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Falacias del rearme y pacifismo

Fuentes: Rebelión

En la justificación del plan de la UE de rearme o seguridad armada se utilizan diversas falacias o engaños, más allá de la confusión deliberada entre rearme, seguridad y protección.

Primero, EEUU no está interesado en abandonar o liquidar la OTAN. Sigue siendo un instrumento útil para reforzar su hegemonía mundial. Lo que pretende, junto con su fiel aliado, el Reino Unido, es doble. Por un lado, subordinar a Europa en el cumplimiento del incremento de su aportación y gasto militar -hasta el 5% del PIB desde el actual 2%-.

Por otro lado, la reorientación de su función complementaria hacia sus propios intereses geopolíticos de su prioridad asiática del eje Indo-Pacífico, como ya lo hizo Biden con la OTAN en Afganistán y su alianza asiática (con Australia, Japón, Corea del Sur y Reino Unido). Tras esta tregua en Ucrania y su acceso a sus recursos, espera que Europa ejerza de tapón de Rusia a medio plazo ante su eventual colaboración estratégica con China, que es su adversario principal.

Por tanto, EEUU, con la actual administración trumpista y las siguientes demócratas, no se va de la OTAN; es un chollo para su primacía político-militar y económica; quiere que paguen más los europeos, compren su armamento y sean más disciplinados. Lo que no está a la vista en los gobiernos de la UE, por mucho que lo quiera Macron, es un plan para sustituir el liderazgo militar de EEUU, autonomizarse respecto de la jerarquía militar estadounidense con un brazo europeo de la OTAN o salirse de esa alianza transatlántica.

Es más, la manifestación de la inquietud europea por el supuesto abandono defensivo estadounidense, además de mostrar debilidad de las fuerzas propias dificulta ese -supuesto- ansiado reequilibrio de poder europeo, imposible de concretar a medio plazo. La UE es, sobre todo, una alianza económica. La alianza político-militar es la OTAN, bajo dirección estadounidense. Hay un vacío institucional y político-normativo autónomo, sin apenas estrategia exterior y de seguridad y defensa comunitaria.

Por otra parte, la hipótesis de un ejército europeo es eso, una hipótesis con una capacitación militar muy limitada, ya que no se afronta la realidad y la dificultad principal: que la suma del gasto militar europeo es muy superior al de Rusia, que no representa una amenaza creíble para la UE ni para la OTAN, y que no necesita más gasto militar. En todo caso, necesitaría una reestructuración política y operativa, con un papel geopolítico diferenciado, basado en un plan o unos principios contrapuestos a este militarismo. Es decir, basado en los llamados valores europeos de democracia, paz, multipolaridad y negociación sobre el derecho internacional, aun admitiendo el poder blando de su poderío económico-cultural.

Pero esta trayectoria militarista que ha tomado la actual elite europea es la contraria a ese ideal, que solo aparece retóricamente al servicio del rearme. Su plan tiende a reforzar más la militarización consolidada por la administración estadounidense y busca una adecuación hacia una hegemonía transatlántica, compartida a nivel mundial, con el puente anglosajón, ahora laborista, por más señas.

Así, se puede hablar de la interoperabilidad y el mando jerárquico del grueso de los ejércitos de los veintisiete países; pero no se puede obviar la complicación institucional de asociarlo entre sí y con otros países OTAN, como Reino Unido o Turquía -o el propio Israel-, empezando por la comunitarización de la fuerza nuclear francesa, cosa impensable.

Una trayectoria democrática y pacifista

Por tanto, el obstáculo no solo es el soberanismo particular de los grandes Estados y sus respectivos ejércitos e intereses nacionales, por tener mayor peso en el posible liderazgo colectivo (Francia, Reino Unido, Alemania, sin olvidar Italia, Polonia y España).

La dificultad principal es el sentido del objetivo de esa unidad político-militar, el para qué conformar un nuevo bloque -imperial o cooperativo- diferenciado de la deriva iliberal, expansionista y hegemonista de EEUU, que conforme un actor geopolítico identificado con los valores democráticos, solidarios y de modelo social. No obstante, la actitud gubernamental europea ante la limpieza étnica y el genocidio palestinos auguran su degradación insolidaria y su impotencia como referente ético y político ante el Sur global.

El emplazamiento está ahí. Asegurar mejor la paz mundial, empezando por la europea, con la consolidación de la tregua justa en Ucrania y la negociación de la coexistencia con Rusia, en vez de preparar la confrontación. Existe, una larga tradición de más de medio siglo, desde la Ostpolitik del socialdemócrata Willy Brandt y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), debilitada por el expansionismo otanista hacia el Este, desde los años noventa, y hundida con la invasión rusa de Ucrania.

Frente al conflicto militar, se trata de afianzar la multipolaridad mundial, el derecho internacional y humanitario, así como los vínculos europeos de colaboración con países de África, América Latina y Oriente Próximo, así como con la propia China. Eso sí, existe una pugna competitiva con los otros actores aspirantes a imperios reaccionarios, prepotentes y militaristas. Es la raíz del conflicto con el hegemonismo ultra de Trump, que no se explicita por la UE y solo se amaga, sin atreverse a desarrollar una trayectoria alternativa solidaria, sostenida y coherente.

Sin esa perspectiva democrática y pacífica, lo que queda del plan de rearme o de seguridad armada, es el beneficio para las oligarquías del complejo militar industrial, sobre todo estadounidense, el autoritarismo de las élites gobernantes en un nuevo proceso de control social securitario, la subordinación de las mayorías sociales a una dinámica de reconstitución del ultraliberalismo neocolonial, precarizador, racista y extractivo.

El retroceso es para los derechos sociales, feministas y medioambientales y las condiciones habitacionales y laborales, así como para la degradación de la vida democrática y ética de las instituciones. Esa trayectoria va en contra de un arraigado principio europeo; lo hemos llamado ‘seguridad social’ y vital, en un marco de igualdad, libertad y solidaridad, no de rearme e imposición de la fuerza.

En definitiva, tras la terrible experiencia fratricida de las dos guerras mundiales, el nazi-fascismo y el colonialismo, el impulso europeo de sus valores democráticos y pacíficos podría constituir una aportación universalista a un mundo más seguro y pacífico. Pero el motor debe ser la propia activación cívica masiva, frente a la degradación autoritaria y regresiva. La población europea -y mundial- tiene la palabra.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.