El gobierno de Tsipras se enfrenta a unas semanas cruciales en su intento de conseguir una financiación-puente hasta mayo/junio de 2015 y evitar el «durty exit«, la ruptura desordenada con la Troika. Cruciales no sólo para un país que sólo representa el 2% del PIB de la Unión. Cruciales también porque pueden provocar un cambio […]
El gobierno de Tsipras se enfrenta a unas semanas cruciales en su intento de conseguir una financiación-puente hasta mayo/junio de 2015 y evitar el «durty exit«, la ruptura desordenada con la Troika. Cruciales no sólo para un país que sólo representa el 2% del PIB de la Unión. Cruciales también porque pueden provocar un cambio de rumbo en el proyecto europeo y en la forma de entender y de practicar la economía en el Viejo Continente. La discusión en torno a si Grecia debe o no pagar la deuda, si debe o no salirse del euro se queda corta además de ser poco astuta, incluso «venenosa» (Yanis Varufakis) para avanzar hacia ese cambio. A la Troika le interesa que la discusión verse sobre estas cuestiones porque despistan de lo principal: de la necesidad de colocar a la economía griega y la del resto de los países periféricos sobre bases productivas. Es el viejo conflicto entre renta y trabajo, un conflicto que las transiciones incompletas en el sur cerraron en favor de la renta hundiendo a sus poblaciones en la destrucción y el estancamiento neocolonial después de dos o tres décadas de euforia y voluntarismo económico.
Los rentistas financieros, defendidos por Schäuble, son conscientes de las dimensiones del reto. El efecto dominó sobre los eslabones más débiles de la cadena neoliberal y sobre el mainstream del pensamiento económico son una una amenaza real para la Europa hegemonizada por Alemania y sus satélites exportadores. Es verdad: hoy Varufakis se enfrenta no sólo al Eurogrupo encabezado por Dijsselbloem sino a 18 ministros de economía. Todos ellos, y no sólo la portuguesa Albuquerque y el español de Guindos, están de acuerdo en condicionar la prorroga del programa de asistencia financiera a la aceptación de una nueva batería de reformas. Pero la verdadera pugna está más escondida: es la que enfrenta al bloque hiperexportador con todo el resto de Europa incluida, tácitamente, a la titubeante Francia. Esa es la gran batalla que puede perder Alemania a medio plazo si cede un ápice en sus posiciones frente a un país pequeño y arruinado como Grecia.
Alexis Tsipras lo explicaba en el Parlamento griego: Grecia había llegado a un pre acuerdo con el Comisario de Economía, el francés Moscovici, para prorrogar la ayuda financiera por cuatro meses, una prórroga que no incluía la del programa de reformas que ha conducido al país a una crisis humanitaria. Durante esos cuatro meses, así el acuerdo, las partes se comprometían a diseñar un programa de crecimiento económico destinado a diseñar un calendario realista para el pago de la deuda, a paliar la crisis humanitaria en el país y a acometer las reformas destinadas a combatir la malversación de caudales públicos y la evasión fiscal «Poco tiempo antes de la reunión» señala Tsipras, «Dijselbloom sustituyó este preacuerdo por otro que nosotros desconocíamos así como su autoría última. De lo que estamos seguros es de que esta nueva propuesta pretendía bloquear el acuerdo al que habíamos llegado días antes pues no sólo incluía una prórroga de las condiciones del memorándum, sino una vuelta de tuerca más: exigía que se elaborara un catálogo concreto de medidas para que este fuera efectivamente aplicado….Se nos exigía, además, tomar medidas privatizadoras y la necesidad de elevar el superávit primario, que ya ahora resulta insoportable para nosotros, a cambio de declararnos formalmente solventes…La retirada a última hora del preacuerdo inicial hace entrever sin ningún genero de dudas que determinados círculos están dispuestos a jugar con Europa con tal de poner de rodillas al gobierno griego» . El acuerdo de la Troika con el anterior gobierno griego ya incluía el mantenimiento de un superávit primario y ahora los negociadores europeos pretenden elevarlo aún más para castigar a los electores griegos, conociendo muy bien su coste productivo e humanitario, y jugando con la posibilidad de que provoque el hundimiento electoral de Syriza de la misma forma que hundió a los partidos de la Gran Coalición. Este juego, que va mucho más allá de Grecia, también le ha llamado la atención al premio Nobel Paul Krugman: no se trata de Grecia, señala, sino de infundir miedo a los demás países de la periferia amenazándoles con el abismo en el caso de que caigan en la tentación de seguir sus pasos.
¿Qué quiere entonces Grecia y qué puede suceder si no lo consigue? Por encima de todo quiere no endeudarse más, aunque a corto plazo necesite un crédito puente que le permita organizarse para abordar una reforma profunda del país, incluida el saneamiento de sus instituciones corruptas. Pero un objetivo aparentemente tan razonable como colocar una economía sobre bases productivas deshaciendo su extrema dependencia de la renta financiera e inmobiliaria, es lo que más les duele a los tigres exportadores europeos. Grecia no quiere endeudarse más y necesita desapalancarse porque las ayudas financieras han degradado su estructura productiva hasta límites insostenibles contribuyendo a subordinar aún más su economía y su sistema político a los intereses de la renta de la gran propiedad: tanto de la griega como la del resto de de los rentistas del mundo. Los 240mil mill€ en préstamos concedidos por la Troika entre 2010 y 2014 para evitar una quiebra soberana que en ese momento amenazaba a toda la economía europea, ni provocaron ni pretendían provocar un aumento de la presión fiscal sobre los los propietarios privilegiados sino sobre los asalariados con el resultado de una caída del PIB en un 25%. El 77% de las «ayudas» financieras concedidas han ido a parar a la recapitalización de los bancos y a salvar a los acreedores del Estado griego, en definitiva a salvar a propietarios y accionistas, y sólo el resto fueron destinados a reforzar las arcas públicas, es decir, a pagar funcionarios, hospitales y escuelas. El «rescate de Grecia», así Varufakis «ha provocado el desplazamiento de la carga financiera desde los hombros de los bancos a los hombros de los contribuyentes a sabiendas de que estos últimos son demasiado débiles para soportarla».
Es verdad que la economía griega ya no sigue decreciendo pero esto no se debe al principio de un cambio en su estructura productiva sino a una leve recuperación del turismo. La balanza por cuenta corriente ha mejorado, pero sólo debido al hundimiento de la demanda interna provocada por la inflación salarial y no debido a un aumento de las exportaciones y de la competitividad. Todo el mundo sabe muy bien que en este contexto la concesión de nuevas ayudas financieras volverá a desequilibrar la balanza exterior, otra vez en beneficio de Alemania y sus satélites, y sin sacar a Grecia ni un sólo milímetro de su actual situación. Igual que España, Grecia dispone de una fuerza de trabajo joven altamente cualificada que tiene que emigrar por falta de tejido productivo -52.000 salidas netas del país en 2013- pues las inversiones de ampliación de capacidades no sólo no han aumentado durante los años de concesión de estas ayudas, sino que se han desplomado aún más: en 2010 aún crecieron un modesto 1,1% con respecto al año anterior pero en 2014, el presunto año de la recuperación de la economía griega, se produjo una caída de nada menos que del 12% dos puntos porcentuales más que se suman a las caídas ya elevadas del año 2013. La correlación entre las ayudas de la Troika y la liquidación de la base productiva del país es así cada vez más estrecha. Lo que quiere Grecia, entre otras razones para poder pagar la deuda contraída, es justamente lo contrario: la reconstrucción de dicha base productiva aprovechando el tirón del mercado interior inducido por los aumentos salariales, por la reducción del IVA y por el aumento de la presión fiscal sobre los grandes propietarios para traducirla en una expansión del empleo público. Tanto las circunstancias generales como los nada «radicales» objetivos del gobierno griego se parecen demasiado a la situación que vive el resto de los países de la periferia y a las salidas que baraja la oposición en muchos de ellos como programa de gobierno. Esto significa que el efecto dominó está casi asegurado si Grecia consigue salirse con la suya, si consigue dar un vuelco de timón para al menos dar los primeros pasos hacia una nueva economía productiva. Empujar a Grecia fuera del euro y hacer que que caiga al vacío es una política de contención para evitar que se extienda el ejemplo: no es sólo una acción de castigo contra sus ciudadanos por haber votado a Syriza. Es, además y sobre todo un aviso a todos los ciudadanos de los países periféricos para que no caigan en la tentación de imitarles.
Grecia no tiene mucho tiempo pero su margen de maniobra es mayor del que señala Moody’s y la prensa económica internacional que está altamente interesada en difundir la tesis de la excepcionalidad del caso griego, de la inviabilidad de los objetivos de su nuevo gobierno y de la necesidad de hacerlos fracasar lo antes posible. No es verdad que el país tenga ahora un problema de liquidez a corto plazo. J.P. Morgan ha calculado que los bancos griegos pueden aguantar todavía 14 semanas si se mantiene el ritmo actual de retirada de depósitos y huida de capitales. En caso de emergencia el gobierno griego puede introducir un control de capitales y emitir temporalmente un euro no convertible siguiendo el ejemplo de Chipre hace dos años. Esta situación no tiene que llevar necesariamente a una salida definitiva del euro como ha demostrado el ejemplo chipriota, aunque es verdad que facilitaría la vuelta al dracma, un paso deseado por Alemania que generaría un enorme sufrimiento para el pueblo griego y que afectaría la estabilidad financiera en toda la zona euro. Toda Europa, sobre todo la que más está sufriendo las políticas de Schäuble entendería el mensaje: quien impugne las políticas alemanas será arrojado a una crisis social de forma que la única Europa posible es la de la necolonización de sus periferias para siempre.
Alemania está jugando un juego peligroso como todos los gigantes que infravaloran al contrincante pues no las tiene todas consigo. El mero triunfo electoral de Syriza ya es un síntoma del fracaso de su política de chantaje ya ese mismo triunfo puede tener un efecto dominó en sí mismo. Grecia tiene bazas negociadoras: puede incrementar la presión diplomática sobre Alemania reivindicando su deuda histórica, vetar las políticas expansionistas de la Unión Europea en el conflicto de Ucrania o incluso solicitar ayuda financiera a Rusia o China, un escenario, este último que horroriza a las élites de Bruselas pues introduciría una quinta columna en las filas del neoliberalismo atlánticoeuropeo. Hay algo de guerra psicológica y ambiente de poker en lo que está pasando y el que el bello Varufakis sea experto en teoría de juegos es otra baza más, otro factor de esperanza para todos los que aspiran a una Europa mejor y más justa.
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