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Francia: la encrucijada de las izquierdas

Fuentes: Sin Permiso

Los acontecimientos políticos en Francia se precipitan en este fin de año. Esta sociedad ha sido siempre ejemplar en ese sentido; los conflictos políticos velando, aparentemente, los choques de intereses entre las diversas clases y grupos sociales. Lo que está en juego, en esta fase, depasa sin embargo los contornos de los conflictos normales. Ponen […]

Los acontecimientos políticos en Francia se precipitan en este fin de año. Esta sociedad ha sido siempre ejemplar en ese sentido; los conflictos políticos velando, aparentemente, los choques de intereses entre las diversas clases y grupos sociales. Lo que está en juego, en esta fase, depasa sin embargo los contornos de los conflictos normales. Ponen en cuestión, en definitiva, la profunda crisis social y política que vive el país. Se trata de la ofensiva política más brutal emprendida por el capital y sus agentes contra el movimiento social, no solo en el sentido de una afirmación del proyecto neoliberal ya en curso, bajo gobiernos de derecha y/o de izquierda en los últimos veinte años, sino de la tentativa de implementar realmente una «revolución conservadora», al estilo de Reagan y Thatcher en los años 1980. O sea, desmantelar el Estado-providencia, las empresas y servicios públicos, debilitar el trabajo, precarizarlo, afirmar el orden securitario, reducir los espacios democráticos, atomizar la sociedad, erigir el fetichismo del mercado como el mejor de los mundos posibles.

En Francia, ese proyecto no pudo llevarse a cabo, sino parcialmente, por la extraordinaria resistencia de las clases populares y sus organizaciones sindicales y políticas. En el actual período asistimos a una nueva ofensiva violenta para aplastar esa resistencia y el movimiento social. Los que comandan saben que la crisis actual puede conducir a nuevos movimientos de masas. Se preparan a enfrentarlos con una especie de guerra preventiva social, como lo hace Sarkozy y su banda, hegemónica en la derecha liberal autoritaria, y más a abiertamente aún la extrema derecha de Le Pen. El telón de fondo de la crisis política es el arcaísmo de las instituciones de la Va República y del régimen implantado desde 1958.

A estos desafíos se confronta la izquierda francesa, en sus múltiples variantes. Empero, esta problemática, salvo honrosas excepciones, aparece ajena al debate actual. Todo aparece como un juego de marionetas, una carrera electoral, la disputa por la presidencia y/o los sillones parlamentarios, en un ambiente social dominado por la ideología de la resignación y del sentimiento que «nada se puede hacer». Para ello, quieren hacer creer que la sociedad está modelada por leyes eternas e inexorables, culpabilizando a los pobres por ser pobres y creando nuevas «clases peligrosas», a semejanza de las clases trabajadoras en el siglo XIX.

Los medios de comunicación desempeñan un rol fundamental en la manipulación ideológica, política y cultural, tendiente a infantilizar y descerebrar los individuos. Los sondeos, los espectáculos televisados, las audiciones radiales, los blogs, el monopolio de los medios de comunicación , los «expertos», etc., reemplazan el debate y la participación democrática de los ciudadanos. Frente a esta situación, se podría pensar que una gran revuelta se cierne en el horizonte, proviniendo de la acumulación cotidiana de la violencia social contra los asalariados, los desocupados, los explotados, los humillados, los «sin nada», en todos los niveles de la vida social. Contrariamente a la ideología imperante, nada es eterno, fatal ni inmutable. Las clases populares permanecen (aparentemente, siempre) como un espectador silencioso, salvo en sus resistencias esporádicas : el rechazo del Tratado de Constitución Europea (TCE) en 2005, la movilización contre el Contrato de Primer Empleo (CPE) este año, la explosión de la juventud de los barrios pobres en el otoño 2005.

Entretanto, el espacio político está dominado por el juego partidario en la perspectiva de las elecciones de abril 2007. Veamos, pues, algunas de las dinámicas en curso.

La afirmación de Segolene Royal como candidata presidencial por el Partido Socialista, aprobado plebiscitariamente en el referéndum partidario de noviembre, cuenta ahora con el respaldo de todos los «elefantes» del partido, incluídos sus ex-adversarios Dominique Strauss-Kahn y Laurent Fabius. Antes lo había hecho Jack Lang y otros, y más recientemente Jean-Pierre Chevenement, disidente desde 1992 y que con su pequeña formación del Movimiento de los Ciudadanos, se pasó con armas y bagajes, negociando algunos puestos ministeriales y otros menores. El último que también arrió sus banderas, fue el senador Jean-Luc Melanchon, uno de los animadores de la «izquierda antiliberal». Se suman a este consenso en torno a Segolene Royal, los Radicales de Izquierda y parte importante de los Verdes. El síndrome del 21 de abril 2002 pareciera estar exorcizado. Todo esto en poco más de una semana, lo que es bastante.

El viejo adagio reaccionario «la política es el arte de lo posible» operó en el sentido del oportunismo vergonzante. Se consagró así el triunfo del aparato de este nuevo partido socialista, versión francesa de la «tercera vía» esbozada por Anthony Giddens, ejemplificada en el New Party de Tony Blair y en la Neue Mitte de Gerhard Schröeder. Programa, base social, política, ideología, grupo dirigente, poco tienen que ver con el socialismo. Desde el mitterrandismo en el poder (1981) y el fracaso de la union de la izquierda (1983), el curso del partido socialista ha sido progresivamente hacia la derecha, hasta terminar ahora con la mutación cualitativa representada por Segolene Royal. Esto hay que tenerlo claro, pues seguir creyendo en esquemas de otras épocas, significa no tener en cuenta las metamorfosis profundas, no solo en el espacio de la política, sino en las estructuras sociales, materiales y culturales del capitalismo mundializado y del neoliberalismo imperante.

Los que tenían alguna ilusión al respecto, a pesar de la práctica conocida en el ejercicio del poder por los PS desde hace al menos 25 años, pueden darse por notificados. Los reformistas de otra época, querían pues hacer reformas y mantenían, a su manera, una ligazón con la base popular y sindical. Este PS, siguiendo el camino del resto de la socialdemocracia europea, se convirtió en una formación cogestionaria del sistema, nada más. El discurso «pragmático» y vacío de Segolene Royal, tan vacío como su sonrisa, es su más clara expresión. En cuanto a lo que resta de una izquierda socialista, tetanizada por la situación, metió el violín en bolsa, como dice el viejo refrán, al menos por ahora.

Con el PCF, una minoría de la LCR, figuras sindicalistas y asociativas, militantes de diversos orígenes políticos y/o culturales, se había configurado un núcleo de cerca de 800 comités que intentaron constituir una «izquierda de la izquierda» antiliberal. Su fuerza consistía esencialmente en una dinámica que se apoyaba en el triunfo del No al Tratado de Constitución Europea (CTE) en abril 2005, en las movilizaciones contra el CPE (Contrato de Primer Empleo) el año pasado, en una radicalidad social que existe bajo múltiples formas. Esto podría haber constituído una alternativa tanto a la derecha neoliberal autoritaria de Sarkozy como al social liberalismo de la izquierda rosada. Sin embargo, esta tentativa, que contó con la movilización de miles de militantes del PCF y muchos otros de horizontes diversos, acaba recientemente, en esta misma semana, en un rotundo fracaso.

La decisión del PCF de imponer a Marie-George Buffet como candidata presidencial, en desmedro de una candidatura realmente unitaria, abortó una perspectiva que hubiera podido desempeñar un rol importante. Bajo el impulso del aparato y de la mayoría de la dirección, el PCF asumió la responsabilidad de abortar la experiencia. Cualquiera sea el grado de responsabilidades, este fracaso no es tampoco ajeno a la posición de la LCR que se negó obstinadamente a participar del reagrupamiento, largando por su cuenta la candidatura de Olivier Bensancenot. La responsabilidad es grande, pues su presencia en este movimiento hubiera pesado de manera considerable en los debates que acaban de concluir de manera catastrófica. El viejo reflejo del «partido» como núcleo de una vanguardia esclarecida, también se expresó en esta formación, en un juego simétrico a la dirección del PCF.

¿Persistirá el PCF en su aislamiento suicida para finalmente plegarse a una alianza con el PS? ¿Persistirá la LCR en su línea hasta concluir una nueva alianza electoralista con Lutte Ouvrière de Arlette Laguiller? Cometer un error no es grave, decía un viejo revolucionario que de esas cosas sabía, lo malo es cometer dos veces el mismo…

El PCF era la estructura organizativa y política fundamental de los Comités anti-liberales (aunque no la única, vale señalar). Puso a su disposición locales, medios, militantes, sin dudas una manifestación de «buena voluntad». Esta apertura, que presagiaba un cambio positivo, permitió un enriquecimiento mutuo, durante varios meses, con grupos, corrientes y militantes de otros horizontes y experiencias políticas, ideológicas y culturales que, sin reconocerse en la tradición del PCF, estaban unidos en una voluntad anticapitalista o antiliberal. Sin embargo, en el último y anunciado viraje, la dirección optó por un repliegue autocentrado, marginando al resto de los componentes. El aparato – el viejo y siempre eficaz aparato – se impuso. Se perdió así una oportunidad única para la reorganizacion de una izquierda radical que saliera de la mera contestación. Cualquiera sea la responsabilidad de unos y de otros, ese es el resultado.

Marie-George Buffet, aún renunciando a su puesto de responsable nacional, y siendo una figura política respetada, no representará más que su propio partido, lamentablemente reducido a su base en las municipalidades bajo su control y parcialmente en la CGT. Nadie se engaña al respecto, salvo los que quieren creer, que es otra cosa. Este repliegue sobre si mismo no puede hacerse sin acuerdos con la dirección socialista, pues el PCF lo necesita para conservar sus cargos electivos, así como el PS para darse un barniz progresista frente al pueblo de izquierda.

En este contexto, la minoría comunista opositora no tuvo, en la reunión nacional para definir la opción frente a las elecciones, el 15 de diciembre, otra opción que manifestar su protesta. Sus voces se escucharon, pronto apagadas por la multitud de delegados fieles a la dirección, en una parodia de los viejos tiempos, incluidas sus formulaciones más grotescas. En una carta dirigida a la dirección nacional, renunciando a la misma, seis de sus miembros dicen : «Esta es una mala acción para aquellas y aquellos que sufren de la violencia liberal, para los que no mezquinaron sus esfuerzos para intentar encontrar una salida. Esto es suicida para el partido comunista que va a encontrarse aislado y será tenido por responsable de esta situación. No le quedará más que un rol político marginal, dejando todo el espacio al social liberalismo y a un radicalismo encerrado en la protestación».(1)

Es posible que tengan razón. En todo caso, la experiencia es útil para recordar un viejo principio : «Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar al movimiento proletario…» Marx y Engels escribieron estas líneas en 1848. Valen todavía, me parece, para los que no abdican de la lucha por el socialismo en el siglo XXI.

El panorama político se modificó, pues, rápidamente. Otras fuerzas y personalidades políticas pueden jugar un rol, como la UDF centrista de François Bayrou, apoyado por un sector de la iglesia, y fundamentalmente la presencia del Frente Nacional de Le Pen. Bayrou puede atraer electores desilusionados tanto de la UMP como del PS, mientras Le Pen mantendrá el apoyo de esa franja de la opinión pública racista y xenófoba, confundida además por el descrédito del sistema político existente. Si en abril 2002 logró poco más de 18 % de votos, eliminando a Lionel Jospin de la concurrencia, es posible que ese porcentaje no aumente, pero tampoco disminuirá. Empero, lo más probable sea una bipolarización en el enfrentamiento entre Nicolás Sarkozy y Segolene Royale, o sea la opción entre la derecha neoliberal autoritaria y el social liberalismo socialista rosado. Esa es precisamente la encrucijada (terrible) de las izquierdas en Francia, en particular del importante movimiento que se desarrolló en los comités unitarios antiliberales. El desencanto puede llevar, por un lado, a la atracción del voto útil, que se hará cada vez más fuerte; por otro, al crecimiento del «partido abstencionista».

Esa es la encrucijada actual. Las respuestas son a construir colectivamente, en el debate democrático y fraternal, en el intercambio y la confrontación de ideas. La descomposición de la política, el descrédito de la Va República y de la representación política, ha ganado buena parte de la opinión, incluso entre aquellos que continúan la lucha cotidiana contra la ofensiva del capital. Es cierto que no es lo mismo el neoliberalismo autoritario de Nicolas Sarkozy que el social liberalismo de Ségolène Royal, aunque se acerquen. Pero de lo que se trata, en definitiva, no son las elecciones venideras. La cuestión es no abandonar el espacio público al enemigo, en todas sus múltiples formas. La Europa neoliberal está en un impasse, en un capitalismo mundializado y jerarquizado bajo la hegemonía de los Estados Unidos. Resistir y construir una nueva cultura de ruptura con el capitalismo, es fundamental y la condición para ofrecer una alternativa a la mercantilización del mundo y de la vida.

El grito del Foro Social Mundial «El mundo no es una mercancía», tiene vigencia más que nunca, resonancia planetaria y hasta en la vida individual. No, ni la cultura, ni el agua, ni el aire, ni el arte, ni el sexo, ni los afectos, no son una mercancía. Para luchar precisamente contra ese fetichismo de la mercancía, esencia de la sociedad capitalista, hay que implicarse en el combate contra las relaciones sociales imperantes, la opresión, la explotación, la guerra y la injusticia bajo todos sus aspectos. Si los diversos componentes de la izquierda radical logran soportar la frustración actual, pueden convertirse en un factor dinámico en la construcción de una fuerza política colectiva al servicio de los oprimidos. Este camino no es fácil, ya lo sabemos. Felizmente los cantares de Antonio Machado nos siguen ilustrando : «Caminante, son tus huellas/ el camino y nada más;/ caminante, no hay camino/ se hace camino al andar»…- Paris, 28 de diciembre 2006.

Nota : (1) «Les raisons de notre démission du Comité exécutif national du PCF «, texte signé par Frédérick Genevée, Isabelle Lorand, Fernanda Marrucchelli, Roger Martelli, Pierre Zarka, Malika Zediri, 15/ 12/2006.

Hugo Moreno , docente-investigador de ciencias políticas en la Universidad de Paris 8, es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso .

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www.sinpermiso.info, 1 enero 2007