La perspectiva de una victoria electoral de Syriza dentro de unas semanas en Grecia vuelve a plantear la necesidad de un análisis objetivo sobre la naturaleza de la crisis en Europa. La demanda de renegociar el paquete de austeridad que la troika impuso sobre Atenas desembocará en una confrontación política casi sin precedentes. Si no […]
La perspectiva de una victoria electoral de Syriza dentro de unas semanas en Grecia vuelve a plantear la necesidad de un análisis objetivo sobre la naturaleza de la crisis en Europa. La demanda de renegociar el paquete de austeridad que la troika impuso sobre Atenas desembocará en una confrontación política casi sin precedentes. Si no le tiembla la mano a los dirigentes de Syriza y sus asesores económicos, podrían desenmascarar la verdadera agenda de Alemania y sus bancos, inaugurando una nueva etapa en la lucha entre capital financiero y la democracia.
El 9 de mayo de 2010 se llevó a cabo una reunión en el Fondo Monetario Internacional para considerar el primer paquete de rescate
por la crisis en Grecia. El tema central era el grado de participación del FMI, junto con el Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión de la Unión Europea en dicho plan. La minuta de los debates (filtrada al Wall Street Journal en 2013) reveló la existencia de un importante desacuerdo en las deliberaciones.
Los representantes de Argentina, Brasil, India, Irán, Rusia y Suiza discreparon con el programa planteado por la troika porque se excluía toda posibilidad de restructurar la deuda. El programa imponía un ajuste brutal sobre la economía griega pero no contemplaba la posibilidad de una quita. En esa reunión el representante de Brasil, Nogueira Batista, señaló que el programa sería más un rescate de los acreedores privados que de la economía griega.
Sin recortes a la deuda griega la troika buscaba efectivamente rescatar a los grandes bancos europeos con alto grado de exposición en Grecia. En 2008 los bancos alemanes tenían niveles de apalancamiento más elevados que los de otros bancos europeos y, por lo tanto, sus hojas de balance estaban repletas de títulos de muy mala calidad. Deutsche Bank, por ejemplo, sigue siendo el banco europeo con mayor apalancamiento y con una exposición superior a los 55 billones (millones de millones) de euros en los mercados de derivados.
Dos años después se aceptó el recorte de 50 por ciento de la deuda griega, pero para entonces los bancos alemanes habían logrado reducir de manera importante su exposición con títulos de ese país: la deuda había sido socializada y las pérdidas también. Las maniobras tuvieron éxito: los rescatados fueron los acreedores. En especial, el establecimiento de las operaciones de financiamiento de largo plazo (LTRO, por sus siglas en inglés) por el BCE permitió a los bancos alemanes vender a bancos en la periferia sus títulos de mala calidad y reducir su exposición en esos espacios económicos.
En la evolución de la crisis europea es claro que la estrategia alemana ha sido el rescate de sus bancos. Para lograrlo ha contado con la complicidad de otros gobiernos europeos que han enfrentado el mismo problema. La estrategia se basó en hacer cargar a las instituciones europeas y el FMI la parte más importante del problema: en esta triste historia la única unión europea
ha sido la de la europeanización de las pérdidas de los bancos alemanes.
Para lograr su objetivo Alemania logró una hazaña de propaganda que haría palidecer de envidia al mismísimo Goebbels. La versión común de la crisis descansa en la idea de que los bancos son intermediarios entre los ahorradores y los demandantes de crédito. Los primeros habrían sido los piadosos ahorradores alemanes y los segundos los irresponsables habitantes de la cuenca del Mediterráneo, con su proclividad a vivir en el jolgorio.
Muchos ingenuos todavía creen esta historieta, pero las creencias no pueden remplazar la realidad. Un programa político que sea realmente emancipador no puede basarse en las fábulas que el discurso del capital transmite todos los días. Los bancos no son intermediarios y su funcionamiento se basa en sus operaciones de creación monetaria, acomodándose al ritmo de la demanda de crédito. Hay que insistir: los bancos privados, todos ellos, funcionan abriendo una cuenta de depósito a nombre de sus deudores al momento de acordarles un préstamo. Ningún banco privado requiere tener en su bóveda un depósito para poder realizar un préstamo. Por eso la máxima debe ser los préstamos crean los depósitos
y no al revés. Esto es lo que se conoce como una economía de moneda endógena.
Un corolario de todo lo anterior es que si la unión monetaria tiene muchos defectos, para los bancos siempre tuvo una virtud: creó el espacio común para desarrollar sus operaciones de creación monetaria sin incurrir en los costos de transacción vinculados a los tipos de cambio.
Las implicaciones políticas de todo esto son extraordinarias. El reclamo del pueblo griego por renegociar el cruel programa de ajuste es el prólogo de una batalla de dimensiones épicas. Frente a las posturas de Syriza se yergue la pretensión de los bancos que desean seguir monopolizando la creación de uno de los objetos sociales más importantes, el dinero. Las tomas de posición de Syriza deben traducir en programa político la necesidad de someter a control social la función de creación monetaria.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/01/07/index.php?section=opinion&article=026a1eco