La agenda política en nuestro continente gira hoy en torno al proceso de ratificación del tratado constitucional. Este proceso abierto hasta el 2007 constituye también el eje central de la lucha de clases al concentrar, por un lado, los ambiciosos intentos del imperialismo para disciplinar y articular los intereses de las burguesías nacionales y del […]
Lo que ahora esta en juego, por tanto, son las conquistas históricas de la clase trabajadora y de los pueblos europeos, sustanciadas dentro de cada país en una serie de códigos laborales y sociales, instituciones y prestaciones públicas. Conquistas que, desde Maastricht, vienen siendo atacadas con la colaboración de los gobiernos nacionales de turno (sean del color político que sean) y que la «constitucionalización» de la UE persigue liquidar.
Un breve análisis del contenido del «tratado constitucional» (para mayor detalle ver, por ejemplo, en http://www.noconstitucioneuropea.com) muestra el calado y la amplitud de la ofensiva en curso. La parte I del documento plantea una re-configuración de la arquitectura institucional de la UE a expensas de la soberanía de los estados nacionales y hurtando todo control democrático sobre las grandes decisiones en materia económica, militar y de protección social. La parte II se dedica a una Carta de derechos fundamentales que recorta a la baja los principales derechos laborales y sociales incardinados en las legislaciones de cada país. La parte III establece unas supra-políticas de ámbito europeo y obligado cumplimiento dentro de cada país, a fin de incrementar la desregulación y la precarización laborales, regionalizar la economía destruyendo puestos de trabajo y sectores productivos enteros, y desmantelar los sistemas de servicios y prestaciones públicas. Y, finalmente, la parte IV instaura una suerte de blindaje del propio tratado constitucional, de modo que resulte casi imposible modificar o alterar tras su ratificación.
Se trata, como puede apreciarse, de una ofensiva plenamente encuadrada bajo la doctrina de «guerra permanente» decretada por Bush a escala mundial, que exige la plena sumisión de los pueblos y de las instituciones «democráticas» de los estados a los intereses imperialistas y neo-coloniales del capitalismo internacional. Ofensiva que en nuestro continente invierte la clásica definición de la guerra como «prolongación de la política por otros medios». Porque la enorme presión desplegada para la aplicación de las directrices de Bruselas y ahora para la ratificación del tratado constitucional no suponen otra cosa que «prolongar» en la esfera política, económica y social esta escalada de destrucción impuesta por el imperialismo para mantener el actual sistema y orden capitalista en descomposición.
Pero esta ofensiva, como muestran las amplias movilizaciones y resistencias levantadas, dista mucho aún de resultar victoriosa, y lo que sí está consiguiendo es profundizar las situaciones de crisis al interior de los países y áreas geográficas. Unas crisis que en el ámbito político se expresan no sólo en la creciente desconfianza social hacia las instituciones, sino también por el incremento de la conflictividad dentro de estas instituciones y al interior de los partidos reformistas y de las burocracias sindicales articulados en torno a ellas. Organizaciones cuyas cúpulas y aparatos esta ofensiva coloca ante la disyuntiva de acatar su proyecto liquidador de las conquistas históricas de los trabajadores e incluso de sus propias organizaciones de clase (mediante la supresión de la democracia interna y de la independencia), o bien luchar contra él asumiendo el riesgo de una eventual «invisibilidad» institucional (y cese de financiación).
Una crisis, igualmente, que a medida que estos dirigentes y aparatos optan por la claudicación también hace cada vez más clara la falta de un referente político y social de quienes, dentro de cada país y en la UE, rechazan la construcción europea del capital y la guerra plasmada en las políticas e instituciones actuales y no sólo su tratado constituyente.
Para la articulación de esta alternativa social y política, por tanto, encontramos distintos tipos de dificultades. En primer lugar, sólo existe una articulación europea consolidada de las organizaciones políticas y sociales de los trabajadores, mientras que la UE ya cuenta con dispositivos de estructura vertical-cupular, como la CES, los grupos parlamentarios europeos y en particular el Partido de la Izquierda Europea. Tales entidades suponen un obstáculo para la articulación de una alternativa en la medida en que para existir han de asumir el marco político existente, tal como sucede también con las agrupaciones políticas de España o Portugal (disciplinadas mediante la ley de partidos) o con el PIE de reciente creación (ver el articulo 6 de los Estatutos del PIE, por ejemplo).
Esta estrategia de «invisibilización institucional» e intento de exclusión política y social de toda opción no reformista, se complementa, en segundo lugar, con el apoyo no siempre explícito para el desarrollo de organizaciones «de la sociedad civil», muy útiles para desviar el malestar y rechazo de las masas expresados por la incesante escalada de movilizaciones hacia horizontes testimoniales o quiméricos, que no supongan la toma del poder político para cambiar la sociedad, como es el caso de los foros sociales y en general del altermundismo. Ideología que en su formulación actual y pese a su corta existencia impregna ya el discurso de gran parte de los dirigentes y aparatos políticos y sindicales existentes.
Precisamente, un tercer obstáculo que se plantea en el amplio y diverso campo de la izquierda política y social europea tiene que ver con el dilema ya planteado hace un siglo entre socialismo o barbarie. Un dilema que cada vez resulta más actual conforme crece y se amplia una ofensiva imperialista que por si misma desacredita los «posibilismos» reformistas. Un dilema que estas cúpulas y aparatos adheridos al altermundismo rechazan y se esfuerzan por escamotear con el concurso de los poderes fácticos, del mismo modo que también rechazan en sus análisis y propuestas la realidad de la lucha de clases y la necesidad del socialismo, pretendiendo ignorar que para cambiar la sociedad la clase trabajadora y sus organizaciones han de mantener su independencia frente a la burguesía.
El próximo 18 de marzo en Madrid se realiza, organizado por el Acuerdo Internacional de los Trabajadores y de los Pueblos, un Encuentro Obrero Europeo por la paz, la democracia y los derechos de los trabajadores. Desde Reencuentro Comunista apoyamos este evento con la confianza de que servirá para avanzar en la resistencia de los trabajadores europeos a la UE y su proyecto constituyente, en la articulación de una alternativa a esta ofensiva en la que muchos y muchas venimos trabajando bajo unas u otras siglas.
Más información sobre esta convocatoria: http://www.cmait.tk
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Juanjo Llorente. [email protected]