Europa vive en su frontera Sur y en aguas del Mediterráneo una crisis humanitaria sin precedentes protagonizada por cientos de miles de personas procedentes de las costas libias que huyen de las guerras, la tragedia y la crueldad que se vive en numerosos países africanos y de Oriente Medio. Con periodicidad, asistimos a tragedias de […]
Europa vive en su frontera Sur y en aguas del Mediterráneo una crisis humanitaria sin precedentes protagonizada por cientos de miles de personas procedentes de las costas libias que huyen de las guerras, la tragedia y la crueldad que se vive en numerosos países africanos y de Oriente Medio. Con periodicidad, asistimos a tragedias de la mano de naufragios o barcos a la deriva con miles de personas al borde de la muerte, sin que la UE sea capaz de articular una adecuada respuesta humanitaria e institucional. Posiblemente todo ello sea el reflejo de una descomposición moral y un declive político que está poniendo en riesgo el propio proyecto europeo como espacio de solidaridad, seguridad y respeto a los derechos humanos.
Como muy bien explica Tony Judtt en su magnífica obra, Postguerra, la Europa que surge después de la Segunda Guerra Mundial no solo trata de crear un mercado único, sino que intenta establecer unas bases estables que impidan nuevos conflictos en el futuro y permitan el avance de valores como la solidaridad, el respeto a los derechos humanos y la libertad. Hace tiempo que Europa ha quedado en manos de banqueros y empresarios, quienes han puesto a políticos para que empujen sus intereses nada prosaicos. De manera que algunos de los principios esenciales sobre los que ha avanzado Europa desde la aprobación del Tratado de Roma, en 1957 hasta ahora, están saltando por los aires, al tiempo que el tratamiento que tanto la UE como sus estados miembros están dando a una inexistente política migratoria y de asilo está erosionando sus cimientos, alimentando situaciones que no se veían en el continente desde la postguerra.
Así sucede con la crisis humanitaria que se está viviendo en la frontera Sur de Europa y en todo el Mediterráneo, que está erosionando peligrosamente los cimientos europeos sobre la base de abandonar a su suerte a las decenas de miles de refugiados que llegan hasta Europa, desentendiéndose por completo de la necesidad de apoyo y solidaridad hacia aquellos estados europeos que reciben esta marea humana, como Italia y Grecia; pero lo que es más importante, ignorando por completo los desgraciados efectos de las políticas que directamente Europa ha aplicado sobre países mediterráneos, de Oriente Medio y de África. A la luz de todo ello, nunca Europa, como construcción política y democrática, ha cotizado tan bajo en la escena mundial desde que se creó, hasta el punto de atravesar una crisis soterrada, una más, que en este caso puede generar un irreversible fallo multiorgánico en todo su metabolismo institucional.
La construcción del rechazo como política
El avance de un capitalismo salvaje en las políticas aplicadas por muchos países europeos desde finales de los 70, que son abanderadas bajo los mandatos de Margaret Thatcher, abrió la puerta a una Europa sin principios y fue el caldo de cultivo para la posterior emergencia de partidos ultranacionalistas, ultraderechistas, fascistas y xenófobos, que como una mancha de aceite se fueron extendiendo por distintos países y contaminando en mayor o menor medida a todos los gobiernos europeos. Sin duda, los sectores más pobres y desfavorecidos se convirtieron en el blanco de sus rechazos, y particularmente los inmigrantes y refugiados, que utilizados como espantajos, catalizaban el epicentro de los odios y desprecios. De manera que a medida que Europa ha avanzado en su proyecto neoliberal, trabajadores, parados, pobres, sectores vulnerables y particularmente inmigrantes se convirtieron en chivos expiatorios fáciles contra los que volcar odios y rechazos.
Por si fuera poco, el apoyo europeo a las calamitosas operaciones militares que Estados Unidos emprendió sobre Irak, Siria, y Oriente Medio, junto a las desastrosas intervenciones militares emprendidas por Europa en Libia y otros países africanos, generaron un desastre humanitario de proporciones bíblicas, arrasando países enteros y alimentando una espiral de violencia y destrucción interminable. Las tradicionales migraciones de africanos hacia Europa se han visto superadas por un éxodo natural generado por las guerras, la barbarie y la destrucción que ha asolado primero Irak, luego Siria, posteriormente Libia, y que ha mordido sobre otros países de la región. Con todo ello, la catástrofe humanitaria estaba servida, mientras sus responsables, los países europeos, asistían con pasividad al interminable enfrentamiento entre milicias, facciones y grupos yihadistas, sin mover un solo dedo.
La pasividad de Europa ante las crisis que ha alimentado
Es importante valorar el papel de la política exterior europea y su incapacidad para abordar conflictos y postconflictos. Tras la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, Europa ha encadenado fracaso tras fracaso, tanto en su estrategia de intervención en conflictos como en sus operaciones de paz, cuyo exponente más claro fueron las guerras de los Balcanes. El seguidismo que posteriormente se llevó a cabo a toda la intervención militar en Irak y Afganistán realizada por los Estados Unidos, el apoyo a las políticas militaristas de Israel en Oriente Medio, las acciones militares localizadas en el cuerno de África con la excusa de la lucha contra el yihadismo, el intento de apoyo a dictadores para dinamitar las primaveras árabes, junto a la política de brazos cruzados protagonizada en Siria y finalmente la intervención militar de Libia con el asesinato de Gadaffi y la disolución del Estado, han creado una situación sin precedentes en África y Oriente Medio. Todos los servicios de análisis europeos conocían desde hacía tiempo la generación de cruentas guerras civiles incontroladas en la región que provocarían movimientos forzados de población civil, y a medida que la crueldad y la barbarie se han ido extendiendo, la huida de la población civil es la respuesta históricamente lógica, que los servicios militares conocían desde hace tiempo y ante la que Europa ha permanecido impasible. Europa cuenta con una Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores de los Estados miembros de la Unión, Frontex, incapaz siquiera de generar análisis básicos sobre lo que sucede a las puertas de Europa, para anticipar decisiones adecuadas.
Frente a ello, los países europeos se han movido espasmódicamente sometidos al impacto que los medios de comunicación han dado ante cada tragedia, como los naufragios periódicos que se han producido en aguas del Mediterráneo, y que provocan repetidamente una cascada de declaraciones vacías y decisiones vergonzosas. Así, tras la tragedia de Lampedusa de octubre de 2013, a los escasos náufragos rescatados se les ingresaba en el centro de internamiento de Mineo, en Lampedusa tras incoarles expedientes de expulsión, mientras que a todos los fallecidos se les concedía la ciudadanía italiana (y con ello europea) de honor. Curiosa manera de construir la fortaleza europea y sorprendente forma de articular respuestas erráticas, primero bajo el nombre de operación Mare Nostrum, que ante las dimensiones del rescate en aguas del Mediterráneo, se cambió por otra operación de simple vigilancia de fronteras, primero con el nombre de Tritón y posteriormente con el nombre de Poseidón. Curiosos nombres para tanto abandono.
El abandono a refugiados y asilados
A la luz de todo lo visto, frente a lo que con frecuencia se señala, no estamos, ni mucho menos, ante una crisis migratoria, sino que asistimos a una crisis de refugiados y asilados que huyen de guerras, conflictos y persecuciones, que están sometidos a los acuerdos internacionales que les deberían de proteger, de acuerdo con la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de Nueva York de 1967. Plantear la crisis humanitaria que se vive en el Mediterráneo procedente de África como un problema de inmigración irregular, es tan incorrecto como interesado. De esta forma, la coincidencia fundamental en todos los ministros europeos de exteriores e interior frente a esta tragedia humanitaria ha sido insistir una y otra vez en el papel de las mafias y traficantes de personas, ignorando por completo a los cientos de miles de inmigrantes, muchos de los cuales fallecen, que son víctimas de esas redes criminales. Es como si al abordar el problema de la violencia de género, los gobiernos solo hablaran de los maltratadores, ignorando por completo la imprescindible atención y asistencia a las victimas de ese maltrato. Pero esta es la perspectiva de intervención que ha dominado en Europa hasta la fecha, abandonar a Italia y en menor medida también a Grecia a su suerte, a pesar de que sobre ellos está recayendo una tragedia humanitaria que no se vivía en Europa desde la Segunda Guerra mundial, mientras los puntos de acuerdo de los diferentes Consejos Europeos que se están celebrando coinciden en tratar de actuar contra las redes criminales que traen a los inmigrantes, llegando a aprobar un disparate diplomático como es el bombardeo selectivo de los barcos en los puertos de partida en Libia y las costas del Mediterráneo.
Pero es una muestra más de la pérdida de razón que Europa viene demostrando. Tal y como anunció la alta representante europea de Política Exterior, Federica Mogherini en mayo, el único acuerdo hasta la fecha alcanzado consiste en poner en marcha la operación Eunavfor Med que se desarrollará bajo la autoridad de los responsables militares europeos en tres fases. En su primera, se intentará para a los barcos para evitar que zarpen, algo complejo de llevar a cabo en un país devastado como Libia, sin Estado y sin instituciones. En la segunda, se contempla la captura, abordaje y desvío en alta mar de los barcos en los que se sospeche que están traficando con personas. Y finalmente en la tercera, «se tomarían las medidas necesarias contra los barcos y sus activos», que en lenguaje claro significa destruir e inutilizar embarcaciones, aunque como supone una violación del Derecho Internacional y necesitaría el aval de las Naciones Unidas, se prefiere redactar de esa forma tan ambigua. Incluso se ha previsto la posibilidad de trasladar tropas militares en el terreno para apoyar estas acciones, aunque dependerá de la posibilidad de lograr el apoyo de las Naciones Unidas. Sin embargo, ni una sola medida humanitaria en apoyo a las personas, ni una sola acción de ayuda a los náufragos y refugiados, desentendiéndose por completo de ello.
En lugar de avanzar en Europa sobre una política de asilo común que no solo permita dar respuesta a esta crisis, sino que unifique las enormes disparidades en esta materia que existen en cada uno de los países miembros, los gobiernos europeos y sus dirigentes siguen abandonando a Italia a su suerte, que ha atendido por sí sola a más de 240.000 personas en el último año, mientras se incumple el Tratado de Dublín, que obliga a tramitar la petición de asilo en el país europeo al que se llegue mediante la digitalización de la huella en un período no superior a los tres días. Solo durante el pasado año, más de 100.000 refugiados llegados a Italia desde el Mediterráneo desaparecieron a los pocos meses sin dejar rastro alguno intentando llegar a otros países de Europa.
El avance de una Europa sin principios
A la vista de todo ello, Europa está alejándose cada vez más de la defensa de principios humanitarios básicos e incluso en el cumplimiento de su normativa y acervo legal. La Unión europea se ha ido dotando de herramientas políticas y legales para gestionar adecuadamente crisis de esta naturaleza, como la Directiva de Protección Temporal aplicada para refugiados y desplazados por las guerras en los Balcanes, que podría ser utilizada en estos momentos. Sin embargo, en las últimas décadas el único discurso y las únicas políticas aplicadas han estado relacionadas con el control y gestión de las fronteras, confundiendo la gestión de las migraciones con el control de fronteras, como sucede con el Gobierno del Partido Popular en España, cuyos desastrosos resultados, incluyendo el fallecimiento de inmigrantes por la intervención de las fuerzas de seguridad, son evidentes.
La construcción europea no va a poder avanzar sin dar una adecuada respuesta democrática y humanitaria a sus retos migratorios y de asilo, como uno de los desafíos globales mundiales más importantes en estos momentos. Y cuanto más tiempo tarde Europa en comprenderlo, más difícil será articular una respuesta adecuada, que ni la desatención a las personas, ni su actuación exclusivamente policial, ni mucho menos las intervenciones militares contra las mafias encargadas de la trata de personas, va a solucionar. Llama poderosamente la atención de que en esto, como en otras cosas, las sociedades europeas son mucho más comprensivas y solidarias que sus líderes.
Sin embargo, esta crisis está también poniendo en cuestión el tratamiento diferencial que los distintos estados miembros vienen dando a inmigrantes y refugiados. Mucho más importante que aprobar un acuerdo secreto de libre comercio entre los EE.UU y la UE en estos momentos es armonizar políticas y actuaciones en estas materias en las que hay tantas vidas en juego y tantos intereses para Europa. Y es verdad que al mismo tiempo, hay que comprender adecuadamente porqué las migraciones sobre Europa no se detienen; pero destruyendo la cooperación y la ayuda al desarrollo, apoyando intervenciones militares y llenando África y Oriente Medio de armas que se venden a grupos de todo pelaje, no solo no se conseguirán frenar sino que se estimularán. Durante años, Europa ha creído que bastaba con una externalización de sus fronteras en los terceros países para lo cual se han destinado cuantiosos recursos de la ayuda al desarrollo y numerosos efectivos militares y policiales. Y España es buen ejemplo de ello, un país en el que su Gobierno del PP, mientras ha desmantelado su ayuda al desarrollo y la ha recortado a niveles nunca antes vistos en la historia de la cooperación mundial, ha eliminado por completo sus programas de atención y acogida sobre los inmigrantes, dejando como única actuación en materia de inmigración los gastos en el mantenimiento y crecimiento de las vallas en Ceuta y Melilla.
Posiblemente, todo el marasmo migratorio y humanitario en Europa no sea sino el reflejo de su declive y la consecuencia de estar en manos de políticos minúsculos, incapaces de comprender lo que significa Europa, porqué surgió y cuales fueron los elementos que cimentaron sus principios. Sin embargo, mientras los políticos hablan de bombardear los barcos, los ciudadanos conviven con los inmigrantes en barrios, colegios y empresas, demostrando así que la verdadera política se hace día a día en las calles.
Carlos Gómez Gil es Doctor en Sociología, profesor de Cooperación al Desarrollo en la UA e investigador de RIOS. Puedes ver otros trabajos suyos en su Blog, Palabras Gruesas www.carlosgomezgil.com
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