Comienza el año 2011 con las esperanzas que en América Latina y el Caribe despertó la elección en la presidencia de los Estados Unidos de Barack Obama literalmente esfumadas en menos de la mitad del tiempo de su mandato. Los cambios en la política exterior de la superpotencia hacia sus vecinos del Sur no se […]
Comienza el año 2011 con las esperanzas que en América Latina y el Caribe despertó la elección en la presidencia de los Estados Unidos de Barack Obama literalmente esfumadas en menos de la mitad del tiempo de su mandato.
Los cambios en la política exterior de la superpotencia hacia sus vecinos del Sur no se han producido y, por el contrario, lo que se ha apreciado hasta la conclusión del segundo año de su período de gobierno ha dejado una intensa frustración, sólo comparable con el descenso de la popularidad del Presidente en su propio país.
El apoyo al golpismo en Honduras, la continuidad del boqueo contra Cuba, el recrudecimiento de la política contra inmigrantes, la reiteración del trato prepotente y altanero a los líderes de la región y la sostenida hostilidad para con los gobernantes que con mayor insistencia reivindican la independencia de sus naciones, son apenas algunos de los hechos y circunstancias que motivan el desengaño latinoamericano.
Se considera que la cúpula del poder estadounidense -la que actúa por encima de los partidos y las instituciones del gobierno y el Estado- promovió o aceptó el ascenso a la primera magistratura del país de alguien que rompía muchos esquemas que habían sido inviolables en la historia de la unión norteamericana, porque la superpotencia enfrentaba una muy crítica situación que requería, así en lo interno como en lo externo, de urgentes medidas extremas para salvar al imperio y al sistema capitalista.
Obama habría sido llamado a realizar para Estados Unidos lo que hiciera Franklin Delano Roosevelt en los años 30 del pasado siglo: un sacrificio imprescindible de muchos valores y principios de la clase dominante en aras de las proyecciones hegemónicas del país y la salvación del capitalismo a escala global,
Puede uno imaginarse cuánta resistencia habrá generado en esos sectores la aceptación de un presidente que, por motivos de su procedencia social, raza, religión e incluso de edad, no encajaba en los estándares fijados por el consenso de la élite. Sin dudas habrá sido necesario superar innumerables contradicciones entre los más ricos y poderosos.
Tales contradicciones pudieran ser la razón por la que, sin permitir al nuevo mandatario ejercer su administración por el tiempo necesario para mostrar a sus electores (y también al mundo ávido de un Estados Unidos diferente) la voluntad de cumplir sus compromisos de campaña, las partes que integran la cumbre comenzaron a exigir continuidad de las acciones y políticas convenientes a sus intereses particulares, amenazados por el discurso electoral del nuevo líder «diferente» que habían apoyado con propósitos de salvación.
Ese sería el motivo de las reiteradas contradicciones que, muy temprano en el gobierno de Barack Obama, se apreciaron entre lo que decía el Presidente y las acciones de sus subordinados.
Se recuerdan, por ejemplo, los reiterados anuncios incumplidos de Barack Obama sobre el próximo desmontaje del centro de torturas a prisioneros instalado por Estados Unidos en la base naval de la bahía de Guantánamo, impuesta hace un siglo a la Isla cuando ésta se hallaba ocupada militarmente por el entonces naciente imperio.
Llamó la atención latinoamericana la reprobación del golpe de Estado en Honduras por Obama, inmediatamente desvirtuada por las acciones de su Cancillería y su embajador en Tegucigalpa.
El depuesto presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya, actual Coordinador del Frente Nacional de Resistencia Popular, valoró recientemente de «paradójico» que Estados Unidos reconozca el delito que significó el Golpe de Estado «pero calle ante la persecución de los golpistas contra los 187 exiliados y promueva el olvido de todas las fechorías cometidas por asesinos convertidos en dictadores». El líder hondureño llamó a Estados Unidos a «actuar sin ambigüedades para no seguir contribuyendo a complicar una tragedia que ha costado muchas vidas, dejado muchos huérfanos y provocado tanto dolor en la resistencia y en el pueblo hondureño».
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, quien concluyó su segundo período de gobierno con el aval de disfrutar de una popularidad más amplia que la que tenía al asumir por primera vez la jefatura del Estado en su enorme país, declaró su decepción por el hecho de que bajo la gestión de Obama nada haya cambiado en la relación de Estados Unidos con América Latina.
Con mucha razón ha lamentado en declaraciones recientes el ex presidente Lula da Silva que Barak Obama no haya comprendido la necesidad de un cambio de visión en la política estadounidense con relación a América Latina.
Ya son pocos los que en el mundo esperan que la actuación de Obama en la presidencia de Estados Unidos le depare un segundo mandato en 2012. Las fuerzas más sanas de Norteamérica y del mundo lo lamentarán con indignación porque significará el regreso al poder de la ultraderecha guerrerista, o con lástima por una figura política que fue capaz de generar tantas esperanzas de hacer de Estados Unidos una potencia mundial compatible con un mundo de paz y respeto para todos los pueblos y naciones.
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