Periodo crucial para Europa en materia migratoria. La Comisión Europea anuncia el nuevo Pacto sobre Migración y Asilo, el marco que en los próximos cinco años establecerá una drástica reducción en materia de acogida y asilo, y al mismo tiempo elevará los muros y la militarización de las fronteras. En paralelo, la segunda ola de la pandemia vuelve a poner en evidencia la vulnerabilidad extrema de miles de personas que, paradójicamente, juegan un rol vital en las economías y las sociedades europeas, en sectores como el de cuidados, sanitario y agrícola. La foto del momento la completan los incendios en los campamentos de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos (Grecia), y la ausencia de una respuesta humanitaria por parte de Europa.
El activista y eurodiputado Miguel Urbán (Izquierda Unitaria Europea) es una de las voces más críticas respecto a las decisiones de Bruselas en materia migratoria. En esta entrevista a su regreso de Moria, repasa los principales trazos del debate migratorio actual y hace autocrítica sobre la estrategia de la izquierda a la hora de abordar las migraciones y combatir el discurso de odio.
¿Cómo definiría usted ‘migrante’?¿Se considera migrante?
Yo defino al migrante como aquel que dejó su tierra para buscar un futuro mejor que no encuentra donde nació. Yo no me considero migrante, soy un privilegiado.
Si le decimos que la migración es la misma para cada persona que se mueve y que lo que cambian son las circunstancias en las que lo hace, ¿qué responde?
Sí y no. Si vamos a una definición exacta, por poner un ejemplo, yo he migrado. Residía en Madrid y por trabajo ahora resido en Bruselas. Esa es la definición básica de migrante, pero creo que hay muchos claroscuros en una definición tipo de migrante. Yo no podría ser considerado igual. Ni el subsahariano que viaja en patera es igual de migrante que el joven español que no encontraba trabajo y se ha tenido que ir a Londres. Creo que hay diferencias de matices importantes. Y es tan migrante el joven español que viaja a Londres, como el subsahariano que viaja en patera.
Partiendo de esa misma definición, y teniendo en cuenta que lo que cambian son las circunstancias de quien migra, ¿por qué se resiste a definirse como persona migrante?
Porque yo creo que todavía no he dejado Madrid. Mi circunstancia es muy particular. Prácticamente cada semana vuelvo a España y mantengo mi casa en Madrid. Yo creo que no encajaría dentro del tipo de migrantes. Si acaso, en el de trabajador desplazado en cierta medida. Por eso me resisto, no por otra cosa. Si mi trabajo fuera distinto en Bruselas, yo sería un migrante en Bruselas, pero creo que no encajo en esa definición de migrante.
Desde los medios y el discurso político, y aquí le incluimos, se insiste en el estereotipo de migrante subsahariano o magrebí que viene en patera. Sin embargo, en España el 80% de las personas sin papeles son mujeres latinoamericanas de más de 30 años que trabajan en el sector cuidados. ¿Qué piensa al respecto?
Los medios de comunicación y la propia comunicación en sí no son neutrales. La imagen sobre la migración se construye en base a decisiones políticas. Calificar de invasión un salto a la valla de Melilla es una decisión política. Los datos muestran que la mayoría de personas en situación irregular entran en España por Barajas o el Prat, pero nunca aparecen esas imágenes. Estas decisiones no solo las toman los políticos, sino los poderes establecidos, como el económico y el cuarto poder, que construyen esa imagen estereotipada y fácilmente estigmatizable. Es bueno hacer autocrítica, pero la urgencia de ciertos casos y la espectacularización de los mismos hace que nos centremos más en el campo de Moria, del que acabo de volver, que en la persona que sufre una carencia de cuidados en nuestro territorio. Nosotros estamos trabajando con organizaciones de trabajadoras domésticas. El problema es que estas noticias muchas veces no trascienden en los medios. Un ejemplo: hace unos días, me pidieron unas declaraciones en torno al Pacto Migratorio [europeo], y yo dije «este pacto es una vergüenza, no es que no quiera migrantes, sino que los quiere quebrados, los quiere sin derechos, para que recojan fresas en Huelva o en el campo de Almería, o limpien nuestras casas con las trabajadoras domésticas». El medio al que se lo pasé, que no lo voy a decir, omitió lo de trabajadoras domésticas.
¿Qué medio es?
Se dice el pecado, pero no el pecador (risas). No creo que sea problema político, sino que muchas veces, no cabe todo y, ¿por dónde cortas? Pues por lo que a lo mejor no sale tanto. Hemos visto más los incendios de Lepe que todas esas trabajadoras domésticas sin papeles que no tienen contrato, que no podían acceder a ningún tipo de ayuda, y que están en las colas del hambre.
¿Son los derechos humanos un objeto político en sí, o está usted a favor de una gran coalición con partidos de diferente signo, como Ciudadanos, para tratar de arrebatar el discurso a la extrema derecha?
Son varias preguntas. En primer lugar, yo creo que los seres humanos no deberían estar sometidos al cuestionamiento político constante. Por desgracia, en que en el momento político, hay un cuestionamiento general de los derechos humanos e incluso del derecho a tener derechos. Esto, impulsado por la internacional reaccionaria, ha producido lo que en Francia llaman la «lepenización» de los espíritus. La extrema derecha consigue marcar la agenda política en cada vez más temas, no solo migraciones o seguridad ciudadana. Eso pervierte ciertos discursos, hasta el punto de que los vemos en algunos liberales -y creo que en Ciudadanos no es liberal, en el concepto que entiende el Grupo Liberal en Europa-. De hecho, creo que el PNV entraría mejor en esa definición de liberal. Un liberal en Europa nunca pactaría con la extrema derecha, ¿qué pasa en España? Eso hace más difícil llegar a ciertos acuerdos. Cuando tu gobierno depende de que Vox te apruebe los presupuestos, es difícil que Cs o el PP se desmarquen para apoyar elementos más básicos. De hecho, las campañas más duras en España contra los manteros, que no son solo una cuestión de xenofobia, sino también de aporofobia, las lideró Ciudadanos. En Europa, el discurso de los liberales, del grupo Renew, es distinto. Incluso el de Ciudadanos es más abierto. De hecho, la portavoz de los liberales de Renew en el Parlamento Europeo fue durísima con el acuerdo migratorio de la Comisión.
Hablando del PNV, ese partido votó en contra de la Propuesta No de Ley (PNL) que se presentó en el Congreso a favor de la regularización. ¿No cree que políticos como usted deberían hablar también de fiscalidad y economía para acercar a partidos como el PNV y obtener apoyo en este tipo de cuestiones? Un estudio reciente de por Causa y la Universidad Carlos III cifra en 1.500 millones de euros anuales la recaudación que afloraría de una regularización…
Pero si es que no votó a favor de la PNL ni el PSOE. Eso demuestra que al final no es una cuestión económica, sino política. Se ha generado un ambiente en el que la extrema derecha ha sido capaz de marcar la agenda hasta tal punto… Si no derrotamos eso primero, darán igual los argumentos que demos al PNV, PSOE, Ciudadanos o el PP. No va a salir. Por eso creo que es al revés. Nosotros debemos intentar construir, tanto organizaciones políticas, como organizaciones sociales y sociedad civil, un movimiento que permita cuestionar esa agenda de negación de derechos, entendiendo que eliminar los derechos de las personas migrantes socava y elimina también los nuestros. No es solo una lucha solidaria, sino de apoyo mutuo. Cuando hablemos de regularización, tenemos que hablar también de mejorar los servicios públicos, de las ayudas del comedor… Hay que eliminar esa competencia por recursos escasos entre los últimos y los penúltimos, caldo de cultivo sobre el que se construye la xenofobia económica que destila la extrema derecha. Primero necesitamos victorias sociales y políticas que construyan un sentido común que empuje cambios legislativos. Por ejemplo, respecto a los incendios en Moria: vale, España es un rara avis en el debate europeo y en Alemania salió mucha gente a protestar… Pero ya se está cuestionando cierta agenda que había estado marcada por la presión de la extrema derecha. Si esa brecha se puede aprovechar y agrandar, quizás se podría incluso hablar de una reforma del pacto migratorio, ya que Alemania tiene la presidencia europea este semestre. Ahí hay posibilidad de meterse.
¿Hasta qué punto considera un problema la Industria del Control Migratorio?
Es un gran problema, no solo la industria del control migratorio, sino también el gran negocio de la xenofobia. Hablamos de empresas tecnológicas y armamentísticas, con un potentísimo lobby en Bruselas. Este elemento es fundamental. El nuevo Pacto Migratorio refuerza todas las medidas de control y seguridad en detrimento de la acogida, y además también la expulsión y deportación, otro gran negocio en el que hay muchas empresas. El control migratorio se ha convertido en un gran negocio de la xenofobia con muchos intereses. Recuerdo que en Lampedusa visité un hotspot, gestionado por una supuesta ONG católica que resultó ser una tapadera de la mafia calabresa. De hecho, en Italia la mayoría de la gestión del control migratorio lo llevaba la mafia. Cito un estudio muy interesante al respecto en [el libro] ‘Disparen a los refugiados’. La policía de Roma interceptó una conversación en la que decían «no sabes el negocio de los migrantes, rinde más que el de la droga; ¿el tráfico?; no, la gestión».
¿No es la izquierda un tanto reaccionaria al responder en masa a cada disparate de Vox sobre los migrantes?
Creo que la izquierda europea está muy acomplejada con la extrema derecha, con el socioliberalismo y, en cierta manera, con el gran extremo centro. Yo intento no darles pábulo, pero a veces se entra en ciertas batallas culturales, más simbólicas, y nos olvidamos de las cuestiones fundamentales. Estamos en un momento clave para ir a la raíz del problema. Parece como si Europa no quisiera migrantes, pero es que resulta que los necesita. Y quien legisla, lo sabe perfectamente. Pero no los necesita de cualquier forma. Para el enriquecimiento de una minoría, a los migrantes se les quiere sin ningún tipo de derechos, como mano de obra explotable, ejército de reserva. Ahí es donde la extrema derecha, en vez de señalar a los culpables de la creciente desigualdad, ataca y estigmatiza al último de la fila, al último en llegar. No se cuestiona el reparto de los recursos, sino quién tiene derecho a acceder a ese reparto. Pienso que el 15M tuvo una potencia tan grande precisamente porque no cuestionó quién tenía derecho a tener derechos o acceder al reparto de recursos escasos. El problema no era si un vallecano nacido en Vallecas, o una vallecana nacida en Ecuador, tenían derecho a una beca de comedor, sino que no tenían derecho ambos a una beca de comedor, porque había alguien que se lo estaba quedando todo. Para mí, ahí está el gran error de la izquierda: no conectar justamente con ese discurso. Algunas personas de Vox entienden esto perfectamente, por eso intentan enfrentar constantemente diciendo «a nosotros nos importan los trabajadores, nos importan las clases populares». Juegan a la confrontación entre el último y el penúltimo.
¿Es optimista de cara al futuro o espera que en los próximos cinco años veamos más muros y vallas?
Creo que en la izquierda debemos ser honestos y reconocer que estamos en una crisis sistémica donde seguramente hay más preguntas que certezas. En este sentido, no corren tiempos para ser optimista. Desgraciadamente, desde 2015, con la mal llamada crisis de los refugiados -que fue en realidad una crisis de derechos-, se mantiene una tónica general en Europa. Ha habido una regresión muy rápida, hemos perdido muchos derechos, de forma brutal. Como decía Walter Benjamin, estamos en un tiempo tan acelerado, en el que pasan tantas cosas en tan poco tiempo, que a veces tenemos muy poco espacio para pararnos y mirar realmente lo que ha pasado. En marzo de este año el Gobierno griego suspendió el derecho al asilo y la presidenta de la Comisión Von der Leyen, el presidente del Consejo y el presidente del Parlamento Europeo, se trasladaron a la frontera greco-turca, en donde la policía griega estaba disparando con fuego real a los refugiados que intentaban cruzar la frontera, y dijeron: «Grecia el el escudo de Europa», avalando todas esas políticas. Eso es un ejemplo de qué derechos creíamos totalmente consolidados. El derecho al asilo, la convención de Ginebra, puede morir en Europa.
¿Qué piensa de que Frontex sea el primer cuerpo uniformado de la Unión Europea con autoridad para usar armas de fuego?
Frontex es una agencia criminal y debería desaparecer. Es una agencia que está por encima de las propias instituciones europeas. Yo me reuní con Frontex el sábado en Lesbos, con el director de Frontex para Grecia y para Lesbos, y actúan como si estuvieran por encima del bien y del mal, por encima de la ley. Se han denunciado unas 10.000 devoluciones en caliente de marzo a julio, la mayoría en el mar, según las organizaciones en Grecia en la frontera. Esto estaba coordinado desde la operación Sophia de Frontex. Ha denuncias, por ejemplo contra la guardia costera danesa, que se negó a realizar una devolución en caliente. Frontex tenía todas las pruebas [acerca de estas devoluciones] sobre la mesa y dijeron que no sabían nada, que solo estaban ahí para garantizar la seguridad de Europa y del Gobierno griego. Decían que lo de los daneses fue «un caso anecdótico», a pesar de que ellos habían dado la orden. El problema no es estar por encima de nosotros, eurodiputados, sino que están por encima de la representación pública. Lo hacen porque pueden, porque son una agencia criminal. Darle más competencias y más dinero a Frontex es reforzar unas políticas migratorias criminales.
Joseba Torronteras (@JosebaADD) y José Bautista (@JoseAntonio_bg)
Fuente: https://blogs.publico.es/conmde/2020/09/27/miguel-urban-frontex-agencia-criminal/