Este 10 de mayo se cumplen 40 años del primer gobierno socialista francés en la V República.
La resaca electoral madrileña coincide con la conmemoración del cuarenta aniversario de la victoria de François Mitterrand en Francia. La historia comparada nos puede ofrecer algunas sugerentes ideas. El 10 de mayo de 1981 se celebró la segunda vuelta de las elecciones en Francia, en la que se enfrentaron el liberal Valéry Giscard d´Estaing, presidente de la República en ese momento, y el socialista François Mitterrand. En la primera vuelta habían quedado descartados Jacques Chirac, heredero de la cultura política del mítico Charles De Gaulle y Georges Marchais, líder del PC, uno de los dirigentes europeos fundadores del eurocomunismo, aunque alejado de esta corriente desde 1980. La campaña electoral del segundo turno estuvo marcada por la división entre los partidos conservadores, por la igualdad entre los dos candidatos y, sobre todo, por tratarse de una de las primeras campañas mediáticas. Ambos partidos, junto con los medios de comunicación, construyeron una puesta en escena en la que priorizaron los símbolos y la manera de comunicar sobre el proyecto político, tal y como afirmó Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique (mayo 1981).
En contra de los deseos de EEUU, de la URSS e incluso de la RFA, François Mitterrand venció en los comicios. No es un dato baladí si consideramos que todavía estaban vigentes las dinámicas bipolares de la guerra fría. Ese resultado electoral tuvo mucho que ver con la gestión económica gubernamental de la crisis de 1973, provocada por la subida del petróleo, que se tradujo en un notable descontento social. También fue la suma de factores como la división de la derecha, los asuntos de corrupción del presidente (Diamantes de Bokassa) y, sobre todo, la culminación de un proceso de unificación del socialismo que había llevado a cabo Mitterrand desde 1971. Esto último muestra que, en la política, al contrario de lo que sucede en la actualidad, los proyectos se construían con una perspectiva menos cortoplacista.
La victoria del socialismo en Francia fue muy importante por varios motivos. En primer lugar, acabó con la hegemonía de 23 años de gobiernos conservadores. En la V República el Elíseo todavía no había tenido un dirigente socialista. En segundo lugar, supuso un cambio de rumbo en un contexto internacional marcado por el triunfo del neoliberalismo en Gran Bretaña (Margaret Thatcher, 1979) y EEUU (Ronald Reagan, 1981). Francia se convirtió en el laboratorio socialista europeo en plena tensión Este/Oeste. Y, en tercer lugar, desde la Comunidad Económica Europea también acogieron dicho cambio con cierta inquietud, pues las instituciones comunitarias se encontraban bloqueadas después de la difícil gestión tras la incorporación de GB en 1973 y sus objeciones al presupuesto y la Política Agraria, lo que complicaba extraordinariamente la ampliación hacia el sur, con las solicitudes de Grecia, Portugal y España.
En aquella campaña, con mucho más peso de la propaganda y la imagen, se construyeron discursos basados en el miedo al “socialismo” y al “comunismo”
Todos aquellos elementos provocaron que la política nacional francesa fuese escrutada por gran parte de los países de su entorno, incluso antes de comenzar sus actuaciones el nuevo gobierno socialista. En el contexto de aquellas dinámicas de bloques, los países con líderes conservadores occidentales temían que un triunfo socialista, que tenía el aval de un partido comunista, aunque en crisis, supusiera un arrastre hacia la izquierda en futuras elecciones de los demás gobiernos europeos. En aquella campaña, con mucho más peso de la propaganda y la imagen, se construyeron discursos basados en el miedo al “socialismo” y al “comunismo”. En España, la campaña mediática de los diarios conservadores no solo se centró en evitar el “contagio” del ascenso de la izquierda, cuando todavía se recordaba con zozobra el impacto de la Revolución de la Claveles lusa. También hubo una gran incertidumbre sobre el comportamiento de F. Mitterrand ante los problemas de ETA y de la adhesión a la CEE (bloqueada, en parte, por Francia debido a problemas agrícolas y pesqueros). No obstante, a diferencia de las visiones americanas o alemanas, en líneas generales la opinión pública española acogió favorablemente el cambio de Gobierno. Se trataba de una esperanza para que las relaciones bilaterales mejoraran. Como afirmaba el presidente vasco, Carlos Garaicoechea, “es mejor un Mitterrand por conocer que un Giscard conocido” (ABC, 12 mayo 1981).
Las acciones del Elíseo pronto demostraron, como en la novela de J. M. Coetzee, que el miedo a que llegaran los bárbaros (socialistas) era producto de la ingeniería política y diplomática, pero no una amenaza real y que la política iba a mantener las mismas dinámicas, aunque con un proyecto más social. Hasta 1983, con el PC en el Gobierno galo, llevaron un proceso de descentralización administrativa y también iniciaron la nacionalización de algunos grupos empresariales (Paribas). Sin embargo, la crisis económica, las protestas sociales y el fracaso de algunos de sus proyectos provocaron que en 1984 hubiera un cambio de rumbo en la línea del Gobierno. Desde ese momento, el programa económico dejó de ser el eje principal de François Mitterrand y ese lugar lo ocupó el europeísmo. Como analizó Judith Bonnin en su tesis doctoral, el presidente había mostrado su interés por los temas internacionales desde la década de los setenta. En 1984, aprovechando su presidencia rotatoria del Consejo de la UE se consolidó como uno de los abanderados del nuevo impulso de la CEE en los años ochenta, dando lugar a la gran cabalgada del proyecto europeo y participando también en la reunificación alemana.
Trece años después de mayo del 68, Francia recuperaba su grandeur, su chauvinismo con ínfulas de potencia, y había vuelto a convertirse en el centro político de gran parte de la actividad internacional.
Manuel Ortiz Heras (UCLM) y Sergio Molina García (UCM)