Hoy hacen 87 días que en París y en las principales ciudades de Francia cientos de miles de manifestantes autoconvocados -anteayer 400.000- ocupan de noche calles y plazas para discutir qué hacer. Ese movimiento Nuit Debout (Noche de Pie) comienza a confluir con los sindicatos no sólo porque en la parisina Place de la République […]
Hoy hacen 87 días que en París y en las principales ciudades de Francia cientos de miles de manifestantes autoconvocados -anteayer 400.000- ocupan de noche calles y plazas para discutir qué hacer.
Ese movimiento Nuit Debout (Noche de Pie) comienza a confluir con los sindicatos no sólo porque en la parisina Place de la République habló el secretario de la CGT prometiendo extender el movimiento sino también porque lentamente crece el porcentaje de obreros (llega ahora al 20 por ciento) en esa plaza y, sobre todo, porque las huelgas obreras pasan a primer plano.
Los días 25 y 26 estuvieron paradas todas las refinerías de combustibles de Francia, más de un décimo de las gasolinerías (estaciones de servicio), estarán en huelga los puertos, los ferroviarios y los trabajadores del control aéreo.
Con los servicios de transporte urbano reducidos a casi nada y sin trenes, barcos o aviones y con manifestaciones en ambos días (en preparación de una manifestación nacional el 8 de junio después de un paro también nacional el 2 de junio) la Francia de los trabajadores se encamina hacia una huelga general «reconducible», «indefinida».
El Gobierno reprime salvajemente, como en la refinería marsellesa de Fos sur Mer que desocupó tras dos horas de dura lucha con varios heridos, y prolonga el Estado de emergencia hasta julio con el pretexto ridículo de la seguridad para el Tour de France y la Copa europea de Fútbol. Marine Le Pen, por la extrema derecha, lo apoya y pide la prohibición de todas las manifestaciones.
El Gobierno y la derecha no vacilan así en suprimir las libertades de informar, de hacer huelgas, de manifestarse, de ocupar el terreno público. Incluso el primero, con su ataque policial a los piquetes obreros que rodeaban las refinerías impidiendo la distribución de combustible, consiguió que los obreros de éstas las ocupasen y se declarasen en huelga, impidiendo así la producción de carburante.
El rechazo al proyecto de ley del trabajo sale así del terreno sindical y politizándose entra en el de la defensa de los derechos democráticos en el mismo momento en que François Hollande busca su reelección. El Partido Socialista se suicida y probablemente se romperá en cuanto estallen una huelga tras otra en esta estación turística y electoral. La unidad obrera es casi total y comienza a cimentarse la unidad obrero-estudiantil.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.