Hemos perdido a una hermana de la vida… la compañera María Angélica Montes («Pitico» para nosotras). El día 28 de octubre, dio su penúltima pelea. Ella entre 27 compañeras, integró la lista por la denuncia de tortura y violencia sexual en el período del terrorismo de Estado implantado en nuestro país. Las palabras siguientes de […]
Hemos perdido a una hermana de la vida… la compañera María Angélica Montes («Pitico» para nosotras). El día 28 de octubre, dio su penúltima pelea. Ella entre 27 compañeras, integró la lista por la denuncia de tortura y violencia sexual en el período del terrorismo de Estado implantado en nuestro país. Las palabras siguientes de Irma Leites, guardan la semblanza de lo que fue su entrega, su cariño y su lucha.
«Como tú
piedra pequeña, como tú
como tú
guijarro humilde, como tú
Como tú
que en días de tormenta, como tú
te hundes en la tierra, como tú
Como tú
y luego centelleas, como tú
bajo los cascos, bajo las ruedas, como tú…»
Algunas palabras para Angélica.
El lunes 21 de noviembre, en la madrugada en medio de una tormenta, murió Angélica, Pitico. Oí el viento en la ventana y supe que se iría. Varias de las compas que conocimos a Pitico, tuvimos la misma percepción. Porque sabíamos del irreversible devenir de una embolia. Y así como dicen que las tormentas apresuran los partos, creo que los soñadores de un mundo libre y justo, eligen los rayos y relámpagos para partir.
Es muy extraño decir que se ha ido. Parece algo imposible que alguien tan lleno de risas, cuentos, energías, bromas pueda quedarse dormida así… Hace días al encontrarla frente al Juzgado, junto a su compañero Ramón y las compañeras que denunciaban los vejámenes en la tortura a nuestros cuerpos ¡hace ya tantas décadas! vimos como su mano nos daba la señal de que más allá del buen humor y la fortaleza de poder hablar y contar sin tabúes ni medias tintas las torturas sufridas y buscar justicia, las heridas ocasionadas son imborrables. Sus dedos de repente morados. Y el desenlace de su muerte a pocos días de contar, de decir, de denunciar.
En los cuerpos de mujeres y hombres, por siempre quedaron las arterias dañadas, las vertebras heridas por las colgadas, nuestras vaginas y senos mancilladas, los pulmones cansados de submarinos y asfixias. Todo, todo está guardado en la memoria y cuando ella estalla dinamita ese complejo equilibrio entre lo vivido, lo reconocido y lo celosamente callado. Cuando podes hablar te liberas. Cuando te liberas hay defensas que se bajan y los deterioros físicos que se asoman y a veces te quitan la vida.
Su muerte es una muerte más para ponerla a cuenta de la impunidad, del perverso sistema que somete a las víctimas del terrorismo de Estado a revivir una y otra vez el horror. A la cuenta de los que pactan y perdonan. Y siguen condenando a la sociedad al silencio, permitiendo que lo sufrido carcoma. Y cuando llega el tiempo de hablar (tiempo diferente para cada una, para cada uno) tiempos intransferible, nos sucede tal cual lo dijo Pitico, el monstruo sale y te hace daño, te ataca otra vez… comparto la imagen lúcida e inteligente que ella le trasmite días atrás a un compañero: durante mucho tiempo guardó el horror, en un fortín custodiado de muchos celosos centinelas, cuando los centinelas son vencidos, salen como fantasmas dormidos y la golpean y le vuelven a hacer mal.
Celosos centinelas trapecistas, custodiando sin desmayo horrendos secretos. Secretos que pugnaron una otra vez por salir y no pudieron. Ahí estaban escondidos, hacían como que no pero ahí estaban.
La ternura, alegría y fuerza hizo retroceder muchas veces el horror que batallaba por ver la luz. Salió hecho palabra, rabia, angustia, claridad.
Te implosionó lo vivido. Rompió tus ríos profundos. Incendió tus arterias.
¡Maldita casi inmortal tortura! ¡Malditos casi inmortales tabúes!
¡Mujeres casi niñas vejadas por impunes! Madres, abuelas hoy recorriendo el camino de las palabras, de la denuncia, de la condena. El horror despertó y te estalló en las manos, en el pecho, en la cabeza.
Te recuerdo en la Celda 1 del Sector E en Punta de Rieles, invierno de 1974, pequeña, tus ojos vivaces verdosos y mojados, tu risa, tus ingeniosas bromas, los libros compartidos, las manualidades para los hijos, las tardecitas de cantos y sueños no vencidos. Las charlas eternas con Edín. Los gritos de las milicas que agudizaban el humor negro que tantas veces nos salvó.
No te llevé flores. Ellas en general despiden o agasajan. Te deje algunas piedras de Bella Unión. Por las dudas ¿viste? Uno nunca sabe…
Los blindajes que levantamos para protegernos son muchos y la verdad tiene eso: la verdad no tiene remedio. Y la justicia que no llega a tiempo no es justicia. Acá estamos para seguir, esa infinita e indestructible red de memoria y compromiso y vas con nosotras. Sos nosotras, somos vos. Seremos tu voz. Hasta siempre!
También serán juzgados por tu muerte. También. Los impunes y sus cómplices.