Si decimos que Europa es un continente situado entre paralelos 36º y 70º de latitud norte no estaríamos diciendo ninguna mentira, pero tampoco nos ayuda a comprender qué es Europa. Europa para millones de ciudadanos del mundo es, por encima de todo, una aspiración, un anhelo. Y también durante mucho tiempo lo fue para la […]
Si decimos que Europa es un continente situado entre paralelos 36º y 70º de latitud norte no estaríamos diciendo ninguna mentira, pero tampoco nos ayuda a comprender qué es Europa.
Europa para millones de ciudadanos del mundo es, por encima de todo, una aspiración, un anhelo. Y también durante mucho tiempo lo fue para la izquierda del estado español, sobre todo por una cuestión de nostalgia, de la Europa que venció al nazismo, la Europa de la libertad y de las conquistas sociales, el llamado «estado del bienestar».
Pero ahora mismo, para la clase trabajadora, Europa significa un conjunto de instituciones, de políticas, de gobernantes que son citados para justificar el origen de todas las políticas antisociales, que nos recortan el salario, que nos expulsan del mercado de trabajo, de nuestras casas, que nos hacen más difícil el acceso a la sanidad… todo en el nombre de Europa.
En el nombre de Europa se están aplicando unas políticas que ponen en peligro nuestros servicios públicos, nuestras pensiones, nuestros derechos laborales.
En el nombre de Europa se da a la banca privada el dinero que se niega a los ciudadanos y ciudadanas y se eleva a un altar sagrado toda la política que emana de los intereses de la Troika.
En el nombre de Europa retroceden todos los derechos conquistados a un precio muy alto, y la propia Constitución cede como la mantequilla ante un cuchillo caliente y, con la complicidad necesaria de PP y PSOE, muestra su vasallaje modificando el artículo 135, que constitucionaliza la prioridad del pago de la deuda a los bancos.
Pero más que en el nombre de Europa deberíamos decir, en el nombre de la Unión Europea. Interesadamente se está promoviendo una confusión, ya que aquellos que ostentan el poder económico tratan de que la ciudadanía confunda Europa con un proyecto político determinado que se nos ha impuesto a todos los pueblos en interés de una minoría: la Unión Europea. La Unión Europea se ha comido a Europa.
Esa Unión Europea, nacida de acuerdos entre los mercaderes y diseñada en el tratado de Maastricht, representa justamente el modelo de Europa que no queremos.
La Unión Europea y todo lo que de ella surge, sus instituciones, su sistema financiero, su moneda, sus tratados, sus fronteras de alambradas y pateras, son instrumentos de los poderosos, construidos por y para ellos. Instrumentos creados para proteger sus intereses, para incrementar sus beneficios.
La Europa del Fondo Monetario Internacional, del Banco Central Europeo, de la Comisión Europea, de unos organismos que toman decisiones que nos afectan directamente en nuestra vida diaria sin que nadie los haya elegido. Es la Troika que impone las medidas que benefician a esa alianza de las clases dominantes de los diferentes estados.
La Europa que se pliega ante los intereses imperialistas de los Estados Unidos y utiliza la OTAN para generar más muerte, pobreza y miseria en el mundo.
La Europa que se blinda contra la inmigración, que permite que centenares de personas se ahoguen en el mar de la insolidaridad, o que se dejen un trozo de vida al saltar una alambrada.
Tenemos claro que esa no es nuestra Europa.
Ahora bien seamos justas, lo que nos asfixia no es Europa, no son los pueblos que componen nuestro continente. Las políticas de la Troika no representan los intereses de la clase obrera alemana, francesa o italiana, sino lo intereses de sus respectivas burguesías, en todos los países de Europa los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. Hablando con propiedad no deberíamos lanzar ninguna acusación contra Europa, sino contra la Unión Europea, contra «la Europa del capital».
Y cualquier política, institución, moneda que surja de este sistema estará a su servicio, porque ha sido diseñado para ello, para defender los intereses de los capitalistas europeos, frente a sus competidores en el mercado mundial y frente a la clase obrera europea. Todas sus políticas son instrumentos de explotación de la clase trabajadora; desde el Banco Central Europeo, hasta el sistema monetario o la política aduanera y de fronteras… ¡Todo ello tiene carácter de clase, defendiendo los intereses materiales de los poderosos!
Por ello los trabajadores y trabajadoras de toda Europa, no sólo tenemos que luchar por acabar con los instrumentos que nos oprimen, con las políticas que emanan de la Troika, con las instituciones antidemocráticas o con el sistema financiero sino que, y sobre todo, hemos de combatir el sistema económico que sustenta la Unión Europea.
El proyecto capitalista de construcción europea nos ha llevado a una atolladero, el futuro nos exige una tarea que no podemos eludir, la de construir una Europa fundamentada en la solidaridad entre los pueblos, en la justicia social y los derechos democráticos, en la que la riqueza creada por nuestras manos esté al servicio de la inmensa mayoría y no de una minoría de saqueadores. Nuestro proyecto alternativo no puede ser otro que el de la transformación socialista de la sociedad.
La Comisión Europea, el Consejo de Europa, el sistema financiero y monetario y el Banco Central Europeo morirán cuando ya no sirvan para proteger los intereses de una minoría, cuando ya no estén al servicio del capital.
Una Europa que responda a los intereses de la mayoría, donde los sectores estratégicos de la economía estén en manos públicas y todos los recursos se utilicen para tener unos servicios públicos de calidad, vivienda y trabajo para todos y todas se dotará de nuevas instituciones, de un nuevo sistema monetario y financiero. No importa el nombre. Lo importante es quien los elegirá, al servicio de quien estarán.
Marina Albiol Guzmán. Diputada de EUPV en Les Corts Valencianes.
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