Los electores británicos decidieron, en los comicios realizados ayer en ese país europeo, denegar la mayoría absoluta a cualquiera de los tres principales partidos en la contienda: los laboristas del actual primer ministro, Gordon Brown; los conservadores, encabezados por David Cameron, y los liberal-demócratas, dirigidos por Nick Clegg, y en quienes se había cifrado la […]
Tales resultados no reflejan de manera alguna las proporciones de los sufragios, pues el sistema electoral británico está muy lejos de ser proporcional: en los comicios antepasados, el laborismo, dirigido entonces por Tony Blair, con sólo 35 por ciento de los votos, obtuvo 55 por ciento de los escaños en disputa, mientras que el Partido Liberal-Demócratas, con 22 por ciento de las papeletas, consiguió apenas nueve por ciento de las curules.
Esa falta de representatividad no es la única falla de una institucionalidad política que, en el siglo XXI, resulta vetusta: ha generado una elite política semejante a la vieja aristocracia, tiende a la concentración de un poder desmedido en manos del primer ministro, integra a una parte de la cámara alta -la de los Lores- no por elección popular, sino por herencia y, para colmo, hace pesar sobre los bolsillos de los ciudadanos la manutención de una casa real tan onerosa como anacrónica y que, recientemente, parece más orientada a generar escándalos personales que a representar al Estado.
Tales deficiencias, impresentables en un país que se ostenta como tutor mundial de los valores democráticos, explican quizá el hartazgo de un electorado que, a lo que puede verse, denegó a los políticos de todos los signos la facilidad de gobernar con la mayoría absoluta, pero que fue incapaz de sacudirse un bipartidismo inveterado que, en la disputa por el centro político, ha generado una semejanza programática inocultable entre laboristas y tories.
De esta manera, parece despuntar un periodo de incertidumbre en el panorama político del Reino Unido, en el que no es fácil ni prudente formular predicciones. Brown puede decidir aferrarse al cargo, aun en minoría, con la esperanza de negociar alianzas de gobierno con los liberal-demócratas, y a riesgo de verse sometido a una moción de censura parlamentaria. Cameron, aunque encabece la formación mayoritaria en el parlamento, no parece capaz de atraer a su causa a las bancadas pequeñas.
Así, podría decirse que el electorado ha revirado a sus gobernantes la falta de claridad y rumbo con la que Gran Bretaña ha sido dirigida en la década reciente, lapso en el que Inglaterra ha continuado su declive como potencia y ha incrementado su supeditación a la superpotencia que antaño fue su colonia.
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