En las décadas finales del siglo XIX y sobre todo durante las primeras del XX la expansión mundial del capitalismo dio origen al imperialismo, que entrelazó a los Estados de los países europeos y, ante todo, de los Estados Unidos, con los intereses de los gigantes monopolios empresariales surgidos a consecuencia de la Segunda Revolución Industrial. La Conferencia de Berlín (1884-1885) acordó el reparto del África, inaugurando así la expansión imperialista europea. En América, utilizando tanto la Doctrina Monroe (1823) como la del “Destino Manifiesto” (1845) y el “corolario Roosevelt” (1901) que proclamó el “derecho” de esa gigante potencia para intervenir directamente en cualquier país de la región, los EE.UU. convocaron a la I Conferencia Interamericana de 1890, que creó la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas, transformada en 1910 en “Unión Panamericana”, antecedente de la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1948.
La primera reacción latinoamericanista contra la expansión imperialista de los EE.UU. fue el Congreso de las naciones del continente convocado por el caudillo liberal ecuatoriano Eloy Alfaro en 1896 y que se realizó en México. A pesar del boicot norteamericano, los representantes de los ocho gobiernos asistentes acordaron un contundente documento que se solidarizó con la lucha independentista de Cuba, se pronunció a favor de la reivindicación de Venezuela sobre la Guayana Esequiva y proclamó la necesidad de sujetar la Doctrina Monroe a un verdadero derecho público americano. No pasó de esa significativa declaración.
Los EE.UU., en cambio, avanzaron y en mayo de 1915 convocaron al I Congreso Financiero Panamericano realizado en Washington, en el cual el Secretario de Hacienda William G. McAdoo, reconoció que “hasta hoy, los créditos hacia los países latinoamericanos han descansado casi por completo en Europa”, aunque la Guerra Mundial (Primera, 1914-1918) los había suspendido, por lo cual ellos debían ser reemplazados por créditos propios “si deseamos aumentar la influencia mercantil y económica de los Estados Unidos en aquellos países”, tomando en cuenta que en 1913 se había creado el Federal Reserve System. Además, el Congreso, al compás de McAdoo, también aprobó el fortalecimiento de “los medios de transporte oceánicos”; la creación de una “legislación uniforme” entre los países, para imponer el “patrón oro”.
La expansión de los EE.UU. resultó imparable y durante el siglo XX América Latina consolidó sus lazos económicos con ese país, desarrollándose una intensa historia en la cual a las indudables ventajas del mercado norteamericano se han unido las injerencias políticas, las intervenciones directas incluyendo las militares, las desestabilizaciones institucionales e innumerables acciones destinadas a garantizar no solo la hegemonía continental de los EE.UU. sino la preservación de los intereses económicos de sus empresas y la primacía de la seguridad nacional de esa potencia frente a cualquier otro “desliz” de las diplomacias soberanas latinoamericanas.
Salvando las distancias del tiempo y de los acontecimientos, el desarrollo del siglo XXI está definiendo cambios históricos rápidos y contundentes en línea opuesta a los procesos de inicios del siglo XX. Después de las experiencias de las izquierdas latinoamericanas durante la Guerra Fría y la difusión del neoliberalismo en la región desde la década de 1980, el gobierno del presidente venezolano Hugo Chávez (1999-2013) marcó el inicio de un nuevo ciclo histórico de latinoamericanismo, que se reforzó con una serie de gobiernos que caracterizaron al progresismo de la región. La confrontación con EE.UU. pero, sobre todo, la constitución del ALBA (2004), así como el nacimiento de UNASUR (2008) y CELAC (2010), rompieron con el tradicional “americanismo” monroísta. Al mismo tiempo, el encumbramiento mundial de China y Rusia ha moldeado lentamente, pero en forma indetenible, un mundo multipolar, cuyo futuro es previsiblemente más poderoso. África ha despertado nuevamente en el escenario contra los neocolonialismos. Las guerras en Ucrania y Medio Oriente provocan condenas mundiales. Se ha producido el quiebre de las instituciones que nacieron en Bretton Woods (1944) y se advierte la necesidad de reformar la estructura de las Naciones Unidas.
En esos contextos internacionales, donde la geopolítica acelera las acciones hegemónicas y contrahegemónicas, se conformó en 2010 el grupo de países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como espacio de convergencia entre países que han decidido potenciar el mundo multipolar. En enero de 2024 se incorporaron Irán, Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí; y en la reciente cumbre de Kazán en Rusia (22-24/octubre/2024) son 34 los países que plantearon su incorporación: Argelia, Azerbaiyán, Bahréin, Bangladesh, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Chad, República del Congo, Guinea Ecuatorial, Eritrea, Honduras, Indonesia, Kazajstán, Kuwait, Laos, Malasia, Myanmar, Marruecos, Nicaragua, Nigeria, Pakistán, Senegal, Sudán del Sur, Sri Lanka, Estado de Palestina, Siria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán, Venezuela, Vietnam y Zimbabue. Fueron aceptados como nuevos socios 13 países y están en consideración los restantes.
El documento final (https://t.ly/jcoOd ; https://t.ly/m5_gn *español no oficial) de esta cumbre define propósitos y rumbos todavía en fase preliminar, aunque es importante resaltar: fortalecimiento del multilateralismo, cooperación, coordinación financiera y económica, intercambios humanitarios, preocupación por las sanciones ilegales en la economía global, uso de monedas nacionales en las transacciones comerciales de sus miembros y apoyo al ascenso de los países de África, Asia y América Latina.
Aunque los países latinoamericanos Bolivia y Cuba fueron aceptados como socios, en la región pesan todavía fuertes contradicciones, como lo demostró la oposición de Brasil al ingreso de Venezuela a los BRICS+, un “golpe” seriamente cuestionado entre otros por el reconocido politólogo Atilio Borón (https://t.ly/7dfGs). En todo caso, la reunión de los BRICS con la presencia de varios países del Sur Global bien puede compararse con la Conferencia de Bandung, Indonesia, que en 1955 dio origen a los países No Alineados y al nacimiento del “Tercer Mundo”, bajo las condiciones de confrontación entre capitalismo y socialismo.
Para América Latina los BRICS+ son una opción conveniente, por cuanto ofrecen las alternativas de un sistema de pago internacional propio, la posibilidad de un banco y una moneda digital, la transferencia de tecnología y un esquema de relaciones económicas que superará los límites y estrangulamientos que ha encontrado la región en los países hegemónicos del Occidente. También se crean las posibilidades para abandonar las condiciones impuestas por instituciones como el FMI, que han agudizado las desigualdades sociales al continuar con medidas neoliberales que se han demostrado nefastas, al pretender la “libertad económica”, una noción perniciosa para la región, aunque no para las élites económicas dominantes.
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