Era el mediodía y la ciudadanía puneña estaba en las calles protestando. Media hora más tarde, según el testimonio de Max Nina, fotógrafo que estuvo en el aeropuerto de Juliaca, una piedra lanzada desde el cerco policial rompió el hermetismo. Balas, perdigones y bombas lacrimógenas causaron la masacre del 9 de enero.
Al promediar las 10 de la mañana, cientos de personas empezaron a movilizarse. La mayoría de ellos, hombres y mujeres, estaban protegidos apenas con sombreros a pesar del abrasador sol del cielo sureño. Las wiphalas y banderas peruanas acompañaban su travesía mientras algunas consignas sonorizaban el ambiente. La unidad puneña era evidente: algunos vecinos habían llevado a las calles mangueras, baldes y agua para hidratar a las y los ciudadanos que venían de diversas partes de la región.
Ese lunes 9 de enero, medios como Radio Pachamama y La Decana no habían logrado ingresar al aeropuerto. Tampoco prensa alternativa de la zona. El malestar de la ciudadanía con la gran prensa también había generado desconfianza hacia los medios locales. Sin embargo, hubo dos fotógrafos puneños que registraron la masacre.
Uno de ellos es Max Nina de 27 años, realizador audiovisual, quien reside en la ciudad de Puno. Había salido a las 5 de la mañana de su vivienda con dirección a Juliaca. Junto a él, iba el fotógrafo Juan Mollenido de 29 años. Les habían comentado que iban a llegar ciudadanos de las provincias quechuas y aymaras de Ilave, Azángaro, Melgar, San Román, entre otras. La población empezó a llegar a través del bypass que une Cusco con Juliaca.
En las zonas aledañas al aeropuerto, los ciudadanos no querían ser fotografiados. Les decían: “no queremos fotos, nos van a identificar por las fotos, después nos van a inculpar cargos”. Tanto Max como Juan tuvieron que tomar precauciones para no ser agredidos ni insultados. El primero pegó una hoja en un casco de bicicleta con la siguiente descripción: PRENSA INDEPENDIENTE. Mientras que el segundo tuvo que guardar su cámara fotográfica.
—Había un señor herido por un perdigón, quise sacar mi cámara para fotografiarlo. Cuando saqué y empecé a sacar las fotografías, la población me quiso quitar mi cámara y me cuestionaron para saber quién era —narra Juan Mollenido, fotógrafo puneño.
Las arterias de Juliaca les dirigía a un solo punto: el aeropuerto. Según el testimonio del fotógrafo Max Nina, quienes iniciaron la afrenta fue la Policía Nacional del Perú. Añade que minutos antes de desatarse el enfrentamiento, la población estaba incómoda con las fuerzas del orden. Les decían: “vende patrias, abusivos”. Alrededor de las 12:30 de la tarde una piedra proveniente del lado de la policía dio comienzo a todo.
Los ciudadanos que protestaban también respondieron al ataque. Ya no había marcha atrás. Los registros de videos e imágenes muestran que había una desproporción en la correlación de fuerzas. Balas y bombas por un lado; y piedras con hondas por el otro. Las Fuerzas Armadas, la Policía, encabezado por la División Nacional de Operaciones Especiales-DINOES y la Unidad de Servicios Especiales-USE, usaron lacrimógenas, balas y perdigones. Según el fiscal Jorge Chávez Cotrina, de los 17 asesinados en Juliaca producto de armas de fuego.
A las dos de la tarde, un grupo de ocho personas trasladaba un cuerpo cerca del aeropuerto. Según Max Nina, los ciudadanos tenían el rostro desencajado y los gritos constantes solo pedían ayuda. Alrededor de 30 perdigones atravesaron la espalda del heladero Omar López Amanqui de 35 años, quien retornaba a casa con su esposa y sus dos pequeños. Un tiro letal atravesó su cabeza. Intentaron reanimarlo, pero fue en vano. Ya no tenía signos de vida: había muerto.
Los heridos y muertos eran transportados al grifo Ollanta, un espacio ubicado a 3 kilómetros del aeropuerto. Lo único que los protegía era una bandera blanca, hecha de un polo amarrado torpemente a un palo. La cantidad de heridos no podían ser atendidos por el escaso personal de salud. Diversos ciudadanos por las redes hicieron un llamado pidiendo apoyo para la compra de gasas, alcohol y esparadrapos. Los implementos se iban acabando, pero la cantidad de heridos seguía incrementando. En un momento, el sonido de las balas se mezcló con los gritos de la población y pedían ayuda: “Médicos, por favor, médicos. No graben. Malditos policías, lo han destrozado”. Había llegado en una motocarga un hombre con la cabeza destrozada. Momento en el que llega un ciudadano al grifo Ollanta. Fuente: Juan Mollenido
Incluso, Juan Mollenido tuvo que dejar su cámara fotográfica para apoyar al personal médico. La emergencia había desbordado a todos.
Desde ese momento, Juliaca se empezó a bañar de sangre. Los heridos incrementaron rápidamente. Siete minutos después del primer fallecido, un joven fue herido con perdigones en el rostro. Estos se expandieron en su frente, en sus oídos y en parte de su cara. Minutos después llegó otro con el rostro hinchado y el brazo ensangrentado. Dos hombres lo auxiliaban, mientras era amarrado con una chalina. A simple vista parecía una pequeña lesión, pero cuando le quitaron la casaca que cubría uno de sus brazos, los médicos se dieron cuenta de la profundidad de la herida. Más de 20 perdigones estaban alojados en el brazo derecho. Las heridas estaban inundadas de sangre y los músculos yacían deformes.
La situación empeoraba y la cantidad de heridos y muertos se incrementaba. Casi a las tres de la tarde se reporta otro ciudadano asesinado. Era Jorge Huaranca Choquehuanca de 22 años, quien falleció producto de un impacto de un proyectil de 7.62 mm en la cabeza.
A través de motos y motocargas trasladaban a los muertos y heridos. Los ciudadanos acompañaban a los que aún respiraban, llevándolos hasta la posta La Revolución o al hospital Carlos Monge Medrano. Según la transmisión en vivo de la radio La Decana, cerca de las 3:30 p.m. 15 heridos ya habían sido trasladados de emergencia al hospital Monge. Diez minutos después, La Decana informó que el número de víctimas se había triplicado.
Ciudadanos movilizando a los heridos en motos. Fuente: Max Nina
Cerca de las 4 de la tarde aparecen helicópteros que vuelan sobre el lugar de conflicto. Las imágenes registradas por Max Nina muestran a miembros de la Policía Nacional del Perú con armas aún no identificadas, que tendrán que ser materia de investigación. En medios locales y videos de ciudadanos que circulan en redes, existen denuncias sobre bombas lacrimógenas lanzadas desde helicópteros hacia quienes protestaban. En otra de las fotos se aprecia la coordinación de miembros de la policía con personas vestidas de civiles, conocidas comúnmente como TERNAS.
BRIGADAS CIUDADANAS
La noche había llegado a Juliaca, pero la violencia no cesaba. Algunos civiles acompañaban al personal médico para ir en búsqueda de más heridos. A pesar de que las calles estaban vacías, aún se escuchaban los sonidos de disparos y gritos. El exhotel Arce, ubicado a 500 metros de la Plaza de Armas, se convirtió en el nuevo lugar para recibir a los heridos. Al principio llegaron dos heridos y cuando estaban atendiéndolos aparecieron tres, cuatro, cinco, seis. Uno de ellos, era un joven con un orificio en el pecho; la munición le había atravesado el tórax. Las únicas palabras que repetía convaleciente eran: “me voy a morir, me voy a morir”.
—Fuimos hasta el centro y nos dividimos para seguir buscando heridos. Yo había dejado la cámara y me puse de voluntario. Nosotros nos ubicamos en el exhotel Arce porque estaba cerca al enfrentamiento. Se nos unieron dos civiles y bomberos. Nos empezaron a llegar varios heridos– narra Juan Mollenido.
Entre los civiles que acompañaban a la brigada del personal de salud, se encontraban fotógrafos. Esa noche dejaron sus cámaras y se transformaron en voluntarios. Las brigadas atendían con una bandera blanca para protegerse, pero ni el uso de ese símbolo impidió que sean reprimidos. A las 8 p.m. dos hombres, que se encontraban al lado del exhotel Arce y a las rieles del tren, dejaron dos bombas lacrimógenas, que explotaron al instante, afectando a una enfermera que quedó inconsciente.
—Dos personas vestidas de civil dejaron una caja o una bolsa. Este objeto explotó y todo el ambiente se puso blanco. No estábamos preparados y casi nos asfixiamos. La voluntaria fue la que se desmayó —narra Max Nina.
A pesar del sonido del miedo y el olor de las bombas lacrimógenas impregnado en sus cuerpos, el personal de salud siguió buscando heridos. Lo único que encontraron fueron calles vacías, iluminadas por el alumbrado público, botellas de agua, aún con el líquido, y pistas manchadas de sangre. Esa noche, Puno no pudo dormir, estaba de luto. A consecuencia de la masacre del 9 de enero, el pueblo puneño perdió a 19 hijos, entre ellos un médico, una voluntaria de un refugio de animales, un futbolista, un cantante, padres de familia y menores de edad. Ahora no solo piden la renuncia de Dina Boluarte, también piden justicia por los heridos y asesinados.
Fuente: https://wayka.pe/fotografos-narran-lo-que-ocurrio-en-el-aeropuerto-de-juliaca/