Traducción de Correspondencia de Prensa
«Si el pueblo francés tiene que levantar un cordón sanitario, debe ser contra el regreso de Emmanuel Macron». Que Marine Le Pen se atreva a hacer suyas, e invertirlas, las palabras del espectro republicano contra la extrema derecha resulta vertiginoso. Veinte años después de la aplastante victoria de Jacques Chirac (82,2%) sobre Jean-Marie Le Pen, el país se encuentra ahora «ante dos movimientos de rechazo». El diagnóstico lo hizo el ex primer ministro socialista, Lionel Jospin, víctima del 21 de abril de 2002, en un lacónico llamamiento a «descartar» a Le Pen y a votar al presidente en funciones.
En cada visita, en cada mitin, los dos finalistas reciben esa detestación. Peor aún, la provocan. «Es algo que sentimos en el terreno, hay un entusiasmo superficial, pero más allá de ese límite, la cuestión del rechazo a uno u otro es muy importante. Se trata, pues, de hacer que el voto por Macron sea un gesto positivo», señala el diputado de LREM [Partido de Macron, ndt] Florent Boudié. Un ministro dice preocupado: «Ya ni siquiera nos enfrentamos al ‘váyanse’. Es el antisistema llevado al extremo. Es «¡que explote la olla a presión!»
Mientras los referentes republicanos más básicos se desdibujan, Macron y Le Pen saben que la clave de la segunda vuelta reside en su capacidad para disipar la ira que podría congregarse contra ellos, al mismo tiempo que subrayan los rasgos molestos de su adversario. Uno debe borrar una imagen arrogante y canalizar los impulsos liberales que enfurecen a los votantes de izquierda, el otro debe hacer olvidar que la llegada al poder de la extrema derecha sería un salto al vacío. Las actitudes y las posturas pesan tanto como las ideas en estos últimos días de campaña. «La segunda vuelta es siempre un referéndum en contra, nunca un voto a favor del proyecto», dice un ministro. Y esta vez más que nunca.
En el terreno, Macron contra Macron
En las manifestaciones que esperan al candidato en campaña, las voces de los simpatizantes que corean consignas favorables a Macron no logran para cubrir la bronca de los opositores. «Presidente de los ricos», «McKinsey» [la consultora que recibió más de 12 millones de euros del gobierno durante la crisis sanitaria, pero que nunca declaró beneficios al fisco francés], «dictador», «Macron el que «fastidia» al pueblo
… En inmersión desde el lunes [11 de abril] en lugares de Francia que no votaron por él, Emmanuel Macron pudo medir la aversión que una parte de los votantes siente por él.
Ninguno de sus partidarios pretende negarlo. Sólo lo ponen en contexto. «Hay un efecto catalizador en él porque está en el poder tras dos años de crisis sanitaria», pretende explicar un miembro de la mayoría. A menos que se trate de su perfil de ex banquero de éxito. «Para algunas personas que han sido golpeadas por la vida, existe la idea de que él no es como ellos, no vive como ellos», admite un dirigente de la mayoría. Imagine usted que tenemos que elegir al primero de la clase como delegado, como en el Petit Nicolas [de René Goscinny], hay que reelegir a Agnan». Una serie de hipótesis pretendidamente psicológicas o sociológicas que pasan por alto la responsabilidad del propio jefe del Estado, tras un lustro marcado por sus frases sobre la «cantidad enorme de dinero» [gastada en políticas sociales], los «galos refractarios» [En visita en Dinamarca en 2018, Macron elogió la «flexiseguridad» danesa ante la Francia de los «galos refractarios»], la rebaja de 5 euros de la APL [ayuda personalizada a la vivienda], sus dificultades para reconocer el fenómeno de la violencia policial… más que suficiente para garantizar una hostilidad más reflexiva hacia él.
Un diputado de LREM, que ha organizado varios «aperitivos de barrio» para tomar el pulso, señaló: «Que la gente sea de derecha o de izquierda, que haya votado por él o no, el tema es personal. El principal adversario de Emmanuel Macron es él mismo». Con su disfraz de candidata «del pueblo», Marine Le Pen aprovecha para resaltar esa imagen degradada. En un mitin celebrado el jueves en Aviñón, la candidata de RN [Rassemblement National] fustigó «un poder carente de empatía», un «lustro de desprecio» y una «casta que nos gobierna con arrogancia».
El presidente, que hasta ahora se mantenía por encima del debate, aprendió la lección de la primera ronda y bajó para ponerse al alcance de las protestas. Tiene que escuchar a los recalcitrantes y dejar que salga el vapor para bajar la presión de la olla a presión: esta nueva campaña, a ras de suelo, debe mostrar un nuevo Macron, más atento, menos asertivo. Sus partidarios también creen en la función catártica de estos encuentros cara a cara extremadamente tensos. Como si los franceses necesitaran verlo hasta quedarse sin saliva. «Estas escenas que los asesores de comunicación prefieren evitar tienen al final un efecto positivo. Macron acepta recibir los golpes, ponerse en peligro», dice Patrick Mignola, líder de los diputados del Modem [centro derecha que apoya a Macron]. Esta semana, el candidato recibió muchas críticas por ese motivo. El lunes, en Denain [Departamento Norte], una asistente médica le dijo a la cara «usted no es para nada el presidente del pueblo». «Usted es maquiavélico y mentiroso», le dijo un hombre en Châtenois (departamento de Bas Rhin]. ¿No estaremos corriendo el riesgo de no poder frenar la bronca que crece? «Una reverencia, por qué no, pero más, no, dijo un ministro. No porque estemos en semana santa tenemos que avanzar de rodillas y con los brazos en cruz.» Para Patrick Mignola, «esas imágenes muestran a la misma vez la amplitud del rechazo y los excesos. La gente ve su coraje y se pregunta si no es demasiado, piensa que no se le debería decir esas cosas a un presidente».
Todos los «irritantes» deben desaparecer. Por eso, desde el lunes después de la primera vuelta, prometió abrir el dossier de las jubilaciones y «discutir sobre el ritmo de la reforma y de los límites de la misma». «Trata de evitar que la segunda vuelta sea un referéndum a favor o en contra de la jubilación a los 65 años», dijo un ministro. Un irónico tuit de la eurodiputada Nathalie Loiseau sobre los problemas financieros de la candidata de LR [derecha «tradicional»], Valérie Pécresse, fue muy criticado internamente. «A algunos hay que quitarles el móvil», refunfuñó un ministro. El presidente y sus partidarios siguen repitiendo las palabras «humildad» y «nada está decidido». Incluso los ataques contra Le Pen deben ser cuidadosamente medidos para que no vuelvan como un boomerang. «Estamos en una situación en la que, en cuanto decimos algo razonable, se nos considera arrogantes o burgueses. Hay que evitar dar lecciones», exhorta un ministro. Una persona cercana al presidente resume la consigna válida hasta el 24 de abril: «No debes radicalizar a los que no te votaron en la primera vuelta». Convencer a un votante de izquierda para que vote a Macron sería el grial. No provocar a un abstencionista para evitar que, finalmente, introduzca una papeleta de Le Pen en la urna ya es algo.
Marine Le Pen y la evasión como estrategia
A Marine Le Pen en 2022 le gustaría ser el Emmanuel Macron de 2017. Ella también pretende darse el lujo de «demonizar» a su adversario, de encarnar el bando de la «benevolencia» frente a la «violencia simbólica» del presidente saliente, -«un hombre solo, una casta asediada a la que visiblemente no le quedan más que invectivas, un régimen que no aporta más que escándalos y polémicas», dijo el jueves por la noche en un encuentro en Aviñón. No quiere ser más la «mala» de la película y llama a «levantar un cordón sanitario contra el regreso de Emmanuel Macron». Y cuando éste intensifica sus ataques, unos días antes de la primera vuelta, lo considera «bastante pesado». «Cuando se llega al punto de utilizar esa estrategia tan manida de la diabolización, es porque no se tiene nada que decir sobre la sustancia», añadió [Marine Le Pen] en un mercado, en Alsacia.
La candidata no necesita forzar la ironía. Atravesó la larga campaña de la primera vuelta sin sobresaltos, más normalizada que nunca, sin una palabra más alta que la otra y manteniendo su rumbo: surfeando sobre la detestación del presidente saliente y dando a ver sólo la parte delantera de su rubia sonrisa y un programa muy maquillado. En las filas de Macron llevan mucho tiempo rasgándose las vestiduras para encontrar una aspereza que les permita atacarla. «Hace meses que no habla. Nunca es tan buena como cuando no habla», dijo un ministro. No es una oradora fácil, porque ha adoptado la actitud de la tía un poco golpeada por la vida. Cada vez que dice una estupidez, y alguien se lo señala, se escuda diciendo «usted es agresivo, yo soy como los franceses, usted me habla con desprecio». Está llevando a cabo una campaña sin asperezas», dice Patrick Mignola, líder de los diputados del Modem. Cuando la abuchean, como en Guadalupe, le recuerdan los viajes de su padre, uno tiene la impresión de ver a Jean-Marie Le Pen. Así que hace todo lo posible para normalizar su imagen. Habla del poder adquisitivo, del poder de los gatos [referencia a una entrevista televisiva en su casa, con sus gatos]».
La candidata de extrema derecha aprendió las lecciones de su último fracaso. En su tercer intento presidencial, avanza adelante de su adversario. En 2017, había multiplicado sus viajes en un ambiente mucho más febril. En su búsqueda de un golpe definitivo, había terminado su campaña de la segunda vuelta abucheada en medio de una multitud de manifestantes hostiles, durante una visita sorpresa a Reims donde tuvo que ser evacuada de urgencia. Cinco años después, el tono ha cambiado. Dos días antes de la primera vuelta, en Narbona, Marine Le Pen se hacía selfies con un centenar de estudiantes de secundaria que la esperan frente al restaurante donde estaba almorzando. La mayoría de esos adolescentes no comparten sus ideas, pero pasan varios minutos gritando de alegría y luego corriendo junto a su coche, como si fuera una estrella de rock. Es el resultado de un largo proceso para suavizar la identidad del partido, que comenzó cuando ella se puso al frente del FN [Front National] en 2011, y que se convirtió después en RN, para borrar la naturaleza profunda del partido y su historia. Una estrategia de evasión inteligente, también.
A diferencia de Emmanuel Macron, que parece buscar los enfrentamientos, Le Pen evita como la peste las confrontaciones con sus adversarios potenciales. El martes, en Vernon (departamento de Eure), interrumpió los selfie para entrar corriendo en su coche en cuanto escuchó el grito de «Fuera, fascista». Sería difícil encontrar algún rastro de altercado en toda la campaña. Una vez, quizás en Alençon, a finales de octubre, la candidata de la extrema derecha se enfrentó ante las cámaras (y para ellas) a un joven de un barrio azotado por la violencia unos días antes. Los viejos lepenistas aprobaron su actitud, pero su equipo de campaña consideró que ya era suficiente, dejando a Jordan Bardella, un buen soldado y blanco fácil, en primera línea, allí donde están las balas. Marine Le Pen, que se convirtió en la reina de la evasión, salió de la guerra de Ucrania sin demasiados problemas, a pesar de sus diez años de relación amorosa con el agresor ruso. Los allegados a Macron se exasperan. «La forma en que evitó el debate sobre Putin es diabólica. En el programa «Face à la guerre» [Frente a la guerra] de TF1, dijo: «No quiero incomodar al presidente de la República, así que no hablaré más de Putin». «Es un gran pretexto para no decir lo que piensa de Putin», alucinó un ministro.
Pero esta estrategia quizás esté encontrando sus límites. Ahora que perdió a su «pararrayos» Zemmour [otro candidato de ultraderecha], Marine Le Pen es el blanco de toda la atención y va de las conferencias de prensa perturbadas (el miércoles) a los viajes abucheados (el viernes). Cuando no vuelve a incurrir en sus viejos demonios, como lo hizo el martes, cuando se encargó de seleccionar a los periodistas acreditados en los actos públicos de su partido.