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En el primer centenario del nacimiento de Álvaro Cunhal (1913-2005)

Fuentes: Rebelión

Cuando se tiene un ideal, el mundo es grande en cualquier parte. Álvaro Cunhal Cometió uno de los peores errores (no totalmente disculpable, incluso si atendemos esencialmente a su situación personal en aquellos momentos y a la difícil lucha de su heroico partido contra la dictadura salazarista) que pudo cometer un dirigente revolucionario en la […]


Cuando se tiene un ideal, el mundo es grande en cualquier parte.

Álvaro Cunhal

Cometió uno de los peores errores (no totalmente disculpable, incluso si atendemos esencialmente a su situación personal en aquellos momentos y a la difícil lucha de su heroico partido contra la dictadura salazarista) que pudo cometer un dirigente revolucionario en la difícil y trágica historia del movimiento obrero y socialista transformador del siglo XX: justificó la invasión soviética, con el apoyo de algunos países del Pacto de Varsovia (Rumanía se opuso a la infamia), de la Checoslovaquia de Dubcek, aniquilando militarmente una de las experiencias más esperanzadoras del comunismo democrático del siglo XX. Salvo error imperdonable por mi parte, nunca rectificó este error, su inmenso error. Un revolucionario, como él, que siempre fue en serio y nunca claudicó, debería haberlo hecho.

Tampoco es una aproximación indocumentada y tópica señalar que su marxismo estuvo un pelín anquilosado en algunas de sus caras y en algunos de sus vértices (no en todos desde luego). ¿Quién ha sido capaz de estar siempre a la altura de las circunstancias y no ha confundido reconsideración (necesaria) con traición (claudicante)? No es en absoluto pueril conjeturar que su innegable firmeza política, las duras condiciones de lucha, le jugaran alguna mala pasada -quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, apuntó agudamente Sacristán en su última carta- confundiendo cesión con revisión. Pero Álvaro Cunhal, el que fuera durante décadas secretario general del PCP, del Partido Comunista portugués, su máximo líder, su referente histórico por excelencia, no fue sólo eso, no fue un «estalinista» al uso sin cintura que se movió siempre, como habilidoso y enérgico pez, en las heladas y tóxicas aguas del dogmatismo autoritario. Fue mucho más que eso. De hecho, fue más bien otra cosa.

Antonio Jiménez Barca [AJB] recordaba [1] que hace unas semanas, en la Universidad de Lisboa, su partido, el PCP, le homenajeó. Continúa siendo una de sus principales referentes, «inquebrantable, fascinante, pétreo, polifacético y algo enigmático». El acto, señala AJB, «fue el primero de una serie de homenajes y reconocimientos públicos que con motivo del centenario de su nacimiento, en noviembre de 1913, rendirá su partido (y su país) a este líder político fallecido en 2005 [a los 91 años de edad] que lo dio todo por su partido».

Su historia. Nacido el 10 de noviembre de 1913 en Coimbra, Álvaro Cunhal dedicó su vida al ideario comunista, una causa que abrazó con apenas 17 o 18 años. Nacido en una familia de clase media, siempre se autodenominó «hijo adoptivo del proletariado». A los 21 años era secretario político del Comité Regional de las Juventudes Comunistas; a los 23 ya era miembro del Comité Central, y en 1940, a sus 27 años, se convirtió en su principal referente.

Luchó en la Guerra Civil española. Durante una visita a Portugal en 1945, el entonces aún no secretario general del PCE Santiago Carrillo «se sorprendió de las duras condiciones de la clandestinidad de los comunistas portugueses al ver llegar a una cita acordada a un alarmantemente enflaquecido Cunhal montado en bicicleta».

En 1937 fue detenido por primera vez por la policía política. Sufrió otros encarcelamientos (11 años en total) y muchas sesiones de tortura. Durante días fue sometido a las brutales palizas de la temible policía secreta de Salazar (muy similar a nuestra BPS). Sin delatar jamás a nadie, como nuestro Miguel Núñez. De los 11 años señalados, estuvo ocho seguidos en las cárceles salazaristas en régimen de aislamiento. Sin derrumbarse. No sería fácil. Aprovechó su estancia en la cárcel para estudiar, traducir al portugués clásicos de la literatura europea, y para escribir y pintar. Con sus propias palabras: «Cuando se tiene un ideal, el mundo es grande en cualquier parte».

En 1960, escapó de la prisión, la mejor vigilada del país, una fortaleza en Peniche en medio del mar, «colgándose de sábanas unidas con nudos de marinero». Vivió en Moscú y París, y regresó a Portugal en 1974, pocos días después de la Revolución de los Claveles. Yo mismo tuve ocasión de oírle en la primavera de 1975. No lo hice: el sectarismo me cegó. Creía entonces que la política de su partido era demasiado pacata, muy reformista. Mi error, una vez más, fue mayúsculo. Un detalle significativo que dice mucho de él y de su forma de entender la política: Jamás permitió que su rostro apareciese en los carteles electorales de su partido.

Jerónimo de Sousa, el actual secretario general del PCP, recordó en el homenaje uno de sus logros político y semánticos: AC pensó el FMI como un bulldog («que muerde la presa y no la suelta jamás»), y, enfrentándose casi en minoría de uno a la opinión de otros partidos comunistas occidentales como el PC de España o el PSUC, se opuso a la entrada de su país en el Mercado Común. Visto lo visto, no iba tan desencaminado. No parece que lo señalado -«no se entera, no es moderno, es un viejo estalinista dogmático y sectario»- gozara del atributo de la verdad.

Cunyal tampoco apoyó el giro eurocomunista, como hicieran partidos comunistas como el PCE, el PCI o el PSUC. No pretendo señalar que todos sus argumentos críticos fueran atendibles. Pero algunos -la insustantividad del proyecto por ejemplo- no fueron tan desencaminados.

AC fue también un respetable pintor y un escritor considerable. Publicó varias novelas con el pseudónimo Manuel Tiago «por considerar que su vida personal no debía mezclarse con la del dirigente político». Reveló el secreto… ¡a los 80 años! Lo suyo no era la intoxicación mediática ni el dárselas de estrella.

Su partido, el PCP, en las elecciones legislativas de 2011, obtuvo 16 diputados y el 7,9% de los votos.

El periodista de El País recuerda una anécdota importante. En 2000, con 86 años, Cunhal, que ya estaba enfermo (falleció cinco años más tarde), accedió a entrevistarse con Maria João Avillez (quien reprodujo el encuentro en Conversas con Álvaro Cunhal). Tras oírle criticar a Mario Soares, el ex presidente portugués, y elogiar a Fidel Castro, la entrevistadora le preguntó algo que apuntaba a su vida entera: «¿ha sido una derrota amarga?». «Amarga es una palabra demasiado pequeña» fue su respuesta.

Tres años antes, el ex presidente de la República Soares, a punto de cumplir 73 años, y el mismo Cunhal, con 83, reeditaron un histórico debate que protagonizaron 22 años antes, tras la inolvidable «revolución de los claveles». Debatieron en un abarrotado salón de actos del Instituto de Defensa Nacional lisboeta sobre la integración europea. Para Soares no existía alternativa para Portugal fuera de Europa. Cunhal alertó sobre la pérdida de soberanía e independencia de los países más débiles «frente a los más ricos y poderosos».

Soares defendió la construcción de una Europa fuerte y poderosa que fuera capaz de hacerse respetar por Estados Unidos y que luchara «contra las desigualdades sociales» e impulsara el modelo social europeo sin aferrarse «a los viejos clichés». Causa risa o llanto leerlo pero fue así. Cunhal mantuvo otras posiciones que entonces apenas se oían, que eran tildadas de disparatadas o de locura política. Sostuvo que la adhesión portuguesa a Europa había significado «el sacrificio de los intereses nacionales a las decisiones e imposiciones de los países más ricos y poderosos, la desorganización y destrucción progresiva del aparato productivo, de la industria, la agricultura y la pesca, el aposentamiento de grupos extranjeros en sectores estratégicos de la economía portuguesa, la liquidación de los derechos de los trabajadores y la sumisión de elementos fundamentales de independencia y soberanía nacionales». Subrayó el creciente aumento del desempleo en la UE, ya entonces en torno a los 20 millones de personas (ahora, según Eurostat, en noviembre de 2011, supera los 26 millones), y destacó la progresiva pérdida de derechos de los trabajadores, cada día más dominados por grandes grupos financieros.

Cunhal no ahorró argumentos para calificar de «desastrosas» las consecuencias de la integración lusa en Europa, especialmente para la clase trabajadora.

Pasados los años, don Mario Soares sigue siendo considerando un gran líder europeo de dimensiones internacionales (como su amigo F.González-Gas-Natural), incluso un visionario en ocasiones. El camarada Cunhal es tachado, sigue siendo tachado, de dogmático, de mpe (marxista-paleolítico-estalinista) y, en ocasiones, de furibundo y cegado antieuropeísta.

Pero eso sí, como ha recordado Gorka Larrabeiti [4], en 39 ciudades portuguesas, el primer fin de semana del mes de marzo de 2013, «una multitud impresionante canta «Grândola, Vila Morena», el himno de la Revolución de los claveles». Contra la troika por supuesto. Álvaro Cunhal sonríe en su tumba entonando también el himno, uno de sus himnos revolucionarios.

PS: En el curso académico 1982-1983, Manuel Sacristán impartió un curso de doctorado sobre «Inducción y dialéctica» en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, y un seminario sobre «Karl Marx como sociólogo de la ciencia» dirigido a un grupo de profesores de la propia Universidad. Uno de los asistentes al seminario sobre sociología de la ciencia, el profesor Ignacio Perrotini [2], con el que el autor de Sobre Marx y marxismo mantuvo una profunda relación, le solicitó que diera una conferencia sobre la relación entre el marxismo y la clase obrera en Europa occidental al inicio de los años ochenta. La reunión se celebró una mañana del invierno de 1982-1983, en algún lugar del sur de la ciudad de México, y estuvo dirigida fundamentalmente a militantes y activistas de la izquierda revolucionaria mexicana, que conocían básicamente a Manuel Sacristán como traductor de las obras de Gramsci y Lukács.

Una copia de la grabación le fue facilitada a Xavier Juncosa, director de un amplísimo proyecto cinematográfico de ocho documentales sobre la vida y la obra de Sacristán («Integral Sacristán», El Viejo Topo, 2006), por el profesor Perrotini. La grabación queda interrumpida precisamente cuando el autor de Pacifismo, ecologismo y política alternativa está explicando la singularidad del P. C. de Portugal [3]. Reproduzco sus palabras:

[…] Por último, habría que contar con un único partido comunista europeo que está en ascenso claramente que es el Partido Comunista portugués. Al final del fascismo portugués, del salazarismo, en las primeras elecciones, puesto que éstos son los datos más evidentes que tenemos (sin que sean muy inequívocos, sin embargo tienen alguna importancia), alcanzaron en las primeras elecciones, digo, el 8% del electorado y ya están en el 15%, al cabo de tres consultas electorales más. Es un hecho muy notable este porque el PCP no se caracteriza ni por la enorme calidad proletaria que tenía el PCE (que en un 90% era de militancia obrera industrial; era desde el punto de vista sociológico uno de los partidos más marxistas que cabe imaginar: muy débil en el campo, pero muy fuerte de proletariado industrial). El PCP no tiene ni eso porque el proletariado portugués es debilísimo. Es un partido que tiene su principal fuerza en el Algarbe, sur de Portugal, en una zona completamente campesina, de latifundios, de latifundios medianos, no muy grandes, pero, en fin, latifundios desde el punto de vista social. Ni tiene tampoco la calidad teórica y cultural del partido italiano o del francés, y, sin embargo, es el único partido comunista europeo en ascenso.

Muchas veces me he hecho, y he hecho con amigos y camaradas, la reflexión acerca del contraste entre el PC portugués y el inglés. El inglés es un partido con una densidad teórica enorme, lleno de teóricos y de científicos y de gente muy competente y casi sin ninguna fuerza popular, y el partido portugués es un partido sin ninguna proyección ni teórica ni casi proletaria y, en cambio, muy presente en el pueblo portugués. No es que no tenga una base obrera, la tiene, pero es muy pequeñita. Es un fenómeno muy peculiar porque, para acabarlo de arreglar, el PCP sigue una línea estalinista estricta, o como se la quiere llamar ahora, breznevista, es decir, es junto con el DKP alemán uno de los pocos partidos comunistas que sigue siendo como en los años treinta o cuarenta, que repite lo que diga el gobierno soviético, cambiando dos o tres palabras para que sea portugués, poniendo «Portugal» en donde en el texto original ponía «soviético». Por tanto, es bastante difícil de explicar este auge del partido portugués.

Para que no parezca que no quiero comprometerme, diría lo que opino pero no tengo ninguna seguridad en ello: a mí me parece que los partidos comunistas que se defienden, que no están decayendo en Europa, tienen cada uno su secreto particular de por qué aguantan. Tengo la hipótesis de que el PCI, a pesar de su gran degradación política, aguanta todavía bastante bien porque ha conseguido crear lo que podríamos llamar un subcultura de partido. Es decir, viviendo en Italia uno nota que existe otra nación italiana que son los comunistas, con una cultura nacional unitaria que engloba desde el barrendero hasta el catedrático de Universidad comunistas […] Y la del partido portugués, a mí me parece que es el hecho de que, con mucha rudeza si se quiere, pero es uno de los pocos o el único partido comunista europeo que no está metido en ningún juego complicado de alianzas burguesas o pequeño-burguesas. Es un partido muy sectario pero, por otra parte, se mantiene en una línea política muy consecuente, aunque quizá pobre, y muy fácil de comprender y admitir por la militancia…

La grabación, lamentablemente, se interrumpe en este punto. La trascripción fue editada en Manuel Sacristán, Seis conferencias , El Viejo Topo, Barcelona, 2005, con un excelente prólogo de Francisco Fernández Buey y un no menos imprescindible epílogo de Manuel Monereo.

Notas:

[1] http://internacional.elpais.com/internacional/2013/01/31/actualidad/1359661615_673612.html

[2] El profesor Ignacio Perrotini tuvo la amabilidad de explicar detalladamente el contexto político mexicano en el que se produjo la intervención. Brevemente: el gobierno mexicano había logrado derrotar a la izquierda transformadora y al movimiento obrero a través de varios instrumentos: legalización y adocenamiento de los partidos de izquierda tradicional; guerra sucia contra las guerrillas urbana y rural, y represión indiscriminada contra los sindicatos independientes que habían tenido la osadía de apartarse del sindicalismo corporativista controlado por el gobierno. En el debate en el seno de la izquierda revolucionaria mexicana (IRM) se sostenía que en aquellos años de fuerte crisis económica y política -la crisis de la deuda externa mexicana estalló en agosto de 1982-, ni la vía electoral controlada ni la guerrilla ultrasectaria podían facilitar un cambio revolucionario. No se negaba la validez de la democracia como procedimiento ni la conquista de libertades civiles y políticas sino la posibilidad de un triunfo real sin antes eliminar o debilitar fuertemente los métodos autoritarios-fascistoides del PRI y de la gran burguesía mexicana. De ahí la necesidad, o como mínimo la conveniencia, de saber que ocurría con los sindicatos obreros y con los partidos de izquierda en Europa occidental en aquellos años, y en particular, en España que estaba entonces iniciando su peculiar transición política democrática. A eso se añadía el interés, en la IRM, por temas pacifistas y de ecologismo político, así como la intensa discusión sobre la crisis del marxismo en aquellos años, y el eco que en México tuvieron las tesis sobre el futuro del socialismo de Negri, Gorz y Bahro. Sacristán, como filósofo, como pensador y activista político, como marxista, era persona adecuada para esa reflexión.

[3] No es casualidad, en mi opinión, que en el primer número de la revista Materiales se incluyera, en el apartado «Documentos», la intervención de Álvaro Cunhal en el VIII congreso del PCP, 11 de noviembre de 1976 (sin traducción, en versión original): «As tarefas do PCP para a construçao da democracia rumo ao socialismo».

[4] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=164675

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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