Portugal habría nacido de un error imperdonable. No es por casualidad que el fantasma del iberismo vuelve a ser resucitado
En este Otoño del año 2008 la crisis del sistema financiero mundial adquirió las proporciones de una crisis de civilización que afecta a toda la humanidad. Su desenlace es por ahora imprevisible. La única certeza es la de que millones personas van a pagar la factura de la falencia del capitalismo neoliberal y de la ideología a él inherente, en tanto los responsables de la crisis poco o nada serán afectados, en lo inmediato, por el naufragio del monstruoso engranaje por ellos montado.
El viento del pesimismo que barre el planeta llegó obviamente a Portugal. Perversa es la forma que asume en un amplio sector de la clase dominante la reacción al tsunami financiero que sacude los cimientos de la economía real.
Diariamente los medios de comunicación social, sobretodo la prensa escrita, reflejan una visión catastrófica de la sociedad portuguesa, el gran miedo del futuro próximo que se extiende en el mundo casero de las finanzas.
El sistema de mediaciones no facilita la comprensión del cuadro. Eso porque los tenores del catastrofismo no son los sacerdotes del dinero, los Belmiro, los Amorim, los Mellos y otros, que se mantienen en la penumbra, pero si los portavoces del poder que actúan en el sistema mediático como formadores de opinión.
Desde el inicio de la crisis algunos analistas políticos y los columnistas de servicio en los principales periódicos y en programas televisivos insisten en presentar un panorama apocalíptico no de los efectos de la caída del sistema financiero (orando por otro también capitalista que lo substituya) pero sí de Portugal como Estado-Nación.
No intentan analizar las raíces de la crisis. Para ellos es accesorio que sea estructural o simplemente cíclica. Concluyen en coro afinado que cualquiera que sea su evolución en Portugal y en la Unión Europea, no se vislumbra salida para nosotros. Porque el mal para ellos es incurable. Afirman que el cáncer cuya metástasis se disemina por todo el organismo social será antiguo. Seria al final el propio pueblo. Portugal sería inviable. Habrá nacido de un error imperdonable. No es por casualidad que el fantasma del iberismo vuelve a ser resucitado.
Columnistas al servicio de los principales periódicos producen metros de prosa impregnadas de agresividad anti popular, se repiten cada día. Portugal es acusado de no haber acompañado el movimiento de la historia, de haber permanecido casi inmóvil en tanto otros se modernizaban y avanzaban. La artillería verbal de las plumas de la burguesía dispara contra el pueblo, responsabilizado por la incapacidad de salirnos de la cola de Europa.
En el coro de comentarios sobre la crisis y sus orígenes remotos, los políticos del PS asumen una actitud igualmente maximalista y estúpida. Proclaman exhaustivamente que el gobierno de Sócrates ha realizado prodigios, la Administración «socialista» seria progresista, innovadora, patriótica. Si no lo es más es por la incomprensión del pueblo, incapaz de captar la dimensión de la obra realizada. Y si las cosas ahora van mal, es culpa de otros, de la crisis internacional.
El sistema mediático presenta un frente único en la difusión de la mentira, en las explicaciones falsas de las crisis y en los remedios propuestos para resolverla, todos orientados para la preservación del capitalismo. En el discurso de los sociólogos, economistas, historiadores, ministros y parlamentarios llamados a la televisión para esclarecer a la «masa ignorante de la población», el pueblo no aparece como personaje. Está ausente.
Los portavoces y epígonos caseros del gran capital, cómplices del caos financiero y social que se extiende por el mundo, desprecian a los trabajadores.
EL PUEBLO RESISTE Y LUCHA
El panorama social de la crisis no es iluminado por los media, porque eso sería peligroso para los señores de las finanzas.
El mundo del trabajo, explotado, calumniado, es objeto de una represión permanente (que, asume múltiples facetas) y en realidad es el que encarna en este momento histórico el carácter, la tenacidad y las aspiraciones que permitieron a la gente portuguesa modelar a lo largo de los siglos una personalidad nacional.
En condiciones muy adversas los trabajadores portugueses han resistido con coraje y firmeza a la ofensiva desencadenada contra sus derechos por el gobierno más reaccionario que el país soporta desde el derrumbamiento del fascismo.
En pocos países de Europa el repudio a las políticas neoliberales y a la sumisión a medidas y proyectos de cariz imperialista se expresa con tanta firmeza y coherencia como en Portugal.
Repetidas y gigantescas manifestaciones que, en ocasiones movilizaron cerca de 200 000 personas traducen el rechazo a una estrategia de poder antidemocrático, incompatible con los principios y valores de Abril que figuran en la Constitución de la República.
En Portugal, como en otros países, las fuerzas progresistas más consecuentes, sobre todo los comunistas, están conscientes de que la globalización neoliberal, hegemonizada por los EEUU, encaminó a la humanidad hacia una crisis de dimensión planetaria.
Somos protagonistas de un fin de época. Los propios responsables de la crisis reconocen que solamente el recurso de la intervención contundente del Estado en la economía puede evitar una bancarrota generalizada, con los gigantes de las finanzas hundiéndose en una cadena de falencias. Ese regreso (caricaturesco) a Keynes, que fuera casi satanizado con la resurrección del ultra liberalismo de Hayek y la apología del Estado Mínimo, es esclarecedor de la desorientación y del miedo de los señores de las Finanzas.
Como la crisis es estructural y no solamente cíclica como las anteriores -confirmando previsiones de autores marxistas como Istsvan Meszaros y Georges Labica- las medidas tomadas por los gobiernos del G-7, transformados en bomberos del capital, son apenas paliativas. La recuperación( instble) de las bolsas de valores genera la ilusión de que todo va a volver rápidamente a la normalidad, entendida esta como el reflorecimiento del capitalismo bajo una nueva figura.
La convicción es engañadora. La crisis de la economía real en los EEUU, en Japón y en la Unión Europea va a continuar profundizándose en proporciones por el momento imprevisibles: los despidos masivos en decenas de gigantescas transnacionales, los llamados angustiados de los grandes de la industria del automóvil y la aeronáutica para ayuda estatal y el cierre de millares de empresas ligadas a la construcción y al comercio funcionan como espejo de la gravedad y complejidad de una crisis de muy larga duración.
Pero el fin del capitalismo no es inminente. Sería una ingenuidad creer en su rápida desaparición.
Entró en una fase senil, la lógica de la acumulación no puede ya funcionar en los moldes tradicionales y la finanza tendrá que renunciar a una estrategia que hizo de la especulación la palanca de ganancias fabulosas, relegando el binomio trabajo-producción a un papel secundario en el engranaje del capital. Pero la certeza de que solamente el socialismo surge como alternativa al avance galopante de la barbarie no puede mágicamente apresurar la agonía del capitalismo.
Grandes sufrimientos -esa es otra certeza-esperan a la humanidad en el futuro próximo. Sufrimientos que serán diferentes de continente para continente, de país para país, como diferentes serán las características de la lucha de los pueblos contra el sistema que continuará imponiéndoles su dominación.
Son románticas las tesis que confunden revoluciones democráticas y nacionales, como la de Venezuela y la de Bolivia, con procesos de transición para el Socialismo. Y esas experiencias, cuya evolución suscita legítimas preocupaciones, no son transponibles para otros Continentes.
En Europa, rupturas en el sistema de poder que han permitido políticas antiimperialistas como la de Hugo Chávez y reformas que golpeen al capital, no son viables. Ellas exigen el control del gobierno, del Legislativo y la adhesión firme de las fuerzas armadas. Tal situación no se verifica en ningún país del Viejo Continente. Ni los mecanismos de la Unión Europea permitirían que ella se produjese.
EL CAMINO DE LA LUCHA
Millares de portugueses formulan en estos días la siguiente pregunta: ¿Que es los que nos espera más allá de pagar la factura de la crisis? La perversión del sistema mediático, manipulador y al servicio del capital, no facilita obtener la respuesta.
Frente a un horizonte sombrío, es permanente la tentación de sugerir que, a pesar de todo, hay soluciones parciales para los males que nos afligen.
Sin de ello tomar conciencia, muchos intelectuales progresistas repiten en Europa el discurso de E. Bernstein, el padre del revisionismo marxista y del moderno reformismo.
Nunca como ahora fueron tan necesarias e importantes en la UE las luchas reivindicativas de los trabajadores contra las políticas que les son impuestas por gobiernos al servicio del capital. Pero luchar en defensa de sus derechos y por reivindicaciones legítimas es una cosa y creer que reformas de fondo, susceptibles de afectar el poder del capital, es otra muy diferente. El capital, cuando está acosado y a la defensiva, admite reformas -Bismark hasta tomo la iniciativa de proponerlas e implementarlas para desmovilizar a los trabajadores – pero solamente reformas compatibles con la lógica de su funcionamiento.
La crisis coloca a los pueblos por ella afectados, marcadamente en Europa Occidental, frente a una situación dilemática. La relación de fuerzas, de Suecia a Italia, de Portugal a Grecia, no abre posibilidades de que la crisis actual desemboque en rupturas revolucionarias. Más, simultáneamente, la transformación profunda de las sociedades de la Unión Europea, moldeadas y oprimidas por el capitalismo, no es posible por la vía institucional, dicha pacifica.
La burguesía nunca entrega el poder sin una confrontación final con las fuerzas del progreso.
Seamos realistas. En el caso portugués, fuera del contexto de una crisis de proporciones continentales, los partidos que representan al capital continuaran venciendo en todas las elecciones. La alternancia en el gobierno del PS y del PSD muestra bien el control que la clase dominante ejerce sobre los mecanismos electorales de la impropiamente llamada democracia representativa que en la práctica funciona como dictadura de la burguesía,con máscara democrática.
Los dos partidos, PS y PSD, difieren por sus bases sociales de apoyo. Pero ambos desenvolverán siempre políticas de derecha orientadas para la defensa de los intereses del capital.
Alarmados con la crisis, cambiaron de lenguaje y, acompañando el discurso de Bruselas, se distancian del ultra liberalismo que meses atrás proclamaban era la solución democrática y definitiva para los problemas de la humanidad. Pero es importante no olvidar que las direcciones del PS y del PSD son instrumentos de los intereses del capital. Y no se vislumbra la posibilidad de que esa situación se altere.
Es un hecho que después del 25 de Noviembre em1975, o sea desde el inicio de la contrarrevolución, dirigentes del PS se distanciaron en determinados periodos del discurso oficial de su partido, asumiendo posiciones que los media definieron como de «izquierda»: Ocurrió eso, por ejemplo, cuando Mario Soares -el principal enterrador de la Revolución de Abril -paso a criticar facetas de las estrategia de los EEUU y apuntar los peligros del ultra neoliberalismo.
Pero es significativo que el temor de explosiones sociales provocadas por la actual crisis lo haya llevado a retomar inmediatamente el discurso anticomunista, exorcizando a Marx, Engels, Lenin y «tutti quanti», o sea, traducido del italiano, comunistas como Álvaro Cunhal, Harilaos Florakis, Rodney Arismendi.
Manuel Alegre cumple un papel complementario, exhibiendo una mascara de «izquierda» en defensa de la imagen falsamente pluralista del PS, pero a lo largo de su larga carrera, sea en el gobierno sea en el Parlamento, se volvió cómplice consciente de las políticas de derecha de su partido.
La izquierda en Portugal, en el terreno partidario, son el Partido Comunista y sus aliados.
Recuerdo la realidad de la opción permanente de los partidos de la burguesía portuguesa (el CDS es el heredero anacrónico del sudosismo fascista) para subrayar que cualquier mudanza en la composición del Parlamento no cambiará en lo fundamental el comportamiento del PS y del PSD como representantes del gran capital.
La convicción de que, a través de las urnas, puede surgir un gobierno del PS que bajo la presión de las masas desarrolle una política que responda aunque mínimamente a los intereses del pueblo portugués es utópica. Utópica es también la idea de que se puede esperar una actuación positiva del Bloco de Esquerda, amalgama de pequeños-burgueses encolerizados cada vez más integrados al sistema.
Condensar en una serie de puntos exigencias de la aplastante mayoría de los portugueses, imprescindibles a una deseable mudanza de rumbo que frene la marcha para el abismo, es una contribución necesaria para disipar la confusión creada por el bombardeo de la mentira oficial y como factor de movilización de las masas para la lucha. Más sin incentivar esperanzas de alteraciones de fondo en el tipo de política y gobierno impuestos por el capital.
En el actual contexto la presencia de una fuerte representación del PCP en el Parlamento es importante. Cuanto más numerosa sea, mayor resonancia tendrá a nivel nacional la voz de los comunistas y la difusión de su proyecto revolucionario y humanista. Pero existe una relación compleja entre la capacidad movilizadora de los comunistas y su intervención a nivel parlamentario y en el trabajo realizado entre los sectores sociales más combativos de la población.
El discurso, para ser eficaz, para inspirar no solo confianza sino funcionar como impulsor de una disponibilidad permanente para luchas prolongadas habrá de ser dirigido siempre desde «fuera» del sistema y frontalmente contra él, sin la menor concesión, y no desde «dentro», en una postura crítica que pueda ser interpretada como teniendo por objetivo la humanización del sistema.
No debemos olvidar que la socialdemocratización de muchos partidos comunistas favoreció en Europa Occidental la implantación del neoliberalismo. El Partido Europeo de la Izquierda -al cual significativamente no adhirieron el Partido Comunista Portugués y el de Grecia- no incomodó a la gran burguesía.
Ese partido, por su tendencia reformista puede contribuir para neutralizar los trabajadores en vez de incentivar su espíritu de lucha contra el sistema. La diferencia entre actuar de «fuera» o de «dentro» parece mínima, pero es fundamental. La primera disipa ilusiones sobre la disponibilidad del PS (o por los menos dirigentes suyos) a renunciar a políticas de derecha y participar (no excluyo la adhesión de militantes) en luchas sociales dirigidas contra el sistema; la segunda alimenta tales ilusiones.
El refuerzo de las posiciones comunistas en el Poder Local lo concibo importantísimo. En la mayoría de los Municipios gobernados por la CDU la transformación positiva de la vida es evidente. Esos municipios son auténticos laboratorios sociales donde la participación de los ciudadanos es una realidad. En muchos de ellos hasta los electores de derecha votan por el candidato comunista. Lo que es imposible en las legislativas puede concretizarse en el terreno autárquico.
¿QUE HACER?
No es optimista el panorama que esbozo. Pero el compromiso de los revolucionarios exige el respeto por la verdad, por más decepcionante que sea a corto plazo el futuro previsible.
En época de crisis profunda como la actual las previsiones sobre la aceleración de la historia en el sentido del progreso son frecuentes, tal como las apocalípticas. Ambas tienen en común su carácter especulativo.
El discurso sobre la transición al socialismo, sobre todo en América Latina, se volvió así una moda. En Caracas, en reciente Encuentro Internacional en Defensa de la Humanidad, se habló mucho, a veces con irresponsabilidad, de la transición al socialismo no solamente en América Latina, si no inclusive en África.
Es un discurso idealista, no marxista. La transición al socialismo es un proceso molecular lentísimo que avanza en el contexto de una lucha de clases exacerbada.
Lenin afirmo luego de la victoria de la Revolución de Octubre que la construcción del socialismo sería mucho más difícil que la toma del poder. Y la historia confirmó esa previsión. La insurrección dirigida por el Partido Bolchevique fue además la culminación de un proceso de luchas revolucionarias iniciadas muchos años antes. El socialismo en plazo previsible no figuraba en el proyecto comunista cuando eclosiono la Revolución de Febrero.
La inflexión estratégica se produjo con las Tesis de Abril, formuladas por Lenin al regresar del exilio. Y solamente fue posible porque la I Guerra Mundial creó las condiciones subjetivas que permitieron la irrupción del vendaval revolucionario.
Es oportuno repetir la vieja pregunta: ¡Qué hacer entonces, una vez que la meta del socialismo está muy distante?
El panorama actual es tan sombrío que la desorientación y el temor del futuro contaminan también segmentos de las fuerzas progresistas.
Hace días, una amiga que siempre votó por la CDU, que ha participado en grandes manifestaciones de condena a las políticas de Sócrates, me decía: «El pueblo tiene razón al decir que más vale el mal conocido que el bien por conocer. Prefiero que ellos, los capitalistas, resuelvan esta crisis al caos en el que podemos caer»
Un viejo compañero de luchas me confidenció permanecer fiel al ideal comunista, pero tiene miedo del fin del capitalismo. No creo que ese tipo de actitud sea raro entre la gente progresista.
No estamos en el umbral de un periodo revolucionario. Pero la simple posibilidad de que la crisis del sistema del sistema financiero mundial (y del capital) pueda ser el prologo de una época de gran turbulencia que sacuda los cimientos del sistema monstruoso que oprime a la humanidad, pero que producirá una situación de caos, funciona como anestesiante que paraliza el espíritu de lucha de millones de personas que lo rechazan.
Repito ¿Qué hacer?
Luchar, luchar, con energía redoblada. No son apenas las fallas del sistema financiero mundial, la recesión que se extiende en los países del G-7, el cierre de millares de empresas en decenas de países, que ilustran la gravedad y la fragilidad de la crisis estructural del capitalismo.
El sistema del capital dispone de un poder enorme. Pero ya no puede funcionar como antes. Los EEUU, polo y motor del sistema, están envueltos en dos guerras perdidas en Medio Oriente y en Asia Central. En América Latina se desarrollan procesos de ruptura con la dominación imperial. En Europa se anuncian en un horizonte próximo grandes luchas inseparables de las consecuencias de la crisis que va a lanzar a millones de trabajadores al desempleo.
En el movimiento de la Historia la marea de la contestación al sistema tiende a subir. De la lucha de los pueblos, de la fusión de lo particular y de lo general, de lo nacional y de lo universal depende que esas luchas adquieran un carácter torrencial, asumiendo con el tiempo dimensión planetaria en una atmósfera de internacionalismo dinamizado por las organizaciones y partidos revolucionarios.
La explotación del hombre, como escribió Marx, fue durante siete mil años el motor ciego e inhumano del desenvolvimiento de la sociedad. Pero esa situación se presenta hoy como obstáculo mortal no solamente al avance del progreso sino a la propia supervivencia de la humanidad.
Y la alternativa, la única, a la amenaza de exterminio, que se esboza con nitidez creciente, es el socialismo.
Va a tardar. No tiene fecha en el calendario. Sé que habré desaparecido cuando ella, finalmente llegue, para liberar al hombre. Más lucharé por ella hasta que la muerte me alcance. El compromiso del revolucionario -repito- no es con los frutos de la victoria y si con los ideales por los cuales lucha y que trascienden su breve existencia.
Serpa y Vila Nova de Gaia, Noviembre de 2008
Traducido para La Haine por Genaro Sotelo