda vecina tocan la guitarra y cantan una balada imperdible de John Martyn: «The early sun of London morning / Burned the darkness with unanswered Light». Las voces son suaves, son palabras cálidas en la mañana helada. Los indignados londinenses tienen un enemigo más poderoso que la policía o la bolsa: el frío. Por momentos el viento sopla con una vehemencia ya invernal. La jornada en el campamento transcurre con mucha actividad.
Talleres de la reflexión sobre economía, política o el sistema financiero, encuentros con la prensa y muchos trabajos prácticos impuestos por la vida en un campamento urbano. Uno de los mayores problemas es la limpieza, luego la alimentación y el otro mejorar la comodidad inexistente. La cuestión de la limpieza es esencial para prevenir que las autoridades encuentren en la suciedad una excusa para desalojarlos. El principio es inamovible: «hacer del campamento una base permanente», explica a uno de los portavoces de los indignados.
Están bien organizados y se reparten las tareas según un orden ya pactado. Obtener el alimento para tanta gente es una hazaña diaria, pero los indignados no se venden a cualquiera. Durante una asamblea decidieron de quién aceptaban ayuda y de quién no. Por unanimidad excluyeron cualquier contribución que venga de Mc Donalds. Nadie parece estar en desacuerdo. Los turistas aparecen, sacan fotos, otras personas traen sillas, mantas, alimento, algunos banqueros, los auténticos, se detienen para hablar con los jóvenes. «Tengo curiosidad al ver tanto sacrificio y saber, en el fondo, que esos jóvenes no comprenden cómo funciona el mundo y cómo son indispensables los bancos», explica Peter, un analista financiero de la City que desparrama buen humor con el tono de su voz. Claro -reconoce-hay banqueros deshonestos y eso de los bonos en momentos como estos, no es una buena idea, es injusto, pero no por ello quemaremos un sistema que mueve al mundo y crea riquezas», explica y se retira mirando su reloj».
Dan Gregory, un corredor de bolsa, es menos condescendiente. «Esta gente quiere que vuelva el comunismo, están locos», espeta enojado. Se equivoca. Son demócratas sin trabajo, excluidos, son los elegidos para alimentar los tributos que requiere la corrupción, la impunidad, la irresponsabilidad de un mundo que se destruye a sí mismo. Parece que el tiempo se ha detenido. Esto no es Londres sino un lugar del Universo. Un lugar expuesto e incomprendido. Tanta voluntad, tanto empeño, tanta soledad. «In a foreign city once again / You waved weekly in the night», dice la canción de John Martyn. «Pese a todo tengo fe» , reconoce Michael, un indignado de ojos despiertos. «Fe de que poco a poco el mundo tome conciencia y de que, todos juntos, seamos capaces de poner en movimiento, en cada lugar de este planeta agonizante , una fuerza tan grande como la que los egipcios mostraron en la plaza Tahrir».
En el fondo, ese es el sueño de todos: una plaza Tahrir Universal contra el capitalismo, por la democracia participativa, por un retorno a los valores y la moral fundacionales. Por eso, resisten a todo: a la ironía, a la indiferencia, al cinismo, a la estupidez, a la ignorancia, al hambre, al frío otoñal de Londres, a estas palabras. Son poetas. Y como todos los poetas no viven envueltos en sueños sino en la desnudez de la de la realidad. Bajo la pálida luz de la mañana londinense, nada tienen de «indignados». Son, sí, seres que no se resignan a aceptar la voraz desproporción del mundo, que no caen en depresiones metafísicas profundas si no pueden comprar el último modelo de iphone o de ipad.
Traducción del original en inglés al portugués: Liborio Junior
Fecha: 25/10/2011