El triunfo electoral de Syriza, la coalición de la Izquierda radical griega, ha supuesto el inicio de un nuevo ciclo político en Europa. Este proceso tendrá consecuencias a escala planetaria en la medida en que logre desarrollar una crítica práctica al orden neoliberal impuesto desde las instituciones de la UE, reforzado desde el sistema intergubernamental […]
El triunfo electoral de Syriza, la coalición de la Izquierda radical griega, ha supuesto el inicio de un nuevo ciclo político en Europa. Este proceso tendrá consecuencias a escala planetaria en la medida en que logre desarrollar una crítica práctica al orden neoliberal impuesto desde las instituciones de la UE, reforzado desde el sistema intergubernamental de Bretton Woods.
Como afirma el economista Albert Recio Abreu «lo que ocurra en Grecia tiene una importancia vital para el devenir de la Unión Europea, para la hegemonía neoliberal y para la Izquierda en todas partes. El capitalismo es un sistema económico que opera a escala global, pero a menudo lo que ocurre en un país tiene influencia que supera sus fronteras y que cambia o refuerza dinámicas. Los ejemplos abundan. Desde los más radicales, empezando por las grandes revoluciones nacionales -la inglesa, la francesa o la rusa- hasta procesos en países más pequeños o episodios nacionales de mayor calado. Por ejemplo el aplastamiento del experimento socializante del Chile allendista fue, en clave de política nacional, el primer experimento económico neoliberal y al mismo tiempo influyó en un notable cambio de orientación de los partidos comunistas del sur de Europa. La corta y fallida experiencia del primer gobierno Mitterrand no sólo constituyó el último intento de aplicar una política keynesiana de izquierdas, sino que se utilizó profusamente para justificar la inexistencia de alternativas al neoliberalismo. Por eso lo que ocurra en Grecia no sólo tendrá una incidencia enorme para la población griega, también constituirá un poderoso referente en otros muchos lugares y, especialmente, en los países del Sur de Europa que, en muchos aspectos, se encuentran en una situación parecida»(1).
De allí que todas las fuerzas conservadoras, no solamente la derecha histórica y clásica, estén formando un frente común para impedir que el «mal ejemplo» griego logre demostrar, por la vía de los hechos, que existe una alternativa a las terapias de shock que solamente conducen al desmonte social del Estado y a la hegemonía absoluta de los capitalistas de casino. Esta alianza antigriega incluye la participación activa de los partidos «socialistas» que han administrado la crisis europea, ya que ven en el ascenso de Syriza el antecedente de su propia desaparición electoral, especialmente en países mediterráneos como España y Portugal.
El nuevo gobierno
El gobierno encabezado por Alexis Tsipras ha iniciado una ofensiva en dos campos simultáneos, que desafía las convenciones neoliberales. Y lo ha hecho de forma decidida, cambiando los términos de la relación con la troika conformada por la UE, el FMI y el BCE. A nivel interno, se comienzan a revertir las medidas que bajo el eufemismo de la «austeridad» supusieron el desmonte de toda protección social. Se trata de una política de emergencia basada en recontratar a parte del personal de salud, educación y servicios sociales que fueron despedidos en la fase anterior. Se reabrirá la televisión pública, cerrada para garantizar el monopolio de las cadenas privadas. Esto se replicará en diversos campos, incluyendo un giro fundamental en la política migratoria, que hasta ahora criminalizaba a los inmigrantes y los recluía en verdaderos campos de concentración.
En el frente internacional se llevó adelante una férrea negociación con el eurogrupo que buscó renegociar la deuda. Se suponía que el principal escollo a la posición griega vendría de parte de Alemania, el principal acreedor de su deuda. Sin embargo, el Bundestag aprobó una extensión del plazo de pagos con 542 votos a favor y sólo 32 en contra. Lo que no se esperaba era que España y Portugal conspiraran con la intención de imposibilitar este acuerdo. En palabras del primer ministro Tsipras «nos encontramos con un eje de poderes, liderado por los gobiernos de España y Portugal quienes, por motivos políticos obvios, intentaron llevar al abismo las negociaciones enteras. Su plan era, y es, desgastarnos, derribar nuestro gobierno y llevarlo a una rendición incondicional antes de que nuestro trabajo comenzara a dar su fruto. Y, sobre todo, antes de las elecciones en España».
No era sólo una conjura de los conservadores. En la misma línea se colocaron los socialdemócratas. José Carlos Diez, uno de los economistas más cercanos al actual secretario del PSOE, Pedro Sánchez, apoyaba el plan de Rajoy criticando a Grecia, ya que a su juicio «un país rescatado no negocia, obedece». Con mucha razón el ministro de Finanzas, Varufakis, señaló en su reunión con el Eurogrupo «estoy horrorizado con la cantidad de esfuerzo que algunos han puesto en desinformar».
Syriza sabe que su política de reconstrucción de las políticas sociales necesita tiempo y capacidad de crecimiento de la economía interna, que permita algún grado de recaudación. Por ahora, tiene cuatro meses para avanzar. El plan del anterior gobierno conservador de Antonis Samaras consistía en someter al nuevo gobierno a un momento de negociación de la deuda fríamente planificado, con la intención de hacerlo caer apenas entrado en funciones. Pero la tenacidad de Tsipras y la capacidad técnica y negociadora del nuevo ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, hicieron la diferencia.
Hacia la auditoria de la deuda
El 4 de marzo la presidenta del Parlamento griego, Zoe Konstantopoulou, anunció que se conformará un comité de auditoría de la deuda pública griega.
Esta comisión tendrá el mandato de determinar las posibles deudas públicas odiosas, ilegales o ilegítimas contraídas por los anteriores gobiernos griegos, especialmente en los últimos siete años. Se trata de un escándalo evidente. Incluso Paulo Batista, uno de los 19 miembros de la junta directiva del Fondo Monetario Internacional, se atrevió a reconocer recientemente que «el dinero fue dado para salvar a los bancos franceses y alemanes, no a Grecia»(2).
Todo sugiere que esta iniciativa va a enfrentar un duro ataque desde Alemania y desde el Banco Central Europeo. Para la presidenta del Parlamento, la mayor parte de la deuda pública griega es odiosa, ilegal o ilegítima, pero está dispuesta a crear todas las condiciones para que la comisión pueda investigar libremente. El objetivo es levantar el velo sobre el endeudamiento de Grecia, y que la gente sepa la verdad, y que sus resultados apoyen las negociaciones sobre la deuda reclamada por el gobierno.
Desde el Eurogrupo se mantiene la misma retórica de siempre: «Grecia debe hacer reformas». Y al decir reformas se debe entender «recortes sociales». Frente a ello, Grecia ha respondido con un nuevo tipo de «reformas» que buscan ingresar recursos a las arcas públicas: nuevas formas de recaudación fiscal más progresiva, persecución de la evasión y elusión tributaria y de la criminalidad financiera. Obviamente no se trata de las reformas que le interesan a Schäuble, el ministro de Finanzas alemán, que ha comentado estas iniciativas diciendo que los griegos «han elegido un gobierno que de momento se comporta de manera bastante irresponsable». Pero se trata de una agenda fundamental. A modo de ejemplo, el ex ministro de Finanzas griego, Gikas Hardúvelis, sacó hacia paraísos fiscales casi 500 mil euros «por miedo» durante los días previos a las elecciones de febrero. ¿Es irresponsable cerrar los ojos ante la corrupción y la evasión fiscal?
Tsipras sabe que cuenta con algunos elementos a su favor en cualquier negociación. Para la UE, Grecia debe ser un país estable, dada su situación geopolítica y la posible entrada por su territorio del terrorismo islamista. Otro factor a su favor es el apoyo que ha logrado encontrar en la ciudadanía. Una encuesta realizada entre el 12 y 17 de febrero muestra que el 80% de los griegos aprueba la forma en que el gobierno griego está negociando con la UE, el FMI y el BCE. La encuesta fue realizada mientras Syriza estaba negociando con los socios del Eurogrupo. A la vez el 64% piensa que «el país va en la dirección correcta» y sólo el 20% piensa «en la dirección equivocada». Antes de las elecciones pensaban que iba en dirección correcta el 21% y 74% en dirección equivocada. Un 81% considera que el trato del nuevo gobierno con los prestamistas es «positivo», y el 11% lo ve «negativo». 73% considera a Alexis Tsipras como «el más adecuado para ser Primer Ministro del gobierno» y sólo el 12% considera al ex Primer Ministro Antonis Samaras como «más adecuado». Tan sólo el 16% tiene una imagen «positiva» de la oposición mientras el 74% la ve «negativa». Y lo más importante, desde la llegada al gobierno de Syriza, el 86% tiene una sensación de «orgullo nacional».
Pero las encuestas también marcan los límites en la agenda. Un 76% tiene una opinión positiva del euro, 20% «negativa y el 75% considera que la salida de Grecia del euro no es posible». Si se hiciera un referéndum sobre la permanencia en la moneda europea, el 73% votaría a favor de mantenerse y sólo el 20% por salir. El 63% considera negativa la opción de volver al dracma, pues «las cosas empeorarían». De allí que Syriza no puede explorar el camino de una devaluación monetaria, y deba mantener su negociación en el marco de la UE. Estos límites políticos, las intrigas de los poderes bancarios y financieros, la confabulación española-portuguesa, la rigidez de Schäuble conforman un escenario de enorme dificultad. Pero la situación interna de Grecia, con un 26,9% de pobreza infantil, no admite dilaciones. Es hora de mantener el ritmo y la presión y desatar, con toda su fuerza, esa hermosa solidaridad internacional, que no es otra cosa que el cariño de los pueblos
Notas:
(1) A. Recio Abreu, «Grecia y la nueva política», Cuadernos de estancamiento (18), 28/2/2015.
(2) Entrevista en Alfa TV, canal privado griego.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 824, 20 de marzo, 2015