Hoy en día las estructuras de poder, en especial el poder político de los espacios centrales, y por ende los poderes económicos y financieros del capitalismo global, para enfrentarse a las crisis actuales, y sobre todo a las que se vislumbran en el horizonte, se ven obligadas cada vez más a recurrir a una «política […]
Hoy en día las estructuras de poder, en especial el poder político de los espacios centrales, y por ende los poderes económicos y financieros del capitalismo global, para enfrentarse a las crisis actuales, y sobre todo a las que se vislumbran en el horizonte, se ven obligadas cada vez más a recurrir a una «política de guerra» (interna y externa), como forma de exasperación del dominio y de mantener el statu quo. Eso no quiere decir que se hayan abandonado totalmente las formas de «dominio dulce» (ahí están entre otras las nuevas maneras que emanan de Davos [2] , o las que se han intentado perfilar -con poco éxito- en Barcelona en el Foro de las Culturas 2004 [3] ), pero sí que el «dominio fuerte» se va imponiendo inexorablemente sobre el «poder blando». Sobre todo en el caso de la hiperpotencia, y de una forma cada vez más clara, de cara al futuro, en lo que se refiere a la UE. Y en cualquier caso, el «dominio dulce» se va desarrollando, cada vez más, como una prolongación (suave) del «poder fuerte», como ocurre principalmente en el «proyecto europeo», en donde este último está tan sólo en estado de gestación.
Es por eso por lo que se afirma cada vez con más contundencia que estamos asistiendo a la segunda fase de la revolución conservadora, en esta nueva etapa de «globalización armada», que puede llegar a implicar tal vez el fin de la democracia (formal), al menos tal y como la conocemos hasta ahora en los países centrales. El caso de EEUU es paradigmático al respecto, pero también lo que está aconteciendo en el propio «espacio europeo» es ilustrativo. El final del llamado Estado de Derecho se podría llegar a producir de forma casi «natural» como resultado de los cambios institucionales que se están introduciendo en nombre de la «lucha contra el terrorismo»: enormes poderes conferidos a la policía, al ejército y a los aparatos de seguridad; ingente capacidad de control político, mediático y económico sobre la sociedad; e indefensión de una sociedad civil cada vez más desestructurada, abúlica políticamente, atontada mediáticamente, temerosa y sumisa a las estructuras de poder. Este es el caso claro de la gran mayoría de la sociedad estadounidense, donde se podría decir que estamos pasando poco a poco de un sistema político bipartidario a otro de partido único, crecientemente autoritario, despótico y plutocrático. Pero el «proyecto europeo», aunque indudablemente a una distancia todavía manifiesta respecto de EEUU, camina en la misma dirección. Se está dando pues la paradoja de que para salvar a la «democracia» de sus «enemigos», de acuerdo con el discurso del poder, primero hace falta destruirla, o desvirtuarla aún más si cabe. Hoy en día esta especie de «neofascismo postmoderno», o mejor dicho «totalitarismo democrático», no se construye contra la «democracia», como antaño lo tuvieron que hacer sus antecedentes históricos, sino desde ésta.
A cada etapa del capitalismo le ha correspondido históricamente una forma determinada de Estado, que ha sido consecuencia de las dinámicas y necesidades concretas de acumulación del capital en esa fase, y de las circunstancias político-sociales (internas y externas) en las que se veía obligado a operar. La nueva etapa de capitalismo global financiarizado está suponiendo una crisis de legitimidad generalizada de los Estados en todo el mundo, especialmente en las Periferias, donde entran en crisis terminal en muchas ocasiones: caso de los llamados «Estados fallidos». Pero en los propios espacios centrales también se produce una erosión creciente del arraigo social del poder estatal, es decir, de su legitimidad simbólica, que todavía no real o fáctica. El desmantelamiento del «Estado social» que promueve la «globalización» supone una quiebra de su imagen benefactora de cara a la ciudadanía; sobre todo si se profundiza también en el desmantelamiento de los mecanismos de eso que hemos venido a denominar la «paz social subvencionada», como parece que se plantea como resultado de las propias exigencias del despliegue del capitalismo (financiero) global, y de su expresión en el «espacio europeo». Dentro de la UE a Veinticinco esa crisis es aún más intensa en los recién llegados a la Unión, por las circunstancias ya mencionadas. De hecho, su sistema de partidos es enormemente fluido y precario, sin unas raíces mínimamente estables, y se ve obligado hasta a recolectar famosos y artistas de todo pelaje, outsiders del mundo de la política, para reclamar un voto ciudadano sin lealtades, volátil y cada vez más reticente a expresarse. Lo mismo que ocurrió en Argentina en tiempos de Menem, poco antes del «Que se vayan todos», o en la reciente crisis institucional de California, cuando irrumpe Schwarzeneger. Pero la crisis es también cada vez más patente en los Estados centrales de la UE, que se ven sometidos al mismo tiempo a una degradación adicional de su legitimidad por la creación de un espacio político superior, la «construcción política comunitaria», que les usurpa competencias y les condiciona cada día más su «cara blanda» (junto con las dinámicas de los mercados financieros), al tiempo que es incapaz a su vez de construir nuevas legitimidades supraestatales, como hemos visto. Pero: ¿Cuánto tiempo más puede continuar esta situación de degradación continua?¿Cuánto puede durar sin cambios cualitativos importantes? Hasta ahora se ha intentado apuntalar esta paulatina degradación política a escala estatal sin transformaciones sustanciales, aunque se está produciendo la configuración de una nueva estructura de poder en la que confluye progresivamente el poder político, el económico-financiero y el entramado de los grandes medios de comunicación, todo ello en un contexto de «guerra» creciente interna y externa. El ejemplo paradigmático de ese modelo sería la Italia de Berlusconi. Pero los límites de su gobernabilidad, y de la capacidad de mantenimiento de sus políticas, son también evidentes.
En el caso de la «Europa» comunitaria la crisis de identidad y legitimidad, como ya hemos apuntado, es aún más palmaria. Y será todavía más aguda cuando funcione la «Europa» cada vez más amplia y a distintas velocidades, y eso sin que medie un gran shock económico y financiero, que puede agravar mucho más estos escenarios. Y un shock de esa naturaleza puede estar a la vuelta de la esquina, como intentaremos resaltar en el libro en preparación [4] . Además, no es lo mismo, p.e., como se ha intentado erróneamente comparar, la ausencia de participación en las elecciones estadounidenses, que en los comicios «europeos», intentando restarle importancia a este hecho en el caso de la Unión. En EEUU el Estado federal es una estructura legitimada (hasta ahora) y potente, y además se promueve un patriotismo político hacia aquél que tiene hasta un componente religioso. «América» se puede decir que vibra en el corazón de prácticamente todos los estadounidenses. Es el mito que permite la cohesión de una sociedad enormemente fragmentada y tensionada. Ese no es para nada el caso de la Unión Europea, en donde la desafección hacia esta estructura supraestatal (postmoderna) es galopante y en donde su ausencia de legitimidad es muy considerable, y va en aumento. Las consecuencias de una participación electoral cada vez más exigua son muy distintas. A ello se suma el hecho de que no existe una verdadera estructura comunitaria de partidos políticos que ayude a impulsar una actividad institucional coordinada a escala de la Unión. La cacofonía es evidente. Sobre todo ahora que han ingresado los países del Este. La distinción entre «izquierda» y «derecha» a nivel comunitario ha dejado de tener, en general, significado [5] . Y su «confrontación» reglada era algo que había ayudado a legitimar a lo largo del siglo XX las democracias occidentales. Hay partidos provenientes de la descomposición de los antiguos partidos comunistas del Este que preconizan la alianza con EEUU. Mientras, la derecha francesa la rechaza, seguida de cerca por la socialdemocracia alemana. Y la «nueva izquierda» de Tony Blair se alía con Aznar (en su día) y Berlusconi para imponer sus tesis pro-mercado y atlantistas en la UE. Todo ello dificulta aún más el que pueda existir una práctica política partidaria común a escala de la Unión, que posibilite un mínimo de visualización y legitimidad de las fuerzas políticas «paneuropeas» en las instituciones comunitarias. Y por último, el hecho de la ausencia de división de poderes en el funcionamiento de la Unión, y el confusionismo acerca de quién, o quiénes, son los que verdaderamente toman las decisiones en la UE, es un elemento más, de gran trascendencia, que echa aún más leña al fuego en esta falta de arraigo de sus instituciones.
En estas circunstancias: ¿cómo se podrá mantener mucho tiempo más la ilusión «democrática»? Sobre todo a escala comunitaria, especialmente si la Constitución Europea resulta de muy complicada aprobación y ejecución [6] , y se vuelve perentorio el construir (como sea, es decir, de forma autoritaria) una «Europa» política y militar que haga frente a los nuevos desafíos que se le planteen a la Unión, en un mundo cada vez día más convulso. ¿Será entonces preciso pasar a nuevas formas de organización estatal y supraestatal que hoy tan sólo podemos barruntar? Quizás, desde algo parecido a eso que se ha venido a llamar por algunos autores el «Estado-guerra» (López Petit, 2003), a su articulación a escala «europea» en un entramado cada vez más militarizado y policial, del que irían desapareciendo poco a poco hasta los últimos vestigios formalmente democráticos, o bien donde éstos se habrían limitado al máximo. Por otro lado, este escenario entraría en funcionamiento, sin duda, si (por distintas circunstancias) se activa una contestación social masiva que pueda poner en peligro las actuales relaciones de dominio, pues los instrumentos para este tipo de ejercicio de poder, si es necesario, ya se están perfilando. Otra cosa sería su viabilidad para garantizar su permanencia en el tiempo.
¿Caminando hacia algo así como el «Estado-guerra»? Sus límites claros en el caso de «Europa»
El «Estado-guerra», de acuerdo con estas reflexiones, sería una nueva organización estatal de producción de orden, que tiene como horizonte el «enfrentamiento armado» (externo e interno). En él se produce un gran relato unificador frente al «Mal», que complementa a todos los anteriores de la globalización. El «Estado-guerra» supone un salto adelante en relación con el «Estado-crisis», aquel encargado de gestionar la primera etapa de la «globalización». En el «Estado-crisis» todavía existía la ilusión de un espacio público protagonizado por el sistema de partidos. Ahora es la «guerra» la que actúa como reductor de complejidad, estableciéndose una creciente polarización social amigo/enemigo, que simplifica el mundo y que sirve para apuntalar (¿momentáneamente?) el statu quo. En este sentido, no es que desaparezca la política, sino que la política pasa a un primer plano pero como «guerra». El miedo, y en especial el miedo al «otro», que es el sentimiento medular sobre el que asienta el funcionamiento del «Estado-guerra» (y que se promueve activamente desde el mismo), se convierte en un factor de producción de orden primordial de cuya administración depende, en gran medida, la neutralización de la acción política. El miedo, socialmente construido y políticamente manipulado, y no tanto la esperanza, será el que lubricará la nueva adhesión ciudadana a las estructuras de poder. Una ciudadanía basada en individuos aislados, divididos y en guerra también unos con otros («guerra civil molecular»), de los que se quiere un repliegue absoluto sobre sí mismos, destruyendo cualquier tipo de vínculo social, y a los que se les pretende suprimir igualmente cualquier capacidad de posicionamiento propio, al procurar anular y neutralizar la más mínima distinción entre verdad y mentira. Todo ello conseguido a partir de la degradación moral inducida y la industrialización masiva de la mentira. A esta capa de producción de nueva subjetividad desde las estructuras del poder (político y mediático), se sumaría al atontamiento ciudadano producido por el bombardeo publicitario para fomentar el consumo desenfrenado, una de las características de la etapa previa que se mantiene, mientras se pueda (es decir, hasta que estalle una crisis global). Sería, pues, una especie de readecuación al «totalitarismo democrático» en el que vivimos. Un paso más. Sin embargo, el «Estado-guerra», aparte de su tremendo coste de funcionamiento interno y externo, y su más que probable dificultad para legitimarse y garantizar su permanencia a medio plazo (a pesar de toda su potencia), implica un serio problema para la creatividad postmoderna en la que está basado el nuevo capitalismo (financiero) global. Quizás su ejemplo más cercano sería el tipo de Estado impulsado por los «neocons» de la presidencia Bush, que está contaminando poco a poco las nuevas formas de gobierno mundial.
Pero ya se están viendo, en el caso de la hiperpotencia, las limitaciones de viabilidad (principalmente económica [7] ) y gobernabilidad de este tipo de estructura política en el medio y largo plazo. A pesar de que Bush ha ganado «claramente» su segundo mandato, en base al voto que le ha otorgado la «América» profunda, es decir el mundo fundamentalmente «rural», aunque también de forma especial los hombres blancos, la tercera edad, las clases medias altas, los sectores más religiosos, y el abundante personal militar y exmilitar (veteranos de guerra), su victoria abre un futuro lleno de interrogantes. Y esta victoria, aunque ha estado firmemente sustentada en los «valores tradicionales» que enlazan con el «Estado-guerra» made in USA: defensa de la familia, la religión, la patria, el autoritarismo («a los estadounidenses les gustan los líderes fuertes», según Paul Wolfowitz), es decir, los más rancios valores patriarcales, ha sido una victoria pírrica que muestra serias dificultades para perdurar en el tiempo. Especialmente si se producen cambios importantes en la coyuntura económica interna, derivados de un más que probable resquebrajamiento de la posición hegemónica de EEUU en el mundo, tanto en el plano monetario-financiero como en el político-militar. Planos, por otra parte, íntimamente entrelazados. Así pues, si se producen estos cambios de escenario, puede fácilmente saltar por los aires este modelo autoritario que se sustenta en mimbres más débiles de lo que parece. Y erosionarse seriamente los mitos en torno al patriotismo universal de la población estadounidense, y su adhesión inquebrantable a su «comandante en jefe» en tiempos de guerra (por primera vez en muchos años, tal vez desde la Guerra del Vietnam, se están produciendo serias fisuras al respecto en la sociedad), dejando paso a serios conflictos en torno a las políticas reaccionarias y militaristas. De hecho, las limitaciones internas y externas, y especialmente la resistencia iraquí, mucho mayor y persistente de la esperada, le están haciendo modular su afán unilateralista agresivo, y han frustrado sus planes de ver doblegadas totalmente a Francia y Alemania a sus deseos, siendo consciente que tiene que negociar de alguna forma con «Europa» para compartir los enormes gastos militares de la ocupación, pero sin querer soltar el timón del mando militar. En definitiva, el control de la ocupación. Cosa enormemente complicada, y a la que por ahora «Europa» se niega, pues tan sólo se ha avenido a participar en aspectos secundarios.
De repente, el modelo Bush 2, que parecería que (de forma forzada) une y difumina diferencias étnicas y sociales, construyendo identidad colectiva, al tiempo que privatiza todo vínculo social, puede verse anegado por considerables formas de ingobernabilidad antagonista y (sobre todo) no antagonista, haciendo inviable la profundización de un «Estado-guerra» que haga creíble y manejable un American Dream en crisis. En este contexto la voluntad de Bush de crear una «sociedad de propietarios» y «preparar a los ciudadanos estadounidenses para la vida en una sociedad libre, donde cada ciudadano sea agente de su propio destino», como ha expresado en su discurso sobre el Estado de la Unión (enero, 2005), manifestando que tenía un capital político acumulado tras las elecciones que pensaba gastar, puede ser que se le agote éste bastante más bruscamente de lo que él (y los que le sustentan) piensa(n), haciendo inviable el proyecto que pretenden. Y como parte del mismo, su sueño de «acabar con todas las tiranías del mundo, que es el trabajo concentrado de generaciones». En ese escenario, es muy probable que entren en crisis también ese sentimiento de superioridad de la población de EEUU respecto al resto del mundo, y su creencia acerca de la excepcionalidad de su papel histórico de cara a éste. Esos mitos (inexistentes -actualmente- en «Europa», y difíciles de construir aquí) pueden empezar a quebrar si se resquebraja la hegemonía estadounidense a escala global, abriendo la caja de Pandora de las tensiones internas, que hasta ahora estaba bastante asegurada por el patriotismo imperante. El modelo Bush ha sabido convertir el miedo en patriotismo, es más, ha logrado afianzar la estrategia de control social de que el mayor miedo es ser tachado de antipatriota (cosa que tampoco acontece ni es fácil de imaginar a escala de la Unión), pero puede que deje de funcionar ese mecanismo de disciplinamiento social si los escenarios futuros, como todo indica, dejan de serle favorables.
Además, se está instalando como resultado de las dinámicas de la «globalización» productiva, y especialmente financiera, un capitalismo crecientemente gansteril y mafioso, cuyos nodos principales están en EEUU (y en segundo término en la UE), apoyado también en una red de paraísos fiscales sin control, es decir, en íntima relación con las redes del crimen organizado global (cualquier dinero es bueno para los mercados financieros, venga de donde venga), que despliega sus efectos sobre el resto del mundo. Todo se pone en función del crecimiento económico y especialmente de la acumulación de capital, eliminando cualquier lastre o regulación social, ambiental, o directamente estatal que pueda suponer un freno a estas dinámicas. Es más, se instaura un capitalismo basado crecientemente en la expropiación (o desposesión), pura y simple, de brutales consecuencias (Harvey, 2003). Este capitalismo gansteril, o hasta directamente criminal, tiene unos rasgos especialmente acusados en los espacios periféricos, donde menos controles estatales existen en relación con su funcionamiento. O donde un tipo de Estado criminal y despótico se involucra directamente en estas dinámicas, al margen de cualquier tipo de control mínimamente «democrático» (los casos de Rusia y China, son a este respecto paradigmáticos). Pero también lo es cada vez más el caso de los propios EEUU. El modelo Bush es el triunfo de la Plutocracia, y de poner a trabajar el Estado directamente a favor de los grandes intereses empresariales y sobre todo financieros, casi sin ningún límite. Hasta se privatiza la «guerra», que deviene asimismo un nuevo campo de acumulación opaco. Y ya ha dicho claramente Bush 2 que va a agotar el capital político del que dispone. Pero este tipo de capitalismo sin controles puede convertirse, y se está convirtiendo ya, en un fenómeno auténticamente explosivo, en un peligro para el propio sistema legal de mercado. Y en un modelo crecientemente ingobernable desde el punto de vista político y social. El Estado capitalista logró meter en cintura, no sin serios esfuerzos, al capitalismo gansteril de las primeras décadas del siglo XX que dominaba en muchas áreas de EEUU, pero hoy es el crimen global organizado el que está empezando a desafíar directamente al Estado, allí y en muchas zonas del mundo. Todo ello está derivando en una mezcla explosiva de «Estado-guerra» y «Chicago Años Treinta», de creciente proyección y dimensión global.
Se están, pues, redefiniendo bruscamente las relaciones capital productivo-capital financiero, capital-Estado, capital-trabajo, capital-sociedad, organizaciones criminales-Estado, así como las relaciones de dominio Centro(s)-Periferia(s), y en especial las de EEUU con el resto del mundo, pero también viceversa (nuevo papel de China, pero también de India, Brasil, etc), e igualmente las distintas formas de dominio patriarcal sobre el que todo este entramado se sustenta. No por casualidad asistimos también a diversos intentos de reformulación de las relaciones de género desde las estructuras de poder, que se desarrollan no sin resistencias, para adecuar el funcionamiento de las sociedades a las demandas del nuevo capitalismo (financiero) global, pues nos adentramos en escenarios donde va a predominar, cada vez más, la resolución violenta de los conflictos y las políticas de «guerra».
En este contexto, en el caso de la UE asistimos a una tensión, que probablemente irá en ascenso, entre las dinámicas estatales (derivadas de sus condicionantes político-sociales) y las necesidades de gobernabilidad política y militar a escala «europea», y mundial, sobre todo de cara al futuro. No es fácil promover (desde arriba) un funcionamiento estatal fuertemente autoritario, es decir, tipo «Estado-guerra», en el espacio «europeo». Primero, porque no existe una estructura centralizada de poder a escala de la Unión, desde donde puedan partir con toda su potencia estas dinámicas. Y segundo, porque las resistencias a cambios hacia tipos de Estados de corte claramente autoritarios y despóticos pueden ser significativas en territorios donde están más arraigados los comportamientos y las prácticas democráticas. No sólo por parte de los ciudadanos, sino también por parte de las propias estructuras políticas de los Estados respectivos. Aquí, en «Europa», no existe un partido «republicano» unificado (o «demócrata») que pueda imponer cambios fuertes desde sus estructuras centralizadas. Ni existe un Pentágono mastodóntico, una CIA o un FBI potentes, o hasta algo así como el recién creado Ministerio para la Defensa de la Patria de EEUU, que impongan la militarización creciente de la sociedad, o el control de ésta por los aparatos de seguridad, sin suscitar excesivas resistencias. Ni se da, hasta ahora, una capacidad de creación permanente de enemigos exagerados con el fin de preservar el statu quo, basada en el dominio y concentración de gigantes mediáticos, con la cadena Fox como ejemplo más emblemático de estos nuevos y duros tiempos. Las sociedades europeas son más complejas, el miedo al «otro» existe (y se fomenta cada vez más), pero no funciona todavía en plan absolutamente maniqueo basado en el binomio del «Bien» y del «Mal», o en la polaridad simplificadora amigo/enemigo. Ni se puede tener por parte del poder una actitud absolutamente criminal hacia la contestación y movilización social, como está ocurriendo en EEUU después del 11-S. Aquí en «Europa» todavía el derecho cuenta algo, no sólo la fuerza (¡la fuerza no lo es todo!), y las estructuras de poder no pueden hacer lo que hacen sus homólogas estadounidenses, aunque puede ser que les gustase, y si bien se hacen cada vez hacen más brutalidades, éstas no se pueden imponer tan impunemente. Aquí las estructuras de poder estatal y comunitario no se pueden sustraer a la necesidad de construir consenso social, y esa necesidad se basa en parámetros distintos que en EEUU.
Sin embargo, tanto la Constitución Europea como otros intentos no tan «democráticos» en cartera de involución política, que actualmente ya se están gestando, apuntan a que hay una seria voluntad desde las principales instancias de poder de la Unión de redefinir más bruscamente los actuales equilibrios y contrapesos político-ideológico-sociales. La Constitución abre la vía para poder intervenir hasta militarmente (con «fuerzas europeas») en un Estado de la Unión (cláusula de «solidaridad»), si este Estado ha sido atacado por el «terrorismo», o cuando estén «amenazadas sus instituciones democráticas». Habría quizás que preguntarse: ¿por quién? Pero también en la Constitución podemos encontrar alguna pista al respecto. La Constitución contempla la posibilidad de aplicar la pena de muerte por los Estados cuando se esté en «guerra», cuando el peligro de ésta sea «inminente», o cuando se produzca una fuerte crisis social, esto es, una «rebelión». Asimismo, la Constitución Europea abre la puerta para empezar a caminar hacia un reforzamiento de las relaciones de dominio patriarcal, si bien todavía a ritmo «europeo». Las denuncias de gran parte del movimiento feminista a escala comunitaria de la Carta Magna son bien ilustrativas de ello, como hemos apuntado. Sin embargo, en la recámara, por si la aprobación de la Constitución no tiene lugar, o aunque se apruebe, con el fin de acelerar las reformas necesarias, se vienen produciendo distintos intentos de caminar más ágilmente hacia escenarios políticos claramente represivo-autoritarios, abiertamente patriarcales y fuertemente reaccionarios (xenófobos, racistas, homófobos, etc), que permitan adecuarse a las exigencias de gobernabilidad del nuevo capitalismo «europeo» y global. En concreto, dos personajes tan siniestros como Aznar y Buttiglione, el comisario del que se vio obligado a prescindir Durao Barroso, contra su voluntad, y que ocasionó un conflicto abierto Parlamento Europeo-Comisión [8] , se han ofrecido, y se están moviendo activamente, para servir de correa de transmisión de la segunda fase de la revolución conservadora en «Europa». Sus vínculos con el American Enterprise Institute, punta de lanza en EEUU de los «neocons», son manifiestos. Y su peso e influencia en los grupos del Partido Popular Europeo también. Sus recomendaciones son que los partidos conservadores deben liderar un giro aún más acusado hacia la derecha, para no ver socavado su peso electoral por el avance de la extrema derecha y el ascenso neonazi, que además es preciso impulsar un nuevo discurso (social, económico y político) para adecuarse claramente a los nuevos tiempos que corren (ver cita de la FAES [9] ), así como propiciar también la «guerra civil molecular», y que es necesario posicionarse abiertamente en un escenario de «choque de civilizaciones», a ser posible en alianza con EEUU (este es el punto que quizás queda por «pulir»), si es que se quiere ser alguien en el concierto mundial. Y parece que el PP de Rajoy continúa, aquí, en esta misma onda que dejó su ex-jefe, y que sigue manteniendo ahora activamente desde la FAES.
De cualquier forma, estas derivas y sueños neototalitarios, neopatriarcales y neoimperiales, si es que finalmente se llegan a plasmar en territorio de la UE, tendrán seguramente (¡esperemos!) una vigencia aún más precaria que en EEUU, por las limitaciones de toda índole y la diversidad de resistencias (internas y externas) que se alzarán ante ellos. Su alto coste económico será difícilmente asumible por las estructuras de la Unión (y sus Estados) [10] , su legitimidad será altamente débil e inconsistente, y probablemente la difícil viabilidad económica, social, territorial y ambiental del «proyecto europeo» a medio y largo plazo, incidirá en la incapacidad de las estructuras de poder de la Unión para mantener la gobernabilidad de la «construcción europea». Pero la paradoja es que esta «construcción», para que funcione, necesita de esa profundización en el orden represivo interno y de una creciente proyección militar mundial, ineludible con el fin de poder garantizar su propia viabilidad interna.
Sin embargo, «la época de los grandes imperios ha pasado ya a mejor vida (…) El siglo XX ha sido un inmenso cementerio de imperios: el británico, el francés, el portugués, el holandés, el alemán, el japonés y el ruso». Y será difícil, muy difícil, garantizar la apropiación de recursos crecientemente escasos exclusivamente en base a la lógica del mercado, es decir, sin recurrir al papel de «conquistador extranjero» de territorios (ya lo estamos viendo otra vez), que por fuerza tendrá una «irremediable incapacidad para ganarse la mente y los corazones de los pueblos que ocupa, de lo que todo en última instancia depende» (Schell, 2005). Hace ahora unos 15 años triunfó el poder de la gente contra el abuso de poder, y parecía durante los últimos años que, pasado aquel vendaval que barrió de la historia regímenes fuertemente represivos e inviables ecológicamente, empezaba a triunfar otra vez la aceptación ciega del abuso de poder, en este caso en nombre del libre mercado. Pero el fracaso sin paliativos de la ocupación de Irak, y los levantamientos populares y estallidos sociales en muchas partes de la Periferia, revelan que estos espacios se rebelan (o explotan) contra el papel que se les asigna en este nuevo (des)orden mundial que no les ofrece ningún futuro. Y la creciente crisis político-social (todavía manejable) de los propios espacios centrales, también es otro síntoma de fin de etapa. E incluso la más que complicada viabilidad (y asimismo gobernabilidad interna) de aquellas potencias emergentes que cuestionan y aspiran a desplazar el dominio de Occidente. Se producirán «choques de trenes» entre gigantes por apropiarse del trabajo humano vivo y de una biosfera finita, que nos abocarán probablemente a la barbarie y al caos sistémico. Nos vamos instalando poco a poco en ellos. Se está viendo pues lo efímero de todas estas fantasías. La cruda realidad, como el cartero, está llamando pues otra vez, con fuerza, en la puerta de la historia. Es la propia evolución brutal y depredadora del proyecto modernizador la que está en crisis. Y el «espacio europeo» que fue su cuna, ahora quiere ser otra vez su hogar maduro. Con afán de perdurar. Vano intento, sin duda.
Se abre pues la necesidad de abordar una reflexión y un debate profundos sobre la inviabilidad e ingobernabilidad de estos escenarios, y acerca de la imperiosa necesidad de empezar a caminar, en nuestro caso, hacia horizontes de deconstrucción del «proyecto europeo», como vía para orientarnos hacia un mundo más justo, más seguro, en consonancia con los límites ecológicos y el entorno natural, y que permita ir superando al mismo tiempo las relaciones de poder patriarcal. Una vía (o mejor dicho, un haz de vías) sin una definición precisa, sino a construir colectivamente, y que además se abre en múltiples sendas de posible transformación. Todo ello a desarrollar, por supuesto, en un contexto de enorme complejidad y conflicto, pero también a partir de entornos humanos donde vibra una gran pasión personal y colectiva por querer vivir, en paz con nosotros mismos y con la biosfera que habitamos. Sobre estos temas pretende incidir más detenidamente el libro que está preparando el autor, del cual este texto es tan sólo un primer avance de una de sus partes. Continuará, pues. Eso espero.
Madrid, marzo, 2005
BIBLIOGRAFÍA
BOTE, Valentín: «Gobernar contra los más Débiles. Riesgos del Incremento del Salario y la Indiciación del Salario Mínimo». En www.fundacionfaes.es 2005.
HARVEY, David: «El Nuevo Imperialismo». Akal (Colección Cuestiones de Antagonismo). Madrid, 2004.
LÓPEZ PETIT, Santiago: «El Estado-Guerra». Sediciones 22. HIRU. Hondarribia, 2003.
SCHELL, Jonathan: «El Imperio que Cayó mientras Ascendía». En EL PAÍS, 10-03-05.
SOLANA, Javier: «Una Guerra Inteligente contra el Terrorismo». En EL PAÍS, 11-11-04.
UTE (Unió Temporal d’Escribes): «Barcelona Marca Registrada. Un model pero Desarmar». Virus. Barcelona, 2004.
WACQUANT, Loïc: «Voces desde el Vientre de la Bestia Americana». En Burton-Rose, Danie; Pens, Dan y Wright, Paul: «El Encarcelamiento de América». Virus. Barcelona, 2002.
[1] Este texto forma parte de un libro que acaba de sacar el autor en Virus: «La compleja construcción de la ‘Europa’ superpotencia», y ha salido publicado en el número de julio-agosto en El Viejo Topo. Las cuestiones que se plantean en él cobran una renovada actualidad después del No francés y holandés a la Constitución Europea, pues se va a intentar avanzar en la «construcción europea» de una forma cada vez más autoritaria, para construir la «Europa» político-militar que necesita el capital europeo (continental) con el fin de defender sus intereses a escala global y respaldar al euro.
[2] Davos, la máxima cumbre mundial del poder económico transnacional, principalmente europeo, pero con una importante dimensión y proyección mundial, se ha estado «reconvertiendo» en estos años, sobre todo en lo que a su proyección pública se refiere, tras ser seriamente cuestionado por el «movimiento antiglobalización». En las últimas convocatorias habían llamado a algunos representantes relevantes de los movimientos globales, y se había incluido en su agenda (aparte del business as usual) el «interés» de Davos por abordar temas como la lucha contra la pobreza mundial, el combate contra el Sida o el deterioro ambiental planetario. Este año se ha dado claramente un paso más, en esta estrategia de marketing mediático de las buenas intenciones de los poderosos de la tierra. Han sido atraídos a la ciudad alpina suiza figuras renombradas del star system global, que llevan realizando algún tiempo una labor filantrópica. Desde Sharon Stone y Angelina Jolie, a Richard Gere y Bono, pasando por supuesto también por Bill Gates o George Soros. Para el año que viene ya han dicho los organizadores que estarán presentes también estrellas del fútbol como Ronaldo o Zidane. Davos se ha impuesto definitivamente a Porto Alegre en la batalla mediática que iniciaron en la Aldea Global.
[3] Un magno acontecimiento mediático-cultural-mercantil, que envolviendo una gran operación de transformación urbanístico-especulativa en la capital catalana, pretendía establecer nuevas vías para la gobernabilidad social en las metrópolis multiculturales (en crisis) del siglo XXI (con su Agenda 21 de la Cultura), al tiempo que procuraba cooptar (con escaso acierto) a sectores «alterglobalizadores» en esta tarea. El fracaso en la integración de las dinámicas contestatarias en la propia Barcelona fue rotundo. Y su objetivo de poder servir en cierta medida de puente entre Davos y Porto Alegre, también. Pero el proceso abierto continuará en Monterrey (México), en 2007, y en otras metrópolis mundiales en el futuro. Barcelona queda, pues, como «marca registrada» de una determinada forma de entender y proyectar el consenso social (UTE, 2004).
[4] Y como se avanza en el texto «Martes versus Venus, o dólar versus euro» (Fdez Durán, 2004).
[5] Salvo quizás en el ámbito de las libertades individuales: libre opción de la sexualidad, aborto, divorcio, etc.
[6] P.e., si llegase a ganar el «No» en Francia.
[7] Los costes del mantenimiento del «Estado represivo-penal» interno y del «Estado militar-imperialista» en el exterior son ingentes; California p.e. gasta más en prisiones que en universidades desde 1994 (Wacquant, 2002), y el presupuesto de la guerra contra Irak ha desbordado todas las previsiones. Y ya estamos viendo la incapacidad hasta del propio EEUU para financiarlos, y eso que cuenta con las amplísimas ventajas que se derivan de la emisión de la moneda hegemónica de reserva mundial. Un escenario que puede empeorar rápidamente si el dólar entra en una crisis abierta (Fdez Durán, 2004).
[8] El conflicto estalló como resultado de una abierta crítica a los homosexuales y a las mujeres por parte de Buttiglione, miembro de la organización ultra Comunión y Liberación, en su comparecencia ante el Parlamento Europeo, que tenía que dar la luz verde a su designación como futuro comisario. El escándalo que se originó ante tales declaraciones, hizo imposible su nombramiento y provocó la caída de la nonata Comisión. Lo cual es un indicador de que todavía en «Europa» determinados comportamientos no son de recibo. Un comisario deber ser políticamente correcto.
[9] «Algunos animales son más débiles que otros. Por ejemplo, el puercoespín es un animal indefenso excepto por sus púas, el ciervo es vulnerable excepto por su velocidad. En la economía también hay personas relativamente débiles. Los discapacitados, los jóvenes, las minorías, los que no tienen preparación, todos ellos, son agentes económicos débiles. Pero al igual que les ocurre a los seres en el mundo animal, estos agentes débiles tienen una ventaja sobre los demás: la capacidad de trabajar por sueldos más bajos. Cuando el gobierno les arrebata esa posibilidad fijando sueldos mínimos obligatorios, es como si se le arrancaran las púas al puercoespín. El resultado es el desempleo, que crea una situación de desesperanza, soledad y dependencia» (Bote, 2005).
[10] Este papel neoimperial y fuertemente autoritario de la más que posible (?) evolución futura de la UE puede significar el tener más que duplicar el presupuesto militar de la Unión (para llegar a asemejarse a EEUU), al tener que basarse también en caros ejércitos profesionales, así como verse obligados a dedicar cada vez más recursos económicos internos al mantenimiento del Estado penal-represivo (al igual que la hiperpotencia). Una reestructuración tal del gasto, con el paralelo recorte social que comportaría, no se podría llevar a cabo sin fuertes resistencias internas. Además, este escenario será aún más difícil de financiar en el «espacio europeo» que en EEUU, por el hecho de que el euro no puede imprimirse tan alegremente como el dólar, ni se puede incurrir en tanto déficit como lo está haciendo la hiperpotencia (Fdez Durán, 2004). Es más fácil (y más barato) gobernar desde la legitimidad, que no desde las «bayonetas», como decía Max Weber. El problema es si ello es posible en el actual capitalismo (financiero) «europeo» y global.